El nombre de Marco Valerio Levino no dice gran cosa a los aficionados a la Historia, ni siquiera a la de la Antigua Roma, porque ha quedado a la sombra de los de otros personajes coetáneos que sí pasaron a la posteridad con mayúsculas por su protagonismo en la Segunda Guerra Púnica, caso de Aníbal Barca, Escipión el Africano, Marco Claudio Marcelo o Quinto Fabio Máximo, por ejemplo. Pero Levino también jugó un papel importante en la contienda; aunque al principio estuvo a punto de ser engañado por los macedonios, que fingieron querer una alianza para después firmarla con Cartago, fue él quien sometió finalmente a su rey Filipo V, quien pacificó Sicilia y quien consiguió el apoyo de Pérgamo.

Marco Valerio Levino nació en Roma entre los años 260 a.C. y 250 a.C. Era descendiente (¿nieto, sobrino?) de Publio Valerio Levino, quien había sido cónsul junto a Tiberio Coruncanio dos décadas antes y dirigido la guerra contra Pirro, el rey del Épiro, con poca fortuna (cayó derrotado en la batalla de Heraclea). El propio Marco accedió al consulado por primera vez en el 220 a.C., aunque las elecciones fueron anuladas por alguna causa, quizá un defecto formal. No obstante, conseguiría ser cónsul de nuevo en el 210 a.C.

Antes, en el 215 a.C., ejerció de pretor peregrinorum, el magistrado que se ocupaba de los conflictos entre los extranjeros y/o los de éstos con los romanos; un cargo que daba derecho a imperium debido al intenso nivel alcanzado por el comercio romano en el Mediterráneo, que vivía un momento álgido en estrecha competencia con Cartago. De hecho, ahora era más que competencia porque la guerra había estallado tres años antes y, dado que Aníbal llevó las operaciones a la península italiana obteniendo la resonante victoria de Cannas, el Senado redestinó a todos los magistrados civiles entregándoles mandos militares.

Marco Valerio Levino
El mundo mediterráneo en la época. Crédito: Goran tek-en / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Así fue cómo Levino quedó al frente de las legiones recién llegadas desde Sicilia y se dirigió a Apulia con la misión de controlar desde allí el litoral adriático entre Bríndisi y Tarento, para lo cual se le entregó una flota de veinticinco naves. Había instalado su campamento en la ciudad de Luceria (actual Lucera) cuando recibió la visita de unos embajadores enviados por el antigónida Filipo V de Macedonia. Su jefe, Jenófanes, le pidió guías y escolta para ir a Roma y presentar ante el Senado una propuesta de alianza. Asimismo, le solicitó información sobre las posiciones que ocupaban romanos y cartagineses, a fin de precisar su oferta.

Aquello resultaba interesante, ya que el avance imparable de Aníbal había provocado que muchos pueblos italianos dejasen a Roma prácticamente sola ante el peligro, por eso Levino accedió inocentemente sin imaginar que estaba siendo engañado. Tras recabar todos los datos solicitados, Jenófanes no se reunió con los senadores sino con delegados cartagineses, sellando entre sí la alianza ofrecida antes a los otros «ante todas las divinidades de la guerra que presencian este juramento», en palabras de Polibio. Otro autor, Tito Livio, explica las condiciones pactadas en su obra Historia de Roma desde su fundación:

El rey Filipo V, con el máximo número de barcos que pudiera conseguir (se pensaba que podía poner en el mar doscientos), debía pasar a Italia, devastar las costas y hacer la guerra con sus propias fuerzas por tierra y mar. Terminada la guerra, toda Italia, con la ciudad de Roma pertenecería a los cartagineses y a Aníbal. Sólo a Aníbal se le reservaría la totalidad del botín. Después de la sumisión completa de Italia, los cartagineses deberían pasar a Grecia y hacer la guerra a todos los reyes que designara Filipo; todos los estados del continente y todas las islas que rodean Macedonia pertenecerían a Filipo, y serían parte de su reino.

