Si preguntásemos quién era la persona más rica del mundo en la primera mitad del siglo XIX, probablemente muchos pensarán en la reina Victoria o algún multimillonario estadounidense tipo Vanderbilt, Rockefeller, Morgan o Ford. Pero la primera no subió al trono hasta 1837 y, por tanto, necesitó décadas para acumular su fortuna, calculada en torno a cien millones al final de su reinado; algo parecido ocurre con los norteamericanos, la mayoría de los cuales se enriqueció al final de la centuria, en paralelo al país y al albur del petróleo, la banca o la industria. Aún así, una y otros se quedaban muy debajo de un comerciante chino que llegó a acumular el equivalente a ocho mil millones de dólares. Se llamaba Howqua.

El gremio de hangshang (mercaderes chinos; los extranjeros se denominaban yanghang) de Cantón (actual Guangzhou) estaba formado por grandes hongs o clanes comerciales, de ahí que esa institución recibiera el nombre de Cohong. En su etapa primigenia ejercía el monopolio de importaciones y exportaciones desde el período final del emperador Kangxi, fallecido en 1722, aunque se estableció como tal en 1735 por un edicto imperial del emperador Qianlong. Al menos eso dice la historiografía china, ya que la occidental retrasa un poco la fundación a la última década del siglo XVIII.

En ese segundo caso se atribuye dicha creación a un mercader llamado Poankeequa. En 1757 se estableció el Yīkǒu tōngshāng o Sistema de Cantón, un régimen regulatorio con el que el Imperio Chino controlaba el comercio con Occidente, restringiendo las actividades comerciales al puerto de Cantón y obligando a desarrollarlas a través del Cohong; siempre bajo la supervisión de un hoppo o inspector de aduanas sometido a la autoridad del virrey local. El número de clanes familiares dedicados a ese oficio osciló a lo largo del tiempo entre cinco y veintiséis.

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Las Trece factorías de Cantón, los hong originales, plasmados por un artista chino. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Al tratarse de un monopolio, el Cohong era dueño del Shísān Háng o Distrito de las Trece Factorías, un barrio situado junto al río de las Perlas, fuera del recinto amurallado de la ciudad. Dichas factorías no eran talleres sino almacenes, oficinas y tiendas que alquilaban sus espacios físicos a los comerciantes occidentales, quienes tenían prohibido comprar propiedades en China y debían someterse a los precios que imponían los chinos. Como resulta fácil deducir, eso fue enriqueciendo al Cohong y por ende a sus integrantes, entre ellos la familia Wu, que era de la etnia hokkien y cuyos antepasados procedían de Fujian, dedicándose al cultivo de té con Cantón.

En su quinta generación nació Wu Guorong, que heredó la casa familiar y en 1686 pagó en plata la tasa requerida para ser uno de los trece mercaderes oficialmente autorizados de Cantón. Junto con Pan Zhencheng alias Puankhequa, un mercader de origen humilde que se había enriquecido en la Manila española, creó un hong, es decir, una compañía familiar; por tanto, se le considera uno de los fundadores del Cohong. Tuvo tres hijos y al fallecer en 1792 el negocio pasó a manos del segundo, Wu Bingjun, quien asentó la empresa bautizándola como Yihehang (Casa del Jardín). Pero en 1801 murió joven -treinta y cinco años- de una enfermedad, sucediéndole su hermano pequeño Wu Bingjian.

Wu Bingjian había nacido en Funjian en 1769. Era el tercero de la familia y heredó el apodo de su padre, Howqua, una transliteración fonética de la pronunciación en lengua hokkien del nombre del hong, Hō-koa, por el que le conocían los extranjeros, y con el que había bautizado inicialmente a su empresa: Wu Howqua. En menos de un lustro, Wu Bingjian la convirtió en la más importante, en dura competencia con la líder del momento, Tongwenhang, gracias a que estableció una alianza comercial con la Compañía Británica de las Indias Orientales, instalada en el puerto cantonés desde que el emperador lo abrió al exterior en 1757.

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Retrato anónimo de Howqua conservado en el Boston Fine Arts Museum. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

De hecho, Howqua fue nombrado agente y primero les proveía de té gracias a que había heredado la hacienda familiar (que incluía una plantación en una montaña de Fujian). En 1830 llegó a proporcionarles casi cincuenta y un mil cajas, lo que suponía más del dieciocho por ciento del total de compras de la compañía.

