Un estudio reciente, publicado en la revista Klio por los investigadores Haggai Olshanetsky (Universidad de Varsovia) y Lev Cosijns (Universidad de Oxford), analiza las verdaderas causas de la decadencia del Imperio Romano de Oriente. Tradicionalmente, se ha creído que factores naturales, como la Pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía (LALIA) y la Plaga de Justiniano, jugaron un papel crucial en el debilitamiento del imperio durante el siglo VI d.C. Sin embargo, esta nueva investigación desafía esta visión, argumentando que el imperio podría haber experimentado un auge poblacional en ese mismo periodo.
El artículo de Olshanetsky y Cosijns revisa minuciosamente la evidencia arqueológica disponible, utilizando datos de asentamientos, naufragios y patrones comerciales en el Mediterráneo. A partir de este análisis, los investigadores sugieren que ni el cambio climático ni la plaga habrían causado un colapso en el siglo VI, como plantean algunos historiadores. En su lugar, argumentan que las causas del declive pueden estar más relacionadas con factores humanos y militares, especialmente en el siglo VII, cuando el imperio enfrentó invasiones persas y la expansión islámica.
¿Por qué caen los imperios? Esta es una de las preguntas que fascinan a muchos, tanto en el mundo académico como entre el público en general, indican los investigadores. En la búsqueda de una respuesta, las emociones se disparan y la imaginación puede volar. La intervención humana, sobre todo en forma de guerra, suele atribuirse al declive de los imperios. Hasta hace 40 años, la investigación histórica se orientaba en esta línea de pensamiento. Sin embargo, en las últimas décadas han surgido nuevas sugerencias que atribuyen el auge y la caída de los imperios al clima y las enfermedades.
Muchas de las sugerencias se centraron en el declive del Imperio Romano, siendo el trabajo de Kyle Harper el más infame de todos ellos. Algunos creen que la guerra romano-persa de 602-628 d.C., incluidos los 14 años de conquista de Judea/Palaestina (el actual Israel y Cisjordania) y Egipto, y la conquista islámica tras la batalla de Yarmuk de 636 d.C., no deben considerarse las únicas causas de la decadencia del Imperio Romano de Oriente. Según esta interpretación, el enfriamiento del clima durante la LALIA (536-660 d.C.) y la devastadora Plaga de Justiniano (541 d.C.) habrían reducido drásticamente la población, afectando la agricultura y el comercio, lo que debilitó la estructura del imperio.
Olshanetsky y Cosijns cuestionan esta interpretación, destacando que la evidencia arqueológica utilizada para sustentar estas teorías es limitada y, a menudo, parcial. Según sus hallazgos, numerosos estudios sobre asentamientos y patrones comerciales en el Mediterráneo sugieren una continuidad en el siglo VI, e incluso una posible expansión. Este nuevo enfoque parte de datos macro y micro: por un lado, analizan el comercio en el Mediterráneo a partir de naufragios, y por otro, examinan sitios arqueológicos específicos, como la ciudad de Elusa en el desierto del Negev y Escitópolis, en Judea/Palestina.
La investigación demuestra que no solo hubo un colapso poblacional o económico, sino que podría haberse mantenido e incluso aumentado la actividad comercial y agrícola en la región oriental del Mediterráneo durante el siglo VI. Los estudios previos, señalan los investigadores, se apoyaban en una selección de fuentes textuales antiguas y no reflejaban adecuadamente la variedad y cantidad de evidencia arqueológica disponible.
En cuanto al impacto del cambio climático, el estudio indica que el enfriamiento de la LALIA pudo haber sido mucho menos severo en las regiones del Imperio Romano de Oriente. Aunque se estima que en las latitudes más altas del hemisferio norte la temperatura media anual descendió hasta 1,6 °C, los efectos en regiones más al sur, como Egipto y Judea, habrían sido mucho más leves, con un descenso de apenas 0,25 °C. Los autores destacan además que, según fuentes antiguas, los efectos climáticos relacionados con el polvo volcánico del 536 d.C. fueron limitados y de corta duración fuera de Europa.
Uno de los aspectos más destacados del estudio es el cuestionamiento del impacto de la Plaga de Justiniano, a menudo considerada como una de las pandemias más letales de la historia antigua. Según Olshanetsky y Cosijns, la evidencia arqueológica no respalda un colapso poblacional catastrófico en el imperio debido a la plaga. Señalan que algunos investigadores han exagerado el impacto, y que no hay pruebas contundentes de que la plaga haya causado una despoblación masiva o una crisis económica irreversible.
Para los autores, muchos de los registros de “brotes” de la Plaga de Justiniano en los dos siglos posteriores podrían no ser reapariciones graves de la enfermedad, sino simples brotes menores o de otras enfermedades. Asimismo, estudios recientes sobre la genética de la peste sugieren que esta pudo haber llegado a Europa antes de lo que se pensaba, posiblemente conviviendo con la población sin causar una crisis poblacional.
Uno de los casos estudiados en profundidad por Olshanetsky y Cosijns es el de Elusa, un asentamiento en el desierto del Negev. Aunque estudios anteriores sugirieron que el abandono de basureros municipales en Elusa reflejaba un colapso social, los autores de este estudio señalan que la datación de los restos de basura no es concluyente. Según ellos, esta datación es limitada y poco representativa de la población en general, lo que les lleva a cuestionar la tesis de que el abandono ocurrió en el siglo VI y a proponer que esta caída podría haber sido gradual y ocurrir en el siglo VII, debido a las guerras y la desestabilización regional por invasiones.
En lugar de encontrar evidencia de un colapso súbito, los investigadores sostienen que la ocupación en Elusa y otros sitios continuó durante el siglo VI e incluso principios del VII. No es hasta la expansión islámica cuando el abandono de sitios en el Negev comienza a ser evidente, probablemente a causa de la fragmentación de las rutas comerciales y la reducción de la actividad agrícola.
La estabilidad de la actividad comercial en el Mediterráneo oriental es otro de los puntos fuertes de esta investigación. Los autores analizan datos de naufragios y concluyen que, lejos de haber una caída en el comercio en el siglo VI, los naufragios sugieren una continuidad o incluso un auge en las rutas comerciales del Mediterráneo oriental hasta finales de este siglo. Este flujo comercial, según argumentan, no refleja una crisis económica causada por plagas o cambios climáticos. Solo en el siglo VII, coincidiendo con las conquistas islámicas y el fin del conflicto con Persia, el comercio experimenta una notable disminución.
Los hallazgos de esta investigación también se apoyan en evidencias arqueológicas de Israel y otras áreas del Mediterráneo oriental, las cuales indican un crecimiento de la población y de los asentamientos durante el siglo VI. Estas evidencias muestran un auge en el número de asentamientos, y solo en el siglo VII aparece una disminución, que se asocia más a los conflictos militares y los cambios políticos que a fenómenos naturales.
FUENTES
Olshanetsky, Haggai and Cosijns, Lev. Challenging the Significance of the LALIA and the Justinianic Plague: A Reanalysis of the Archaeological Record Klio, vol. 106, no. 2, 2024, pp. 721-759. doi.org/10.1515/klio-2023-0031
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