En el mismo año de 183 a.C. fallecieron dos grandes personajes de la historia militar de la Antigüedad. Uno fue el romano Publio Cornelio Escipión el Africano; el otro, un griego cuyo cuerpo se incineró en una ceremonia de gran solemnidad, a la que asistieron emocionados los guerreros aqueos y en la que el historiador Polibio tuvo el honor ser quien portase la urna con las cenizas del difunto. Éste era un ciudadano de Megalópolis, como él: su compatriota Filopemén, que frenó el intentó de resurgir de Esparta y de quien el geográfo Pausanias escribió que después de él Grecia dejó de crear buenos hombres.

En efecto, Filopemén había nacido en esa polis de Arcadia, en el Peloponeso central, en el 253 a.C. Su padre, Craugis, murió cuando él era joven, por lo que tuvo que ser adoptado por Cleandro, un importante notable que contrató a los mejores educadores para su nuevo ahijado: los filósofos locales Ecdemo y Demófanes, cuya actuación había sido decisiva tiempo atrás para deponer a los tiranos Sición y Cirene, pues aunque Megalópolis se había regido mediante un sistema de diez magistrados y una asamblea de arcadios libres, los Diez Mil, que elegía anualmente a un demiurgo y un estratego, durante el siglo III a.C. tuvo un período dominado por tiranos.

El caso es que con aquellos maestros resultaba casi inevitable que Filopemén no se convirtiera en un defensor de la democracia y en eso trató siempre de seguir los pasos del tebano Epaminondas, uno de los grandes gobernantes y militares griegos, fundador de la Liga Arcadia y que siempre había defendido la virtud y la austeridad como valores imprescindibles en cualquier mandatario por su condición de servidor público. Filopemén asumió esa idea y toda su vida vistió de forma modesta, sin lujo ni adornos ostentosos.

Cleomenes war
El Peloponeso durante la Guerra de Cleómenes III. Crédito: MapMaster / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Filopemén entró en la Historia propiamente dicha a los treinta años de edad, en el 223 a.C., cuando su ciudad quedó sitiada por las fuerzas del rey espartano Cleómenes III. El monarca había recuperado el trono en difíciles circunstancias, tras haber tenido que ir al exilio con su padre, y ahora trataba de impedir la tendencia centrífuga de varias polis arcadias y una declaración de guerra de la expansionista Liga Aquea, una confederación formada por las polis peloponesas de Sición, Argos, Corinto, Megara, Trecén, Epidauro y las islas de Egina y Salamina, a la que acababa de incorporarse Megalópolis.

Filopemén era uno de los defensores ante ese asedio y formaba parte de la caballería. En uno de los combates perdió su montura y cayó herido, pero no era grave y continuó luchando para dar tiempo de evacuar a los habitantes, que corrieron a buscar refugio en Mesenia. Cleómenes envió emisarios garantizando a la gente seguridad si aceptaban regresar; sin embargo, Filopemén les convenció para desoir la oferta, advirtiéndoles de que si volvían el rey no sólo habría capturado sus hogares sino también a ellos. Finalmente se impuso este razonamiento y los espartanos arrasaron Megalópolis como represalia.

A pesar de ello, Filopemén se había ganado el respeto de los suyos; por eso, una vez recuperado de sus heridas, pudo retomar las armas para continuar la lucha en sus siguientes episodios. El primero llegó en menos de un año gracias a la intervención en la contienda de Macedonia, cuyo monarca, Antígono III Dosón, deseando restaurar la influencia que su país había tenido en el Peloponeso un par de décadas antes, se aseguró la retaguardia firmando tratados con Tesalia, Acaya, Beocia y Acarnania para proceder a una invasión.

