La Biblioteca Nacional de España conserva uno de los libros de viajes más interesantes de la Baja Edad Media, que sigue la tradición de otros ilustres viajeros literatos como Marco Polo, John Mandeville, Ibn Batuta, etc. Resulta imposible determinar quién fue el autor, especulándose que pudo ser el mismísimo rey Enrique III de Castilla porque, al fin y al cabo, fue él quien envió la misión diplomática que narra el texto, aunque generalmente se concede el honor de la redacción al hombre que protagonizó la odisea, el noble Ruy González de Clavijo. Escrito en 1406 y conservado en la Biblioteca Nacional, se titula Embajada a Tamorlán y cuenta cómo Clavijo atravesó Asia Central para buscar un aliado contra los otomanos en el mandatario del Imperio Timúrida, el gran Tamerlán.
En realidad no era aquel el primer encuentro entre castellanos y tártaros. Enrique III el Doliente envió en 1402 una primera embajada formada por los caballeros Pelayo de Sotomayor y Fernando de Palazuelo, quienes alcanzaron la corte timúrida, fueron recibidos por Tamerlán y regresaron acompañados de un embajador que debía entregar una carta suya al rey. Asimismo, llevaban consigo a dos damas hispanas rescatadas de su cautiverio a manos otomanas, pues Sotomayor y Palazuelo tuvieron ocasión de asistir a la batalla de Angora (Ankara), en la que el caudillo turcomongol derrotó al ejército del sultán Bayaceto.
Enrique III quedó encantado con la buena recepción de su propuesta y organizó una segunda embajada, a cuyo frente puso al camarero real, el citado Ruy González de Clavijo, al que se sumaron el guardia Gómez de Salazar y el fraile Alonso Páez de Santamaría. Partieron del Puerto de Santa María y emplearon tres años en llegar a su destino, Samarcanda, atravesando el Mediterráneo con escalas en Baleares, Gaeta, Roma, Rodas, Quíos, Constantinopla, Trebisonda, Turquía, Mesopotamia, Uzbekistán… No todos lo consiguieron; el religioso falleció durante el camino.
Fueron recibidos por un Tamerlán ya septuagenario, que los hospedó en su corte durante dos meses y medio antes de mandarlos de vuelta colmados de regalos y habiendo aceptado tácitamente la alianza propuesta por Castilla. Sin embargo, el caudillo turcomongol murió antes de que Clavijo arribara a Sanlúcar de Barrameda en 1406 (y quien al poco comenzó, presuntamente, la redacción del mencionado libro) y Pir Muhammad Mirza, nieto suyo y heredero ante las muertes y problemas de sus hijos, fue incapaz de mantener la unidad del imperio al iniciarse una destructiva guerra sucesoria.
De hecho, el Imperio Timúrida fue un logro personal de Tamerlán y lleva el nombre de la dinastía homónima, también llamada Gurkani, término derivado de la palabra gurkan o kuragan, que significaba «yerno» y se debía a que los timúridas tenían ese parentesco con Gengis Khan por haberse casado Tamerlán con una descendiente suya. Constituía el principal titulo honorífico y, autóctonamente, el imperio era conocido así, como Gurkani o Turan. Se trataba de un clan de origen turcomongol, credo musulmán sunita y cultura muy influenciada por la persa.
Los timúridas eran lo que quedaba del antiguo imperio mongol de Gengis tras su disolución. Constituían una confederación de tribus denominada Barlas y establecida en la Transoxiana, Uzbekistán y sur del actual Kazajistán, en lo que se llamaba Mogolistán (o Mugolistán), aunque su fusión con los pueblos locales los había turquizado considerablemente. El fundador epónimo de la dinastía fue el propio Tamerlán, cuyo verdadero nombre era Timur Beg Gurkani (Timur, o Temur, significa «Hierro»). Hijo de Taragaï, emir de Kesh, en el Chagatai Ulus (el kanato del segundo hijo de Gengis), nació en esa misma ciudad en una fecha incierta de la tercera o cuarta década del siglo XIV.
