Pero tan pronto como apareció la primera luz del día, las relucientes cotas de malla, ceñidas con bandas de acero y las resplandecientes corazas, vistas desde lejos, demostraron que las fuerzas del rey estaban cerca.
Así es cómo Amiano Marcelino, un historiador romano que también sirvió como soldado en las legiones de los emperadores Constancio II y Juliano, allá por al siglo IV d.C., describe en su obra Rerum gestarum (generalmente retitulada Historia) la aproximación de una fuerza de caballería persa contra las líneas romanas. Lo cierto es que ese retrato podría aplicarse a un segmento cronológico muy amplio de la Antigüedad y a múltiples pueblos que utilizaron ese tipo de jinetes pesados equipados con armaduras junto con sus monturas, a los que se conoce como catafractos.
Como resulta fácil deducir, la palabra catafracto es griega (se traduce como «protegido») y aparece adoptada en latín por primera vez en la obra Historiae, en la que el militar e historiador Lucio Cornelio Sisenna narra la historia de Roma desde su origen hasta la época de Sila y dice: «Loricatos, quos cataphractos vocant «, que significa «El acorazado, a quien llaman catafracto». Para Sisenna era una novedad, ya que vivió entre los siglos I y II a.C., y en ese período republicano lo habitual era referirse a los soldados de caballería dotados de armadura como equites, aludiendo a su clase social.
Por lo tanto, el término catafracto se impuso más bien en la etapa imperial, especialmente la tardía, momento en el que se solapa con otro, clibanarius, no se sabe si de origen heleno (klibanos, en cuyo caso se traduciría como «horno metálico», quizá sarcásticamente) o persa (griwbanwar, «portador de protector de cuello»), con que se hacía referencia al jinete de caballería pesada típico de los ejércitos orientales. Ello se debía al tipo de armadura que usaba, distinta a las que eran comunes en Roma, denominadas hoy lorica hamata o cota de malla, lorica scamata o de escamas y lorica segmentata o de placas; una hipótesis identifica a esta última con el clibanus.
Algunos autores clásicos no diferencian entre cataphractarii y clibanarii, así que es posible que fueran lo mismo y sólo se distinguieran por la etnia de sus integrantes, ya que a menudo se asocia a los segundos la palabra sagittarii, quizá en referencia a parte de su armamento. En cambio, algunas fuentes de la época, como De rebus bellicis y Notitia dignitatum, parecen dar a entender que sí eran cosas distintas y que el blindaje de los clibabarii era mayor. En cualquier caso, en el mundo romano se impuso la denominación catafracto para aquellas tropas tan singulares como exóticas.
Exóticas porque fue en las estepas de Asia Central donde primero se domesticó el caballo y donde antes se adaptó su uso para fines bélicos, probablemente en el segundo milenio antes de Cristo, tiene su lógica que fuera también esa región la pionera en dotar a la caballería de jinetes muy bien protegidos, para lo cual se hizo necesario llevar a cabo una cría equina selectiva orientada a proporcionarles monturas fuertes y resistentes. Resulta imposible saber de qué pueblos se trataría exactamente; puede que los medos, de los que se sabe que lograron una raza específica -hoy extinta- llamada caballo niseo (o de Nisa, una gran llanura del actual Irán), cuyo tamaño era inusualmente grande, según dejó escrito Heródoto.
Hasta entonces los équidos eran pequeños, de no más de catorce palmos de altura (el palmus era una medida romana equivalente a la distancia entre los extremos del pulgar y el meñique de una mano; valía lo mismo que cuatro digitus o dedos, unos 7,4 centrímetros) y, de hecho, así siguieron toda la Antigüedad -Roma incluida- con la excepción reseñada. Dado que la caballería entonces todavía no jugaba un papel tan importante como el que le sobrevendría en la Edad Media, así como las dificultades para conseguir un número de ejemplares acorde a las necesidades, el grueso de los jinetes romanos continuaron usando los caballos habituales.
Eso sí, tuvieron ocasión de enfrentarse a los niseos en el año 53 a.C., durante la batalla de Carras, en la que las legiones de Marco Licinio Craso (el hombre que derrotó a Espartaco) resultaron aniquiladas por el ejército del general parto Surena. Entre las fuerzas de éste había catafractos, que se vieron favorecidos gracias a que la táctica de su jefe llevó el combate a una llanura que les permitía moverse a su antojo. Amiano Marcelino ha dejado una descripción de los catafractos sasánidas que muy bien podría aplicarse a los partos que acabaron con Craso:
Todas sus compañías iban acorazadas en hierro y todas las partes de su cuerpo estaban cubiertas con gruesas placas, tan entalladas que las juntas coincidían con las de sus miembros; y las formas de las caras humanas estaban tan hábilmente encajadas en sus cabezas, que, dado que su cuerpo entero estaba cubierto con metal, las flechas que caían sobre ellos sólo podían hacer blanco en pequeñas aberturas para las pupilas del ojo o a través de la punta de su nariz, en dónde podían conseguir un poco de aire. Algunos de ellos, armados con picas, permanecían tan inmóviles que podía pensarse que estaban atrapados por cepos de bronce.
