Es posible que algunos lectores, al fijarse en las pinturas egipcias de la tumba del escriba Nebamun, se extrañen al ver la extraña forma en que las figuras coronan sus cabezas. Parece que lleven una sirena como las de las ambulancias, bomberos o coches de policía. Evidentemente, no se trata de eso.

Es algo más doméstico: lo que se denomina conos aromáticos, un adorno sólido, formado por una combinación de aceite, resina, grasa y mirra, con el que las clases altas del Antiguo Egipto, tanto hombres como mujeres, tocaban sus cabezas en determinados eventos para perfumarse.

Hasta hace poco, los egiptólogos sólo conocían los conos aromáticos por su representación pictórica y escultórica, ya que la arqueología no había proporcionado una pieza de ese tipo que se conservara. Hubo que esperar hasta una fecha tan cercana como el año 2009 para que un equipo de la Universidad de Cambridge encontrara algunos en Tell el-Amarna, confirmando que lo que mostraba la iconografía artística no era un mero recurso estilístico parecido al de las aureolas de los santos cristianos sino objetos materiales.

Los conos representados en pinturas de la tumba del escriba Userhat
Los conos representados en pinturas de la tumba del escriba Userhat. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Los escépticos siguen dudando porque los objetos, asociados a individuos enterrados que encima eran pobres, ya no tenían restos de perfume y, en todo caso, dudan de que se utilizaran como cosmético, decantándose por rituales de fertilidad.

Esa escasez de evidencias se debe a tres factores, fundamentalmente. El primero es que se trata de un objeto realizado en material perecedero, muy endeble de hecho, pues estaba concebido para que fuera derritiéndose poco a poco durante su uso, de forma similar a lo que ocurre con una pastilla de jabón con el agua pero mucho más rápidamente.

El segundo, que eran objetos más bien de lujo, vinculados a las élites sociales y, por tanto, no muy abundantes (aunque el hallazgo reseñado parece desmentirlo). El tercero es que no hubo conos de perfume en todos los períodos de la historia egipcia sino únicamente a partir del Imperio Nuevo y más concretamente desde el reinado de Hatshepsut, correspondiente a la dinastía XVIII.

Otra de las pinturas de la tumba de Nebamun, donde aparecen los conos
Otra de las pinturas de la tumba de Nebamun, donde aparecen los conos. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

O, al menos, es a partir de ahí cuando aparecen en pinturas y bajorrelieves, porque en etapas anteriores no lo hacen; se ignora si es porque no había o porque no se han conservado testimonios de su uso. De hecho, ni siquiera ha pervivido el nombre con el que los egipcios se referían a ellos.

Ello, junto con el hecho de que en tiempos posteriores -de la dinastía XX en adelante- se plasmen de una manera más esquemática, permite considerar a los conos aromáticos como un oportuno y útil elemento iconográfico cuyas diversas formas facilitan la datación cronológica de las obras en las que aparecen representados.

Decíamos que el cono estaba formado por una amalgama de sustancias aromáticas extraídas de flores mediante la técnica de prensarlas y filtrarlas -la misma del vino y el aceite- que se mezclaba con excipientes para obtener una masa que, debidamente escurrida, resultase manejable y almacenable. Se guardaba entonces en vasijas para su maceración, previa adición de almidón para prolongar su conservación. Esos recipientes podían ser de formas y materiales diversos; el más frecuente era el vidrio, no liso sino decorado con dibujos realizados al añadirle pigmentos cuando todavía estaba blando.

Mujeres en un ritual. Se aprecia la similitud de color entre los conos y los vestidos
Mujeres en un ritual. Se aprecia la similitud de color entre los conos y los vestidos. Crédito: Rama / Wikimedia Commons

A veces, esa masa perfumada no se extraía de su recipiente para darle la forma de cono sino que se mantenía en pequeños jarros, usados en ofrendas a los dioses o a los muertos, tal como muestran pinturas de sacerdotes oferentes. Cuenta Heródoto, respecto a los cuerpos sometidos al proceso momificador, que rellenan el vientre con mirra pura triturada, canela y otros aromas.

