En la provincia de Hatay, al sur de Turquía, hay una cadena montañosa que en lengua local recibe el nombre de Nur Dağları, aunque los árabes la conocen como Jabal al-Lukkam y en castellano se ha adoptado su denominación griega, Amanus. Mide unos doscientos kilómetros de longitud y su techo es el Mıgır Tepe o Bozdağ, de 2.240 metros de altitud. También fue el hogar de un pueblo cristiano que, ayudado por el Imperio Bizantino, consiguió mantener su independencia frente al avance del Califato hasta el año 708, en que cayó derrotado, pese a lo cual se le permitió conservar su fe a cambio de colaboración militar. Nos referimos a los mardaítas.

A pesar de que algunos maronitas reivindiquen descender de ellos, no hay que confundirlos. Los maronitas son cristianos de la Iglesia Siríaca de Antioquía que coinciden plenamente con la Católica en lo doctrinal y se diferencian apenas en los rituales que celebran (tradición litúrquica antioquena), en el uso de la lengua siríaca occidental (con el árabe libanés como auxiliar) y en las estructuras propias que forman su institución (con sede en Líbano y un patriarca al frente). En cambio, los mardaítas son fieles al Concilio de Calcedonia (451 d.C.) y, por tanto, ortodoxos.

Las diferencias teológicas están en que seguían dos doctrinas, según el grupo. La primera era el miafisismo (o henofisismo), que defiende que en Jesucristo hay una sola naturaleza unida, humana y divina a la vez. Y la otra doctrina era el monotelismo, que admitía dos naturalezas para Jesucristo, la humana y la divina, pero con una única voluntad. Predicado por el patriarca Sergio de Constantinopla, el monotelismo pretendía aunar el monofisismo predicado por el monje Eutiques, que sólo admitía una naturaleza en Cristo, y el cristianismo trinitario, según el cual Dios es un ser único en tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Una especie de punto de encuentro.

Mardaítas
Icono bizantino con la efigie de San Cirilo, patriarca de Alejandría. Crédito: Ted / Wikimedia Commons / Flickr

Eso en cuanto a religión, pero ¿qué hay de su etnia? No se sabe gran cosa al respecto. Algunos expertos creen que los mardaítas eran persas zoroástricos convertidos al cristianismo, basándose en análisis lingüísticos que los vinculan con los amardos o mardos, un pueblo nómada iranio que, según cuenta Estrabón, en la época Clásica habitaba el entorno montañoso del sur del mar Caspio. Pero pudo ser una mera transferencia nominal, de ahí que otros extiendan el abanico de posibilidades y sugieran que se trataba de armenios, arameos o los tres tipos.

Y los hay que, atendiendo a su nombre en siríaco (gargumaye) y árabe (al-jarājimah), los hacen proceder de la ciudad de Jurjum, que estaba en Cilicia. De hecho, la palabra árabe marada es el plural de mared, que podría traducirse de varias formas pero todas ellas relativas a algo grande y en cierto modo aplicables a los mardaítas desde el punto de vista musulmán de entonces: un gigante, una montaña, un genio sobrenatural o incluso un rebelde pertinaz. En cualquier caso, se mantenían unidos gracias a la religión, no a la lengua ni a la etnia.

Respecto a lo último, hay que tener en cuenta que ese pueblo no se mantuvo aislado y puro sino que recibió un importantísimo aporte de esclavos fugados, básicamente griegos y arameos que huían de la expansión omeya y cuya cantidad bien pudo alterar la composición étnica original. Y es que la otra gran hipótesis es la griega: los mardaítas serían helenos, aunque no necesariamente de Grecia sino de algún punto indeterminado del Levante o incluso de la península arábiga al que llamaban Mardistán, al noroeste del lago turco Van. Ello se sustenta en dos argumentos.

Mardaítas
Los montes Amanus vistos desde la provincia turca de Hatay. Crédito: Radyokid / Dominio público / Wikimedia Commons

En primer lugar, lingüísticamente también se puede ver una huella griega, ya que el término heleno Μαρδαΐται se utilizó en el Imperio Bizantino, en el que se hablaba ese idioma (en su versión medieval). Era una palabra sinónima de apelatai o akritai, como los bizantinos llamaban a los soldados fronterizos que custodiaban los límites orientales del Imperio frente a los musulmanes, tal como canta la epopeya romántica del siglo XII Digenes Akritas (Dígenes= «dos razas»; Akritas: «fronterizos»).

