No son pocas las obras literarias y cinematográficas que hay sobre la Primera Cruzada y en la mayoría, empezando por la anónima Gesta Francorum o por el famoso poema épico de Torcuato Tasso La Gerusalemme liberata («Jerusalén liberada») aparece un curioso personaje que fue uno de sus principales líderes, el normando Bohemundo de Tarento. Se trataba del comandante militar más experimentado de aquella aventura, hasta el punto de que logró ser nombrado príncipe de Antioquía y tuvo una agitada vida que le llevó a casarse con la hija del rey de Francia y a intentar derrocar al emperador bizantino.
El texto de Tasso, publicado en 1581 e inspirado tanto en los clásicos de Homero y Virgilio como en el Orlando furioso de Ariosto, cuenta en versos endecasílabos, estructurados en estanzas de octavas reales, la historia de la campaña convocada por el papa Urbano II en el año 1096 para liberar los Santos Lugares del dominio musulmán aprovechando la llamada de auxilio del emperador Alejo I Comneno, que estaba enfrentado a los turcos selyúcidas. Como es sabido, un clérigo francés llamado Pedro de Amiens el Ermitaño fracasó en el primer intento que se hizo al respecto y hubo que esperar a la movilización de un ejército europeo que terminaría conquistando Jerusalén en 1099 y fundando allí el reino homónimo.
En realidad, Tasso no refleja los hechos históricos sino que centra su atención en las subtramas románticas de sus protagonistas, la mayor parte de los cuales son ficticios. Pero hay excepciones, como Godofredo de Bouillón, Tancredo de Galilea o Roberto Guiscardo. Éste último, abuelo del anterior, también era el padre de Bohemundo de Tarento, su primogénito, nacido en San Marco Argentano (un pueblo calabrés) en 1054, siendo su madre Alberada de Buonalbergo, duquesa de Apulia. Cuando Roberto contrajo matrimonio en 1051 con ella era barón de Calabria.
Caballero normando (los normandos se habían aliado con los lombardos unas décadas antes para apoderarse de las provincias bizantinas de la Italia meridional) que había ejercido como mercenario con una pequeña hueste, sucedería a su hermano Hunifredo como conde de Apulia. En 1058 aprovechó su consanguinidad con Alberada para repudiarla y casarse con su cuñada Sichelgaita, hija de Guaimario IV, príncipe de Salerno y Capua además de duque de Gaeta y Amalfi, en lo que constituía un matrimonio más ventajoso para él. Pero para entonces ya tenía dos hijos: Emma (futura madre del citado Tancredo de Galilea) y Bohemundo.
En realidad, Bohemundo no se llamaba así sino Marco, por el lugar de su llegada al mundo. Su padre le puso ese apodo en alusión a Behemot, una bestia gigantesca que mencionan el Antiguo Testamento (concretamente el Libro de Job) y el Libro de Enoc, debido a que el niño era muy grande. En su Historia Ecclesiastica, el cronista y monje inglés Orderico Vital lo explica así: Marco ciertamente fue nombrado en el bautismo; pero su padre, habiendo escuchado en un banquete la divertida historia del gigante Buamundo, se la impuso en broma al niño. De hecho, su propio vástago se refirió a él en alguna ocasión como magnus Boamundus y la princesa Ana Comneno, hija del emperador bizantino Alejo I y que le conoció personalmente, resaltó su estatura en la descripción que dejó de él en su obra La Alexiada:
Bohemundo, era, con franqueza, un ser como no se ha visto anteriormente ninguno, tanto en nuestra tierra como tampoco en la de los bárbaros, ya que era una maravilla el mirarlo y a la vez le precedía una reputación terrorífica. Permitid que describa pormenorizadamente el aspecto de este bárbaro. Era tan alto que superaba al más alto por cerca de un codo, estrecho de cintura y caderas, los hombros anchos, pecho profundo y poderosos brazos. Su cuerpo en general no podría ser descrito como demasiado delgado ni como gordo, al contrario estaba perfectamente proporcionado, construido según los cánones de Policleto.