Los espartanos perdieron Argos y vieron impotentes cómo los macedonios se apoderaban también de Orcómeno y Mantinea, avanzando hacia Laconia. Cleómenes intentó detenerlos cerrándoles los pasos de montaña, pero faltaba uno, el de Selasia, a donde tuvo que acudir personalmente con sus tropas. Hacia allí marchó también Antígono III con sus aliados de la Liga Aquea, entre los que se encontraba Filopemén, destinado al ala izquierda al frente de una fuerza de caballería integrada por unos seiscientos cincuenta jinetes megalopolitanos, ilirios, beocios, aqueos, acarnanios y epirotas.

Battle of Sellasia
Disposición de los ejércitos en la batalla de Selasia. Crédito: Leonidas1206 / Wikimedia Commons

Iniciada la batalla, la falange espartana presionó sobre la enemiga con la ayuda de la infantería ligera, que atacó su retaguardia. Antígono estaba en serios apuros y sólo se libró gracias a que Filopemén, percatándose del peligro, desobedeció las órdenes que tenía de guardar su posición y se lanzó a la carga, provocando la huida de los hoplitas adversarios y causándoles cuantiosas bajas (según Plutarco, únicamente sobrevivieron dos centenares de un total de seis mil). Cleómenes pudo escapar a Egipto, pero Esparta fue conquistada por primera vez en su historia.

Como ya le había pasado anteriormente, Filopemén perdió su caballo y recibió una herida de jabalina, pero de nuevo pudo resistir y continuar la lucha hasta el final, con lo que se ganó los elogios de Antígono e incluso una oferta de éste para que entrase a su servicio, aunque él no aceptó. En lugar de eso, en el 221 a.C. se embarcó hacia Creta, donde permaneció una década participando en los enfrentamientos armados entre las polis de la isla como capitán de una compañía de mercenarios y adquiriendo así una consistente experiencia militar.

En el 210 a.C. retornó al continente con tanto renombre que se le confió el mando de la caballería de la Liga Aquea justo cuando alcanzaba su cénit la Primera Guerra Macedónica, que enfrentaba al reino del ahora soberano Filipo V con la República Romana. Los aqueos estaban alineados con los macedonios frente a aquel enemigo exterior que trataba de frenar su acercamiento a Cartago, pues paralelamente se disputaba la Segunda Guerra Púnica. En el río Larisa entró en liza contra una coalición de etolios y eleos, cuyo jefe de caballería, Damofanto, se perfilaba como la perfecta némesis de Filopemén.

Tuvieron ocasión de enfrentarse personalmente cuando Damofanto abandonó su formación para incitarle a un duelo personal. Filopemén aceptó y cargó contra él con suma rapidez, de modo que el otro quedó sorprendido y no pudo evitar un lanzazo que le derribó; sus jinetes, impresionados, se dieron a la fuga y Filopemén incrementó su prestigio dejando claro, dice Plutarco, que ni en pujanza era inferior a ninguno de los jóvenes ni en prudencia a ninguno de los ancianos, sino que era tan a propósito para combatir como para mandar.

The Recognition of Philopoemen
Una mujer reconoce a Filopemén, cuadro de Rubens (c.1609). Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Materializando esas elogiosas palabras, en el 209 a.C. Filopemén fue ascendido, pasando a ser estratego de la Liga Aquea. En el ejercicio de ese cargo chocó con Arato, tirano de Sición que dirigía dicha liga pero que pese a sus logros diplomáticos era reticente a entrar en guerra, mientras que su nuevo general había demostrado que su gran baza era acudir al campo de batalla. De hecho, Filopemén acometió una reforma del ejército con la que cambió el armamento, que pasó a ser pesado, como en los viejos tiempos, y la táctica, recuperando la formación cerrada.

De ese modo los soldados no sólo contaron con mayor protección personal y mejoras armamentísticas sino que, al ser sometidos también a un duro adiestramento, se convirtieron en una fuerza temible, estando además orgullosos de su vestimenta y apariencia militares. Pronto tuvieron ocasión de poner a prueba el resultado de esos esfuerzos, puesto que Esparta volvía a perfilarse como una amenaza. La corona recaía ahora sobre Pélope, hijo de Cleómenes III, que al ser todavía un niño tenía como regente a Macánidas, un personaje oscuro del que no se sabe gran cosa.

