No es muy conocido a causa de lo limitado de la acción y sus pobres resultados, pero, tres meses después de su fulminante ataque a Pearl Harbor, los japoneses realizaron una segunda incursión que tenía como objetivo obligar a la flota estadounidense a salir a mar abierto y enfrentarse a la suya en una batalla decisiva, aprovechando que se encontraba en inferioridad de condiciones. Fue la bautizada como Operación K, que no salió como estaba previsto y pasó a la historia, sobre todo, por tratarse del primer bombardeo con hidroaviones y el que cubrió mayor distancia.

Como sabemos, la base areonaval estadounidense de Pearl Harbor, ubicada en la isla hawaiana de Oahu, fue arrasada por sorpresa el 7 de diciembre de 1941 por varias oleadas de cientos de aviones japoneses que despegaron de seis portaaviones y buscaban golpear el poder militar de EEUU en el Pacífico en vísperas de la invasión del sudeste asiático. Aquella Operación Z, como se la denominaba en el Cuartel General Imperial, hundió cuatro acorazados, dañó otros ocho, destruyó ciento ochenta y ocho aviones y mató a casi dos millares y medio de personas, pero se quedó a medias.

Y es que cuatro de los buques enviados a pique pudieron reflotarse gracias al escaso calado del puerto y de otros se rescataron partes importantes, mientras que las principales instalaciones insulares, como el astillero, la central eléctrica, los depósitos de combustible, los talleres , los muelles y el cuartel general salieron indemnes. Pero, sobre todo, se libraron los grandes portaaviones (Lexington, Enterprise, Saratoga, Yorktown y Hornet), que no se encontraban en la isla, lo que significaba que la fuerza estadounidense en el océano seguía vigente y a la larga sería la clave de la victoria aliada en el Pacífico.

Operación K
Pearl Harbor despueś del ataque japonés, con los buques hundidos y/o dañados Crédito: US Navy / Dominio público / Wikimedia Commons

Y es que el día de la infamia llevó al presidente Roosevelt a anunciar inmediatamente la entrada de su país en la Segunda Guerra Mundial. Entretanto Japón rebosaba optimismo y estudiaba la forma de continuar la racha triunfante. Diez días después del ataque, un avión de reconocimiento fue lanzado desde el submarino I-7 con la misión de sobrevolar Hawai y analizar cómo estaba la situación, comprobando que los estadounidenses estaban reparando los daños a buen ritmo. Entonces, el Departamento Naval del Cuartel General Imperial decidió que habría que obstaculizar esos trabajos con un segundo y desmoralizador golpe.

Eso sí, debía ser diferente al anterior, ya que no podía reunirse de nuevo la misma fuerza (seis portaaviones, cuatrocientas catorce aeronaves, cinco cruceros, nueve destructores y veintitrés submarinos), al necesitarse para combatir a la Royal Navy en la inminente invasión de Hong Kong y Malasia, entonces posesiones británicas. La solución llegó cuando esa necesidad se juntó con otra de carácter técnico: evaluar la capacidad de las hidrocanoas H8K. Como indica su nombre, se trataba de hidroaviones tipo canoa fabricados por la empresa Kawanishi, en principio para patrullas marítimas.

Gracias a sus cuatro motores Mitsubishi MK4, el KH8K (al que los americanos llamaban Emily) tenía un amplio radio de acción y su tamaño (treinta y ocho metros de envergadura) permitía artillarlo adecuadamente (cinco ametralladoras Tipo 92 y cinco cañones automáticos Tipo 99), además de conferirle capacidad para cargar dos mil kilos de bombas o sesenta y cuatro soldados; incluso podía llevar dos torpedos pesados en sus alas. Otras bazas eran el fuerte blindaje del fuselaje y los sistemas antiincendios de a bordo, que lo volvían difícil de derribar. Por contra, en las primeras pruebas (31 de diciembre de 1941) mostró un mal comportamiento hidrodinámico en el agua.

Realizadas las pertinentes correcciones en su quilla, las nuevas pruebas a principios de 1942 obtuvieron el visto bueno de la Armada y se decidió concederles a las hidrocanoas el protagonismo en la debatida segunda incursión contra Pearl Harbor. En principio debían ser cinco unidades las que llevaran a cabo el ataque, reuniéndose en el atolón French Frigate Shoals, el más grande que hay al noroeste del archipiélago hawaiano. No resultaba fácil porque debían coincidir una noche de luna llena -para tener visibilidad sobre los objetivos- con que el mar estuviera en calma, ya que iban a repostar de submarinos.

Operación K
Un hidroavión japonés Kawanisi H8K, como los destinados a la Operación K, en pleno vuelo. Crédito: US Navy / Dominio público / Wikimedia Commons

Al igual que el 7 de diciembre, los descifradores de códigos estadounidenses descubrieron el plan y hasta el lugar, pero, incomprensiblemente, su información fue ignorada por los mandos. Quizá se debiera a que entre los primeros figuraba el teniente Jasper Holmes, quien bajo el seudónimo de Alec Hudson había publicado un relato titulado «Rendezvous» en el Saturday Evening Post el anterior mes de agosto; una historia de ficción sobre el reabastecimiento de combustible de aviones estadounidenses desde submarinos en una isla remota para un ataque aéreo contra un objetivo situado a miles de kilómetros.