Ana, decíamos, le conoció porque estuvo en Constantinopla… como ya había intentado de joven y por las armas: en 1080 Bohemundo acompañó a su progenitor al frente del ejército normando que atacó el Imperio Bizantino por Tesalia, derrotó a la Guardia Varega en Dirraquio y alcanzó Larisa, aunque finalmente tuvo que retroceder ante la defensa organizada por Alejo I. Bohemundo regresó a Italia en busca de apoyo financiero, pero en su ausencia los generales normandos se pasaron al otro bando, perdiéndose Dirraquio y Corfú ante una flota veneciana. En 1084, padre e hijo iniciaron una nueva campaña y recuperaron la isla griega; sin embargo una epidemia diezmó las filas normandas y Bohemundo, enfermo, se vio obligado a irse.
Roberto Guiscardo quedó solo al frente de las operaciones, pero falleció en Cefalonia en el verano de 1085 y eso planteó el problema de su sucesión: puesto que ahora tenía hijos con su otra esposa -ocho, nada menos-, el honor recayó en el segundo, Rogelio Borsa (la mayor, Mafalda, no podía debido a su sexo y fue casada con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer II), quedando Bohemundo marginado; máxime teniendo en cuenta que los territorios paternos del Adriático, que le corresponderían, se habían perdido. Es más, Sichelgaita intentó envenenarlo para asegurar la herencia de Rogelio-los rumores decían que había hecho lo mismo con su marido-, aunque al final alcanzaría un acuerdo.
Antes hubo problemas. Pese a que el ejército y la asamblea de barones normandos confirmaron a Rogelio, Bohemundo no se conformó, aliándose con Jordán de Capua para tomar Oria y Otranto. Para evitar una guerra fratricida, los dos hermanastros se reunieron ante la tumba de su padre e hicieron un pacto, quedándose Bohemundo con esas conquistas más Tarento (aunque nunca llevó este título, añadido póstumamente), Bríndisi y Gallípoli a cambio de reconocer a Rogelio. La paz no duró más que dos años, al término de los cuales volvieron a enfrentarse. Eso supuso permitir que su tío Rogelio I de Sicilia incrementase su poder y algo peor: no poder acudir a la convocatoria del papa Urbano II a la Primera Cruzada.
Finalmente la mediación del Papa acabó con la disputa, entregando a Bohemundo Tarento a cambio de que renunciara a Apulia, si bien él nunca se resignó del todo; no en vano el cronista Romualdo Guarna, arzobispo de Salerno, dijo que siempre buscaba lo imposible. La guerra siguió siendo formando parte de su vida cotidiana y en 1097, reprimiendo junto a su tío la rebelión de Amalfi, contactó con un grupo de cruzados que viajaban a Constantinopla. Ya fuera porque la causa le caló hondo, ya porque vio la oportunidad de conseguir un principado en Oriente Medio (tomó la Cruz con el único fin de conquistar y hacer pillaje en las tierras bizantinas, escribió el monje e historiador normando Godofredo Malaterra), decidió unirse a la cruzada.
También es posible que quisiera saquear Constantinopla; al fin y al cabo se lo propuso a Godofredo de Bouillón, que rechazó la oferta. Sea como fuere, Bohemundo reunió la que se considera mejor fuerza de todo el ejército cruzado: a pesar de que sólo aportaba medio millar de caballeros normandos y unos dos mil quinientos o tres mil infantes (más otros dos mil que aportó su sobrino Tancredo) del total de treinta y cinco mil hombres, eran veteranos que habían combatido como mercenarios por el Imperio Bizantino y estaban mejor equipados que el resto. Embarcaron en Trani, cruzaron el Adriático y desembarcaron en Durazzo, siguiendo la ruta hacia Constantinopla de su anterior campaña contra Alejo I.
Para evitar problemas con los pechenegos enviados por el emperador, Bohemundo procuró contener las ansias depredadoras de sus tropas y al llegar a la capital le rindió a Alejo el preceptivo homenaje. Al fin y al cabo, la mejor opción para que Bohemundo obtuviera algo de él era mostrarle respeto y lealtad, siendo posible que aspirase a recibir Antioquía. Hacia allí se dirigió mientras Tancredo y Balduino de Boulogne lo hacían hacia el condado de Edesa. Era el otoño de 1087 y Antioquía quedó sitiada, pero sus fuertes defensas -cuatro centenares de torreones- la permitieron resistir todo el invierno mientras los sitiadores pasaban grandes necesidades y tenían que comerse sus caballos o, según la leyenda, recurriendo al canibalismo.
