Como indica su nombre, el Haags Historisch Museum (Museo Histórico de La Haya) está dedicado a la historia de esa ciudad de los Países Bajos. Con sede en una casa gremial del siglo XVII, ilustra al visitante sobre cómo fue el desarrollo hayense desde su fundación en la Edad Media hasta la actualidad, pasando por el esplendor comercial y cultural del Siglo de Oro neerlandés. Para ello cuenta con un fondo de unas siete mil quinientas piezas de las que las más insólitas son, sin duda, una lengua y un dedo humanos. Pertenecieron respectivamente a Johan de Witt, líder político del país, y su hermano Cornelio, que fueron linchados, despedazados y parcialmente devorados por una exaltada turba a la que indujeron los enemigos políticos de las víctimas.

En 1568, las diecisiete Provincias de los Países Bajos (excepto lo que hoy son Bélgica y Luxemburgo), pertenecientes a la monarquía española, se alzaron en armas contra la gobernadora, Margarita de Parma, hermanastra del rey Felipe II, dando inicio a una larga contienda conocida como la Guerra de los Ochenta Años. El conflicto venía determinado por una serie de factores, como por ejemplo los religiosos: la difusión del calvinismo, la oposición local a la aplicación de los decretos del Concilio de Trento y la división de los cuatro grandes obispados en catorce diócesis, lo que perjudicaba a sus titulares, que procedían de la nobleza.

También hubo causas económicas, pues la subida del precio de los alimentos por culpa de la guerra entre Suecia y Dinamarca-Noruega fue aprovechada por los iconoclastas calvinistas para generar disturbios y atraerse a parte de la población, mientras que la actividad de los corsarios ingleses dificultaba la llegada por mar de dinero para sufragar a los Tercios, y la implantación de la «décima», un impuesto pensado precisamente con el fin de compensar ese problema, fue muy mal recibida por el pueblo.

Países Bajos Españoles en la Unión de Utrecht
Países Bajos Españoles en la Unión de Utrecht. Crédito: Moyogo / Wikimedia Commons

Finalmente hay que destacar el empeño de España en tratar de retener el país, no sólo por ser parte de la herencia que Felipe II había recibido de su padre sino por razones estratégicas: la ubicación de Flandes permitía a España controlar la entrada marítima a Alemania en el contexto de la lucha contra el protestantismo, así como disponer de una auténtica base avanzada contra Inglaterra -como se demostró en el plan de invasión de la Armada Invencible– y cerrar el cerco a Francia en combinación con el Sacro Imperio.

La muerte de Felipe III en 1621 y la sucesión de su hijo, Felipe IV, supusieron un giro a la política exterior española, al poner fin a la Tregua de los Doce Años y reanudar la guerra. Casi un lustro más tarde falleció Mauricio de Nassau, hijo de Guillermo de Orange, al que sustituyó en el mando rebelde su medio hermano Federico Enrique de Orange-Nassau, que consiguió invertir la marcha de la contienda, hasta entonces favorable a España y empezar a inclinar la balanza bélica de su lado. El nuevo país, la Republiek der Zeven Verenigde Nederlanden («República de los Siete Países Bajos Unidos»), funcionaba como país independiente desde 1581.

En 1625, el mismo año en que se produjo la famosa rendición de Breda a Ambrosio de Espínola que Velázquez inmortalizaría en pintura en 1634 -y que sería la última gran victoria española-, nacía en Dordrecht el mencionado Johan de Witt. Su padre era Jacob de Witt, comerciante de madera y burgomaestre local, y su madre Anna van den Corput, sobrina de un famoso cartógrafo militar, que ya tenían otro hijo llamado Cornelio. Se trataba de una familia ilustre, emparentada con los Orange-Nassau y con los Tromp, dinastía de marinos.

Dado que su progenitor tenía entre sus amistades a importantes sabios y científicos, caso de Jacob Cats, Isaac Beekman, Andreas Colvius y Gerhard Vossius, los dos hermanos recibieron una educación exquisita, asistiendo a una latinsecheule o escuela de latinidad, un tipo de centro de enseñanza que preparaba para el ingreso en la universidad enseñando latín y las materias del Trivium (gramática, dialéctica, retórica…). Por tanto, se vieron imbuidos de un espíritu clásico que exaltaba los valores de la República Romana y les abrió la puerta universitaria en Leiden.