El té se vendía en Londres, Ámsterdam y EEUU con la marca Wu Jia Yihe, llegando a ser muy popular en Nueva York y Filadelfia pese a su alto precio. A cambio importaba plata, que siempre era muy demandada en China desde que el Imperio Español la suministraba por artesanía, seda y porcelana través de Galeón de Manila y que ahora los estadounidenses obtenían en la América hispana independizada.

Por supuesto, había otros clientes y entre ellos destacaba el indio Merwanji Manikji Taba, con quien comerciaba con algodón. También era importante la empresa norteamericana Perkins & Co., cuyo presidente, el famoso John Murray Forbes, empezó en Cantón en la compraventa de té chino en 1829 para a continuación pasar al de opio.

Ello permitiría a Howqua entrar en el desarrollo del sistema ferroviario de EEUU y amasar una fortuna, de ahí que Forbes siempre le considerase su padrino y le ofreciera participar en la inversión del Ferrocarril Central de Michigan y del Ferrocarril del Río Berlintown y Missouri mediante una empresa creada ad hoc llamada Qichang Foreign Company.

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Pintura anónima que representa las Factorías de Cantón en torno a 1850. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Para el año 1834 Howqua ya era el hombre más rico del mundo, con un capital calculado en torno a veintiséis millones de dólares de plata mexicanos, moneda proveniente del apreciado spanish dolar, que durante mucho tiempo fue cooficial en EEUU y otros rincones del mundo.

En esos momentos, el estadounidense más acaudalado no tenía más de siete millones. Se decía que el incendio que destruyó sus oficinas en 1822 fundió la plata que acumulaba dentro y la convirtió en un río de casi tres kilómetros y medio. Obviamente se trata de una exageración, pero sirve para ilustrar el nivel de riqueza que Howqua había alcanzado.

Reflejo de aquel esplendor fue la construcción en el barrio comercial de una mansión que tenía un fastuoso salón y estaba rodeada de un enorme jardín, el cual ya entonces se comparaba con el fabuloso Daguanyuan que aparecía en la novela dieciochesca Sueño en el pabellón rojo (uno de los clásicos de la literatura china). Y es que las ganancias se incrementaron gracias a la introducción de otro producto todavía más lucrativo que el té: el opio, que los empresarios extranjeros eligieron coo moneda de intercambio ante la disminución de las remesas de plata, las pieles de la costa noreste y el sándalo hawaiano.

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Pintura china decimonónica que muestra al comisario imperial Lin Zexu ordenando la destrucción de un cargamento de opio en 1839. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Tradicionalmente, el gobierno chino había prohibido la importación de opio y reiteró ese veto en 1799, lo que no impidió que la Compañía Británica de las Indias Orientales lo introdujera de contrabando desde Bengala con la ayuda de Howqua, de quien se rumoreaba que había traficado con él en su juventud.

Fuera cierto o no, el caso es que en 1817 las autoridades confiscaron un barco mercante estadounidense cargado de opio y que al estar protegido por la Yihehang le supuso a Howqua una multa de ciento sesenta mil taeles de plata (el tael era una unidad de peso equivalente a cuarenta gramos aproximadamente).

Pero los principales traficantes eran los británicos. Al principio llevaban unas novecientas toneladas anuales, pero en 1828 ya habían subido a mil cuatrocientas y, ante el problema de salud que suponía su consumo, muy extendido, el gobierno decretó la pena de muerte para los traficantes e incluso nombró a un comisario imperial, el general Lin Zexu, para hacer cumplir la ley.

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Juncos chinos destruidos por una escuadra británica en la bahía de Anson durante la Primera Guerra del Opio, en 1841. Pintura de Edward Duncan. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Howqua recomendó a sus socios extranjeros destruir los cargamentos que tuvieran escondidos en China y trasladar sus negocios a Singapur. Por su parte, el Cohong tuvo que participar en el tráfico porque no estaba dispuesto a poner en peligro su existencia.