Asimismo, las resinas perfumadas que se quemaban durante el cortejo fúnebre simbolizaban el aliento de la vida inmortal. Y aparte estaban los incensarios, que debían ser de uso muy común y extendido, a tenor de su frecuente aparición en el arte.

De los ingredientes, el principal era la cera, que le daba forma y consistencia, añadiéndosele aceite de behen (un óleo originario de la India que se usaba para crear olor a jazmín) que, debido al calor corporal que emanaba el usuario, favorecía su derretimiento y difusión por la piel (otra propiedad del ácido behénico era retardar esa fusión).

Pero la parte más importante de su composición eran las hierbas aromáticas y la mirra, una resina gomosa de color amarillento que al secarse cambia a un tono rojizo y se obtiene del Commiphora myrrha, árbol típico del noreste africano y el Creciente Fértil (por eso la mirra es mencionada a menudo en la Biblia).

El sacerdote Renpetmaa venerando a Ra. Lleva un cono aromático en su cabeza
El sacerdote Renpetmaa venerando a Ra. Lleva un cono aromático en su cabeza. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Esa sustancia se empleaba en la Antigüedad para fabricar incienso y los egipcios la utilizaron tanto en el proceso de embalsamamiento de sus muertos como para diluir la tinta de los papiros. Un tercer uso, como vemos, era la elaboración de perfumes, incorporando la mirra a los conos. Éstos se colocaban sobre la cabeza (que los egipcios solían llevar completamente afeitada para evitar los piojos) o encima de la peluca (de uso habitual en ambos sexos), a menudo pintados haciendo juego con los tonos rojo o naranja que teñían parte de las blancas vestiduras de lino porque terminaban impregnando las ropas.

El calor corporal y del ambiente provocaba que los conos fueran derritiéndose poco a poco, expandiendo la fragancia de la mirra en torno al usuario. No era un hábito raro, puesto que los egipcios prestaban una atención especial a su aspecto desde el comienzo mismo de su civilización, como demuestra el hallazgo de paletas de maquillaje de época predinástica.

Cosméticos y conos se usaban conjuntamente en banquetes, fiestas, ceremonias de fe y funerales, aunque a partir del Tercer Período Intermedio parecen reservarse exclusivamente a rituales religiosos, funerarios o incluso -según se interpreta por algunos dibujos- de nacimiento.

Por supuesto, probablemente se trataba de algo asociado a una posición social acomodada. Cuando un miembro de la realeza o la alta sociedad iba a acudir a un evento, se vestía con una rica túnica ayudado por sus sirvientes, se maquillaba el rostro con vivos colores, perfilando especialmente el contorno de los ojos, se ponía su peluca y se adornaba con joyas. Era al llegar al lugar prefijado cuando añadía el cono aromático, que aparte de proporcionarle perfume personal, servía para enmascarar un poco el fuerte olor que desprendían los alimentos cocinados que se servían.

El famoso arpista ciego de la tumba de Najt lleva un cono aromático sobre su cabeza rasurada
El famoso arpista ciego de la tumba de Najt lleva un cono aromático sobre su cabeza rasurada. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Las representaciones artísticas nos muestran a esos personajes con diademas ciñendo sus cabezas -algunas más pequeñas rodean el propio cono-, estando la parte frontal adornada con flores de loto; a veces, dichas flores no están en la diadema sino en las manos, lo que parece indicar que se las han quitado para olerlas. También hay imágenes de damas desprovistas de diademas a las que jóvenes esclavas desnudas les están entregando conos aromáticos y unas cintas blancas, quizá para atarlos a las pelucas.

Ahora bien, en tales contextos los conos no eran empleados exclusivamente por nobles, sacerdotes y reyes; también se les proporcionaban a la servidumbre, tanto a los criados encargados de atender a los invitados como a los músicos que amenizaban la velada con arpas, flautas y tambores, tal como se puede ver en algunas pinturas.

No obstante las clases bajas también se perfumaban, siendo sus ungüentos favoritos la semilla de Balanites aegytiaca (datilero del desierto), que servía asimismo para teñir el cabello, y, para los menos pudientes, el aceite de ricino.



  • Comparte este artículo:

Descubre más desde La Brújula Verde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.