Corría el año 160 d.C. cuando Apio Annio Atilio Bradua presentó ante el Senado de Roma una denuncia por el asesinato de su hermana. El autor material de los hechos fue un liberto de nombre Alcidemonte, pero Bradua estaba convencido de que lo había hecho por orden de su amo. Éste era nada menos que Herodes Ático, antiguo maestro de Marco Aurelio, un hombre con fama de violento y misógino que fue senador, cuestor y pretor con Adriano. La víctima era su esposa, Apia Annia Regila, que murió de forma brutal: pateada en el vientre estando embarazada de ocho meses. El futuro emperador protegió a Herodes, quien salió absuelto.
El padre de Herodes Ático, llamado Tiberio Claudio Ático Herodes, era de origen ateniense (aseguraba descender de Milcíades y Cimón) de familia romanizada, como parece indicar el nomen Claudio. Se trataba de uno de los hombres más ricos del imperio. Según explicó él mismo en una carta al emperador Nerva, el origen de su fortuna se debía a un fabuloso tesoro que decía haber encontrado en una casa que compró en Atenas, cerca del Teatro de Dioniso. Aunque nadie en su tiempo creyó esa historia y se achacaba más bien a la usura que practicaba, no era del todo imposible conociendo los antecedentes familiares.
Y es que ese dinero pudo haber sido escondido allí por su progenitor, el banquero Tiberio Claudio Hiparco, de quien se decía que tenía cien millones de sestercios antes de que Domiciano le acusara de conspiración. Hiparco fue condenado a muerte y se le confiscó todo su patrimonio. El dinero salvado aupó a su hijo a una privilegiada posición social: en el 98 d.C., bajo el mandato de Trajano, accedió al Senado Romano y fue nombrado pretor para, al año siguiente, pasar a Judea como legado, luego ascender a archiereus (sumo sacerdote del culto imperial) y llegar a la cúspide de su carrera como consul suffectus.

Además contrajo un ventajoso matrimonio con Vibula Alcia Agripina, que era de familia ilustre y acaudalada. Ella fue la madre de Herodes Ático, que nació en torno al 101 d.C. en Maratón (Grecia). Apenas hay datos sobre su infancia, salvo que hablaba bien latín porque acompañó a su padre a tomar posesión del consulado. Luego regresó a Atenas, donde aprendió filosofía platónica con Tauro de Tiro, Polemón y Escopeliano, convirtiéndose en retórico profesional de la segunda sofística y entablando amistad con filósofos como Favorino de Arlés (del que heredaría su biblioteca) y Munacio de Tralles.
En el 117 tuvo ocasión de conocer a Adriano, que acababa de suceder a Trajano al frente del imperio y al que los griegos enviaron una delegación aprovechando que estaba en Panonia con su ejército. Herodes Ático formó parte de los elegidos, pero su juventud -diecisiete años- le jugó una mala pasada: ante el emperador se puso tan nervioso que fue incapaz de terminar su discurso y de la vergüenza estuvo a punto de arrojarse al Danubio (algo parecido le pasó a Demóstenes ante Filipo, señala Filóstrato). Al final optó por vivir, continuó estudiando y al alcanzar la treintena de años comenzó su vida funcionarial.
Primero, supervisor de precios; después, arconte epónimo. Hacia el 129 albergó en su casa a Adriano durante una visita que el emperador hizo a Atenas, lo que le sirvió para entrar en su círculo íntimo (inter amicos) y ser designado senador, pasando a ser cuestor y pretor sucesivamente. A la vez, tenía una escuela de retórica en la que, decíamos, estudiaron los futuros gobernantes Marco Aurelio y Lucio Vero, ya que el emperador Antonino Pío le contrató ad hoc en el 140. Todo ello incrementó su patrimonio, que se disparó cuando falleció su padre y él modificó el testamento para quedarse con todo (el documento legaba una gran suma a los ciudadanos atenienses).