Como indica el título, se trataba de infantería ligera -también caballería, la trapezitai o tasinarioi– reclutada entre la población nativa bizantina y armenia entre los siglos IX y XI, constituyendo una combinación de tropas profesionales y milicias locales. Lo mismo efectuaban incursiones y escaramuzas que ayudaban a la gente a evacuar y la protegían cuando era el enemigo el que llevaba a cabo las razias, acosándolo hasta que llegaban refuerzos. Sin embargo, también solían practicar el bandidaje y en los Balcanes se les conocía como chonsaroi (ladrones, en búlgaro).

Retomando la argumentación helenista de los mardaítas, otro factor a considerar en ese sentido es que siempre permanecieron fieles al Imperio Bizantino, obedeciendo sus instrucciones de enfrentarse a los musulmanes, cosa que no harían los marionitas por ejemplo. Es cierto que tampoco está claro si su nombre se debe a que no estaban integrados en la autoridad política del emperador de Constantinopla o a que vivían en las montañas, un lugar de acceso complicado que les permitió resistir el avance omeya.

Mardaítas
El Levante hacia el 700 d.C., entonces bajo los omeyas. El mapa muestra los bastiones mardaítas del monte Líbano y la Montaña Negra. Crédito: Jack Keilo / Wikimedia Commons

Porque la cordillera Amanus constituía una frontera natural entre los dominios árabe y bizantino, el muro que separaba Cilicia de Siria y que se extiende desde el sur de los montes Tauro y el río Ceyhan hasta el Mediterráneo, entre el golfo de Alejandreta y la desembocadura del Orontes. Dos eran los pasos principales para cruzarlo: el que en la Antigüedad era conocido como las Puertas Sirias (en Belén, pero no la ciudad palestina sino la turca homónima), y el de la Puerta Amania (en la también turca Bahçe), habiendo otro más al norte llamado Paso de Nurdağ.

Como decíamos, los dominios de los mardaítas iban desde el noroeste de Siria hasta Galilea y consideraban que alcanzaban hasta lo que historiadores griegos y sirios reseñan como «ciudad sagrada». A menudo se identifica ésta con Jerusalén por razones obvias, pero parece más probable que se refiriesen a Hagiópolis, también denominada Kyrrhos, o Cirro (nada que ver con el rey persa Ciro), fundada por Seleuco I Nicátor y capital de la Cirréstica, una región situada entre la llanura de Antioquía y el antiguo reino helenístico de Comagene.

Tras la conquista del Levante por el Califato Ortodoxo o Rashidun (el primero, que duró del 632 al 661 y tuvo cuatro califas, siendo Medina su capital), los mardaítas obtuvieron un estatus de semiindependencia en su región, Marada (cuya capital era la libanesa Baskinta), aunque integrados en el Al-Awasim, la provincia colindante con el Imperio Bizantino. Esa prerrogativa se les concedió a cambio de servir como mercenarios controlando la mencionada Puerta Amania. Sin embargo, la coyuntura histórica determinó la dirección de su lealtad, ofreciéndola no pocas veces hacia el emperador de Constantinopla.

Sirvieran a quien sirvieran, sus tierras se convirtieron en un frecuente santuario para multitud de esclavos evadidos, incrementando el número de habitantes y diversificando la composición étnica de los mardaítas en la misma medida que reforzaban sus fuerzas militares. Dado que la mayoría de aquellos fugados eran griegos y sirios que huían de sus amos musulmanes, el califa Muawiya ibn Abi Sufyán, fundador del Califato Omeya en el 663, tuvo que tragar el ser tributario del emperador Constantino IV o quizá de los propios mardaítas.