Por supuesto, la crianza de caballos excepcionales sólo podía estar destinada a equipar a hombres excepcionales, que en aquellos tiempos y latitudes salían casi exclusivamente de la aristocracia. Sin embargo, otros pueblos y culturas desarrollaron también jinetes acorazados de forma simultánea, caso de los masagetas, sakas, escitas, sármatas, armenios, seleúcidas, sasánidas, atálidas, alanos, grecobactrianos, georgianos, godos… Incluso los de regiones del Lejano Oriente, como los chinos, mongoles, coreanos, shongai, tanguts, etc.
La ancestral enemistad entre Grecia y el Imperio Persa fue la puerta de los catafractos a Occidente. No se sabe cuándo ocurrió, pero es probable que tuviera lugar durante la Revuelta Jónica, la insurrección de las ciudades de cultura helena de Asia Menor contra la autoridad del Rey de Reyes. Los soldados de Alejandro pudieron ver ese tipo de caballería en Bactria, donde los jinetes criaban grandes caballos ad hoc para rechazar las incursiones montadas de los nómadas asiáticos. Los macedonios obervaron que tenían un cuerpo de élite y lo llamaron Hetairoi kataphraktoi («Compañeros catafractos»), estableciendo un paralelismo con los Heitaroi alejandrinos.
Posteriormente, el Reino Grecobactriano conquistó la región septentrional de la India, originándose el Reino de Yavana, indogriego, que introdujo en el subcontinente a los catafractos. Por otra parte, decíamos antes que el Imperio Seleúcida (sucesor de Alejandro) tuvo su cuerpo de catafractos, al igual que el Reino de Pérgamo, según muestran los relieves artísticos arqueológicos. Curiosamente, la principal noticia sobre su uso fue una derrota: la de la batalla de Magnesia, en la que el monarca seleúcida Antíoco III lanzó a sus catafractos, apoyados por la caballería pesada gálata, contra las legiones romanas y éstas lograron desorganizar el ataque disparando a los caballos de los carros.
Luego, Pompeyo impuso su dominio en toda la región de Asia Menor y Próximo Oriente, sobornando a los jinetes seleúcidas para que abandonasen. Pero Roma todavía tendría más experiencias con catafracto; también vimos que Craso sufrió a los del Imperio Parto en sus carnes, pero los honderos de Publio Ventidio Bajo lograron vencerlos en el 38 a.C. al conseguir mantenerlos a distancia y obligarlos a cargar cuesta arriba. Por otra parte, cuando Marco Antonio vengó la derrota de Carras años después, una de las cosas que se llevó como botín fueron aquellos caballos niseos, que acabaron en manos de su rival, Octavio, aunque los romanos no los vieron más que como un souvenir exótico.
En efecto, Plutarco cuenta que no se valoraba a la caballería catafracta, prefiriéndose la ligera durante mucho tiempo, hasta que el roce continuo con ella en las fronteras -especialmente en el Danubio, contra los sármatas- terminó por convencer a los militares de su utilidad. Polibio reseña que el ejército republicano ya había incorporado algunos catafractos en el siglo II a.C., pero hubo que esperar al II d.C., ya en el período imperial, para la creación de la primera unidad regular de caballería auxiliar con armadura (cota de malla).
En concreto, fue durante el reinado de Adriano y recibió el nombre de Ala I Gallorum et Pannoniorum catafractata («Ala I de Catafractos Galos y Panonios»). Luego, el emperador Galieno continuó en esa línea, si bien es cierto que seguía habiendo preferencia por la movilidad que daba la caballería ligera, predominante en el ejército. Las dudas que aún quedaban terminaron por disiparse en el año 217 d.C., cuando la campaña de Macrino contra los partos resultó infructuosa y abrió por fin la puerta al uso de caballería pesada de forma más importante.
