En el año 2006 el gobierno de Seúl anunció que el Guksa Pyeonchan Wiwonhoe (Instituto Nacional de Historia de Corea) había acometido la digitalización de los Joseon Wangjo Sillok, es decir, los «Verdaderos Registros de la Dinastía Joseon» o más popularmente, los Anales de Joseon, mil ochocientos noventa y tres libros repartidos en 888 volúmenes escritos en caracteres chinos. Se trata de una serie de crónicas que documentan los sucesivos reinados de los monarcas de dicha dinastía, probablemente la que más tiempo se ha mantenido en el poder en la historia mundial: cinco siglos, desde 1392 d.C. hasta 1865 d.C., un período conocido como Gran Joseon.

Los Joseon sustituyeron a los Koryo, que gobernaban desde el 918 y habían unificado los Tres Reinos Tardíos en el 936 fundando el reino de Goryeo (del que deriva el nombre actual de Corea, alusivo a un territorio perdido en el sur de Manchuria), expandiendo las fronteras hasta ocupar la práctica totalidad de la península coreana e instaurando el budismo como religión oficial. Vivieron una etapa de esplendor, pero en los últimos años empezaron a tambalearse por una invasión mongola primero y por división interna después que terminó con su caída.

Y es que la corte se escindió en dos bandos enfrentados políticamente: el del general Yi Seonggye, que simpatizaba con los Ming, que acababan de hacerse con el trono de China, y el de quienes seguían al general Choe, que se negaba a ceder a la exigencia china de devolver la parte septentrional de Goryeo. Fue esta segunda facción la que logró imponer su estrategia: una campaña militar para atacar la península de Liaodong, en poder chino. El rey U aceptó la propuesta, pero entregó el mando a Yi Seonggye, quien lo aprovechó para dar un golpe de estado y derrocar al monarca.

Anales de Joseon
Retrato de época del rey Taejo. Crédito: Sithijainduwaraparanagama / Wikimedia Commons

Luego colocó un monarquía títere a la que acabó por echar cuando ésta intento una restauración. Entonces, Yi Seonggye fue eliminando a cuantos pudieran oponerse y fundó su propia dinastía, bautizándola Joseon en honor al antiguo estado coreano de Gojoseon y obteniendo la aquiescencia de los Ming; él mismo cambió de nombre, pasando a llamarse Taejo. Sus descendientes aseguraron el trono en el que, como hemos visto, consiguieron mantenerse cinco siglos. Y, quizá para dar una pátina de legitimidad, desde el principio se procedió a escribir la crónica de aquel nuevo período.

Eso no constituía una novedad. La costumbre de llevar un registro de cada reinado se remontaba a la China del siglo VI y después de Corea la imitarían también Japón y Vietnam. Se trataba de una iniciativa estatal realizada por ocho historiadores al servicio del gobierno, que incluían todas sus iniciativas legales y ejecutivas en los diversos ámbitos: político, económico, militar, personal… Generalmente se hacían al fallecer el mandatario de turno, aunque la recopilación de datos podía empezar antes, y con el tiempo tendió a hacerse en vida del titular, siempre siguiendo un estilo predeterminado para tener unidad formal.

Pese a que los historiadores eran funcionarios (pertenecían al Chunchugwan u Oficina de Registros Estatales), tenían la obligación de procurar mostrarse objetivos para no desvirtuar la calidad de su trabajo de cara a la posteridad. Por eso estaba vetado al acceso a la lectura de lo que escribían mientras no hubieran terminado; algo que se regulaba por ley y de forma tan estricta que estaba prevista la pena de muerte para quien la infringiera (o para el historiador que la mostrara). El propio monarca debía esperar a la conclusión del registro, si aún vivía, aunque esto no siempre se cumplió.

Un ejemplo de infracción tuvo lugar en el reinado de Yeonsangun, el décimo de los Joseon, que estuvo en el trono de 1494 a 1506. Se empeñó en leer los Anales y, descontento, no sólo desató una represión contra varios opositores que aparecían reflejados sino que ejecutó a cinco de los historiadores. Yeonsangun estaba considerado un tirano y por eso fue un caso especial que sirvió de vacuna; en lo sucesivo, se dificultó el acceso del soberano a los textos y en determinados momentos se previó el posible desagrado de su sucesor encargando una revisión a otro grupo de historiadores de la oposición.

Anales de Joseon
Retrato en acuarela de Yeonsangun siguiendo las descripciones que le atribuyen una piel muy blanca y belleza casi femenina. Crédito: Валерия Кореева / Wikimedia Commons

Como se puede deducir de todo esto, los historiadores acompañaban siempre al rey en su quehacer diario tomando notas de todo, en lo que se conocía como Seungjeongwon ilgi, el Diario de la Secretaría Real. Dado que el Chunchugwan estaba supervisado por tres consejeros de Estado, funcionaba también como archivo oficial y en él se iban guardando los Sacho o datos que los historiadores tomaban para después proceder a una redacción formal, en chino clásico, de los Sillok o Verdaderos Registros.

El encargado de compilar esa versión definitiva era un comité denominado Sillokcheong, integrado por más académicos y funcionarios de alto rango, que añadían datos complementarios sacados de memorandos privados de los historiadores, diarios, estadísticas administrativas, etc. La labor pasaba por tres fases: primera, reunión de fuentes y elaboración de un borrador inicial; segunda, redacción de otro borrador que revisarían los altos funcionarios; y tercera, escritura del documento final, que se hacía ya fallecido el monarca o poco antes.