Aníbal Barca
Busto de Aníbal Barca encontrado en Capua. Crédito: Fratelli Alinari / Dominio público / Wikimedia Commons

Ahora bien, el astuto plan no salió como se esperaba. Levino finalmente se percató de la farsa y envió a sus barcos a capturar a los delegados macedonios y púnicos, informando luego a Roma. Aquello significaba la incorporación de un nuevo enemigo, Macedonia, pero de momento había que solucionar las defecciones internas y él mismo se ocupó de ello en otoño, sometiendo a los hirpinos (un pueblo del centro de Italia, de etnia samnita pero considerado aparte, que vivía en la zona montañosa encajada entre las regiones de Samnio, Campania, Lucania y Pulia) de Vescellium, Vercellium y Siclinum, que se habían pasado al bando cartaginés. Llegó entonces el momento de ocuparse de Macedonia.

Como no estaba claro si se decidiría a empuñar las armas contra los romanos, el cónsul Tiberio Sempronio Graco envió a Levino a Bríndisi para defender la costa de Salento (el sudeste de Apulia, lo que se podría definir como el «tacón de la bota italiana») de un posible ataque. Fue allí donde recibió a emisarios de la región griega de Épiro, que le informaron de que Filipo había conquistado su ciudad, Orico, y se disponía a continuar hacia Apolonia de Iliria, simpatizante de Roma. El monarca disponía, al parecer, de una poderosa flota de centenar y medio de naves que podrían permitirle cruzar el Adriático y desembarcar en Italia.

En un alarde de iniciativa fue Levino quien atravesó el mar en la otra dirección, reconquistó la urbe, envió dos mil hombres al mando de su ayudante Quinto Nevio Crista a expulsar de Apulia a los macedonios y atacó por sorpresa, de noche, el campamento de Filipo; mató a tres mil de sus soldados y puso en fuga al resto. A continuación firmó una alianza con la Liga Etolia y se dispuso a invernar en Orico, que utilizó como base naval para que su flota, compuesta por cincuenta barcos, vigilara los litorales de Etolia y Acaya, manteniendo alejado al rey macedonio. Para las operaciones por tierra contaba con una legión.

Esa audacia le hizo ganarse la renovación de su cargo de pretor en 214 a.C., que repetiría tres veces más en 213, 212 y 211 a.C. Pero la admiración que desató fue más allá y le eligieron cónsul por segunda vez, en un mandato compartido con Marco Claudio Marcelo -que lo era por tercera-, sin que ni siquiera se hubiera presentado como candidato. Ello fue posible gracias a que el primer elegido, Tito Manlio Torcuato, renunció por ser demasiado viejo y sufrir problemas de visión. Con los recursos que le daba su nuevo consulado, Levino retomó la guerra contra Macedonia.

Atalo de Pérgamo
Busto de Átalo I, rey de Pérgamo. Crédito: shakko / Wikimedia Commons

Lo primero que hizo fue asegurarse la complicidad de la citada Liga Etolia, así como la del rey Átalo I de Pérgamo. Después, echó a los macedonios de las islas de Zante y Naxos; también de la ciudad acarnania de Eníade. Invernó en Corcira, tiempo durante el cual, ejerciendo como triunviro monetal (una de las tres personas encargadas de la acuñación de moneda), emitió una serie de piezas compuesta por victoriatos (tropaión, para los griegos; era de plata y equivalente a tres cuartos de un denario) y quinarios (también de plata, pero de medio denario de valor).

Al llegar la primavera de 210 a.C. Levino sitió Anticira, en Fócida, con ayuda de los etolios. Cuando finalmente cayó, éstos tuvieron que entregar a los romanos el botín obtenido, tal como habían acordado con ellos previamente. Poco antes de terminar el asedio el general fue informado de su nombramiento como cónsul; debía ir a tomar posesión del cargo, siendo su sustituto en la guerra Publio Sulpicio Galba Máximo. La toma de posesión del consulado se retrasó porque Levino sufrió una larga enfermedad que le impidió viajar.

Una vez que mejoró desembarcó en Capua, donde los campanios le rogaron que intercediera por ellos ante el Senado. Eran enemigos de Roma según Tito Livio («no hubo ningún pueblo en la tierra más hostil al nombre romano»), habiendo incendiado el Foro y hasta se sospechaba que habían ayudado a Aníbal cuando permitieron a Hannón, oficial de éste, acampar en su territorio en una posición elevada ventajosa, lo que obligó al procónsul Quinto Fulvio Flaco a efectuar un asalto que, aunque finalmente victorioso, rozó el desastre en algún momento.

