En una época en la que el paso del tiempo estaba dictado por el movimiento del sol y las estaciones, la introducción del “tiempo de reloj” en la Grecia helenística, aproximadamente en el siglo III a.C., marcó un cambio radical en la vida de la población. La historiadora Sofie Remijsen, investigadora de la Universidad de Ámsterdam, ha profundizado en este fenómeno y en su estudio, publicado recientemente en la revista Klio, detalla cómo el uso del reloj se expandió rápidamente en las principales ciudades helenísticas, transformando la manera en que las personas organizaban su vida cotidiana, especialmente en lugares como Atenas, Alejandría y Roma.
Según la investigación de Remijsen, el concepto de tiempo de reloj comenzó a consolidarse en Alejandría hacia el año 300 a.C. Gracias a los avances en astronomía, la ciencia griega adaptó y perfeccionó el conocimiento egipcio para crear un sistema horario que dividía el día en horas de duración variable según la estación del año. Estos primeros relojes permitieron medir el tiempo con mayor precisión y crearon un sistema en el que las actividades se podían fijar y coordinar en función de horas concretas, un fenómeno inédito hasta ese momento.
El tiempo de reloj o “hora” difería de las horas equinocciales modernas, que siempre tienen la misma duración. Los días y las noches en la Grecia helenística se dividían en doce horas que variaban en duración dependiendo de la época del año. Para el verano, las horas del día eran más largas que las de la noche, mientras que en invierno la situación se invertía. Esta subdivisión artificial fue esencial para tareas como la organización de eventos y actividades civiles, religiosas y militares.
En la Atenas de finales del siglo IV a.C., se construyeron los primeros relojes públicos, y más tarde la famosa Torre de los Vientos en el ágora de Atenas se convirtió en un símbolo del poder y la importancia del tiempo en la vida urbana. Sin embargo, fue en Alejandría, el gran centro de conocimiento de la época, donde se perfeccionaron los relojes de agua y solares para que pudieran marcar horas “estacionales”. Esta ciudad se convirtió en el epicentro de una revolución en la percepción del tiempo, que no tardó en extenderse al resto de la cuenca mediterránea.
La aceptación de este nuevo concepto temporal fue en gran parte posible gracias a las élites de las ciudades helenísticas. Remijsen destaca que los primeros en adoptar esta innovación fueron las clases altas y los círculos de académicos, particularmente en centros como Alejandría y Atenas. En estos lugares, las horas fijas comenzaron a ser una característica de los eventos sociales. Los festines y banquetes, actividades comunes en la vida de la élite, se organizaron conforme a un horario preestablecido que marcaba la hora de inicio y fin.
La adopción del tiempo de reloj se convirtió en un símbolo de prestigio, y esto permitió que la idea se expandiera rápidamente a través de los círculos de poder y cultura. La movilidad de la élite cosmopolita, que se desplazaba entre diferentes ciudades helenísticas en misiones diplomáticas o religiosas, permitió que el concepto de horas se estableciera en una red de ciudades importantes como Atenas, Rodas y Roma.
Además, el auge de la literatura y la difusión de obras cómicas reflejaban esta obsesión naciente con el tiempo de reloj. Autores griegos, como Menandro, y después Plauto en Roma, comenzaron a satirizar la dependencia de la población hacia los relojes en sus obras, lo cual muestra que, al menos entre los sectores altos de la sociedad, el uso del tiempo de reloj era ya una práctica común.
Sin embargo, las élites urbanas no fueron las únicas responsables de la difusión de este sistema. Según Remijsen, el verdadero motor de la propagación del tiempo de reloj hacia otros sectores de la sociedad fueron los ejércitos helenísticos, especialmente los soldados del ejército ptolemaico en Egipto. En el ámbito militar, la precisión horaria era una necesidad estratégica. Durante las campañas de Alejandro Magno, se utilizaba una forma rudimentaria de medir el tiempo mediante las “vigilias”, un sistema que dividía la noche en cuatro partes iguales para coordinar guardias y operaciones.
