En un contexto marcado por la escasez de agua y la desesperación colectiva, la ofrenda masiva de niños sacrificados al dios de la lluvia, Tláloc, llevada a cabo en el siglo XV, surgió como una respuesta a la sequía que devastó a la población y las cosechas entre 1452 y 1454, cuando las lluvias no llegaron y los campos quedaron inertes. A través de los sacrificios, los mexicas intentaban atraer las lluvias y con ello asegurar su supervivencia y estabilidad social.
Esta tragedia climática fue uno de los temas abordados en el IX Encuentro Libertar por el saber, titulado “Agua y vida”, realizado por El Colegio Nacional. En el encuentro, el arqueólogo Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor (PTM) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), ofreció una perspectiva profunda a la luz de nuevos datos sobre la Ofrenda 48, hallada en 1980, y que contenía los restos de al menos 42 infantes sacrificados a Tláloc.
El agua era la fuente primordial de vida en la Cuenca de México y un elemento indispensable para la agricultura, que constituía la base económica y alimentaria de los mexicas. La religiosidad mexica estaba profundamente vinculada con los ciclos naturales y el sustento del pueblo dependía de las lluvias. Tláloc, el dios de la lluvia y la fertilidad, era una de las deidades más importantes en su panteón. En su honor, se realizaban ofrendas y rituales con la esperanza de asegurar las precipitaciones y, por ende, el éxito en las cosechas.
Durante este encuentro, López Luján destacó que, en nueve de los dieciocho meses que conformaban el calendario agrícola mexica, se celebraban ceremonias específicas dedicadas a la provisión de lluvias, muchas de las cuales culminaban en el sacrificio de niños personificados como tlaloques, los asistentes de Tláloc. La ofrenda localizada en el lado noroeste del Templo Mayor, construida bajo el gobierno de Moctezuma Ilhuicamina, ilustra cómo la religiosidad se entrelazaba con las estrategias de adaptación ante crisis climáticas.
La Ofrenda 48 es una de las muestras más impactantes de este tipo de rituales. En ella se encontraron los restos de 42 niños, de entre dos y siete años, colocados dentro de una caja de sillares en una disposición cuidadosa. Los cadáveres estaban boca arriba, con las extremidades contraídas y dispuestos sobre una capa de arena marina, algunos de ellos adornados con collares de chalchihuites y con una cuenta de piedra verde en la boca, símbolo de lo sagrado.
Además, los restos fueron rociados con pigmento azul, color asociado a Tláloc, y acompañados de ofrendas que incluían calabazas, aves, elementos marinos y once figuras de tezontle policromado que representan la cara de Tláloc.
El antropólogo físico Juan Alberto Román Berrelleza analizó estos restos y encontró signos de hiperostosis porótica, una condición derivada de problemas nutricionales que refleja las difíciles condiciones de vida en esa época. Además de una lápida calendárica en la fachada oriente del Templo Mayor, perteneciente a las etapas IV y IVa, con la fecha ce tochtli (1 conejo – 1454 d.C.), la cual corresponde arquitectónica y temporalmente con la Ofrenda 48, el doctor indicó que el Atlas Mexicano de Sequía, muestra de forma incontrovertible que una sequía de grandes proporciones se registró entre el centro de México, de 1452 a 1454:
Todo parece indicar que las sequías en el verano temprano habrían afectado la germinación, el crecimiento y el florecimiento de las plantas previo a la canícula, en tanto que las heladas del otoño habrían atacado al maíz antes de su maduración. Así, la concurrencia de ambos fenómenos habría acabado con las cosechas y conducido a situaciones de hambruna prolongada.
La sequía de 1454, que duró tres años, causó una devastación sin precedentes en la Cuenca de México, afectando la economía, la agricultura y la vida cotidiana de la población. Fuentes históricas indican que el gobierno de Moctezuma Ilhuicamina intentó mitigar la hambruna ordenando la distribución de provisiones almacenadas en los almacenes reales.
Sin embargo, estas medidas fueron insuficientes y muchas familias se vieron obligadas a tomar decisiones drásticas, como vender a sus propios hijos a pueblos cercanos, incluyendo a los totonacos del Golfo de México y los cohuixcas de Guerrero, a cambio de víveres.
El sacrificio de infantes en la Ofrenda 48 refleja el grado de desesperación y las complejas dinámicas religiosas y económicas que regían en ese momento. Las fluctuaciones climáticas no solo afectaron las cosechas, sino que también pusieron en riesgo la estabilidad social y política de la región.
Como señaló el doctor López Luján en su intervención, estudios posteriores de isótopos realizados en los restos de los sacrificados sugieren que algunos niños provenían de áreas como Oaxaca, Chiapas y Guatemala, lo cual resalta la extensión geográfica de las conexiones y recursos movilizados para estos rituales.
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