Johan de Witt retratado por Caspar Netcher
Johan de Witt retratado por Caspar Netcher. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Johan destacó en matemáticas y derecho. Al terminar sus estudios realizó el tradicional viaje por Europa (Suiza, Inglaterra, Francia), doctorándose en Angers en 1645 y pasando a ejercer la abogacía en La Haya. Lo hizo en el bufete del prestigioso Frans van Schooten (quien también era un insigne matemático, traductor al neerlandés de La Géometrie de Descartes), mientras Cornelio emprendía una carrera política como concejal de Dordrecht. Pero él mismo se incorporó a ese mundo en 1650, al ser nombrado pensionario (gobernante local) de su ciudad natal y puesto al frente de la delegación que asistió a los Estados Generales de Holanda y Frisia.

De casta le venía al galgo, al fin y al cabo, pues su tío Andries había sido Raadpensionaris (Gran Pensionario, jefe del gobierno) del condado de Holanda entre 1619 y 1621. Andries impulsó en 1653 su salto al cargo que él ocupase, sustituyendo a Nicolaas Ruys y recibiendo para ello el apoyo de Ámsterdam a través de su burgomaestre, Cornelis de Graeff, de cuya familia iba a sacar algo más que un puesto político: una esposa, ya que en 1655 Johan contrajo matrimonio con Wendela Bicker, hija del magnate Johan Bicker y su mujer, Agneta de Graeff. Con ella tendría tres hijas y un hijo.

De ese modo, Johan se vinculó a la poderosa oligarquía de Ámsterdam, a la que convirtió en una conveniente aliada para continuar progresando en la política. Puesto que Holanda era la más poderosa de todas las provincias, Johan de Witt se convirtió en el mandatario de facto de todo el país. Le benefició el hecho de que el último Estatúder (Stadhouder, «lugarteniente», gobernante máximo), Guillermo II de Orange-Nassau, había muerto de viruela en 1650 sin que se nombrase sucesor porque ese cargo había revelado ser susceptible de convertirse en una dictadura.

En teoría, Johan no tenía poder propiamente dicho más allá del militar característico del Estatúder. En la práctica actuaba como un primer ministro y, a menudo, en el extranjero se le comparaba con un monarca; los ingleses, por ejemplo, se referían a él como «King John» y lo mismo pasaba en los países asiáticos. Cobraba tres mil florines anuales, veinte veces el salario medio de un trabajador, sueldo que duplicaría en 1668 -junto con un sustancioso extra para animarlo a seguir-, tras plantear su dimisión deprimido por la muerte de su suegra. Lo invirtió en staatsobligatie (bonos del estado), que controlaba gracias a su puesto, llegando a acumular una fabulosa fortuna de casi medio millón de florines.

Cornelio de Witt retratado por Jan de Baen
Cornelio de Witt retratado por Jan de Baen. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Pese a todo, tenía fama de incorruptible porque jamás aceptaba regalos ni invitaciones. Además, permitía que los demás también se enriquecieran; los de su entorno y el pueblo mismo. No olvidemos que las provincias nadaban en una creciente abundancia desde que iniciaran sus actividades comerciales de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales y se mantenía merced a una eficaz política económica que seguía los dictados de Interest van Holland («El interés de Holanda»), obra del abogado Pieter de la Court que defendía el libre comercio y la forma republicana de gobierno como herramientas para el éxito de los estados.

Johan, que había colaborado escribiendo algunos capítulos y editándolo en 1662, manifestaba que la muerte de Guillermo II fue una ocasión de oro para amortizar la deuda nacional y evitar la quiebra. No sólo logró su objetivo sino que el país pasó a ser el protagonista mundial del comercio y entró en una etapa de esplendor, por eso no extraña que el libro fuera traducido a inglés y francés, pasando a ser un manual de referencia para ministros de la talla de Colbert y James Madison, aparte de una posible fuente de inspiración para La riqueza de las naciones de Adam Smith.