Parece ser que carecía de sangre azul, por los que quizá se tratase de un antiguo mercenario de Tarento. De alguna forma se hizo con el poder y gobernaba como tirano, obviando a los éforos (los cinco magistrados que ejercían el gobierno) y apoyado en sus fieles. Macánidas, que era visto con suspicacia por Macedonia y la Liga Aquea, reaccionó aliándose con Roma y ésta encontró en él al hombre perfecto en grecia para frenar el mencionado acercamiento de Filipo V a Cartago. En el 207 a.C., mientras se negociaba la paz entre las polis griegas participantes en la Guerra de Etolia, Macánidas intentó conquistar Elis, territorio considerado sagrado.

La llegada de tropas macedonias y aqueas le obligó a desistir y regresar al Peloponeso para defender esa península, pues apoderarse de ella era el objetivo de Filipo V. La cuestión se decidió en Arcadia con la batalla de Mantinea (que no hay que confundir con las homónimas disputadas en el 418 a.C. y 362 a.C.). Filopemén, que había pasado los últimos ocho meses adiestrando a sus efectivos, obtuvo una sonada victoria gracias a que supo reorganizar a los suyos tras un primer embate favorable al enemigo, al aprovechar que éste se entretenía en saquear a los caídos en vez de perseguir a los que se retiraban.

El mundo griego hacia el 200 a.C.
El Egeo y el mundo griego hacia el 200 a.C. Crédito: Marsias / Willyboy / Wikimedia Commons

Pero Mantinea constituyó otro momento de gloria para Filopemén porque, como había pasado en el río Larisa, logró matar a Macánidas en combate singular y poner en fuga a sus mercenarios. Una nueva heroicidad que posteriormente le haría ganarse la colocación en el santuario de Delfos de una estatua de bronce en su honor representando ese momento de pelea con el tirano espartano. De momento, los resultados eran más prácticos: la toma de Tegea, principal polis de Arcadia y el camino franco hasta el río Eurotas.

Poco después se celebraron los Juegos Nemeos, en los que, ante un público entusiasmado, Filopemén desfiló al frente de su ejército en un espectacular alarde que el citarista Pílades glosó con unos versos cantados para la ocasión: Libertad, honor y prez gloriosa, éste para Grecia ha conseguido. Sin embargo, no eran tiempos recomendables para brillar con tanto fulgor, pues sobresalir en exceso podía ser interpretado como un peligro por otros; por aliados, incluso, como efectivamente pasó con Filipo V.

En el 205 a.C. el monarca macedonio firmó el Tratado de Fénice que significaba la paz con Roma y temió que Filopemén fuera un obstáculo insalvable para alcanzar su siguiente objetivo, que era mantener bajo su control a la Liga Aquea. Algo que quedó patente en el 201 a.C., cuando volvieron a sonar los tambores de guerra contra una recalcitrante Esparta que una vez más amenazaba con expandirse por todo el Peloponeso. Esta vez a las órdenes de Nabis, el hombre que sustituyó a Macánidas como tutor de Pélope y que, fallecido éste sin llegar a reinar en la práctica, se quedó en el poder como nuevo tirano.

En realidad, Nabis pertenecía a la familia real por la rama Euripóntida y se proclamó rey tras ejecutar a dos candidatos; pero, al no respetar la tradicional diarquía y gobernar al margen de las leyes, los historiadores de su tiempo le negaron la legitimidad y consideraron que lo suyo se reducía a una mera tiranía. Irónicamente, era muy popular entre la mayoría de su pueblo por la revolución socioeconómica que impulsó, aboliendo las deudas y expropiando propiedades a los ricos para repartirlas entre los pobres, además de manumitir a los esclavos y casarlos con las mujeres e hijas de sus amos.

