¿Cómo era la música en la Antigüedad? ¿Cómo sonaría si la oyéramos hoy? Hoy vamos a ver un tema relacionado, la historia del hombre que constituye nuestra principal fuente de conocimiento sobre la música de la Grecia Clásico-Helenística. Fue un filósofo peripatético, alumno de Aristóteles, que se enfadó cuando éste designó a otro en vez de a él como sucesor al frente de su escuela. Curaba tocando la flauta y su única obra conservada, Elementa harmonica, es el tratado musical más antiguo conocido. Se llamaba Aristógenes de Tarento.
Ése es el nombre con que se le conoce en español, pues en otros idiomas suele usarse Aristóxeno para distinguirlo del general ateniense homónimo (uno de los condenados a muerte por no rescatar a los náufragos tras la victoria naval de Arginusas). Obviamente era natural de Taras, la actual Tarento, hoy italiana pero entonces una ciudad de la Magna Grecia (sur del Italia), donde nació hacia el año 354 a.C., aunque pronto se trasladó a la griega Mantinea, en Arcadia. No abrazó la filosofía y la música por casualidad, ya que su padre, Espíntaro (o Mnesias, según otras fuentes), había sido discípulo de Socrates nada menos y fue quien le enseñó el arte de la musa Euterpe.
Aparte de a su progenitor, Aristógenes tuvo otros ilustres maestros. Uno fue su gran amigo Jenófilo, un filósofo, matemático y músico de Calcídica que vivía en la Siracusa del tirano Diógenes II el Joven y de quien aprendió la doctrina pitagórica (es el único pitagórico del que hay noticia en la Atenas del siglo IV a.C.), un movimiento filosófico-religioso fundado por Pitágoras de Samos a mediados del siglo VI a.C. y basado en la creencia de que las matemáticas son la esencia de todas las cosas, siendo la cuna de los números irracionales (los que no pueden ser expresados como una fracción y cuya expresión decimal no es exacta ni periódica).
Según Plinio el Viejo, al parecer tomando como referencia una cita del propio Aristógenes, Jenófilo tuvo una larguísima vida: ciento cinco años sin haber enfermado nunca. Eso y otra atribución de su discípulo, la de que la mejor forma de educar a un hijo es convirtiéndolo en ciudadano de un estado bien gobernado, le volvería muy popular durante el Renacimiento. Pero Jenófilo no fue el único de quien aprendió Aristógenes; otro sería Lampro de Eritras, el hombre que enseñó música al célebre dramaturgo Sófocles, ya que era un experto intérprete de lira y danza.
Cabe matizar que se presenta un problema de desfase cronológico, pues Lampro vivió a principios del siglo V a.C. y no habría podido vivir tiempo suficiente para tener a Aristógenes como alumno. Es posible que el maestro de éste fuera otro llamado igual y que se asimiló al anterior para enfatizar la relación del filósofo con la música griega tradicional en contraposición a la Nueva Música que empezaba a imponerse, el ditirambo (composición lírica, originalmente para rituales dionisíacos pero luego extendida, de lenguaje rebuscado y cantada por un coro sin máscara, de la que compondrían obras Laso de Hermíone, Simónides de Cneos, Baquílides y el mismísimo Píndaro).
Lampro, que llevaba un estilo de vida muy sobrio que hizo extensivo a su música, pertenecía a la escuela peripatética, llamada así (Peripatos) en alusión a los peripatoi, los portales cubiertos del Liceo, un jardín anexo al templo ateniense de Apolo Licio por el que paseaban mientras reflexionaban y debatían sobre la vida. El maestro del Peripatos era Aristóteles, que reunió a su alrededor un círculo de seguidores de los que los más destacados fueron Teofrasto, Eudemo de Rodas y el propio Aristógenes.
En siglos posteriores figurarían también entre los peripatéticos otros dos filósofos: Estratón de Lámpsaco, tutor de Ptolomeo II que dirigiría la Peripatos reorientándola hacia las ciencias naturales, y Andrónico de Rodas, otro director de la escuela ya en el siglo I a.C. (se mantuvo activa durante diez generaciones y la revivieron en tiempos tardorromanos), creador del término «metafísica». Ahora bien, los testimonios que nos han llegado sobre la relación entre Aristógenes y Aristóteles son contradictorios y apenas arrojan luz sobre su relación.