Otro recurso empleado por Johan de Witt consistió en utilizar sus conocimientos matemáticos en las finanzas. No en vano fue autor de tratados como Elementa curvarum linearum (un apéndice a La Géometrie de Descartes) y Waardije van Lyf-renten naer Proportie van Los-renten (El valor de las rentas vitalicias comparadas con los bonos de rescate). Los buenos resultados obtenidos le llevaron a ir más allá, recurriendo al cálculo de probabilidades para estimar porcentajes en los intereses, algo que se le volvería en contra cuando lo aplicó para reemplazar las rentas fijas que cobraban las viudas y salió mal, haciéndole perder popularidad.

Aun así, fue tan competente que después de que finalizara la Guerra de los Ochenta Años (en 1648) se afanó en emplear la riqueza generada en pagar los gastos y deudas dejadas por la contienda. Por lo demás, era un político muy trabajador y prolífico que dictó miles de resoluciones y supo negociar acuerdos internacionales. Así, en 1654 firmó el Tratado de Westminster que establecía la paz con Inglaterra, tras un bienio de enfrentamientos motivados por el dominio de los mares, y aspiraba a inaugurar una época de paz para evitar las dificultades económicas derivadas de los conflictos armados.

El cisne amenazado, de Jan Asselijn, es una alegoría de Johan De Witt protegiendo a su país de sus enemigos
El cisne amenazado, de Jan Asselijn, es una alegoría de Johan De Witt protegiendo a su país de sus enemigos. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Ese tratado incluía una cláusula secreta que plasmaba otro de los grandes ejes políticos que tenía De Witt: el Acta de Reclusión, que prohibía que el hijo de Guillermo II de Orange-Nassau fuera nombrado nuevo Estatúder, algo que apoyó Cromwell en prevención de que Holanda tuviera un rey que apoyase la restauración de los Estuardo. Como dijimos anteriormente, prevalecía el ideal republicano, que defendía la acaudalada clase comerciante porque consideraba que los intereses monárquicos resultaban contraproducentes para el país; más incluso para Holanda, a la que consideraban por encima de las demás provincias.

Dichos comerciantes se agrupaban en la denominada facción del Estado, una especie de partido liderado por los De Witt y los De Graeff opuesto a la facción de Orange, defendida por los artesanos en un reflejo de la dicotomía que había entre calvinistas moderados y radicales. Esa segunda facción ofreció el poder a Guillermo III cuando éste cumplió dieciocho años, pero el gobierno se adelantó promulgando el Edicto Perpetuo que lo prohibía y suprimía el cargo. Como cabía esperar, eso hizo que Johan se ganase el odio de los orangistas.

Cuando se supo la cláusula secreta del Tratado de Westminster hubo un escándalo porque se rumoreó que Johan la había aceptado para obtener la libertad de su padre, que había sido encarcelado por Guillermo II. Los graves disturbios que se desataton por ello fueron ferozmente reprimidos, aunque ningún vroedschap (consejo) se atrevió a aplicar la pena de muerte decretada por el gobierno para los más señalados. Empezó así a fraguarse una oposición orangista cada vez más exaltada contra el gobierno. Y entonces, en 1665, a los problemas internos se sumaron los externos al estallar la Segunda Guerra Anglo-Neerlandesa.

La razón fue la restauración de la monarquía en Inglaterra en 1660, dos años después de la muerte de Cromwell, en la persona de Carlos II. No tanto por cuestiones políticas como económicas: las respectivas flotas habían chocado en el golfo de Guinea por hacerse con el tráfico de esclavos, mientras los colonos de Nueva Inglaterra (las colonias del actual EEUU) arrebataban Nueva Ámsterdam a sus vecinos neerlandeses (y la rebautizaban Nueva York). La contienda, sin embargo, no duraría más de dos años porque los ingleses se encontraron con un enemigo inesperadamente fuerte.