Por esa razón, al marcharse Aníbal, Fulvio sometía a Capua a un implacable asedio que obligaba a sus habitantes a permanecer recluidos tras sus murallas, sin poder salir a los campos en busca de alimentos. Levino aceptó abogar por ellos, pero los senadores opinaban que la traición de los campanios exigía una rendición incondicional, tal como insistía Flaco. Finalmente se impuso la postura de éste y todos los campanios adultos fueron ejecutados, siendo sometidos el resto a esclavitud sin que sirviera de nada la intervención oral de Levino.

Marco Valerio Levino
Campaña de Levino en Grecia en el 210 a.C. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

En realidad su exposición a los senadores se centró en la situación en Grecia. Consideraba que las victorias ante Filipo V le descartaban como amenaza inmediata, lo que permitía prescindir de una de las legiones destinadas allí para emplearlas contra los cartigeneses. Porque la Segunda Guerra Púnica seguía activa y ya eran veintiuna las legiones reclutadas por ello ese año. Tras un sorteo, al cónsul Marco Claudio Marcelo le tocó ocuparse de Sicilia y a Levino, Italia. Pero intercambiaron sus respectivas designaciones después de que los sicilianos se quejaran de volver a sufrir a un Marcelo de cuya dureza no estaban nada contentos.

De este modo, Levino partió hacia la isla italiana, donde el panorama era tenso, debido a la destrucción de Siracusa ordenada por Marcelo a causa del posicionamiento del tirano local, Hierónimo, a favor de Cartago. Los siracusanos se quejaron porque las simpatías populares eran prorromanas, pero Marcelo quiso aprovechar para dar ejemplo y rechazó la oferta de algunos ciudadanos de abrirle las puertas, prefieriendo tomar la ciudad al asalto y provocando la indignación de la gente. La llegada de Levino sirvió para calmar los ánimos.

Antes tuvo que solucionar un acuciante problema en Roma. Tras tres años de guerra la flota necesitaba fondos para reponer sus pérdidas, por lo que se propuso que fuera el pueblo el que costease los salarios y la manutención de una nueva remesa de remeros. Ahora bien, las arcas se hallaban vacías y tanto los ciudadanos como los aliados ya estaban gravados con fuertes impuestos coyunturales, por lo que no podrían asumir más. La polémica amenazaba con desembocar en malestar general, con el consiguiente peligro que eso suponía; pero algo había que hacer con la flota.

Segunda Guerra Púnica
Vistorias de Aníbal en Italia. Crédito: Popadius / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Levino planteó entonces una arriesgada idea: que los senadores y todos los que hubieran ejercido una magistratura entregaran al tesoro público sus bienes, excepto los necesarios para vivir, hacer sacrificios, pagar amuletos a los niños o para que las mujeres pudieran adornarse mínimamente. En una gran demostración de virtus romana, no sólo todos aceptaron sin que hiciera falta promulgar ley o edicto alguno, sino que a continuación les imitó la siguiente clase social, el ordo equester, conservando los équites únicamente sus anillos distintivos.

El vulgo evitó así un potencial motivo de discordia y la flota pudo financiarse, así que Levino partió en otoño hacia Sicilia. Tras alcanzar los últimos acuerdos con Siracusa, puso sitio a Agrigento, que aún resistía en manos de Hannón. Éste contaba con la ayuda del númida Mutines, que campaba a sus anchas por la isla con tanto éxito que el cartaginés empezó a desconfiar de él y le quitó el mando. Resentido, Mutines cambió de bando y pactó con los romanos abrirles las puertas de Agrigento. Las legiones penetraron en la ciudad, masacraron a sus habitantes y vendieron como esclavos a los demás, como en Capua.

