Se llama Guerras Astur-Cántabras al largo conflicto que los romanos mantuvieron en la cornisa cantábrica hispana a lo largo de una década, entre los años 29 y 19 a.C. El sometimiento de los últimos pueblos resistentes de Hispania, astures y cántabros, fue la campaña elegida por Augusto en el 27 a.C. para consolidar su recién adquirido poder y de paso hacerse tanto con el control de todas las legiones como del oro peninsular. Sin embargo, la contienda se prolongó más de lo esperado y obligó al mandatario a irse, dejando las operaciones en manos de sus generales. Éstos tuvieron que derrotar al pertinaz enemigo en varias batallas, una de las cuales fue la del Monte Medulio.
Augusto ya había demostrado su capacidad militar derrotando a Marco Antonio, pero ahora resultaba conveniente refrendarla ante un adversario bárbaro, emulando así a Julio César. La Galia y Britania estaban pacificadas, así que las opciones más prácticas eran Germania e Hispania. La primera requería organizar una campaña a conciencia en un territorio hostil e incómodo, por lo que se decantó por rematar la conquista hispana, que ya conocía (había estado en su juventud) y donde sólo la franja norteña continuaba remisa a aceptar el dominio de Roma. Así lo explica Lucio Anneo Floro en su Epítome de la Historia romana:
En el occidente estaba ya en paz casi toda Hispania, excepto la parte de la Citerior, pegada a los riscos del extremo del Pirineo, acariciados por el océano. Aquí se agitaban dos pueblos muy poderosos, los cántabros y los astures, no sometidos al imperio.
Consecuentemente, mandó abrir las puertas del templo de Jano, símbolo empleado para iniciar las guerras, ordenó difundir propaganda sobre la ferocidad del enemigo al que se iba a enfrentar y a principios del 26 a.C. se desplazó personalmente a la Península Ibérica. Desembarcó en Tarraco y marchó hacia el norte con la idea de establecer su cuartel general cerca del frente, pero la caída de un rayo muy cerca de su litera -mató a uno de los esclavos que alumbraban el camino con antorchas- durante una noche fue interpretado como una advertencia de Júpiter, lo que, junto con el hecho sufrir una enfermedad hepática, le obligó a regresar a Tarraco.
El ejército continuó adelante bajo el mando de sus legados: Cayo Antistio Veto, antiguo cónsul sufecto partidario de Bruto que había cambiado de bando y ahora quería congraciarse con el nuevo gobernante, siendo su misión someter a los cántabros, adscritros a la Citerior; y Publio Carisio, que estaba al mando de Lusitania -la cual encuadraba a Asturiae y Gallaecia- y se ocuparía de los astures. Ambos pueblos habían sido vencidos por César tiempo atrás y a veces incluso se incorporaban a las legiones como auxiliares, pero, según autores romanos, solían realizar incursiones contra sus vecinos vacceos, turmogos y autrigones.
Eso proporcionó el casus belli que Roma deseaba por razones más particulares, como las antes reseñadas; afianzar el prestigio de Augusto, hacerse con el control total de las legiones y explotar las riquezas auríferas. Sin embargo, no iba a ser fácil. El terreno, montañoso y boscoso, dificultaba los movimientos de tropas y la construcción de campamentos adecuados, a la par que facilitaba a los indígenas una forma de combatir en guerrillas de la que da fe Dion Casio, obligando a los romanos a evitar emboscadas avanzando por las crestas de las sierras en vez de meterse en la frondosidad de los valles, lo que significaba mayor lentitud.
Ello no impedía el recurso a tácticas más abiertas, como el llamado círculo cántabro que realizaba la caballería de dicho pueblo y el de los astures -que más tarde aportaría alas de jinetes a las legiones-, cuyo porcentaje en sus filas era importante, una cuarta parte. Al final, la tenaz resistencia obligó a Augusto a destinar numerosas fuerzas al conflicto: llegaron a relevarse hasta seis legiones contra los cántabros y tres contra los astures, sin contar las cohortes auxiliares y el desembarco en Portus Blendium (actual Suances) de la Classis Aquitanica. En total, entre 70.000 y 80.000 hombres para enfrentarse a más del doble.
Pese a todo, los cántabros cayeron en el error de aceptar una batalla en campo abierto, en la que no fueron rival para los romanos de Antistio. Los supervivientes se refugiaron en el monte Vindio, pero sufrieron una segunda derrota y sus castros fueron implacablemente sitiados. La caída de Aracillum, a la que se cercó con un foso perimetral de 23 kilómetros, tal cual hiciera César en Alesia, llevó a los defensores a inmolarse para evitar ser sometidos a esclavitud. Entretanto, Carisio venció a los astures y la contienda se dio por terminada en el 25 a.C. El problema vino en la posguerra.