Ataque neerlandés en Medway, obra de Pieter Cornelisz van Soest
Ataque neerlandés en Medway, obra de Pieter Cornelisz van Soest. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Y es que, durante la década anterior, Johan de Witt había impulsado la formación de una potente armada a cuyo frente puso al almirante Jacob Van Wassenaer Obdam, un miembro de la facción del Estado y amigo personal suyo. Aunque la Royal Navy obtuvo inicialmente una victoria en la batalla de Lowestoft, luego el mando recayó en el almirante Michiel de Ruyter, que sustituyó a Obdam -caído en combate- y cambió el panorama. Eso sí, fue una designación personal de Johan, que con ella se ganó el odio eterno de Cornelis Tromp, el almirante al que correspondía el puesto.

Otro incidente que le iba a pasar factura fue la ejecución de Henri de Fleury Coulan, marido de una nieta de su amigo Jacob Cats. Más conocido como Henri Buat, debido a que estaba endeudado aceptó ejercer de mediador entre los países beligerantes y recibió del diplomático inglés Gabriel Sylvius una carta en la que le sugería alcanzar la paz a través de la destitución de De Witt y el nombramiento de Guillermo III como Estatúder. Lamentablemente, Buat le entregó el documento a De Witt por error y, aunque estaba claro que él no era el responsable, acabó en el cadalso después de que Johan presionara al juez para obtener una condena a muerte.

De todos modos, los catastróficos efectos que tuvieron la Gran Peste de Londres y el devastador Gran Incendio de 1666 restaron capacidad a los ingleses para restituir los barcos perdidos y Johan de Witt no quiso desaprovechar la ocasión. Organizó una audaz expedición que, dirigida por su hermano Cornelio y De Ruyter, remontó el río Medway (un afluente del Támesis) con la que los holandeses consideran -discutiblemente- que fue la primera infantería de marina del mundo y destruyó varios buques anclados en Chatham (Kent), llevándose otros como botín y sembrando el pánico en la capital.

Inglaterra capituló, pero Johan no quiso humillarla y en 1667 firmó con ella la Paz de Breda, que restringía sus rutas marítimas sin bloquearlas. Fue el mismo año en que el Edicto Perpetuo abolía el cargo de Estatúder. De forma muy polémica, ya que la única provincia que votó a favor de la ley fue Holanda, negándose la otras seis, pero como para el nombramiento de Estatúder era necesaria la aprobación de todas, la media docena reacia aceptó como solución de compromiso la incompatibilidad entre los cargos de gobernador y capitán general, con lo que en la práctica la iniciativa salió adelante… y Johan de Witt siguió acumulando loas y rencor a partes iguales.

Luis XIV cruzando el Rin para invadir los Países Bajos, obra de Adam François van der Meulen
Luis XIV cruzando el Rin para invadir los Países Bajos, obra de Adam François van der Meulen. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Ahora bien, cuando se alcanza lo alto del podio toca resistir los empujones de los demás y ahora le tocaba a la pujante nueva república. La Francia de Luis XIV también estaba en su apogeo y, ante la falta de descendencia de Carlos II de España, había iniciado una serie de movimientos para posicionar la candidatura de Felipe de Borbón, nieto del Rey Sol, además de prever un reparto del imperio hispano en el que aspiraba a quedarse con los Países Bajos Españoles. De Witt no estaba dispuesto a permitirlo debido a que su ejército de tierra no estaba a la altura de la marina y prefería que los españoles mantuvieran el control de lo que venía a ser una especie de estado-tapón.

Para impedir los planes galos firmó en 1668 la Triple Alianza con Inglaterra y Suecia que en principio estaba pensada como mera medida disuasoria. Pero el todopoderoso Luis XIV tenía claros sus objetivos y en los siguientes se las arregló para invertir los papeles, pasando a firmar él un acuerdo estratégico con los ingleses: el Tratado de Dover, por el que ambos países se convertían en enemigos de la República Neerlandesa, sumándoseles Suecia, Münster y Colonia. El rey francés cedería a Inglaterra algunas plazas costeras de Zelanda.