El caso es que de nuevo los japoneses iban a actuar sin obstáculos sobre la isla de Oahu, que seguía así siendo el escenario bélico principal de aquellos inicios de la guerra; y eso que en principio estaba previsto que el raid se realizara contra California o Texas. Al llegar el momento resultó que sólo había dos hidroaviones disponibles, pilotados respectivamente por el teniente Hisao Hashizume, que recibió el mando de la misión, y el alférez Shosuke Sasao, a pesar de lo cual el Jefe de Estado Mayor del 24º Escuadrón Aéreo viajó a Tokio y se reunió con el Mando Militar y la Flota Combinada, tomando la decisión de seguir adelante.

Mientras se enviaba un submarino a vigilar Hawai, otros dos con los tubos lanzatorpedos modificados para albergar mangueras de repostaje, llegaron a French Frigate Shoals. Allí amerizaron, la primera semana de marzo, los dos hidroaviones que, procedentes del atolón de Wotje, en las Islas Marshall, a más de tres mil kilómetros, iban cargados con cuatro bombas de 250 kg. Como aún tenían que volar otros novecientos hasta Oahu, recargaron los depósitos de combustible, tal como estaba previsto y reemprendieron el viaje a las 16:00 del 4 de marzo. La Operación K estaba en marcha.

No faltaron contratiempos. La misión estaba prevista para febrero, pero tuvo que posponerse un par de días debido al intento de la Armada estadounidense de recuperar la isla Wake (un atolón a medio camino entre Hawai y las Marianas), perdida el 24 de diciembre (el futuro presidente George Bush participó en los bombardeos). Asimismo, el submarino I-23, encargado de situarse al sur de Pearl Harbor para informar de las condiciones meteorológicas y de recoger a las tripulaciones de los hidros que fueran derribados, desapareció sin que se volviera a saber de él el 14 de febrero.

Operación K
La ubicación de French Frigate Shoals entre las Midway y Hawái lo hacía idóneao para el repostaje de los dos hidroaviones japoneses. Crédito: US Geological Survey / Dominio público / Wikimedia Commons

Por consiguiente, Hashizume y Sasao tendrían que cumplir su misión confiando en que el cielo estuviera como en French Frigate Shoals, despejado, ya que, si bien los criptólogos japoneses descrifraron el código del enemigo y podían averiguar el tiempo por él, los estadounidenese lo cambiaron el 1 de marzo. Tampoco los norteamericanos estuvieron finos. La estación de Kauai detectó las aeronaves aproximándose a las 18:44 y se enviaron un caza Curtiss P-40 Warhawk y un hidroavión PBY Cataline (Consolidated Model 28) para interceptarlos, pero la densa nubosidad impidió su localización, ya que volaban por encima, a cuatro mil seiscientos metros.

Lo que resultó beneficioso por un lado, fue perjudicial por otro: las nubes también confundieron a los japoneses, que se separaron involuntariamente cuando Hashizume tomó como referencia el faro de Kaena Point y viró hacia el norte de la isla, mientras Sasao lo hacía hacia el sur al no recibir sus instrucciones. La primera mitad de la misión, observar cómo iban los trabajos de recuperación de la base de Pearl Harbor, resultaba imposible por la falta de visibilidad, así que se centraron en la segunda, dificultar esas tareas bombardeando un muelle al que se conocía como Ten-Ten por su longitud de mil diez pies (casi trescientos ocho metros).

Pero también ésa presentaba serias dificultades. La capa nubosa sólo permitía a Hashizume atisbar tramos de tierra de vez en cuando, algo agravado por el hecho de que las luces de la isla fueran apagadas por el aviso de Kauai, encendiéndose por contra los reflectores aéreos. Tuvo que disparar a ciegas y las cuatro bombas cayeron en la ladera del monte Tantalus, un cono de ceniza correspondiente a un volcán extinto que dominaba la parte septentrional de la ciudad de Honolulú, la única con tendido eléctrico, aunque, como decíamos, desconectado en ese momento por precaución.

No causaron ningún daño, pues la estructura arquitectónica más cercana, la President Theodore Roosevelt High School, se encontraba a trescientos metros de distancia. Todos los efectos se redujeron a unos cráteres de entre seis y nueve metros de ancho por tres de profundidad, más unos cuantos cristales de ventanas rotos por la onda expansiva. Como sólo eran dos los aviones incursores y no fueron avistados, los americanos no supieron dar una explicación coherente a aquellas explosiones, culpándose mutuamente el Ejército y la Armada de provocarlas.