Augusto retornó a Roma con rehenes, cerró las puertas del templo de Jano, contruyó otro en honor de Júpiter Tonante en agradecimiento por el aviso del rayo, recibió con agrado una oda escrita por el poeta Horacio en la que le comparaba con Hércules, regaló 400 sestercios a cada ciudadano y rechazó la celebración del triunfo que le propuso el Senado para mostrarse modesto (lo había celebrado in situ con sus tribunos, entre los que estaban los jóvenes Tiberio, su hijastro y futuro emperador, y Marcelo, su sobrino). Cántabros y astures, por contra, no quedaron precisamente contentos.
En primer lugar, el vencedor se había llevado a muchos como rehenes y a otros como esclavos, reubicando al resto en la zona cismontana (o sea, al sur de la cordillera Cantábrica). Y en segundo, el comportamiento tiránico de los gobernadores dio al traste con la paz. Carisio estaba tan seguro de su superioridad que licenció a buena parte de las tropas y fundó una colonia a la que llamó Emérita Augusta, germen de la actual ciudad de Mérida, pero los abusos cometidos por Lucio Elio Lamia, nuevo gobernador de la Tarraconense, terminó soliviantando a todos y provocando una segunda insurrección en el 22 a.C.
Fueron los astures los que iniciaron la rebelión, al engañar a los romanos atrayéndolos con la oferta de aprovisionarlos de trigo para cogerlos por sopresa y masacrarlos. Los cántabros parecían estar satisfechos con el gobierno del nuevo legado Augusti pro praetore (gobernador provincial delegado por Augusto y dotado de imperium), Cayo Furnio, pero en realidad le despreciaban por su inexperiencia y no tardaron en unirse a sus vecinos. No obstante se equivocaban con Furnio, que demostró una extraordinaria habilidad para adaptarse militarmente a la guerra en las montañas y supo coordinarse eficazmente con Carisio para afrontar el peligro.
De hecho, los cántabros volvieron a perder y, al igual que tres años antes en Aracillum, tuvieron que atrincherarse en otro lugar elevado y fortificado: el monte Medulio, que inmediatamente fue sitiado por las legiones y rodeado por un cerco de 15 millas de longitud (millas romanas, se entiende; algo más de 22 kilómetros). No se sabe dónde estaba, ya que las descripciones de la época son demasiado vagas e inconcretas. Floro, por ejemplo, resume sucintamente el episodio pero no localiza el escenario: Por último tuvo lugar el asedio del Monte Medulio, sobre el cual, después de haberlo cercado con un foso continuo de quince millas, avanzaron a un tiempo los romanos por todas partes.
También Paulo Orosio, un sacerdote e historiador hispano del siglo IV, escribe al respecto: Pues también cercaron con asedio el Monte Medulio, que se alza sobre el río Minio, y en el que se defendía gran multitud de hombres, después de rodearlo con un foso de quince millas de longitud. Como vemos, Orosio apunta un dato geográfico, el río Minio, lo que, junto a una alusión a la parte interior de Galicia (Praeterea ulteriores Gallaeciae parte, quae montibus siluisque consitae Oceano terminantur), sería una referencia al Miño y a Galicia. En la provincia de Orense incluso hay un monte llamado Medelo, de evidente similitud topónima, y otro denominado O Castelo donde ha aparecido la inscripción Sicenata Pacata («Quietos y pacificados»).
Ahora bien, asimismo se apuntan como posibles localizaciones orensanas Santa Cruz de Arrabaldo y Cabeza de Meda, mientras que otras gallegas serían en Pontevedra, como los montes Aloia (en Tuy) o Santa Tecla (La Guardia), y el monte Cido (que está en la sierra del Caurel, Lugo, y cuyo nombre podría derivar de la palabra latina occidio, es decir, matanza), donde se han encontrado restos romanos de una batalla y donde hay muchos tejos, cuyas hojas y frutos son venenosos y pudieron servir para el suicidio masivo que menciona Floro:
Cuando los bárbaros ven acercarse el final de su resistencia, la porfía se mata a fuego y hierro, en medio de una comida, con un veneno que acostumbran a extraer del tejo e allí del tejo, librándose así la mayoría de la esclavitud, que a un pueblo hasta entonces indómito le parecía más intolerable que la muerte...
