Hay personajes de la Historia que, por diversos motivos, pueden trascender esa condición para convertirse en paradigmas de algo; en el caso del rey asirio Sardanápalo, en un arquetipo de corrupción, libertinaje y decadencia, algo que el arte y la literatura se han encargado de representar una y otra vez con obras muy conocidas. Ahora bien, en torno a su figura existen numerosas dudas: ¿existió realmente?, ¿reinó de verdad?, ¿fue tan extremo como se cree? Músicos como Liszt o Berlioz, escritores como Dante, Lord Byron o Dickens y pintores como Delacroix, entre otros, dieron una versión acorde a esa mala fama, pero….

Probablemente Delacroix sea el autor que a más público ha llegado en ese sentido, debido a su cuadro La muerte de Sardanápalo. Pintó ese cuadro -que se conserva en el Louvre- en 1827 y causó estupor tanto por la febril combinación de violencia y sadismo que exhibe como por el extraño uso del color (tonos cálidos, con predominio del rojo), las pinceladas libres que acentúan la sensación de movimiento y una original pespectiva asimétrica. Él mismo tuvo que explicar su contenido cuando lo expuso por primera vez en el Salón de París:

Los rebeldes asediaron su palacio… Acostado en una magnífica cama, en la cima de una inmensa hoguera, Sardanápalo da la orden a sus eunucos y a los oficiales de palacio de degollar sus mujeres, sus pajes, hasta sus caballos y sus perros favoritos; ninguno de los objetos que habían servido a sus placeres debían sobrevivir.

Un fragmento de La muerte de Sardanápalo, cuadro de Delacroix restaurado por el Louvre en 2023
Un fragmento de La muerte de Sardanápalo, cuadro de Delacroix restaurado por el Louvre en 2023. Crédito: Shonagon / Dominio público / Wikimedia Commons

Aquella pintura, símbolo del Romanticismo, resultó demasiado atrevida para su época y por tanto fue mal recibida. Sin embargo, en 1830 sirvió de inspiración a Hector Berlioz para la composición de una cantata sobre el mismo tema y en 1845, a Franz Liszt para su ópera Sardanápalo; curiosamente, ambas piezas quedaron inacabadas y la primera incluso fue destruida por su autor, salvándose sólo un fragmento de pocos minutos. Lo cierto es que Delacroix mismo tomó la idea para el cuadro de Sardanapalus, una tragedia en verso publicada en 1821 por Lord Byron, quien se la dedicó a su amigo Goethe induciendo a éste a incluir una alusión al personaje en boca de Mefistófeles, en la segunda parte de Fausto.

Byron, a su vez, usó como fuente la Historia romana de Dion Casio, en la que se establece un paralelismo entre Sardanápalo y Heliogábalo. Por tanto, como vemos, el proceloso monarca asirio ya había sido objeto de atención por parte de los clásicos: Luciano de Samosata le dedica el segundo capítulo en Diálogos para los muertos junto a otros personajes como los reyes Midas y Creso, el filósofo Menipo de Gadara y el dios Plutón; incluso Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, lo compara con aquellos que tienen una visión de la vida centrada sólo en la búsqueda del placer:

La mayor parte de los hombres, si hemos de juzgarlos tales como se muestran, son verdaderos esclavos, que escogen por gusto una vida propia de brutos, y lo que les da alguna razón y parece justificarles es que los más de los que están en el poder sólo se aprovechan de éste para entregarse a excesos dignos de un Sardanápalo.

Por eso era casi obligado que Dante le hiciera un hueco entre la larguísima lista de personajes que aparecen en su Divina comedia; concretamente, en el capítulo dedicado al Paraíso: «Aún no había enseñado Sardanápalo lo que se puede hacer en una alcoba». Otros escritores incluyeron referencias a Sardanápalo en sus obras, siempre en ese tono negativo: Molière en Don Juan, Charles Dickens en Historia de dos ciudades, Henry David Thoreau en Walden, Máximo Gorky en Los bajos fondos, Henri Gougaud en La risa del ángel… Y es curioso el interés especial que tenía para los compositores, pues aparte de los ya mencionados también le dedicaron óperas Giovanni Domenico Freschi, Christian Ludwig Boxberg, Giulio Alary, Victorin de Joncières, Victor-Alphonse Duvernoy, Otto Bach y Alexander Sergeievitch Famintzin, mientras que Benjamin Wilhelm Mayer hizo una obertura.