A medida que los relojes de agua y solares se fueron perfeccionando, los soldados griegos en Egipto empezaron a adoptar el sistema de horas para organizar sus movimientos y registros militares. La investigación indica que ya hacia el año 260 a.C., los documentos administrativos del ejército ptolemaico contenían menciones al tiempo de reloj en informes sobre movimientos de mensajeros y registros de envío de mensajes. Esto muestra que los soldados no solo usaban el tiempo de reloj en campaña, sino que lo trasladaban a sus actividades administrativas, expandiendo su uso a lo largo del Mediterráneo.
La influencia de estos soldados fue decisiva en el Egipto helenístico, ya que muchos de ellos recibieron tierras tras el servicio militar y se establecieron en comunidades rurales donde comenzaron a aplicar el tiempo de reloj en sus actividades agrícolas y cotidianas. Esta práctica pronto fue adoptada por otros griegos asentados en Egipto, lo cual ayudó a que la noción de horas se consolidara en las comunidades rurales de todo el país.
Otro punto clave en la difusión del tiempo de reloj fue el gimnasio, una institución que, además de servir como centro de entrenamiento físico, actuaba como un espacio de socialización y formación cívica para los jóvenes griegos. Durante el período helenístico, el gimnasio se convirtió en una institución esencial en las ciudades, y era común que muchos de ellos estuvieran equipados con relojes solares o de agua.
En estos gimnasios, los jóvenes aprendían a organizar sus actividades según un horario específico, interiorizando el concepto del tiempo de reloj como parte de su formación. Las leyes que regulaban el funcionamiento de los gimnasios establecían horarios fijos para las actividades, lo cual permitía a los estudiantes entender la importancia de llegar puntualmente a los entrenamientos. Este proceso educativo fue determinante para que el uso del tiempo de reloj se volviera común en las generaciones siguientes.
En ciudades como Beroia y Ai Janum, se han encontrado inscripciones de esta época que muestran cómo se establecían las horas de entrenamiento en los gimnasios locales, lo cual confirma que el tiempo de reloj era ya una práctica cotidiana en estas instituciones.
Aunque el concepto de horas nació en Grecia, Roma también fue seducida por esta innovación. La evidencia histórica apunta a que en el año 263 a.C. se instaló el primer reloj solar en Roma, una pieza traída como botín de guerra desde Catania, en Sicilia. Aunque este reloj no estaba calibrado para la latitud de Roma, su instalación marcó un hito en la capital, y pronto se popularizó entre los ciudadanos.
A medida que Roma se expandía por el Mediterráneo y aumentaba su contacto con el mundo griego, el tiempo de reloj fue ganando adeptos. Para finales del siglo III a.C., los autores romanos hacían referencia a las horas en sus textos, y algunos cronistas de guerra, como Polibio, detallaban las horas exactas de ciertos movimientos militares.
El estudio de Sofie Remijsen revela cómo el tiempo de reloj, un sistema artificial de medición temporal, revolucionó el mundo helenístico en menos de dos siglos. La adopción de este sistema no solo permitió que las actividades militares, religiosas y civiles se organizaran de una forma más precisa, sino que sentó las bases para la percepción del tiempo como algo que podía ser medido y dividido en segmentos estandarizados.
Este avance marcó el inicio de una nueva era en la que el tiempo dejó de ser una referencia abstracta y se convirtió en una herramienta práctica para la vida cotidiana, un legado que perduró hasta la modernidad y que, más de dos mil años después, sigue siendo un aspecto esencial de nuestra vida diaria.
FUENTES
Remijsen, Sofie. Living by the Clock II: The Diffusion of Clock Time in the Early Hellenistic Period. Klio, vol. 106, no. 2, 2024, pp. 569-593. doi.org/10.1515/klio-2023-0036
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