Finalmente Bohemundo, que ya se había erigido como el auténtico líder del asedio en detrimento de Esteban de Blois, gracias a su eficaz labor de aprovisionamiento en colaboración con la flota genovesa y a su implacable bloqueo para impedir que los musulmanes hicieran otro tanto, sobornó a uno de los defensores, Firouz, un cristiano converso, para que les abriera las puertas y los cruzados irrumpieron causando una masacre… hasta que la llegada de un ejército desde Mosul hizo que quedaran a su vez sitiados. Una situación difícil porque estaba solos; los bizantinos, que preparaban una fuerza de socorro, terminaron por no acudir en su ayuda creyendo que ya era tarde y que Antioquía se había perdido.
No era así porque la moral de los cruzados se mantenía gracias a uno de esos episodios providencialistas que suelen producirse en casos desesperados. Un monje francés llamado Pedro Bartolomé anunció que el apóstol Andrés le había dicho dónde estaba la lanza de Longinos (el legionario romano que en el Evangelio de San Juan remata a Cristo, asimilado al centurión que luego, ante el óbito del crucificado, pronuncia la frase En verdad este era el Hijo de Dios y en la tradición cristiana se convierte a esa fe). Una excavación en el lugar indicado, bajo la catedral, permitió encontrar la preciosa reliquia y aunque muchos dedujeron que todo era un montaje para animar a la tropa, lo cierto es que cumplió tal cometido.
Apoyado por los nuevos ánimos, Bohemundo, que sabía que no podría resistir mucho al carecer de víveres, decidió salir a combatir en campo abierto y lo hizo enarbolando la lanza en cuestión como emblema. Obtuvo una rutilante victoria que se adornó debidamente con la milagrosa aparición de una hueste de caballeros vestidos de blanco dirigidos por santos. Superada la crisis, se reabrió el debate que ya habían mantenido los cruzados sobre quién se quedaría con Antioquía; si entonces habían pactado alternarse en el mando y que el elegido sería aquel bajo cuyo turno cayera la ciudad, ahora se impuso la candidatura de Bohemundo -al fin y al cabo él había contactado con Firouz.
Imponiéndose pues a la candidatura de Raimundo IV de Tolosa, que era el favorito de Alejo I y exigía sus derechos pero inútilmente, al considerar los demás que no haber recibido ayuda del emperador les desvinculaba de él, Bohemundo fue proclamado príncipe de Antioquía en enero 1099. Entonces reconstruyó las defensas de la ciudad y a finales de año se unió a sus compañeros, que entretanto habían tomado Jerusalén, logrando que se eligiera como patriarca a Dagoberto de Pisa con el fin de contrarrestar el poder que ostentaban allí Godofredo de Bouillón y los nobles de Lorena. Su intención era que el principado antioqueño fuera grande y fuerte, de ahí que intentara incorporarle -sin éxito- la ciudad siria de Latakia.
El problema es que bizantinos y musulmanes no estaban dispuestos a permitir el surgimiento de otro estado importante en la región y le hicieron frente. Aquel complejo juego geoestratégico le resultó adverso en 1100, cuando acudió personalmente en ayuda de Gabriel de Melitene al frente de una fuerza que se revelaría demasiado exigua. Melitene era una ciudad del este de Capadocia, vital para controlar el acceso a Anatolia, y a su gobernador armenio, el mencionado Gabriel, le llegó la información de que Gazi Gümüshtigin, emir turcomano de la dinastía Danisméndida, estaba planeando su conquista, de ahí la petición de ayuda que llevaba incluida la oferta de su hija en matrimonio.
Un interesante enlace que se presentaba como una gran oportunidad de fortalecer la posición de Antioquía y que Bohemundo, que seguía soltero, no quiso dejar esacapar. Pero, obligado a dejar parte de sus efectivos protegiendo su propia ciudad, únicamente llevó consigo trescientos caballeros y una hueste de infantería que fue sorprendida por los turcos durante la marcha hacia Melitene. Capturado y trasladado a Neocesarea (actual Niksar, en el norte de Turquía), permaneció prisionero hasta 1103 mientras su sobrino Tancredo ejercía de regente. Raimundo de Tolosa, con el visto bueno de Alejo I, aprovechó aquella situación para crear un principado en Trípoli y frenar así cualquier futura expansión de Antioquía hacia el sur.