El esplendor asirio queda reflejado en el cuadro Los monumentos de Nínive, del pintor decimonónico Sir Austen Henry Layard
El esplendor asirio queda reflejado en el cuadro Los monumentos de Nínive, del pintor decimonónico Sir Austen Henry Layard. Crédito: British Museum / Dominio público / Wikimedia Commons

Pero ¿qué hay de los historiadores? Hacia el 395 a.C. Ctesias de Cnido escribió dos libros, Pérsica y Babyloniaca, en las que parece identificar por primera vez a Sardanápalo con Asurbanipal. Esos textos se han perdido y únicamente los conocemos de segunda mano, fundamentalmente por Diodoro de Sicilia, quien en su Biblioteca histórica dice:

Sardanapalo, el decimotercer sucesor de Nino, quien fundó el imperio, y el último rey de los asirios, superó a todos sus predecesores en lujo y afeminamiento. Nunca visto por ningún hombre fuera de palacio, vivió la vida de una mujer y pasó sus días en compañía de sus concubinas, hilando telas de color púrpura y trabajando la lana más suave. Se vestía con ropa de mujer y se cubría la cara y todo el cuerpo con cremas y ungüentos blanqueadores utilizados por los cortesanos, lo que lo hacía más delicado que cualquier cortesana. Se preocupaba de que su voz fuera femenina durante las sesiones de bebida, para disfrutar de los placeres del amor tanto con hombres como con mujeres. En tal exceso de lujo, de placer sensual y de templanza sin escrúpulos, compuso un himno fúnebre y ordenó a sus sucesores en el trono que lo inscribieran en su tumba después de su muerte, himno compuesto en lengua extranjera y traducido desde entonces por un griego. […] Su naturaleza de hombre ambivalente no sólo le hizo morir deshonrosamente, sino que provocó la destrucción total del imperio asirio, que existió más tiempo que cualquier otro estado en la historia.

Esa depravación del monarca, continúa Diodoro, habría llevado a la caída de Nínive tras un largo asedio al que la sometió una alianza de medos, persas y babilonios. En el último momento, Sardanápalo mandó encender una gran pira a la que arrojó a sus concubinas y eunucos, inmolándose él también a continuación con «todo su oro, plata y vestimenta real». En su Epítome de las «Historias filípicas» de Pompeyo Trogo , Justino confirma esa visión y el final:

El último que reinó entre los asirios fue Sardanápalo, un hombre más afeminado que una mujer. Uno de sus prefectos, llamado Arbacte, que gobernaba a los medos, había conseguido, después de muchos trámites, verlo, privilegio difícilmente obtenido antes que él. Descubrió a Sardanápalo rodeado de una multitud de concubinas, y vestido de mujer, enrollando lana púrpura con una rueca y distribuyendo tareas a las muchachas, pero superándolas a todas en feminidad y desenfreno. Después de ver esto, e indignado de que tantos hombres estuvieran sujetos a tal mujer, y que la gente que tenía armas de hierro obedecieran a un hilandero de lana, salió para unirse a sus compañeros, contándoles lo que veía, y diciéndoles que no podía obedecer a una cinède que prefiere ser mujer antes que hombre. Se formó una conspiración y estalló la guerra contra Sardanápalo, quien, al enterarse de lo sucedido, reaccionó no como un hombre que defiende su reino, sino como una mujer asustada por la muerte que busca un lugar al que escapar. Vencido en la batalla, se retiró a su palacio y, habiendo preparado un montón de combustible, al que prendió fuego, se arrojó allí con sus riquezas, actuando por primera vez como un hombre.