Como si de un castillo de naipes se tratara, todas las posiciones púnicas cayeron una detrás de otra, ya fueran conquistadas, entregadas a traición o rendidas. Con aquel brillante triunfo que pacificó Sicilia (se hicieron cerca de cuatro mil prisioneros, a los que se ofreció reubicar en el sur de Italia si lograban arrebatar sus tierras a los brucios propúnicos) y su economía asegurada por decreto (se obligaba a todos a dedicarse a la agricultura para que pudieran también enviar cereal a Roma), Levino dejó encargado al pretor Lucio Cincio Alimento y regresó con diez barcos a la metrópoli para atender una cuestión que había surgido.

Se trataba de las nuevas elecciones al consulado del próximo año. Esa labor debería corresponder a Marcelo, pero éste se encontraba en persecución de Aníbal y no era aconsejable interrumpirle en esa misión, así que se confió el asunto a Levino. El todavía cónsul informó de que había tomado sesenta y seis ciudades, arrancó de los senadores la ciudadanía para el númida Mutines y explicó que había enviado al norte de África al prefecto de la flota, Marco Valerio Mesala, para operar así en la retaguardia púnica, saquear la región y vigilar el enemigo.

Fue Mesala quien avisó de que Cartago había construido una escuadra con la que esperaba recuperar Sicilia, además de haber contratado a cinco mil númidas al mando de Masinisa, entre otros muchos mercenarios, con el plan de unirse en Hispania a las fuerzas de Asdrúbal y acudir a Italia en ayuda de su hermano, quien había logrado desembarazarse de la presión de Marcelo. La situación era tan preocupante que el Senado decidió devolver a Levino a Sicilia y le pidió que eligiera un dictador. Él nombró a Mesala, pero eso planteaba un problema legal, ya que el designado para ese puesto debía estar en Italia, así que el Senado dijo no.

Anibal y Marcelo
Ilustración de 1910 que muestra a Aníbal ante el cadáver de Marcelo. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

No quedaba más remedio que aceptar la sugerencia de Marco Lucrecio, tribuno de la plebe: consultar al pueblo a quién quería como dictador. El designado fue Quinto Fulvio Flaco, cuyo mérito principal era haber dirigido las operaciones de asedio a Capua. También eligieron a Publio Licinio Craso, padre del famoso Marco Licinio Craso, como magister militum. Ambos nombramientos recibieron el visto bueno de Marcelo y, de ese modo, Levino pudo marchar a Sicilia como procónsul para el año 209 a.C. Llevó consigo lo que quedaba de las legiones de Cayo Terencio Varrón y Cneo Fulvio Centumalo Máximo, derrotados en Cannas y Herdonia.

En la isla unió esas tropas a las de Lucio Cincio Alimento, cediendo dos legiones y treinta quinquerremes al nuevo cónsul, Quinto Fabio Máximo. El propretor debía defender la parte oriental de Sicilia, mientras que Levino se ocuparía de la occidental y la caballería de Mutines patrullaba el interior para asegurar el suministro de grano; la producción alcanzada era tan grande que hubo excedente tanto para abastecer a Roma como al ejército que se disponía a atacar Tarento.

Al año siguiente, prorrogado su proconsulado, Levino pasó a África con un centenar de barcos para saquear su litoral, cosa que hizo sin más oposición que la de una escuadra cartaginesa a la que derrotó, volviendo a Lilibeo con un copioso botín. En 207 a.C. repitió la incursión con el mismo éxito, llegando hasta las puertas de ciudades púnicas como Clupea o Útica y hundiendo diecisiete naves enemigas que le salieron al paso. Fue su última misión en Sicilia, pues en 206 a.C volvió a Italia con dos legiones para guarnecer Etruria ante la amenaza de Magón, el otro hermano de Aníbal.

Pero no permaneció mucho tiempo allí. Roma necesitaba aliados y, recordando su aclamado paso por Grecia, el Senado le envió a la corte de Átalo I, rey de Pérgamo, encabezando una delegación diplomática en la que también estaban Marco Cecilio Metelo, Servio Sulpicio Galba, Cneo Tremelio Flaco y Marco Valerio Falto. el objetivo de la misión era confirmar el apoyo de Átalo y llevar a Italia desde Pesininte (en Anatolia, la actual Turquía) a la Magna Mater (Gran Madre), una divinidad de origen frigio cuyo culto había arraigado en Roma hasta el punto de que se la asimiló a Cibeles y se le asignó un santuario en el Capitolio.