Quincio Flaminio
Tito Quincio Flaminio se dirige al Consejo de la Liga Aquea, fresco de Alessandro Allori. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

El dinero arrebatado a las clases dominantes le sirvió para organizar un ejército y una flota -engrosada con piratas cretenses y periecos- con los que aspiraba a devolver a Esparta su papel de potencia dominante. El choque con la Liga Aquea se produjo en el 204 a.C., pero lo que inicialmente sólo era un litigio con Megalópolis derivó en guerra al invadir Mesenia tres años después. Fue entonces cuando Filopemén conquistó Tegea, cuando Filipo V cambió de posición y le cedió Argos a Esparta… y cuando Filopemén, renovado su cargo de estratego de la Liga Aquea, partió al encuentro de Nabis obligándole a renunciar a sus aspiraciones.

Seguía en la cresta de la ola, por eso la ciudad cretense de Gortina solicitó sus servicios mercenarios en el 199 a.C. Filopemén regresó así a la isla donde había forjado su genio militar y tuvo la oportunidad de demostrar éste adaptándolo a las particulares características insulares, a pesar de considerar despreciables las atípicas guerras de guerrillas que solían practicarse, tan distintas a los choques frontales de formaciones hoplíticas del continente. Seis años duró aquella etapa y el retorno volvió a ser en loor de multitudes.

En su ausencia, Nabis había retomado las armas asediando Megalópolis y fortaleciendo su dominio sobre Argos. Su acuerdo con Filipo V le había granjeado la aversión de la Liga Aquea pero también de Roma, cuyo general, Tito Quincio Flaminio, había derrotado al rey macedonio convirtiéndose en procónsul. El romano le arrebató a Nabis dos ciudades, Argos y la polis laconia de Gitión, en el 194 a.C. A continuación dejó Grecia, creyendo que la dejaba en un estudiado equilibrio de poderes entre Macedonia, Esparta, la Liga Aquea y Etolia.

Las cosas no salieron como esperaba porque los etolios, que ya se habían opuesto a la intervención romana, se consideraban en inferioridad respecto a macedonios y aqueos, por lo que incitaron a Esparta a retomar su papel hegemónico. Eso abocaba otra vez a la guerra y la Liga Aquea volvió a depositar su confianza en Filopemén como estratego en el 193 a.C. Como los espartanos estaban intentando ocupar el litoral lacedemonio y hacía falta una fuerza poderosa por mar, los aqueos también pidieron ayuda a Roma, que envió una escuadra dirigida por el pretor Atilio.

Filopemén
Los momentos más importantes de la vida de Filopemén Crédito: Wikimedia Commons

Sin embargo, Filopemén no quiso esperar a los romanos y decidió tomar la iniciativa contra Nabis. Lamentablemente para él, su pericia bélica no resultó igual en la mar que en tierra y la flota fue desbaratada por otra persa al servicio de Esparta. Lo peor fue que, aunque sus tropas de infantería se impusieron a las enemigas, tampoco pudieron superar las defensas desplegadas en Gitión, debiendo retirarse a Tegea. No lo hacía como algo definitivo, pues reorganizó a los suyos y emprendió un segundo ataque que, si bien se desarrolló favorable a su bando, iba a encontrarse en una situación frustrada.

Y es que el Senado romano había nombrado embajador a Flaminio, que llegó a Grecia dispuesto a restablecer el statu quo e impidió a los aqueos sitiar Esparta. No iba a resultar fácil porque, aunque Nabis se mostraba favorable a ello, un ejército etolio cuya ayuda había reclamado se volvió en su contra al saber de sus tratos con los romanos y en vez de colaborar asaltó y saqueó la ciudad. Los habitantes lograron finalmente expulsarlos, pero Nabis había sido asesinado, quedando un vacío de poder que aprovechó Filopemén para entrar en la polis y obligarla a incorporarse a la Liga Aquea.