Asurbanipal, montado en su carro de guerra, inspecciona el botín y los prisioneros obtenidos tras la conquista de Babilonia
Asurbanipal, montado en su carro de guerra, inspecciona el botín y los prisioneros obtenidos tras la conquista de Babilonia. Crédito: Anthony Huan / Wikimedia Commons

Ahora bien, Diodoro y Justino cometen algunos errores. Arbacte era el nombre del rey medo Ciáxares, al que se menciona en el apartado dedicado a la caída de Nínive de las Crónicas mesopotámicas (unas tablillas de arcilla escritas en acadio antiguo con signos cuneiformes) y la inscripción de Behistún (de la que ya hablamos en otro artículo). La mayor parte de la información sobre él corresponde a Heródoto, quien, curiosamente, apenas presta atención a Sardanápalo en el segundo de sus Nueve libros de la Historia y se centra en las riquezas perdidas:

En efecto, los ladrones, queriendo robar los inmensos tesoros de Sardanápalo, rey de Nínive, que se guardaban en lugares subterráneos, comenzaron, desde la casa en la que vivían, a excavar la tierra. Habiendo tomado las dimensiones y medidas más precisas, llevaron la mina al palacio del rey.

Todo esto nos lleva a plantear de nuevo la cuestión de la historicidad y al respecto hay que decir que en la Lista de reyes asirios, compilada por éstos en su época, no figura ningún monarca llamado Sardanápalo. Los detalles sobre su vida parecen coincidir parcialmente con los de Asurbanipal, rey de Asiria, y su hermano Shamash-shum-ukin, a quien el primero había cedido la corona de Babilonia y que, a pesar de ello, estaba descontento porque los territorios babilonios estaban muy mermados respecto a tiempos pasados, razón que le llevó a sublevarse en el 652 a.C. con apoyo de elamitas, egipcios, sirios, árabes, suteos, caldeos y, en general, todos los enemigos de los asirios.

Shamash-shum-ukin fracasó y la derrota le costó la vida; Babilonia fue sitiada por Asurbanipal durante dos años, cayendo finalmente en el 648 a.C. Los asirios la saquearon y arrasaron con su proverbial brutalidad y Shamash-shum-ukin pereció en el incendio de su palacio, no se sabe si voluntariamente o no, aunque en la Antigüedad se daba por hecho que sí, quizá porque los escribas querían evitar dejar constancia de una ejecución ordenada por su hermano que se hubiera considerado impía al ser ambos de la misma sangre. A nadie se le escapará el parecido entre la muerte del rebelde y la de Sardanápalo.

Es posible que éste fuera una sincretización de los dos hermanos. ¿Y el nombre? Una teoría sugiere que se trata de una confusión con un sátrapa de Cilicia, pero la mayoría, basándose en la conocida como inscripción de Çineköy (un texto bilingüe en luvita y fenicio, datado en el siglo VIII a.C., grabado en la piedra de un monumento al dios del trueno Tarhunza), se decanta por una aféresis (modificación fonética) de la palabra aššurû (Asiria), que dio origen al término Siria y que explicaría la desaparición del primer segmento vocal de Aššur-bāni-apli , dando Sur-. Es decir, de Aššur-bāni-apli se pasaría por corrupción a Sar-dan-ápalos.

La tumba de Sardanápalo en Tarso (ciudad vecina de Anquíalo) dibujada por Victor Langlois para el libro Voyage dans la Cilicie et dans les montagnes du Taurus (1861)
La tumba de Sardanápalo en Tarso (ciudad vecina de Anquíalo) dibujada por Victor Langlois para el libro Voyage dans la Cilicie et dans les montagnes du Taurus (1861). Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Por lo demás, ni Asurbanipal ni su hermano Shamash-shum-ukin llevaron una vida tan hedonista como la que se atribuye a Sardanápalo, y mucho menos consta que fueran homosexuales o bisexuales. Más bien se los presenta históricamente como gobernantes fuertes, ambiciosos, serios y hasta cultos (se sabe que Asurbanipal, bajo cuyo mandato alcanzó el imperio Asirio su máxima extensión, era un erudito poseedor de una vasta biblioteca y versado en astronomía, matemáticas, botánica, zoología, etc). En cuanto a la caída de Nínive a manos de una coalición de enemigos liderada por el citado Ciáxares, tuvo lugar en el 612 a.C. tras una serie de guerras civiles por el trono.

