En el siglo XIV el poder en Europa se encontraba en gran medida en manos de la aristocracia. Sorprendentemente, un quinto de las personas que gobernaban eran mujeres. La historiadora Erika Graham-Goering, especialista en el poder medieval en Francia durante este período, explica que la influencia de las mujeres fue relevante y, en muchos casos, estaba al nivel de los hombres. Según Graham-Goering, el poder en la Edad Media era complejo y dependía no solo de la fuerza, sino también de la diplomacia y la capacidad para negociar, especialmente en tiempos de conflicto, como la Guerra de los Cien Años.

En la Francia del siglo XIV, gobernada por la Casa de Valois, el poder centralizado en París coexistía con territorios bajo regímenes de autogobierno, como era el caso en el este, donde el Sacro Imperio Romano tenía influencia. Las diferencias regionales se manifestaban en la variedad de idiomas y dialectos, una prueba de la diversidad cultural y política. Este contexto permitió a los aristócratas ejercer un poder local significativo, adaptándose a las demandas de la monarquía y las comunidades locales.

Graham-Goering señala que, en lugar de la visión estrictamente autoritaria que se suele tener de la Edad Media, el poder local dependía de negociaciones y compromisos constantes. En muchas localidades, varias personas compartían el control en lo que se conoce como “corregencia”, un sistema en el que hasta 20 señores podían ejercer poder en un mismo territorio. Este modelo redujo los conflictos y mejoró la cooperación entre la aristocracia y los campesinos, quienes, al contar con varios líderes, tenían más opciones para resolver disputas y necesidades locales.

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Mapa de Francia, Año 1350: Los estados de la corona (azul) estaban más directamente sujetos a la influencia del rey, mientras que los feudos (rojo) tenían más autonomía. Las zonas amarillas muestran los territorios conquistados por Inglaterra durante la Guerra de los Cien Años. Crédito: E. Graham-Goering

Con el comienzo de la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra (1337–1453), el rey francés buscó consolidar su poder y unificar la nación. Este conflicto otorgó a la monarquía una oportunidad para fortalecer su dominio al presentarse como el protector de los intereses nacionales contra un enemigo externo. Sin embargo, el rey solo pudo consolidar su autoridad recurriendo a la cooperación de la nobleza. Con un escaso personal administrativo de unos 4.000 funcionarios para 15 millones de habitantes, la monarquía necesitaba el respaldo de los señores locales, quienes, a cambio, conservaban autonomía en sus regiones.

Este equilibrio de poder también se evidenció en el sistema fiscal. Aunque el rey podía imponer impuestos en casos de guerra o crisis, estos requerían la aceptación de los nobles para ser recolectados de forma efectiva. Los señores locales tenían que aprobar estas contribuciones y colaborar con la administración real, lo que convertía la recaudación en un proceso de colaboración.

El papel de las mujeres en la política medieval ha sido, a menudo, minimizado, pero los estudios de Graham-Goering demuestran que, en un sistema de sucesión hereditaria, muchas mujeres llegaron a ejercer poder. Entre los ejemplos más destacados está Jeanne de Penthièvre, duquesa de Bretaña, quien, tras heredar el ducado a los 15 años, luchó en una guerra de 24 años para conservar su posición. Durante este tiempo, demostró habilidades de liderazgo comparables a las de los hombres de su época.

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Christine de Pizán entregando su libro a la reina Isabel de Baviera Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Las mujeres aristócratas, como Christine de Pizan, reconocida escritora de la época, debían conocer leyes y normas de liderazgo, y podían intervenir en temas de defensa militar si era necesario. Pizan resaltaba la capacidad de las mujeres para asumir roles de mando. Si bien eran más vulnerables a los golpes de estado y usurpaciones, las mujeres en la nobleza podían conservar su posición mediante el matrimonio, manteniendo el control sobre sus tierras incluso después de casarse.

La paradoja de la historia medieval es que, mientras los sistemas de gobierno eran autoritarios, las mujeres contaban con una oportunidad razonable de llegar al poder gracias a la sucesión familiar. Sin embargo, con la llegada de la democracia tras la Revolución Francesa, el acceso de las mujeres a puestos de poder disminuyó drásticamente. Se prohibió su participación política activa, al no poder votar ni ser elegidas, lo que significó una pérdida de poder que anteriormente ostentaban en el sistema feudal.

Este contraste histórico plantea interrogantes sobre el impacto de los cambios políticos en los roles de género. Graham-Goering subraya que, en la Edad Media, el acceso al poder dependía de la capacidad para gestionar responsabilidades, negociar y adaptarse a circunstancias complejas. En definitiva, el análisis de este período resalta una visión menos monolítica y más negociadora del poder medieval, en el que mujeres y hombres, aunque con limitaciones distintas, desempeñaban roles complementarios en la gestión del poder local y regional.



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