La presencia espartana en aquella liga resultó incómoda, ya que los propios espartanos sentían que su posición era forzada y estaban en un ámbito donde se les miraba con recelo; no en vano, durante años los otros miembros de la liga habían dado amparo a los opositores lacedemonios. De hecho, Filopemén reclutó a un buen número de ellos para sus tropas y en el 188 a.C. invadió la zona septentrional de Laconia, reinstaurándolos en el poder y desarrollando una política de sustitución de las leyes de Licurgo y tradiciones lacedemonias por otra de inspiración aquea.

De ese modo se puso fin al protagonismo histórico de Esparta al mismo tiempo que la Liga Aquea se consolidaba como potencia hegemónica en el Peloponeso. Por supuesto, muchos espartanos no se resignaron a ello y se organizaron en torno al general Diófanes, quien abogó por abandonar la Liga y pedir la intervención de Roma. Los aqueos rechazaron esa injerencia, ya que el Senado había reconocido mediante un tratado su independencia y autoridad en Grecia. Algunos incluso se mostraban muy hostiles, algo que Filopemén trataba de atemperar, consciente del poder romano.

Filopemén
Filopemén ante el veneno, obra de William Rainey. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Entonces acudió personalmente a Esparta con el ánimo de mediar, probablemente porque ya tenía setenta años y estaba enfermo; el cansancio debía de hacer mella. En medio de las negociaciones, uno de sus enemigos personales, Dinócrates, lideró una revuelta en Mesenia y amenazó con capturar Colónides. Filopemén no podía dejarlo pasar so pena de que la insurrección se generalizase, así que marchó hacia allí con su caballería. Pero Dinócrates le esperaba y le tendió una emboscada en un terreno escarpado que dificultaba la acción de los jinetes.

En medio de la refriega, un Filopemén debilitado por las fiebres fue quedando retrasado respecto a sus hombres y finalmente cayó del caballo por un tropezón de éste, quedando en el suelo sin sentido. Al principio, los mesenios pensaron que estaba muerto; luego despertó y se lo llevaron prisionero. La polémica sobre qué tipo de trato había que darle se polarizó entre los que querían liberarlo recordando que los había librado de varios tiranos y los partidarios de ejecutarlo por ser un enemigo peligroso. Azuzados por Dinócrates, se impusieron los segundos; máxime al saber que los aqueos se disponían a atacarles para liberar a su general.

Ahora bien una ejecución normal era impropia del honor de un personaje de su categoría, así que le ofrecieron la opción de quitarse él mismo la vida tomando veneno. Aceptó y murió rápidamente, dada su ya extrema debilidad. Como cabía esperar, la noticia del óbito indignó a los aqueos, que nombraron estratego a Licortas y arrasaron Mesenia; Dinócrates se quitó la vida para no caer cautivo y le acompañaron sus leales. El cuerpo de Filopemén fue incinerado en el funeral de estado que comentábamos al principio, estando el ejército en formación ataviado con sus mejores galas mientras el pueblo lloraba desconsolado y apedreaba a los prisioneros mesenios.

La urna con las cenizas fue llevada de pueblo en pueblo hasta su sepultura en Megalópolis por un cortejo al mando de Polibio, que era hijo de un general y más tarde se enfrentaría a un notable romano que propuso la destrucción de las numerosas estatuas y monumentos que se le dedicaron (por considerar que era enemigo de Roma). Cuenta Plutarco que la propuesta fue rechazada porque a los hombres virtuosos les debe ser tributado honor por parte de todos los buenos. Pausanias, dijimos al comienzo, escribiría algo parecido tres siglos después.


FUENTES

Plutarco, Vidas paralelas: Filopemén

Polibio de Megalópolis, Historias

Daniel Jolowicz, Jaś Elsner, Articulating Resistance under the Roman Empire

Emmanouil M. L. Economou, The Achaean Federation in Ancient Greece

Wikipedia, Filopemén


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