Aunque los occidentales pensaban que todos los comerciantes del Cohong eran ricos, en realidad estaban muy controlados por el hoppo, de quien dependía su admisión o expulsión del monopolio debido a que buena parte de ellos eran de modesta extracción social y consecuentemente carecían de prestigio e influencias en las altas esferas.

Como el mandato del hoppo era por tres años, era habitual dedicar importantes sumas de dinero a sobornarlo a él y a sus funcionarios: casi medio millón de taeles de plata al año. Esa inestabilidad llevó a no pocos a la quiebra o a intentar dejar el Cohong.

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Firma del Tratado de Nankín, obra de John Platt. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Sin embargo, el Cohong controlaba el Consoo, una especie de fondo de garantía formado por las contibuciones de los hong, así que si uno se salía perdía ese depósito. La respuesta estaba en procurar garantizar la continuidad de los negocios y eso pasaba por incorporarse al contrabando de opio, estableciendo un centro en Lintin, una pequeña isla frente a la costa cantonesa donde los extranjeros atracaban sus barcos a salvo de las inspecciones gubernamentales y traspasaban el cargamento prohibido a pequeñas embarcaciones que lo pasaban a tierra. El Cohong se encargaba de procesarlo y distribuirlo por el país.

Cuando el gobierno imperial endureció las medidas y persiguió más intensamente el tráfico, dado que la balanza de pagos se había invertido y ahora eran los chinos los que tenían que pagar en plata en vez de importarla, Reino Unido le declaró la guerra en la primavera de 1839. Howqua y otros comerciantes colaboraron con el emperador Daoguang financiando la construcción de fortalezas y comprando barcos, pero fue un esfuerzo inútil y la Primera Guerra del Opio se decantó del lado británico, terminando en el verano de 1842 con la firma del humillante Tratado de Nankín.

Por dicho tratado, China tendría que pagar veintiún millones de taeles de plata en concepto de costes bélicos e indemnizaciones a los traficantes, además de abolir el monopolio de los hong, suprimir los aranceles, abrir media docena más de puertos, ceder la soberanía de Hong Kong y conceder facilidades comerciales también a EEUU y Francia. A los británicos les correspondía recibir seis millones en forma de pesos fuertes (reales de a ocho españoles), de los que tres tuvo que ponerlos el Cohong; Howqua aportó uno, lo que le hizo ganarse el honor de tener derecho a vestir a la manera de la dinastía Qing.

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Howqua retratado por el artista cantonés Tingqua. Se conserva en el Metropolitan Museum of Art. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

No obstante, ahora la economía de China estaba de facto en manos extranjeras y a los nuevos amos no les gustó nada el comportamiento que su antiguo socio había adoptado contra ellos; menos aún cuando vieron que les reclamaba deudas. Como demoraban esa liquidación, necesaria porque el libre comercio impuesto había puesto fin a los trece hongs y derivado el comercio hacia Hong Kong y Shanghái, Howqua se planteó la posibilidad de trasladar su negocio a EEUU y así se lo manifestó a su amigo Forbes en una carta. Pero no tuvo tiempo. Pocos meses más tarde, a los setenta y cinco años de edad, falleció en el jardín de su casa, dejando a su quinto hijo, Wu Chongyao, como heredero.

Con el transcurso del siglo, Yihehang, la empresa, acabó transformada en una simple tienda de té, aunque Wu Chongyao, de apodo comercial Shaorong y coleccionista de libros, continuó siendo el principal accionista de Qichang, la compañía que trabajaba en EEUU, donde era conocida como Russell & Co. Quebró en 1891, reduciendo a la familia a condición plebeya y mermada económicamente, pues su fortuna ya se había reducido considerablemente al tener que financiar la represión de la Rebelión Taiping. Esto último ha provocado que la memoria de ese clan sea hoy vista con frialdad, como enemiga del pueblo.

Sin embargo, podría decirse que dicha memoria perdura positivamente en América donde habían prosperado, gracias a los préstamos concedidos por Howqua, varios hombres de negocios cuyos apellidos nos suenan hoy: los mencionados Forbes y Russell, los Delano (ancestros del presidente Roosevelt)… Ellos eran los nuevos ricos del planeta y, por eso, tanto museos como hogares de la burguesía de Salem y Newport conservan todavía retratos suyos.



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