Para definir la plaga que arrasa el mundo en su novela El último hombre, a la que ya dedicamos un artículo, Mary Shelley (autora también de Frankenstein) escribe: Como Juggernaut, ella procede aplastando el ser de todos los que se interponen en el elevado camino de la vida.
El término Juggernaut también lo emplea Robert Louis Stevenson en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, al describir la violenta personalidad del avieso antagonista. Pero seguramente a los lectores les resultará más familiar, al menos a los aficionados al cómic, porque es el nombre de un colosal e invencible supervillano de Marvel, hermanastro del profesor Xavier, en la serie de X-Men creada por Stan Lee y Jack Kirby.
En realidad podríamos encontrar un sinfín de referencias en multitud de ámbitos, ya que, aunque no está incluida en el diccionario, la palabra se ha incorporado al vocabulario literario como metáfora de una fuerza destructiva e imparable. La razón inmediata de ese significado hay que buscarla en el siglo XIX, cuando la importamos como un anglicismo que, en sentido estricto, no es tal porque el idioma inglés también lo tomó prestado y de un lugar mucho más lejano: de la Joya de la Corona de su imperio, la India. Es la adaptación del nombre en sánscrito de Yáganat, uno de los que tiene Krishna y que significa señor del universo.
Para el krisnaísmo, Krishna es la principal forma de divinidad, emanando de él los demás dioses. Para el hinduísmo se trata de un héroe de la dinastía Yadu, una encarnación del dios Visnú, y se convierte en el protector del mundo ante el caos. Aunque la palabra krishna se traduce como «el negro», iconográficamente se le representa con la piel azul, especialmente cuando aparece como Yáganat. En tal caso, su principal centro de culto es la ciudad india de Puri, situada al noreste del país, donde hay un enorme mandir (templo) dedicado a él, a su hermana Subhadra y a su hermano Baladeva.
El Templo de Yáganat, empezado a construir en el siglo XII por Anantavarman Codaganga, primer rey de la dinastía Ganges Oriental, a partir de otro preexistente doscientos años antes, contiene las estatuas de los tres hermanos, realizadas en bloques de madera pintados respectivamente de negro, blanco y amarillo. El estilo de esas figuras no es en absoluto realista, lo que las acerca, al menos en apariencia, a la imaginería de los tótems americanos. Todo esto rompía con las convenciones artísticas imperantes en la época, así que surgieron varias leyendas para explicarlo.
La más común es la que atribuye la responsabilidad a Indradiumna, monarca de la rama tamil de la dinastía pandiana. Dicha dinastía gobernó, junto a la Chola y la Chera, el tercio sur del subcontinente indio y la mitad septentrional de Sri Lanka, que eran los territorios por los que se extendía el Tamilakam o país tamil, entre los siglos VII a.C. y XVII d.C. La figura de Indradiumna es semilegendaria, puesto que se le sitúa cronológicamente millones de años atrás, en el cuarto manuantara (la era de Manu, el progenitor hindú de la Humanidad), por eso está envuelto en un buen puñado de leyendas fantásticas.
Dice una que Indradiumna encontró un tronco gigante en la playa y, como Krishna le había profetizado tal hallazgo, contrató a un brahmán para que tallara en él la manifestación de la deidad como Yáganat y sus hermanos. El sacerdote aceptó con la condición de que nadie le molestara, pero la tardanza en terminar el encargo impacientó al rey, que un día entró en el taller y el escultor, que resultó ser el mismísimo Vishvakarma, arquitecto de los dioses, desapareció y dejó el encargo a medias. Otra versión dice que Vishvakarma no siguió con el encargo decepcionado con su propia incapacidad para darles el acabado que quería.
El caso es que las estatuas quedaron desprovistas de extremidades y se limitaban a los rostros, lo que no impidió que el monarca las considerase legítimas representaciones de Yáganat y sus hermanos, ordenando colocarlas en el templo siguiendo el consejo que le cantó con su vina (cítara) Nárada Muni. Era éste un monje viajero divino al que se considera manasa pūtra (hijo de la mente) de Brahma, el dios creador del mundo; por tanto, Nárada Muni sería el primer ser creado y no sólo llegaría a ser rishi (sabio) sino también un gandharva (una especie de arcángel terrenal).
Hay una tradición que cuenta que las dieciséis mil ciento ocho esposas de Krishna pidieron a la madre adoptiva de éste, Iashodá, que les narrase las lilas (pasatiempos, diversiones) eróticas de su hijastro con las las gopīs (vaqueras adolescentes) cuando era joven; según otra versión, fueron las propias gopīs quienes las refirieron a las reinas. En cualquier caso, Iashodá comenzó su relato confiada en que Subhadrā vigilaba la puerta, pero ésta entró en éxtasis oyendo aquellas andanzas y no se percató de que llegaban sus hermanos quienes, al oir la narración, experimentaron un cambio físico, perdiendo brazos y piernas, erizándose su cabello y aumentando el tamaño de los ojos.
Es decir, adquirieron el aspecto que actualmente presentan las estatuas del templo de Puri (en cuyo interior, por cierto, se dice que reposan los huesos de Krishna; algo que entra en contradicción con el mito hinduísta escrito en el Bhagavata-purana, uno de los más importantes libros de textos religiosos sobre la vida de Krishna, según el cual no murió sino que ascendió al cielo físicamente). Como se ve, el Templo de Yáganat es un lugar fundamental para el culto krisnaísta y ello se sublima con la celebración de un fascinante rito anual durante el dwitiya (segundo día) del shukla pakshya (luna creciente) del Ashadh Maas (tercer mes del calendario lunar).