La historia de que Timur emparentaba con Gengis por vía matrimonial es dudosa, pues no está claro si su esposa realmente descendía del emperador mongol, al igual que está en tela de juicio la pretendida relación sanguínea del propio Timur con Tumbinai Khan, un antepasado común que afirmaba tener con Gengis. Cabe aclarar que cuando hablamos de esposa nos referimos sólo a una de las cuarenta y tres que tuvo, incluyendo concubinas. También su madre, Tekina Khatun, aporta elementos de duda, pues aunque se la vincule familiarmente con el caudillo mongol apenas se la cita en fuentes y eso lleva a suponer que sería de origen humilde.
La infancia de Timur fue algo turbulenta: junto a un grupo de amigos, se dedicaba a asaltar viajeros para robarles bienes y ganado, lo que en una ocasión le llevó a recibir dos flechazos, uno en una pierna y otro en una mano. A resultas del primero quedó cojo de por vida y del segundo, perdió dos dedos, lo que le incapacitó para siempre y le hizo ganarse el apodo en persa de Temūr Lang, del que deriva el nombre por el que lo conocemos hoy, Tamerlán, que significa Timur el Cojo. No obstante, algunas fuentes dicen que no sufrió esas heridas robando sino combatiendo como mercenario para el khan de Sistán, al suroeste de Afganistán.
En cualquier caso, superó tan adversa circunstancia. Según la leyenda, estaba maltrecho entre unas ruinas, con la flecha clavada en su pierna y esperando el final, cuando se fijó en una hormiga que se empeñaba en subir un grano por una pared. El insecto caía una y otra vez pero persistía y al septuagésimo intento consiguió su propósito, inspirando a Timur para persistir siempre en la adversidad. Así, para cuando rondaba la treintena de años, se había convertido en un líder militar que, a despecho de las lesiones que padecía, dirigió a los suyos en una sucesión de guerras casi siempre victoriosas a lo largo de más de tres décadas.
Empezó participando en numerosas campañas del emir del kanato de Chagatai, Qazaghan, invadiendo la región iraní de Jorasán, conquistando la ciudad uzbeca de Urench, apoderándose de la región de Corasmia (al sur del mar de Aral) y arrasando Bulgaria del Volga. Qazaghan murió asesinado, y mientras surgían disputas por sucederle, el territorio fue invadido por Tughlugh Timur, khan de Kashgar (Chagatai oriental). Timur, enviado a detenerlo, acabó uniendóse a él y como recompensa recibió el gobierno de la Transoxiana.
Poco después fallecía su padre, tomándole el relevo como caudillo de los barlas. Demasiado, a ojos de Tughlugh, que intentó sustituirlo por su hijo Ilyas Khoja, pero Timur ya había agarrado el poder y no pensaba soltarlo; venció a las tropas de Tughlugh y quedó como gobernante de todo el kanato de Chagatai. Algunos se manifestaron en contra, caso de Amir Husayn, su cuñado y antiguo camarada de correrías, pero a cambio obtuvo el favor de amplios sectores de todas las clases sociales a los que Husayn había abrumado con impuestos y confiscaciones, que Timur les devolvió astutamente para ganárselos.
Ambos terminaron chocando en el campo de batalla, imponiéndose Timur, que se casó con la viuda de Husayn al morir éste poco después. Ella era la mencionada Saray, presunta descendiente de Gengis Khan que decíamos, y con ese enlace ambos fueron aceptados como mandatarios del Chagatai. Eso sí, no de forma directa porque al no ser él de esa familia no podía gobernar; por eso nombró un títere, Suyurghatmish, emparentado con Jochi (el primogénito de Gengis), mientras él gobernaba en la sombra con el cargo de emir y engrosaba su linaje tomando como segunda mujer a la princesa que le pasó el título de güregen (yerno real).
Para alcanzar también el poder religioso necesitaba el nombramiento de califa, pero éste le estaba igualmente vedado al no pertenecer al linaje mahometano. Dado que esto resultaba más difícil de salvar, decidió seguir la tradición islámica de autoinvestirse de títulos etéreos que recibiría directamente de Alá, como Sahib Qiran, que significa «Señor de la Conjunción», alusivo a la conjunción de Júpiter y Saturno, que auguraba una nueva era y por tanto le transformaba tanto en una especie de mesías como en un depositario espiritual de Alí, el yerno de Mahoma.