Compensó ese gesto, tan poco elegante como definitorio de su turbia personalidad, ejerciendo un amplísimo mecenazgo en obras públicas (entre ellas quiso recuperar el plan de Nerón de excavar un canal en Corinto), siendo el hombre que más proyectos de construcción financió en la Grecia romana después de los propios emperadores; eso no evitó que circulasen rumores peyorativos. Marco Cornelio Frontón, otro de los preceptores de Marco Aurelio, criticaba su excesiva vanidad personal apodándolo graeculus y representó a los atenienses en el juicio que abrieron contra Herodes por la cuestión de la herencia, aunque quedó en nada. También es posible que Frontón estuviera celoso de él en términos sentimentales por el amor del futuro emperador filósofo.
Las preferencias de Herodes se deducen, no sólo de sus reiteradas muestras de misoginia sino de un dato que parece comprobado: adoptó oficialmente como ahijados a tres jóvenes con los que mantenía relaciones y a los que, al parecer, quería más que a sus propios hijos. Eran dos esclavos, Aquiles y Mennón, y un liberto, Vibulio Polideuctes, también conocido como Polideuquión. Su vinculación a este último erómeno (adolescente comprometido en pareja con un erastés o adulto), su preferido, generó un auténtico escándalo; no por el sexo o la edad del chico, sino por la intensidad, considerada indecorosa.
Es más, cuando Polideuquión falleció antes de cumplir veinte años y Herodes mandó organizar juegos y levantar monumentos -incluso un santuario en su memoria-, esas manifestaciones de dolor desgarrado fueron objeto de burla y de reconvenimiento, por cuanto emulaban a las que hizo Adriano con su amante Antinoo. Para hacerse una idea de aquella pasión, el filósofo cínico Démonax acusó una vez a Luciano de Samósata de tener una antigua carta del muchacho; Herodes le pidió que se la leyera y, en efecto, decía estar triste porque su amado no había ido a buscarle.

Ahora bien, una cosa era su solaz personal y otra el estatus social, que requería de un matrimonio. Por eso negoció casarse con Apia Annia Regila, joven romana nacida en el año 125, hija del senador Apio Annio Trebonio Galo y su mujer, Atilia Caucidia Tértula. Ella y su hermano, el ya mencionado Apio Annio Atilio Bradua, recibieron una buena educación; aunque la de él fue superior, al estar destinado a desarrollar un cursus honorum, Regila aprendió griego y estudió a los clásicos helenos y latinos, aparte de frecuentar a las afamadas poetisas Julia Balbila y Claudia Damo Synamate. Esas dos artistas eran amigas de Vibia Sabina, la esposa de Adriano, así que Regila entró también en el círculo cortesano.
Por entonces sólo tenía catorce años, pero desde las leyes dictadas por Augusto era una edad legal para que su padre firmase el acuerdo nupcial con Herodes Ático, celebrándose la boda en el 140; el regalo de Antonino Pío fue el consulado en el 143. Eso sí, se trató, en principio, de un matrimonio sine manu, es decir, en el que ella seguía bajo la potestad paterna. Aun así, al año siguiente quedó embarazada de su primogénito, Claudio, que murió a las pocas horas; al año siguiente nació Elpinice, que tampoco sobrevivió mucho al caer víctima de la viruela o de la peste. Destino similar tuvo la siguiente, Atenais, que llegó a casarse y tener un niño, muriendo tras dar a luz.
Herodes alternaba su estancia en Roma -en el Triopio, una vasta villa junto a la Via Apia- con frecuentes viajes a Grecia y finalmente decidió establecerse en su localidad natal, Maratón, donde poseía una sus villas más grandes, quizá para aislar a Regila de sus familiares. Allí nació el primer hijo varón, Ático Bradua, el único que no murió joven. Para enseñarle a leer le compró veinticuatro esclavos de su misma edad, a cada uno de los cuales dio nombre con una letra inicial distinta de manera que aprendiera el abecedario mientras jugaba con ellos. En el 185 llegaría a ser cónsul ordinario en Roma y dos años después arconte epónimo en Atenas; se cree que entremedias fue nombrado próconsul en alguna provincia africana.

Pero, de momento, Ático Bradua era de carácter rebelde y su padre se lo quitó de enmedio mandándolo a Esparta a formarse como efebo. Esto y el fallecimiento prematuro del siguiente, Regilo, hizo que Herodes adoptase a Lucio Vibulio Claudio Herodes, descendiente de los Vibulios, acaso primo de su yerno Lucio Vibulio Rufo. También a los tres reseñados trophimoi (se llamaba trófimos a los niños periecos -extranjeros- que se sometían a la educación espartana) con los que se solazaba. Su hijo, de hecho, sólo heredaría la villa maratoniana y porque Herodes la tenía a nombre de su esposa.
Entretanto, la alta posición de Regila la hizo muy popular en Atenas, ganándose el honor de ser designada sacerdotisa de Tique, diosa griega de la Fortuna cuyo culto acababa de introducirse en la ciudad, gracias a que su marido financió la reconstrucción del estadio destinado a los Juegos de las Panateneas, al que dice Pausanias que cubrió de mármol blanco y estatuas, siendo de oro la de la divinidad.
Regila también fue nombrada sacerdotisa de Deméter (la deidad griega asimilada en Roma a Ceres) en el santuario de Olimpia. Era un cargo que le otorgaba el derecho a asistir a los Juegos, algo único entre las mujeres. Eso vinculó al matrimonio con el lugar, mandando construir allí un ninfeo y un acueducto, parte de los cuales todavía se conservan.