Nos referimos al festival en honor de Yáganat, el Ratha yatra, expresión que alude a una fiesta pública basada en una procesión de carrozas pero que en este caso concreto se refiere a la que tiene lugar en Puri desde al menos el siglo XIII, según el misionero franciscano Odorico de Pordenone, quien visitó la India en la Edad Media y dejó testimonio de ello en su obra Relatio o Chronica XXIV Generalium Ordinis Minorum. Cada uno de los tres dioses, Yáganat, Subhadra y Baladeva, tiene su carroza, enorme, construida ex profeso en cada edición con madera de unos árboles autóctonos -llamados dhausa y phassi- que se trae en balsas por el río Mahanadi desde la región de Dasapalla.
Los carpinteros designados ad hoc las construyen y decoran exhaustivamente con tallas en relieve, siguiendo un esquema religioso preescrito. La de Yáganat recibe el nombre de Nandighosa, mide catorce metros de altura, tiene dieciséis ruedas (de dos metros de diámetro) y está cubierta por una marquesina de tela roja y amarilla (el total de tela utilizada suma mil doscientos metros cuadrados, que cosen catorce sastres). La carroza de Balarama es ligeramente más pequeña, tiene catorce ruedas y sus colores son el rojo y el azul. La de Subhadra, del mismo tamaño que la anterior pero con doce ruedas, se cubre en tonos rojo y negro. Cada una lleva alrededor figuras de madera de dioses y está tirada por cuatro caballos dirigidos por un sarathi (cochero); al menos en teoría, ya que los equinos son artificiales también.
En la práctica, son los vaisnavas (peregrinos) los que se turnan -hay de sobra, pues se concentran millares- para arrastrar las carrozas entre bailes y cánticos, transportándolas por los tres kilómetros de la gran avenida Bada Banda que une el Templo de Yáganat con otro dedicado a Gundicha, esposa del rey Indradiumna, de ahí que al evento se lo conozca también como Gundicha Jatra. A partir de ahí esperan nueve días de fiesta antes de hacer el camino inverso. El sentido de la procesión es presentar a Vamana (una forma enana de Yáganat), una manera de liberarse de los ciclos de reencarnación, ya que significa el transitrar por la vida.
Se puede hacer de dos formas: dando una vuelta al templo o haciendo un viaje desde él. Pero basta contemplar las carrozas para purificarse porque emanan santidad. Si se pueden tocar, mejor que mejor y ahí es donde entra en juego el concepto juggernaut, pues los primeros europeos que vieron el Ratha yatra contaron que algunos devotos se arrojaban al paso de las carrozas a modo de inmolación y morían aplastados. Así figura en Los viajes de Juan de Mandeville, un libro del siglo XIV basado en el testimonio del mencionado Odorico de Pordenone. No todos están de acuerdo con esa visión; algunos opinan que en realidad se trataba de simples accidentes como consecuencia de la masificación.
En cualquier caso, los británicos dieron por buena la interpretación del sacrificio tomando como referencia documental la reprimenda que el sabio Chaitania, fundador del krisnaísmo bengalí, hizo en el siglo XVI a su discípulo Sanatana Gosuami cuando éste manifestó su intención de lanzarse bajo las ruedas de la carroza: Tu decisión de suicidarte es el resultado de la ignorancia. Uno no puede conseguir el amor de Dios simplemente mediante el suicidio. Ya has dedicado tu vida y tu cuerpo a mi servicio, por lo que tu cuerpo no te pertenece, ni tienes ningún derecho a matarte.
Por lo tanto, la palabra juggernaut, que como decíamos antes es el nombre de Krishna, resultante de combinar jagat («mundo») y nātha («señor») en Jagannātha, viajó de Asia a Europa. El primero en trasladarla fue el reverendo Claudius Buchanan, capellán evangelista de la Calcuta colonial que, en sus escritos, centró toda su atención en esa controvertida costumbre, despreciándola por sangrienta, violenta, supersticiosa y atrasada, como opinaba de casi todo el hinduismo. Y juggernaut se incorporó al lenguaje para referirse a una fuerza peligrosa e incontrolada, a veces relacionada peyorativamente con el llamado efecto bandwagon (efecto de arrastre, gregarismo), para explicar los suicidios rituales.
Bandwagon effect es como se denominó al fenómeno psicológico de adoptar un comportamiento por imitación de lo que hacen otros, de ahí la tendencia a lanzarse a las ruedas. Lo curioso es que esa expresión también tiene que ver con carruajes, ya que proviene de los carros de caballos que llevaban bandas de música en desfiles o paradas circenses; durante la campaña electoral a la presidencia de EEUU de 1848 un payaso invitó a subir a su vehículo al general Zachary Taylor, candidato del partido Whig (que a la postre ganaría, convirtiéndose en el duodécimo presidente) y la cosa sentó tal precedente que los carros pasaron a formar parte de las campañas (y con ellos la expresión despectiva «subirse al carro»).
Décadas más tarde, a caballo entre los siglos XIX y XX, se establecieron en Inglaterra y EEUU algunas comunidades hindúes que aportaron una visión más amplia y ajustada de lo que era el festival del Ratha yatra, pero para entonces el vocablo juggernaut ya había arraigado tanto que fue imposible revertir su significado.
FUENTES
Jose Carlos Gomes da Silva, The cult of Jagannātha. Myths and rituals
Avinash Patra, Origin & Antiquity of the Cult of Lord Jagannath
O. M. Starza, The Jagannatha Temple at Puri. Its Architecture, art and cult
Michael J. Altman, The origins of the juggernaut
Wikipedia, Juggernaut
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