En otras palabras, Timur era el líder de facto de las tribus barlas y como emir (equivalente a general) inició un proceso de expansión que le ocuparía tres décadas y media, extendiendo sus dominios por casi ocho millones de kilómetros cuadrados desde Irak y Turquía hasta casi la India, pasando por Siria, Oriente Medio, partes de Rusia, Asia Central… La fama de esas imparables conquistas, más el hecho de que el propio Imperio Otomano se viera en apuros, llegó a Occidente y por eso Enrique III propondría aquella alianza comentada al principio.
Timur está considerado un genio militar que estaba al frente de un formidable ejército multiétnico al que hizo funcionar como una máquina muy bien engrasada. Sin embargo, sus conquistas no perseguirían crear un imperio propiamente dicho sino simplemente emular a Gengis Khan y apoderarse de las riquezas de cada lugar, sin instaurar estructuras políticas locales ni delegar autoridad, de ahí que, aunque en vida lograba mantener leales las tierras sometidas, a su muerte no tuviera continuidad. Claro que tampoco le temblaba la mano a la hora de ordenar matanzas brutales: se calcula que acabó con diecisiete millones de vidas, que supondrían en torno al cinco por ciento de la población mundial.
Ahora bien, compensaba su ferocidad guerrera con el cultivo del intelecto. Pese a no saber leer ni escribir, a lo largo de sus viajes se esforzó en aprender las lenguas persa, mongol y turca -no lo consiguió con el árabe- y fue un mecenas del arte y la religión que lo mismo apadrinaba a sabios como Ibn Jaldún, Hafez y Hafiz-i Abru (hasta el punto de que su etapa se conoce como Renacimiento Timúrida) que fundaba instituciones educativas islámicas y convertía a esa fe a los líderes locales. En realidad no se trataba de un nómada estepario como sus pretendidos antepasados sino un monarca no nombrado cuyo lema era rāstī rustī, algo así como «la verdad es seguridad». Algunos amplían su erudición al ajedrez, juego al que era muy aficionado, atribuyéndole la invención de la denominada variante Tamerlán.
Pero por encima de todo fue un guerrero que provocó una auténtica conmoción en su época. Para formar el Imperio Timúrida tuvo primero que derrotar a Tokhtamysh, khan de la Horda de Oro, quien antes le había pedido ayuda contra Moscovia y después se volvió contra él, resultando derrotado y terminando por perder su trono en 1395, tras una segunda insurrección. Entretanto, Timur conquistó Persia, aprovechando el vacío de poder en que había caído ésta y la guerra civil que la sacudía; le llevó diez años, desde 1383 hasta 1393. Se sintió entonces suficientemente fuerte para emprender la conquista del Sultanato de Delhi en 1398.
Lo logró fácilmente, en parte porque la dinastía que reinaba desde 1320, la Tughluq, estaba en decadencia, en parte porque la aristocracia enemiga se rindió sin luchar y en parte por el miedo infundido. Y es que corrieron como la pólvora las noticias de que había mandado ejecutar a cien mil esclavos capturados y que, ante el temor que causaban entre sus hombres los elefantes de guerra del sultán Nasir-ud-Din Mahmud Shah Tughluq, envió contra ellos camellos incendiarios que sembraron el pánico entre los paquidermos e hicieron que se volvieran despavoridos contra sus propias filas.
Luego exterminó a millares de jats (campesinos y pastores que solían asaltar las caravanas) y saqueó la riquísima ciudad de Delhi, esclavizando a sus habitantes. Para reprimir una revuelta surgida de la desesperación de la gente llevó a cabo una matanza, dejando tal cantidad de cadáveres -colocados formando macabras estructuras- que, según se decía, era posible percibir el hedor de su descomposición desde muy lejos. Irónicamente, un tataranieto suyo, Babur, sería el fundador del Imperio Mogol en el siglo XV, reinando sobre la mayor parte del subcontinente indio.