Mardaítas
La expansión musulmana. Crédito: Romain0 / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Esa situación se agravó entre el 668 y el 669, cuando Justiniano II envió a éstos a una campaña por Siria para asegurar su dominio de la región. Durante las operaciones, que llevaron a los mardaítas hasta lo que hoy es el Líbano, hubo otra catarata de esclavos y campesinos sometidos que aprovecharon para escapar y unírseles. Consecuentemente, los omeyas vieron redoblada su humillación y, por un segundo tratado, tuvieron que pagar a los bizantinos la mitad del tributo de Chipre, Armenia e Iberia (no Hispania, a donde aún no habían llegado, sino el reino caucásico que hoy es Georgia).

Para asegurar la paz, el emperador se comprometió a reubicar a unos doce mil mardaítas en Isauria (es posible que el futuro emperador iconoclasta León III el Isauriano estuviera emparentado con ellos) y en zonas de Grecia como la ciudad de Nicópolis (en el Épiro), la región de Laconia (en el sur del Peloponeso) y la isla de Cefalonia, para repoblarlas tras la caída demográfica que habían sufrido en guerras anteriores. En esos sitios, los mardaítas vieron reforzado su vínculo helénico al incorporarse a los Vardariotas del ejército bizantino (guardias de palacio de origen magiar) y reclutados como remeros y marineros en la armada cibirreota (un thema en la costa meridional de Asia Menor), con base en Adalia (actual Antalya).

No obstante, el grueso de su gente se quedó en el Amanus y continuó llevando su tempestuosa vida de frontera, con incursiones periódicas sobre territorio del califato, hasta el 708. Ese año, el príncipe omeya Maslama ibn Abd al-Malik, que acababa de capturar Tyana (una ciudad bizantina situada en Capadocia, al pie de los montes Tauro, estratégicamente interesante para controlar las Puertas Cilicias) en represalia por la muerte un año antes del general Maimun el Mardaíta, derrotó a aquellos molestos montañeses cristianos y se apoderó de sus tierras.

Mardaítas
Reubicaciones de mardaítas y otras etnias después del 685 d.C. Crédito: Yannis Stouraitis / Dominio público / Wikimedia Commons

Los mardaítas fueron expulsados y reasentados por todos los rincones de Siria, disgregados para evitar insurrecciones. Pese a todo, Maslama no sólo les permitió conservar su religión sino que les ofreció unirse a sus tropas para futuras expediciones; las primeras contra los bizantinos, luego contra los jázaros y, en el 717, en el segundo -y fracasado- asedio de Constantinopla. A partir de ahí, la historia de los mardaítas se difumina y las únicas noticias que hay de ellos proceden de fuentes árabes.

Por ejemplo, en su obra Kitab al-Aghani («Libro de las canciones»), el historiador, poeta y musicólogo abasí Abu al-Faraj al-Isfahani dice que en su época -el siglo X- al pueblo mardaíta se le daban diversos nombres según la ubicación geográfica y/o su papel en el ejército: Banū al-Aḥrār en Saná (Yemen), aḥāmira en Kufa (Irak), asawira en Basora (Irak), khaḍārima en Al-Jazira (provincia califal en la Alta Mesopotamia) y jarājima en Bilad al-Sham (provincia califal que abarcaba aproximadamente los actuales Líbano, Siria, Israel, Jordania y Palestina). Mantuvieron cierta autonomía hasta diluirse al final de las Cruzadas, con los abásidas. No obstante, su recuerdo perdura entre los cristianos de Oriente Próximo, cuya difícil supervivencia impele a recurrir a modelos del pasado.

Por eso durante la Guerra Civil Libanesa, que sacudió ese país entre 1975 y 1990 (motivada por la inmigración de cien mil refugiados palestinos, la Guerra Fría y la polarización religiosa entre cristianos y drusos por un lado, y musulmanes e izquierdistas por otro), algunos maronitas reivindicaron un hipotético pasado mardaíta y el futuro presidente libanés, Suleiman Frangieh, hasta creó una milicia maronita en 1967 que mandaba su hijo Tony y a la que bautizó Brigada Marada; con el fin de la contienda fue reconvertida en el Movimiento Marada, que en 2006 pasó a ser el partido político El-Marada, alineado en la oposición junto a Hezbolá.


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