Reinaba entonces Sin-shar-ishkun, vástago que Asurbanipal tuvo con su esposa Libbali-sarrat, después del asesinato de su hermano y predecesor, Assur-etil-ilani, y de unos pocos meses en los que se impuso el general usurpador Sin-shumu-lisir. No se sabe cuál fue el destino del rey, suponiéndose que murió en combate defendiendo la ciudad. Le sucedió Ashur-uballit II, que probablemente era su hijo pero que tuvo que gobernar desde Harrán, ya que se invirtieron las tornas y Ninive quedó en poder de Babilonia. Como también fue conquistada la nueva capital, Ashur-uballit II tuvo que huir y, con ayuda del faraón Necao II, retornó para intentar recuperar su reino; no pudo y desapareció de la Historia.

Volviendo a Sardanápalo, tras su óbito en la pira habría sido enterrado en Anquíalo, una ciudad de Cilicia. En su obra El banquete de los eruditos, el retórico y gramático griego Ateneo de Náucratis cuenta al respecto:

En el libro III de sus Pasos, Amintas nos cuenta que en Nínive había un montículo colosal, que Ciro había arrasado, para levantar en su lugar una gran terraza para vigilar mejor las murallas, durante el asedio de la ciudad. Este montículo era, se dice, el mausoleo de Sardanápalo, rey de Nínive, en cuya cima se había erigido una columna de piedra, donde se podían leer inscripciones en caldeo que Choerilos luego tradujo en versos griegos […] En Anquíalo, ciudad construida por Sardanápalo, Alejandro instaló su campamento, en el momento en que luchaba contra los persas. No lejos de este lugar, vio la tumba de Sardanápalo donde estaba grabada una imagen del rey, visiblemente representada chasqueando los dedos. Debajo, estas palabras estaban escritas en caracteres asirios: «Sardanapalo, hijo de Anakyndaraxes, construyó Anquíalo y Tarso en un día. ¡Come, bebe y disfruta! ¡El resto importa poco!». Éste, al parecer, es el significado del chasquido de dedos.

La muerte de Sardanápalo en un grabado decimonónico de Georg Weber
La muerte de Sardanápalo en un grabado decimonónico de Georg Weber. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Ese monumento que reseña el mencionado Amintas (alias el Bematista, un escritor del siglo IV a.C.) seguramente correspondería al período aqueménida y fuera construido por un sátrapa local, pues no hay registro de que ningún rey asirio muriera o recibiera sepultura en Cilicia. Lo interesante es la inscripción porque Diodoro de Sicilia, siempre siguiendo a Ctesias, informa de la existencia de una oración funeraria dejada por Sardanápalo:

…él mismo hizo este epitafio en lengua bárbara, que desde entonces ha sido plasmado en dos versos griegos: «Tomo tesoros que dejo a los vivos, todo lo pongo en satisfacer mis sentidos».

Se ignora dónde estaba exactamente y en qué idioma y tipo de escritura se plasmó, pues dice que se tradujo al griego del caldeo (¿alfabeto arameo, cuneiforme asirio?). Cicerón, en su obra Disputaciones Tusculanas, remonta el conocimiento del epitafio hasta los tiempos de Aristóteles:

Vemos en esto cuál fue la ceguera de Sardanápalo, este opulento rey de Asiria, que hizo grabar en su tumba la siguiente inscripción: “Privado de mi grandeza por una muerte fatal, lo que Amor y Baco me han proporcionado de bienes, son los únicos a partir de ahora que me atrevo a llamar míos; un heredero tiene todo lo demás”. Inscripción, decía Aristóteles, más digna de ser colocada en el foso de un buey que en el monumento de un rey.

Leyendo estos textos es fácil entender la pésima imagen que de Sardanápalo debían tener los griegos: la de un monarca degenerado, cautivo de sus excesos, que combinaba tiranía con frivolidad, feminización con debilitamiento, provocando fatalmente el colapso de su reino. Los macedonios vincularon esos defectos con los persas y los romanos los contraponían a su virtus, todo lo cual constituye un enfoque recuperado en el siglo XX, en tiempos de Atatürk, para explicar la decadencia que llevó a la caída del Imperio Otomano (el heredero de la Sublime Puerta se crió en un serrallo) y justificar la república. Una mala fama redimida por el arte.



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