La Suda (una enciclopedia bizantina del siglo X d.C. sobre el mundo mediterráneo antiguo) dice que el discípulo colmó de insultos al maestro cuando éste falleció porque no le nombró sucesor para dirigir la escuela, prefiriendo a Teofrasto. Sin embargo, Arístocles de Mesene, otro filósofo peripatético pero del siglo II d.C. (fue preceptor del emperador romano Septimio Severo y maestro de Alejandro de Afrodisias, célebre comentarista de las obras aristotélicas), asegura que Aristógenes siempre mostró un escrupuloso respeto hacia Aristóteles.
Resulta imposible dilucidar quién tenía razón. Eso sí, los expertos creen saber cuál sería la causa de que Aristóteles prefiriera a Teofrasto al frente de la escuela: como decíamos antes, Aristógenes estaba fuertemente influido por el pitagorismo -al fin y al cabo, dos de los más grandes pitagóricos, Arquitas y Filolao, también eran de su ciudad natal, Taras- y únicamente seguía la doctrina aristotélica en la medida que ésta, a su vez, bebía de Pitágoras y Platón. Sus obras dejan patente esa adscripción filosófica empezando por los títulos mismos y reflejan el conservadurismo político característico de la doctrina pitagórica.
En el siglo II a. C., Apolonio el Paradoxógrafo (la paradoxografía es un género literario helenístico que relata fenómenos anormales o inexplicables, tanto del mundo natural como del humano) escribió una obra titulada Mirabilia (también Historiae mirabiles, es decir, Historias maravillosas) que recopila textos de autores anteriores, entre ellos peripatéticos como Aristóteles o Teofrasto, y cuenta que, estando Aristógenes de visita en la ciudad griega de Tebas, recurrió a un aulós (la típica flauta doble) para curar con una melodía a un enfermo que había enloquecido por el sonido estruendoso de una trompeta.
Este tipo de anécdotas, junto con el hecho de haber sido coetáneo de personajes como los anteriormente citados (más el geógrafo Dicearco de Mesina, un peripatético cuyos mapas y descripciones fueron de gran ayuda para Alejandro Magno, también de la época), son lo único que podemos añadir a la biografía de Aristógenes porque no se sabe nada de él después de la muerte de Aristóteles. Por lo tanto, su recuerdo se mantuvo vigente a través de sus obras, que sumaron cuatrocientos cincuenta y tres libros sobre filosofía, historia, ética, música, moral…
En cuanto a contenido seguían el estilo aristotélico. Lamentablemente, sólo se han conservado los tres libros del reseñado Elementa harmonica (Elementos armónicos) y de forma incompleta, a través de citas de Diógenes Laercio, Plutarco, Vitruvio, Cicerón o Ateneo de Náucratis, entre otros. Es, decíamos, el tratado sobre música más antiguo conocido; resulta lógico, pues, que en la Antigüedad se le considerase el autor de mayor importancia sobre el tema, hasta el punto de que se le diera el apodo de «el Músico». La idea expresada consistía en que el cuerpo y el alma humana se conectan armónicamente entre sí, de la misma manera que lo están las piezas de un instrumento musical.
La palabra clave es armonía, el equilibrio de proporciones entre las partes de un todo, que en el caso de los pitagóricos eran exclusivamente en clave numérica; debe, decían, encontrarse una coincidencia matemática antes de que se pueda calificar de armónico un sistema. En cambio, pese a profesar esa filosofía y basándose en su experiencia empírica, Aristógenes discrepaba y consideraba más importante la experiencia auditiva; así, no era la Aritmética la herramienta que debía usarse para calcular los intervalos (distancia entre dos notas) de la escala sino el oído, algo que rompía con la teoría musical aceptada en la época.
¿Qué quiere decir esto? Veámoslo con un caso práctico. En el tetracordio diatónico (un tetracordio es un grupo ordenado de cuatro notas secuenciales que suelen generar tres intervalos interiores; por ejemplo do-re-mi-fa) observó que el oído humano percibe ciertos intervalos de manera aproximada, no necesariamente precisa. Por ello, argumentaba que un intervalo debía percibirse como medio tono (o semitono), independientemente de la diferencia matemática exacta entre las notas.