Todo ello pasaba por derrotar e invadir los Países Bajos, con los que se alinearon España, el Sacro Imperio, el Reino de Dinamarca-Noruega y Brandeburgo-Prusia (la idea gala era quitar a ésta de enmedio con la cesión de Pomerania, de la que previamente deberían apoderarse los suecos a cambio de una suma de dinero). Así que en 1672 volvieron a sonar clarines de guerra y todo el entramado que había montado Johan de Witt para mantener la paz exterior se vino abajo. La flota neerlandesa se mostró capaz de rechazar cualquier ataque enemigo, así que por ahí no había peligro; pero por tierra el ejército galo era muy superior y, de hecho, rindió varias ciudades sin apenas necesidad de combatir.

No quedó más remedio que introducir una medida de defensa tan insólita como la llamada Waterlinie («Línea de Agua»): abrir las esclusas de los diques y dejar que se inundaran los pólders (tierras ganadas al mar para aprovechamiento agrícola). No sólo no bastó para contener el avance enemigo sino que sembró el pánico entre la población y luego llegó el caos, con hambre y saqueos. Las soluciones se agotaban y los orangistas se negaron a aprobar más gastos militares si no se nombraba capitán general al príncipe Guillermo, que ya era mayor de edad. De Witt se negó, pero los orangistas consiguieron su propósito y Guillermo recibió el mando por un año.

Plan de la ofensiva francesa a través de Lieja, aprovechando la alianza con Münster y Colonia, para evitar los Países Bajos Españoles
Plan de la ofensiva francesa a través de Lieja, aprovechando la alianza con Münster y Colonia, para evitar los Países Bajos Españoles. Crédito: Jpxcom / Wikimedia Commons

Pero, pese a ello, al visto bueno al incremento presupuestario y a la victorias navales de De Ruyter, los franceses se mostraron imparables y ese mismo año se iniciaron negociaciones de paz. Francia recibió la oferta de una indemnización de diez mil florines y las Tierras de la Generalidad, territorios mayoritariamente católicos, carentes de derecho a voto por estar bajo la administración directa de los Estados Generales: Brabante, parte de Flandes, Gelre y Limburgo, que incluían plazas importantes como Breda y Masstricht.

Los galos lo rechazaron, exigiendo, entre otras cosas, dieciséis millones de libras y retener lo conquistado hasta entonces. Eso acrecentó la agitación popular, debidamente azuzada por los panfletos que publicaba la facción orangista acusando al gobierno de vender el país, al almirante de entregar la flota, etc. La tensión fue en aumento y, el 21 de junio, Johan De Witt sufrió un atentado cuando cuatro asaltantes le acuchillaron varias veces mientras volvía desde el Binnehof (el centro urbano de La Haya, donde estaba la sede de gobierno) hacia su casa acompañado únicamente por un criado.

No llevaba escolta porque siempre se presentó públicamente como un humilde funcionario al que no se le caían los anillos por ir a pie por las calles con su sirviente. Sobrevivió al intento de magnicidio, aunque tuvo que guardar cama más de un mes (seguramente preocupado por partida doble porque entretanto también intentaron asesinar a su hermano). No se tardó mucho en identificar a los agresores: Jacob van der Graeff, hijo del concejal homónimo que había colaborado en imponer la pena de muerte al capitán Buat; su hermano Pieter; y sus amigos Adolph Borrebach y Cornelis de Bruyn. Sólo el primero pudo ser detenido y decapitado el 29 de junio.

Ese mismo día los orangistas alcanzaron sus aspiraciones, aprovechando la convalencencia de Johan para abolir el Edicto Eterno y nombrar Estatúder a Guillermo III. Cornelio de Witt, que había salido bien librado de su atentado, fue arrestado bajo la acusación de planear la muerte contra el nuevo gobernante y, de acuedo con la legislación vigente, que exigía una confesión para poder dictar sentencia, se le sometió a tortura; sin embargo, resistió. Cornelio fue finalmente absuelto, pero tuvo que pagar las costas judiciales y perdió su puesto oficial. Además, recibió la orden de expulsión de la provincia de Holanda.