Operación K
Un Kawasnishi H8K2 original conservado en el museo japonés de Kanoya. Crédito: Max Smith / Dominio público / Wikimedia Commons

El hecho de que no se produjeran bajas humanas fue un factor más para dejar correr el asunto, aun cuando los medios de comunicación nipones aseguraron hacerse eco de una noticia de radio emitida desde Los Ángeles que hablaba de una treintena de muertos y setenta heridos, entre militares y civiles. Y eso que la intervención del alférez Sasao fue todavía más inane: incapaz de ver nada en tierra -tengamos en cuenta que ya eran más de las nueve de la noche y estaba lloviendo-, decidió soltar sus bombas sobre el mar, no se sabe si frente a Waianae o Pearl Harbor, pasando completamente desapercibido.

Al retirarse, las dos aeronaves pusieron rumbo suroeste hacia las Islas Marshall. Sasao se posó en el atolón de Wotje, el punto de donde habían partido el día anterior, pero Hashizume había sufrido daños en el casco mientras despegaba de French Frigate Shoals y temía que en esa base no dispusieran de medios para la necesaria reparación, así que decidió continuar el vuelo hasta el atolón de Jaluit, que estaba en el mismo archipiélago aunque algo más lejos. De ese modo completó lo que era la misión de bombardeo sin escolta más larga de la Historia hasta ese momento.

Se estimó que su H8K necesitaría pasar unos días en el taller, lo que, combinado con la meteorología adversa y la falta de luz lunar, obligó a suspender la operación para lo que quedaba de mes, en espera de la siguiente luna llena. Sin embargo, el 10 de marzo, estando ya listo el hidroavión y habiendo despegado con rumbo a Midway para incorporarse a una nueva misión, fue detectado por un radar estadounidense y derribado por cazas Brewster F2A Buffalo que salieron a su encuentro. Y es que, pese a que parecía el final de la Operación K, todavía quedaba un epílogo.

Se mantuvo ese nombre para las labores de observación que se iniciaron sobre el área de influencia de Hawai con motivo del siguiente paso en la expansión japonesa por el Pacífico: la Operación MI. Así denominó el almirante Yamamoto la conquista de las Islas Midway, una importante base aeronaval de EEUU en el Pacífico que había que anular para evitar las facilidades que presentaba para repetir el Raid Doolitle, una incursión contra Tokio, Yokosuka y Nagoya llevada a cabo por el teniente coronel James H Doolitle el 18 de abril como respuesta al ataque a Pearl Harbor.

Operación K
Rumbos de los dos hidroaviones durante el ataque del 4 de marzo de 1492. Crédito: Peter Christian Riemann / Wikimedia Commons

Aunque los aviones americanos despegaron del USS Hornet, el propio archipiélago podía considerarse un enorme portaaviones natural que, por lógica, los estadounidenses estarían dispuestos a proteger a cualquier precio, enviando lo más granado de su flota en ese sentido, portaaviones incluidos. Y eso era lo que esperaban los nipones, haciendo otro tanto con la esperanza de destruir al enemigo de un solo golpe, compensando el semifiasco de Pearl Harbor y evitando un nuevo bombardeo a la isla por considerarlos demasiado arriesgado.

Cabe decir que, según sus informes, a EEUU sólo le quedaban dos portaaviones, el Hornet y el Enterprise, pues el Lexington se había hundido y el Yorktown también fue considerado así por los nipones (en realidad resultó gravemente dañado, pero pudo llegar a Pearl Harbor) en la primera semana de mayo, durante la batalla del Mar del Coral. Suponían que ambos tenían su base en Hawai, pero era necesario comprobarlo; por tanto, mientras se procedía a invadir las Islas Aleutianas como distracción, dos hidroaviones se dispusieron a volar nuevamente hacia el archipiélago.

Su misión era comprobar la presencia de los portaaviones y debía corroborar los informes que los submarinos desplegados proporcionaran en ese sentido, de modo que se contara con todos los datos antes del 3 de junio, ya que la fuerza que debía tomar Midway partiría de Saipán el 28 de mayo. Sin embargo, la misión, que estaba programada para el 30 de mayo, tuvo que suspenderse porque los analistas estadounidenses descrifraron los códigos enemigos y el almirante estadounidense Chester Nimitz envió dos buques a French Frigate Shoals para minar sus aguas, impidiendo que se pudiera amerizar allí.

El submarino japonés I-123 avistó los barcos y dio la alarma. Como alternativa para el necesario repostaje se propuso la isla Necker, una masa rocosa deshabitada, resto de un cono volcánico, ubicada a ciento veinte kilómetros del atolón y menos de setecientos al noroeste de Honolulú. Pero finalmente no se aprobó la idea y la Operación K fue cancelada definitivamente. La Armada imperial Japonesa tendría que afrontar la batalla de Midway a ciegas, aunque en esos momentos se sentía invencible y no le concedió mayor importancia; craso error porque, entre otras cosas, EEUU había reparado el Yorktown en sólo veinticuatro horas y eso le confirió una superioridad numérica aérea que le supuso la victoria.



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