Aclaremos que el filósofo distinguía entre seis tipos de tetracordios —dos diatónicos, tres cromáticos y uno enarmónico— donde la separación entre notas variaba progresivamente, pasando de intervalos comunes en el diatónico a distancias mayores en el enarmónico. En suma, usando sus propias palabras, por el oído juzgamos la magnitud de un intervalo y por el entendimiento consideramos sus múltiples poderes.
Asimismo, aseguraba que la naturaleza de la melodía se descubre mejor mediante la percepción de los sentidos y se retiene mediante la memoria (…) porque así como no es necesario que quien escribe un yámbico preste atención a las proporciones aritméticas de los pies que lo componen, tampoco es necesario que quien escribe una canción frigia preste atención a las proporciones de los sonidos propios del mismo (otra aclaración: yámbico se refiere a un tipo de verso). Añadió que la magnitud de un intervalo se juzga mejor por su resonancia, concluyendo por tanto que cada autor afinaba lo armónico a su manera, por lo que resultaría imposible estar de acuerdo con todos.
Añadamos que, pese a todo, Aristógenes usaba terminología matemática para definir las variedades de semitonos y diesis (cada uno de los tres tonos que los griegos intercalaban en el intervalo de un tono mayor). De hecho, en su primer libro de Elementa harmonica recurre a ella para explicar los genera (clases de entonación de las dos notas móviles de un tetracordio, que son diatónica, enarmónica y cromática) de los tetracordios, así como las especies de octava (secuencia específica de intervalos dentro de una octava: tono entero, tercera menor y dítono, completando el tetracordio los cuartos de tono y los semitonos).
En el segundo libro divide la música en siete partes: genera, intervalos, sonidos, sistemas, modos (escalas, de las que enumeraba siete, a saber, lidia, frigia, dórica, hipolidia, hipofrigia, locria y mixolidia), mutaciones y melopoeia (armonía). En el tercero describe veintiocho leyes de sucesión melódica que ilustran a los estudiosos actuales sobre la estructura de la música griega clásica. En suma, la obra de Aristógenes es la primera conocida sobre la notación musical en la Grecia Clásica (de la anterior al siglo III a.C. apenas hay datos y las artes plásticas nunca muestran a los músicos leyendo pergaminos o tablillas, signo evidente de que tocaban de oído o improvisando).
Constituyó, por tanto, uno de los cimientos de la teoría de la música que se iría desarrollando a lo largo de los siglos posteriores. En parte, gracias a Arquéstrato, un teórico peripatético del siglo III a.C. (al que no hay que confundir con el poeta siciliano homónimo) que desarrolló y difundió sus ideas sobre la percepción sensorial de la música porque estaba de acuerdo con ellas, y a Ptolemaida de Cirene, otra teórica de la misma época que pese a ser pitagórica no muestra antipatía hacia Aristógenes y registra el debate metodológico que éste mantuvo con los seguidores de esa filosofía respecto a la cuestión musical.
Y una curiosidad como epílogo: Diógenes Laercio, historiador y doxógrafo heleno del siglo III d.C., recoge un testimonio perdido de Parménides según el cual Aristógenes fue el primero en percatarse de que el planeta Venus es el mismo cuerpo astronómico que aparece por la mañana antes del Sol (el famoso lucero del alba) y en el tarde después del atardecer; hasta entonces se pensaba que eran dos diferentes, uno matutino (Fósforo) y otro vespertino (Eósforo).
FUENTES
Jacques Brunschwig y Geoffrey Lloyd, El saber griego
Wladyslaw Tatarkiewicz, Historia de la estética. La estética antigua
Enrico Fubini, Estética de la música
Andrew Barker, Greek musical writings. The musician and his art
Carl A. Huffman, Aristoxenus of Tarentum. Discussion
Sophie Gibson, Aristoxenus of Tarentum and the birth of musicology
J. Javier Goldáraz Gaínza, Aristógenes en la teoría musical del Renacimiento: fundamentos de la ciencia armónica y medición de intervalos
Wikipedia, Aristóxeno
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.