Delfos y Corinto fueron otros sitios donde se homenajeó a Regila, quien, sin embargo, no imaginaba que estaba a punto de llegar al siniestro final de su vida. Fue en el año 160, teniendo ella treinta y cinco y estando embarazada por sexta vez; de ocho meses, además. Según Filóstrato, Herodes Ático «por fútiles motivos, ordenó a su liberto Alcimedonte que la golpeara. Golpeada en el vientre, la mujer abortó y murió». Es algo coherente con el retrato que tenemos del marido, tan colérico que al parecer llegó a agredir a Antonino Pío antes de que éste vistiera la púrpura, siendo gobernador de la provincia de Asia.
La noticia llegó hasta Roma y Bradua, el hermano de Regila, denunció a su cuñado ante el Senado, que inmediatamente organizó un tribunal para juzgar el caso. Bradua y Herodes intervinieron personalmente y, tras escuchar sus respectivas versiones, los senadores exculparon al acusado. ¿Por qué? No se sabe, como tampoco el desarrollo de los hechos que acabaron con la muerte de Regila, más allá de la intervención asesina de Alcidemonte. Es sospechoso que un simple liberto se atreviera a golpear a su ama por su cuenta y más aún que el marido de ésta no le denunciara, lo que induce a pensar que había complicidad.
Que Alcidemonte continuara sirviendo a Herodes y que éste adoptase a sus dos hijas parece demostrarlo; de hecho, el asesino material no recibió condena alguna. Filóstrato -que nació diez años más tarde- no aclara mucho porque es favorable a Herodes y cree en su inocencia aduciendo que Bradua «no aportó ninguna prueba convincente», pues todo lo basaba en su nobleza («tienes la nobleza en los talones» le reprochó su cuñado, en referencia a la hebilla de plata que usaban los patricios en el calzado) y destacando las estentóreas manifestaciones de duelo que hizo luego «más allá de toda medida» (construyó muchos monumentos póstumos en su honor, incluyendo el Odeón ateniense y la Fuente Pirene de Corinto, pero Luciano de Samósata se reía de que hubiera revestido de mármol negro su hogar), pese a admitir que «también fue calumniado por esto como si fuera una actitud simulada».

Lo cierto es que tampoco le creyó su hijo Ático Bradua, que por entonces tenía quince años, lo que rompió definitivamente su relación y terminó con su exclusión del testamento. No se sabe dónde fue enterrada Regila, aunque parece seguro que en Grecia (¿Atenas, Cefisia, Maratón?) y que en Roma el viudo le dedicó un cenotafio y encargó un panegírico al médico poeta Marcelo de Side, cuyos noventa y cuatro versos hexámetros se grabaron en lápidas (hoy conservadas en el Louvre). También se dijo que sus restos se trasladaron al templo de Ceres, que Herodes había construido y siglos después fue reconvertido en la iglesia de San Urbano alla Caffarella.
Para explicar la sorprendente exoneración de Herodes Ático hay que entender cómo era su entorno inmediato: pese a que Bradua, el denunciante, tenía doble importancia porque su abuelo era pariente de Marco Antonio Vero (cuñado de Adriano y padre de Faustina la Mayor, esposa de Antonino Pío) y ese año ejercía de cónsul ordinario (junto a Tito Clodio Vibio Varo), la intervención de Marco Aurelio debió de ser definitiva. Todavía no había subido al trono, pero siempre protegió a su antiguo maestro, como ya había hecho con anterioridad al exonerarle de una acusación de tiranía, condenando en su lugar a sus libertos pero a penas muy leves, y lo volvería a hacer en el 175 en agradecimiento a su apoyo frente al usurpador Avidio Casio.
En fin, para Filóstrato, «la verdad terminó triunfando». Si Herodes Ático era culpable, no fue hasta el año 177 que la naturaleza se encargó de hacer justicia: le mató la tuberculosis. Se le hizo un funeral de estado en el estadio Panathinaikó de Atenas que antaño embelleciera; ya se había reconciliado con sus ciudadanos, regándolos con dinero, después de que le dieran la espalda por el trato que daba a su hijo. Como también fue un reputado escritor -aunque sus obras se han perdido- él mismo había dejado escrito su epitafio: «Aquí yace Herodes de Maratón, hijo de Ático. Su cuerpo reposa en esta tumba, su fama circula por el mundo».
FUENTES
Filóstrato, Vidas de los sofistas
Pausanias, Descripción de Grecia
Vicente Picón y Antonio Gascón (eds.), Historia Augusta
Luciano, Obras
Sarah B. Pomeroy, The murder of Regilla: a case of domestic violence in antiquity
Wikipedia, Apia Annia Regila
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