En 1399 llegó el momento de enfrentarse al sultán otomano Bayacid, cuando éste empezó a anexionarse territorios de Anatolia. Timur respondió conquistando Georgia, Armenia y Siria, esta última a costa del sultán mameluco de Egipto. Masacres y deportaciones masivas marcaron aquella campaña, pues Timur ordenó que cada soldado regresara del frente con al menos dos cabezas enemigas como trofeo; y si no eran de guerreros valían las de prisioneros o familiares. La guerra en esa zona terminó en 1401 con la toma de Bagdad; tocaba ir a por Anatolia.
En julio de 1402 Bayacid fue batido en la batalla de Angora, a la que decíamos que asistieron como testigos privilegiados los primeros emisarios castellanos. El sultán mismo cayó preso y murió poco más tarde entre rejas, quizá lamentando los insultos epistolares que había intercambiado con su adversario. Timur repuso en el trono a los selyúcidas, a los que consideraba legítimos porque habían sido los mongoles quienes los encumbraron tiempo atrás. El propio Mehmed Çelebi, hijo de Bayacid, quedó como vasallo y hasta tuvo que acuñar moneda en nombre del vencedor.
Sin embargo, pese a su buena relación diplomática con Castilla, Timur se consideraba un ghazi o guerrero del islam y lo demostró pronto. Los caballeros Hospitalarios de Esmirna fueron los primeros en comprobarlo, exterminados en 1402. Después pudo ser el turno de genoveses y venecianos, cuyos barcos ponían a salvo a los otomanos trasladándolos a Tracia porque habían oído las terribles historias que se contaban y preferían un enemigo malo conocido que otro peor por conocer, aunque hubo algo que interfirió.
Fue la toma de Bagdad por parte de Qara Yusuf, de la dinastía Kara Koyunlu (una confederación tribal chiíta), que sin embargo no pudo retener la ciudad ante el contraataque que dirigió Abu Bakr ibn Miran Shah, otro nieto de Timur, mientras éste retornaba a Samarcanda para descansar y celebrar un kurultái (consejo) en el que elegir un nuevo títere (el anterior había fallecido) y preparar la invasión de Mongolia y China. En esta última reinaba el emperador Hongwu, de la dinastía Ming, que le había enviado embajadores exigiendo sumisión. Timur respondió encarcelando a los emisarios primero y aliándose con las tribus mongolas después para acometer la campaña.
No le daría tiempo a terminarla. A finales de 1404 se puso en marcha para atacar la frontera china, pero nada más cruzar el río Sir Daria (el Orexartes o Yaxartes de las fuentes grecorromanas), habiendo acampado en Farab (actualmente Otrar, en Kazajistán), enfermó de gravedad y en febrero de 1405 le llegó la muerte. El cuerpo, embalsamado con agua de rosas y almizcle, fue envuelto en lino, colocado en un ataúd de ébano y enviado a Samarcanda. Lo enterraron en el mausoleo de Gur-e-Amir, donde también reposan los restos de un nieto más, Ulugh Beg, el sabio del que ya hablamos en otro artículo.
El reseñado Pir Muhammad Mirza, al que Timur había nombrado sucesor porque sus hijos fallecieron prematuramente (también había uno mentalmente incapacitado por un accidente y otro al que consideró demasiado débil de carácter para gobernar), no obtuvo el apoyo de sus familiares y ni siquiera llegó a Samarcanda desde Multan (India), donde era gobernador. Su primo Khalil Sultan le venció en batalla y se quedó con el trono, pero fue muy impopular y Shahrukh Mirza, hijo de Timur, le derrocó. Entre medias, se perdió la mitad occidental del imperio, por lo que el siguiente caudillo, el citado Ulugh Beg, ya sólo recibió como herencia la Transoxiana; le asesinó su propio hijo en 1449.
FUENTES
Ruy González de Clavijo, Embajada a Samarcanda. Vida y hazañas del Gran Tamorlán
Justin Marozzi, Tamerlán. Espada del Islam y conquistador del mundo
Michael Prawdin, The Mongol Empire. Its rise and legacy
René Grousset, The empire of the steppes. A history of Central Asia
Kenneth W. Hart, Empires of the steppes. The nomadic tribes who shaped civilisation
Wikipedia, Tamerlán
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