El emperador se vengaba así de un Bohemundo al que consideraba traidor por romper su juramento de lealtad. De hecho, no ofreció por su rescate más que doscientos sesenta mil dinares y eso con la condición de que le entregaran al cautivo. Sin embargo, la negociación no fraguó porque Gümüshtigin le exigió la mitad por adelantado, seguramente con la idea de quedársela, y Bohemundo le hizo una contraoferta: ciento treinta mil dinares inmediatos y exclusivos, reunidos y entregados por el príncipe armenio Kogh Vasil, que además hizo al prisionero su hijo adoptivo. Éste regresó a Antioquía encontrándose con que Tancredo había ampliado el principado con la conquista de las ciudades cilicias de Tarso, Adana y Massissa.
Eso parecía situarle en mejor posición y en 1104 decidió refrendarla sometiendo a los musulmanes de las regiones circundantes, que siempre constituían un estorbo para las rutas de suministro. El objetivo fijado fue Harrán, localidad situada entre Damasco, Carquemisa y Nínive, pero, pese a contar con la alianza de Balduino de Édesa, su ejército cayó derrotado en el río Balikh (un tributario del Éufrates cuyo curso transcurre íntegramente por Siria), cerca de Rakka; algo que fue rematado por un ataque bizantino a Cilicia que arruinaba completa y definitivamente sus planes de crecimiento. Desesperado, a finales de año Bohemundo se embarcó para Europa en busca de refuerzos.
Llegó primero a Roma, donde convenció al papa Pascual II de la perfidia Graecorum y es posible que el pontífice le asignara al legado Bruno di Segni para que le acompañara a Francia predicando la guerra santa contra el Imperio Bizantino. El rey Felipe I le recibió amablemente y quedó seducido tanto por las reliquias sagradas de Tierra Santa que recibió de él como por las fascinantes historias que contaba de sus batallas contra los infieles. De esa magnética personalidad dejó testimonio la anteriormente reseñada Ana Comneno en su Alexiada:
Sus ojos azules eran indicadores de su alto espíritu y dignidad; su nariz respiraba con tranquilidad, en perfecta correspondencia con la respiración de su pecho. Su respiración era fiel indicadora del alto espíritu que bullía en su corazón. Este hombre emanaba un cierto encanto, encanto que quedaba, en parte empañado por cierto aire horrible (…) Al conversar con él demostraba estar bien informado, con respuestas irrefutables.
Bohemundo no se fue de Francia con las manos vacías precisamente, pues consiguió la mano de Constanza, la hija de Felipe y su primera esposa, Berta de Holanda. La princesa acababa de ver anulado su matrimonio con Hugo I de Champaña por razones que se desconocen. El enlace, obviamente, no sólo le permitía subir un escalón en la escala social sino que le garantizaba tropas y alianzas. La boda se celebró en 1106 en la catedral de Chartres (no la gótica que aún vemos hoy sino la románica anterior). El abad Sugerius de Saint-Denis dijo al respecto:
Bohemundo vino a Francia con la única idea de conseguir como fuera la mano de Constanza, la hermana de Nuestro Señor Luis, joven de alta alcurnia, de irreprochable aspecto y muy bella. Era tan grande la reputación de la valentía del rey francés y su hijo Luis que hasta los sarracenos se quedaron aterrorizados con la boda (…) El príncipe de Antioquía, era una persona experta y rica, tanto en cualidades como en promesas; merecía realmente esta boda…
Su nueva y acomodada posición permitió a Bohemundo dos cosas. Por un lado, negociar el casamiento de su sobrino Tancredo con Cecilia de Francia, hermanastra de Constanza (hija que Felipe I tuvo con su segunda mujer, Bertrada de Montfort), que se llevó a cabo ese mismo año. Por otro, reclutar, con autorización real, un vasto ejército de treinta y cuatro mil hombres al que se unió buena parte de la nobleza franca y que hubiera podido ser mayor si Enrique I, rey de Inglaterra, no llega a vetarle su presencia en el país, alarmado por el entusiasmo que también había despertado entre los nobles ingleses.