A continuación, esos bocetos, el Sacho y todas las fuentes privadas se trituraban con agua para convertirlos en simple pulpa y destruirlos, evitando posibles filtraciones; la finalidad de esto era borrar cualquier comentario que algún historiador hubiera podido incluir bajo influencia política. El Sillok pasaba entonces a los archivos del Chunchugwan y tres copias a los de los condados de Chungju, Jeonju y Seongju, donde quedaban custodiados para la posteridad y servían de punto de partida para el siguiente Sacho, correspondiente al nuevo mandatario.

Los historiadores estaban protegidos por ley y tenían el deber de registrarlo todo, incluso aquéllo que no resultara del agrado del rey (el caso mencionado antes fue una excepción). Buen ejemplo de ello serían los Anales de Taejong, quien se cayó del caballo cuando éste tropezó mientras cazaba un ciervo y, al levantarse del suelo humillado, musitó entre dientes que no se enterasen los historiadores; no le hicieron caso y, como se ve, no sólo anotaron el incidente sino también su inútilmente expresado deseo.

Anales de Joseon
Antigua pintura representando el desembarco japonés en Busán. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Taejong fue el tercero de la dinastía y reinó de 1401 a 1418; por entonces, los Sillok todavía eran manuscritos. Eso significa que los de sus dos predecesores (su padre, el citado Taejo, que reinó de 1392 a 1398, y su hermano Jeongjong, que lo hizo sólo un año entre 1399 y 1400) también se redactaron así. Pero a partir de Sejong, vástago y sucesor de Taejong, pasaron a ser impresos (ya había imprentas de tipos móviles, tanto en madera como en metal), siendo Corea el primer país en hacerlo. Algo que permitió introducir una novedad en 1445: hacer las referidas tres copias de cada original con el objetivo de asegurar su superviviencia en caso de siniestro.

Lamentablemente, se impuso la cruda realidad. Entre 1592 y 1598, durante las invasiones que llevaron a cabo las tropas del regente japonés Toyotomi Hideyoshi en su campaña de conquista de China (de la que Corea era un país vasallo), todas las obras resultaron destruidas excepto las depositadas en Jeonju, que se salvaron del fuego gracias a la intervención de varios estudiantes. Terminada la guerra, el gobierno decretó que se ampliase en cuatro más el número de copias, quedando archivadas en Myohyang-san, Taebaeksan, Odaesan, y Manisan.

No fue aquélla la única vez en que hubo que lamentar daños. Las copias del Chunchugwan volvieron a perderse en 1624, al estallar la Rebelión de Yi Gwal (un general que intentó un golpe de estado para impedir la detención de su hijo, al que se pretendía forzar a confesar la participación de su progenitor en otra conspiración anterior) y las de Manisan desaparecieron en 1636, durante la segunda invasión manchú (la de los Qing chinos, que querían cortar la colaboración coreana con los Ming, a los que trataban de derrocar).

Esas desgracias provocaron sendos traslados documentales a Jeoksangsan, en la isla Ganghwa, el primero en 1633 y el segundo en 1678. Los siguientes tres siglos fueron tranquilos en ese sentido, pero en 1910 los japoneses volvieron a invadir Corea, de la que ya no se irían hasta finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945. Bajo su mandato, los archivos de Jeongjoksan y Taebaeksan fueron transferidos a los fondos de la Universidad Imperial Keijō (Seúl), fundada por ellos, mientras que trasladaron los de Odae-san a la Universidad de Tokio.

Anales de Joseon
Otra edición de los Anales de Joseon. Crédito: Cultural Heritage Administration / Gobierno de Corea del Sur / Wikimedia Commons

En 1923, el Gran Terremoto de Kantō (Kantō es una enorme llanura que ocupa la región homónima del centro de la isla de Honshu) sacudió durante varios minutos la ciudad de Yokohama y las prefecturas de Chiba, Kanagwa, Shizuoka y Tokio. En esta última provocó una tormenta de fuego que arrasó cuanto encontró a su paso, quemando vivas a decenas de miles de personas. Los inmigrantes coreanos sufrieron luego un sangriento pogromo, acusados de ser los culpables; y entre las pérdidas procedentes de ese país hubo que contar también la mayor parte de los Anales de Joseon expoliados.

Únicamente se salvaron cuarenta y siete libros, que Japón no devolvió hasta 2006. Cabe añadir que los correspondientes a los dos últimos emperadores de Corea, Gojong y Sunjog, no suelen incluirse en la colección con los demás por considerarse parciales, ya que eran gobernantes títeres de los nipones y éstos interfirieron en su elaboración. Por eso están excluidos también de su catalogación como Tesoro Nacional y del Programa Memoria del Mundo de la UNESCO. El último libro admitido es el correspondiente a Cheoljong, compilado en 1865.

Como epílogo, digamos que las copias de Jeoksangsan fueron parcialmente saqueadas el 15 de agosto de 1945, Día de la Liberación Nacional de Corea, al igual que otra parte de sus libros fue llevada a Corea del Norte en algún momento entre 1950 y 1953, durante la Guerra de Corea. El resto se conservan en la Kyujanggak (Biblioteca Real) de la Universidad de Seúl y en los Archivos Nacionales, que tienen su sede en Busán. La última noticia es que se traducirán al inglés en 2033.



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