La extensión de Gallaecia era mayor que la actual y por eso, asimismo, se han propuesto como otras ubicaciones las sierras de la Lastra o la de los Ancares, en la frontera gallego-leonesa. Pero si bien unos identifican el Minnio con el Miño o incluso la confluencia de éste con el Sil, otros apuntan que el Cares, un río que discurre por los Picos de Europa, entre la parte noreste de León y la sureste de Asturias, es llamado Miñances en algunos tramos de su curso, por lo que desplazan la situación del monte Medulio a la sierra del Cuera, que discurre paralela a la costa cantábrica entre los concejos asturianos de Llanes y Peñamellera.
Esa parte del actual principado era entonces territorio de los cántabros orgenomescos y avariginios (los astures se proyectaban hacia el sur, hasta el río Duero), que parecen candidatos más probables a haber protagonizado el episodio que tratamos. Quizá Orosio se dejó llevar por el hecho de que él era galaico de nacimiento, probablemente de Bracara Augusta (hoy Braga, Portugal), y aplicó sus fuentes al entorno que mejor conocía, acaso interpretándolas erróneamente: el polímata grecorromano Posidonio, que vivió en el siglo I a.C., decía que el Minnion fluía desde el país de los cántabros, cuando sabemos que nace en la sierra de Meira (Lugo) y además de lo conocía como Bainis.
Así lo explica el historiador y sacerdote Eutimio Martino Redondo, quien recuerda que el nombre original del río Deva, frontera natural entre Asturias y Cantabria, era Minius (también se llama Deva a un afluente del Miño, ya que era como se designaba a la diosa madre) y nace en los Picos de Europa, cerca de Peña Remoña (antaño Remoño), lo que pudo originar la confusión fonética con «río Miño». El registro arqueológico parece apoyar esa hipótesis al haberse hallado en el puerto de Pasaneo lo que parecen restos de un foso romano.
El caso es que si los clásicos optan por Galicia, los autores actuales suelen decantarse por puntos más orientales. Hemos visto que Asturias es uno, y no sólo en la zona reseñada sino también en el concejo de Miranda, donde hay restos arqueológicos de un castro denominado Meduales no lejos de Las Médulas. Y luego está la propia Cantabria, claro.
Martino propone la sierra de Peña Sagra, un cordal de 16 kilómetros que va desde Liébana hasta los Picos de Europa (e incluye el Deva). Otras posibilidades planteadas son Peña Cabarga, la sierra del Escudeo de Cabuérniga y el macizo del Dobra (cuya extensión coincide con las 15 millas que abarcaba el foso de asedio romano).
En fin, siendo imposible hasta ahora demostrar quién tiene razón, únicamente queda explicar que, como se ha podido deducir de la última cita de Floro, el atrincheramiento de los últimos cántabros terminó trágicamente con un suicidio colectivo.
Viendo que no tenían salida, y tras un banquete ceremonial, ingirieron veneno de tejo (el tejo común o Taxus baccata era un árbol sagrado extendido por todo el norte cuyas bayas y hojas contienen taxina, una combinación de alcaloides que en dosis elevadas provocan hipertensión y parada cardiorrespiratoria) o, como en Numancia, unos se arrojaron a hogueras y otros se quitaron la vida mutuamente. Como cuenta Dion Casio:
De los cántabros no se cogieron muchos prisioneros; pues cuando desesperaron de su libertad, no quisieron soportar más la vida, sino que incendiaron antes sus murallas, unos se degollaron, otros quisieron perecer en las mismas llamas, otros ingirieron un veneno de común acuerdo, de modo que la mayor y más belicosa parte de ellos pereció. Los astures, tan pronto como fueron rechazados de un lugar que asediaban, y vencidos después en batalla, no resistieron más y se sometieron en seguida.
En efecto, Cayo Furnio abandonó el lugar para acudir en ayuda de Carisio, a quien los astures habían rodeado en su propio campamento y estaba ya al límite de la resistencia. La llegada de los refuerzos salvó la situación y luego, en una nueva batalla campal, se puso fin a la guerra. Parecía la definitiva, pero el líder, Gausonio, pudo escapar y continuar su guerrilla hasta el 21 a.C. Astures y cántabros aún se alzarían una vez más entre el 20 y el 18 a.C., no llegando la calma -siempre precaria- hasta el 13 a.C.
FUENTES
Dion Casio, Historia romana
Lucio Anneo Floro, Epítome de la ‘Historia’ de Tito Livio
Paulo Orosio, Historias
Eutimio Martino, Roma Contra cántabros y astures. Nueva lectura de las fuentes
Joaquín González Echegaray, Las Guerras Cántabras en las fuentes
Joaquín González Echegaray, Los cántabros
Eduardo Peralta Labrador, Los cántabros antes de Roma
Wikipedia, Monte Medulio
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