Y es que entusiasmo era lo que sentían todos ante la aventura de liberar de una vez por todas Tierra Santa. Ahora bien, ésa era la teoría; la práctica fue muy distinta porque, al ver que disponía de una fuerza tan importante, Bohemundo cambió de objetivo y lo fijó en el odiado Imperio Bizantino. Él mismo dio a conocer su denuncia contra Alejo I en un discurso que pronunció en el santuario de Saint-Léonard-de-Noblat, donde depositó como ofrenda, frente a la tumba de San Leonardo, unas cadenas de plata en memoria de los tres años de cautiverio que sufrió (San Leonardo fue un santo franco del siglo V que visitaba y convertía a los presos, atribuyéndosele el milagro de romper grilletes con su simple invocación):
Ha oprimido a muchos miles de cristianos con perversa traición, algunos enviados al naufragio, muchos al envenenamiento, más aún al exilio, y a muchos otros los ha entregado a los paganos. ¡Este emperador no es cristiano sino un hereje loco, Juliano el Apóstata, otro Judas que finge la paz pero incita a la guerra, degollador de sus hermanos, un Herodes sanguinario contra Cristo!
Lamentablemente para Bohemundo, Alejo I había fortalecido su imperio, que en aquella época volvía a ser una de las grandes potencias mediterráneas y sólo los selyúcidas tenían capacidad para rivalizar con él. Los francos desembarcaron en Avlóna (Épiro) el 9 de octubre de 1107 y cuatro días más tarde sitiaban Dirraquio, pero la armada veneciana, aliada de los bizantinos, cortó sus líneas de suministro mientras las tropas imperiales bloqueaban los pasos de montaña, evitando el choque directo y optando por la guerra de desgaste, recordando la experiencia de años atrás contra Roberto Guiscardo. Aislados totalmente y cundiendo el hambre entre sus filas, algunos de los barones de Bohemundo aceptaron el soborno de Alejo para retirarse, lo que puso fin de facto a la campaña y le obligó a negociar.
En septiembre de 1108 firmó el Tratado de Diabolis, que estipulaba unas condiciones tan duras que en la práctica pusieron fin a su prestigio. De hecho, regresó a Italia con la idea de realizar un nuevo reclutamiento que le permitiera reanudar su guerra en Tierra Santa, pero nadie quiso financiarle ni escucharle. Murió seis meses más tarde, en marzo del 1111, en la localidad de Bari; ni siquiera pudo volver a ver Antioquía (que quedó bajo regencia de Tancredo porque el hijo que acaba a de tener con Constanza, Bohemundo II, sólo era un recién nacido), siendo enterrado en Canosa di Puglia (Apulia).
Como epílogo expliquemos el Tratado de Diabolis. Dictaba que Bohemundo I pasaba a ser vasallo del emperador a cambio de ser nombrado sebasto (título honorífico originariamente equivalente a augusto pero que en tiempos de Alejo I se diversificó en varios grados), renunciaba a los territorios que reclamaba en Grecia y admitía un patriarca ortodoxo en Antioquía, debiendo pedir autorización al emperador para firmar alianzas y ayudarle militarmente contra cualquier adversario. Cilicia sería devuelta al imperio y Bohemundo sólo conservaría su principado más el puerto de Saint-Siméon; pero sólo mientras viviera, pues luego también habría de entregarlo y si Tancredo se negaba debería ser declarado enemigo.
FUENTES
Torcuato Tasso, La Jerusalén libertada
Ana Comneno, La Alexiada
Amin Maalouf, Las cruzadas vistas por los árabes
Georg Ostrogorsky, Historia del Estado Bizantino
Georgios Theotokis, Bohemond of Taranto: Crusader and Conqueror
Jacques Heers, La Primera Cruzada
Thomas S. Asbridge, The Creation of the Principality of Antioch, 1098–1130
Frank N. Magill, The Middle Ages. Dictionary of world biography
Jonathan Harris, Byzantium and the Crusades
Wikipedia, Bohemundo de Tarento
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