El asesinato de los hermanos De Witt en cuatro secuencias, obra de Pieter Fris
El asesinato de los hermanos De Witt en cuatro secuencias, obra de Pieter Fris. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Su hermano Johan, ya restablecido, entendió que su época había pasado y el 4 de agosto dimitió de su cargo de Gran Pensionista, disponiéndose a incorporarse al Tribunal Supremo. Nunca lo llegaría a hacer porque los acontecimientos se precipitaron trágicamente al recibir una carta de Cornelio, que todavía no había sido liberado, solicitando verle. Johan acudió a la prisión y ya no pudo salir; era una trampa. Una agresiva multitud rodeó el lugar, forzó la marcha de los soldados que custodiaban el edificio y se enardeció todavía más cuando el hombre que había denunciado a Cornelio, un barbero llamado Willem Tichelaar, la animó a tomar la justicia por su mano.

Efectivamente, varios individuos entraron y sacaron por la fuerza a los dos hermanos. Cornelio falleció a culatazos y puñaladas, al mismo tiempo que un notario hería a Johan en la cara con una pica antes de que un militar le disparase a bocajarro en la cabeza y fuera pataleado en el suelo. Los cadáveres, colgados desnudos de una horca, terminaron castrados y desmembrados, llevándose muchos participantes dedos, orejas, lenguas, narices y labios a modo de trofeo. Luego los evisceraron y, según contó el poeta Joachim Oudaan, que fue testigo de los hechos, unos devoraron el hígado y los intestinos en medio de un paroxismo caníbal, mientras otros se llevaron las demás entrañas para venderlas.

Así lo narra Alejandro Dumas en su novela El Tulipán Negro:

Todos querían sacar una gota de sangre del héroe caído y arrancarle un jirón de sus vestiduras. Después de haber destrozado, desgarrado y desnudado por completo a los dos hermanos, la turba arrastró sus cuerpos desnudos al patíbulo improvisado, donde los verdugos aficionados los colgaron de los pies. Entonces vinieron los sinvergüenzas más cobardes de todos, que no se habían atrevido a herir la carne viva, para cortar la pieza muerta y luego ir por la ciudad vendiendo pequeños trozos de los cuerpos de Johan y Cornelius a diez sous la pieza.

El platero Hendrick Verhoeff presumía de haber cumplido su promesa de arrancar y llevarse los corazones. Años más tarde, dos de aquellas partes macabramente extirpadas, la lengua de Johan y un dedo de Cornelio, formaban parte del gabinete de curiosidades de Nicolaes Witzen, un cartógrafo, coleccionista y diplomático que fue burgomaestre de Ámsterdam. Posteriormente fueron pasando de mano en mano entre los calvinistas hasta que terminaron incorporándose a los fondos del Museo Histórico de La Haya, como explicábamos al comienzo, y allí siguen.

Territorios de la República de las Siete Provincias Unidas tras la guerra
Territorios de la República de las Siete Provincias Unidas tras la guerra. Crédito: Furfur / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Es objeto de debate historiográfico hasta qué punto estuvo involucrado Guillermo III, más allá de su responsabilidad incuestionable en la difusión de propaganda contra Johan de Witt, puesto que no hay pruebas; sí parece clara la participación de Cornelis Tromp, aquel almirante aún rencoroso. La mayoría de los historiadores actuales se inclinan por implicar a Guillermo, bien directamente (planeando el crimen), bien recompensando y protegiendo a los responsables. Sea como fuere, el incidente le sirvió para reforzar su nueva posición y aplicar una dura represión contra la facción contraria con la excusa de restablecer el orden, aparte de dar un giro radical a las políticas seguidas en las dos últimas décadas.

Además, Guillermo III -que llegaría a ser rey de Inglaterra y Escocia– puso fin a la invasión francesa firmando la Paz de Nimega con Luis XIV, quien devolvió lo conquistado a cambio de compensaciones territoriales a costa de España (el Franco Condado, Valenciennes, Ypres, Saint-Omer, Cassel, Mabeuge y Câteau-Cambréssis), mientras Brandeburgo se quedaba, efectivamente, con Pomerania. Por todos esos acontecimientos, aquel 1672 fue denominado Rampjaar (Año del Desastre).

Lo fue especialmente para Johan de Witt, cuya vida hubiera sido distinta -desde luego más larga- de dedicarse a la matemáticas en vez de elegir la política; su contemporáneo, el astrónomo Christiaan Huygens, aseguraba que habría sido el mejor matemático de su tiempo.



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