Segunda Guerra Púnica
Mapa del desarrollo de la Segunda Guerra Púnica Crédito: YassineMrabet / Wikimedia Commons

Los romanos eran muy dados a consultar oráculos y la Magna Mater tenía fama de ello, por lo que se decidió trasladar la piedra que la representaba (probablemente un meteorito) siguiendo indicaciones de los Libros Sibilinos (textos mitológicos y proféticos que se consultaban en casos de crisis para saber cómo actuar). La diosa arribó al puerto de Ostia, donde fue recibida por Publio Cornelio Escipión Nasica (primo de El Africano) y un grupo de matronas locales. Aunque el culto a Magna Mater no alcanzó su máxima expresión hasta los tiempos del emperador Claudio, supuso un primer paso de la apertura romana a los ritos orientales mucho antes de lo que pasaría posteriormente con Mitra.

Concluida la misión, Levino regresó en el 204 a.C. Lo primero que hizo fue presentar una moción para que se reembolsara a los miembros de las clases senatorial y ecuestre aquellos bienes que habían entregado voluntariamente como esfuerzo bélico seis años antes. Podían permitírselo porque la guerra ya estaba decantada a favor desde hacía tiempo: los cartagineses habían perdido Hispania, la expedición de Asdrúbal había terminado mal y Escipión el Africano ya estaba en África, en una operación que buscaba obligar a Aníbal a abandonar Italia.

De hecho, Cartago, bajo la autoridad de Hannón el Grande, intuía la catástrofe y le negó refuerzos al tiempo que envió una embajada a Roma en el 203 a.C. para negociar un armisticio. Aducía que las hostilidades habían sido cosa de los Barca, que actuaban por su cuenta sin contar con la opinión de los sufetes (senadores púnicos). Levino, al igual que Escipión, aconsejaron rechazar la propuesta sugiriendo que podían ser espías y el Senado ni siquiera recibió a los delegados, de modo que la guerra aún continuaría un par de años, hasta el 201 a.C.

El reino de Pérgamo y otros estados griegos hacia el 200 a.C.
El Reino de Macedonia en vísperas de la Segunda Guerra Macedónica. Crédito: Marsias / Willyboy / Wikimedia Commons

La victoria final ante los cartagineses no supuso la paz para los romanos, obligados a sostener por las armas las bases de lo que pronto sería un imperio. Con las manos liberadas, el objetivo ahora era ayudar a sus aliados asiáticos contra la Macedonia de Filipo V. Dada su experiencia en la región, Levino fue nombrado propretor otra vez y zarpó hacia el Mediterráneo oriental con una flota de treinta y ocho barcos, desembarcando en el norte de Grecia y avanzando por tierra. En los informes que envió, aseguraba que los macedonios se disponían a atacar Atenas.

En realidad, se trataba de una respuesta a la declaración de guerra ateniense, pues todos los griegos eran conscientes de que los romanos buscarían un pretexto para intervenir en su ayuda. Aún así, el Senado se mantuvo reticente a declarar la guerra y se limitó a advertir a Filipo, exigiéndole la retirada de sus tropas. El monarca rechazó el ultimátum considerando que no violaba el acuerdo de Fénice (que había puesto fin a la Primera Guerra Macedónica) y encima sitió Abidos, en Egipto. Los romanos enviaron un segundo aviso, exhortando a Filipo a un arbitraje con Pérgamo y Rodas, pero además movilizaron sus tropas.

Ya era primavera del 200 a.C., la estación que Roma esperaba para intervenir, siguiendo la recomendación del propretor, apoyada por los cónsules, dando comienzo la Segunda Guerra Macedónica. Pero Levino no tendría ocasión de intervenir; para él ya no habría más aventuras militares, pues falleció ese mismo año. Tito Livio cuenta que sus hijos, Publio y Marco, honraron su memoria organizando unos juegos funerarios con luchas de gladiadores en el Foro que duraron cuatro días.


FUENTES

Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación

Polibio, Historias

Plutarco, Vidas paralelas: Marcelo

Sergei I. Kovaliov, Historia de Roma

Wikipedia, Marco Valerio Levino


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