Notitia Dignitatum, el documento de la cancillería imperial que detalla la organización administrativa del estado, da fe de que se fueron haciendo comunes las vexillationes (destacamentos) de catafractos mercenarios a lo largo del siglo IV d.C. hasta sumar un total de diecinueve. Al parecer, solían estar integradas por jinetes sármatas, a los que ya había contratado Marco Aurelio doscientos años antes, y se los desplegó como tropas de élite por todo el perímetro del imperio, Britania incluida, constituyendo la base de la futura caballería medieval. Así los describe Amiano Marcelino:
Los coraceros a caballo, habitualmente llamados «clibanari», no seguían ningún orden particular y estaban equipados con cascos y cubiertos con placas en el pecho. Bandas de hierro envolvían tanto sus extremidades que se habría pensado que eran estatuas esculpidas por Praxíteles, no hombres. Estaban cubiertos por finas láminas de hierro colocadas en todos los miembros y adaptadas a los movimientos del cuerpo, de modo que, en cualquiera que se vieran obligados a realizar, la armadura se doblaba debido a unas articulaciones bien conectadas.
Los catafractos adquirieron especial importancia en el ejército del Imperio Bizantino, el heredero del Imperio Romano de Oriente, donde formaron una parte importante de las fuerzas del famoso general Belisario a la hora de defender Roma del asedio del rey ostrogodo Vitiges y, más tarde, de emprender la reconquista de los antiguos territorios romanos ordenada por Justiniano I. De hecho, es el arte bizantino el que nos ha facilitado la mejor información sobre el equipamiento de aquellos guerreros, mostrándolos ataviados con armadura de escamas -también para el caballo-, cota de malla cubriendo el rostro, casco, protecciones para los brazos y escudo.
Esas armaduras estaban diseñadas para resistir el impacto de armas enemigas, pero también estaba dotadas de flexibilidad suficiente para no impedir la movilidad del jinete y su montura. Se calcula que en total, el peso rondaría los cuarenta kilos, que podía variar si en vez de usar escamas se usaba cota. Y había que añadirle el de las armas propias: un kontos (lanza larga, parecida a la sarisa macedonia, de unos cuatro metros de largo), capaz de atravesar hasta a dos soldados enemigos según Amiano Marcelino, y un sable que sustituía a la spatha (espada romana de caballería, más larga que el gladius de la infantería), o bien una maza para la lucha cuerpo a cuerpo que solía darse tras las cargas.
En una etapa tardía, los catafractos romanos fueron equipados también con martiobarbuli, una especie de dardos de plomo parecidos a los plumbata de la infantería que se lanzaban durante las cargas para desorganizar las líneas rivales. Asimismo, los catafractos sasánidas (Savaran), que según algunas descripciones usaban un casco metálico integral, guanteletes y placas para los muslos, disponían de un arco y una treintena de flechas para combatir a los nómadas que asediaban sus fronteras (escitas, hunos, heftalitas…) y contra los que cargar con la lanza no resultaba efectivo.
En tiempos de Roma aún no se conocían los estribos, así que se empleaba la silla de montar tradicional, que tenía cuatro cuernos para sujetar bien al jinete en el galope y el choque contra las formaciones enemigas. La difusión de los estribos por Europa desde Asia Central, probablemente por los sármatas aunque casi seguro que originarios de China, tuvo lugar entre finales del siglo VI d.C. y principios del VII d.C. y cambiaron la forma de hacer la guerra porque, al proporcionar a los jinetes una buena sujeción, les permitió combatir con más destreza e imponer la suprioridad de la caballería.
Se cree que los bizantinos adoptaron los estribos de sus enemigos acérrimos, los ávaros, y a su vez los árabes los tomaron de los bizantinos. El caso es que los catafractos contaban ahora con un plus y pasaron a constituir el arma del imperio por excelencia, desplazando a la infantería, a la que ya podían enfrentarse sin limitarse al papel clásico de auxiliar. Ya había quedado patente en Carras, donde los arqueros montados partos obligaron a los legionarios a parapetarse tras un testudo y eso los convirtió en presa fácil (por su inmovilidad) para las cargas de los catafractos.
Lo curioso es que los catafractos debieron de caer en desuso en el siglo VI, ya que no son nombrados en el Strategikon, un manual militar atribuido al emperador bizantino Mauricio I y datado en esa época. Sin embargo, vuelven a aparecer en Sylloge Taktikon, un documento sobre tácticas bélicas cuatrocientos años posterior que reseña su presencia en tiempos de León VI. Para entonces, el Imperio había abrazado la cultura griega ante la caída de la latina, por lo que esos guerreros pasan a ser llamados kataphraktoi.
Fueron la columna vertebral del ejército de Nicéforo II Focas, en el siglo X, cuando sumaban medio millar de efectivos y contaban con un cuerpo auxiliar de arqueros montados que disparaban contra las masas enemigas para ablandarlas mientras cargaban contra ellas formando en cuña. Así lo explica Praecepta Militaria, un tratado militar datado en torno al 965 d.C., detallando que era casi imposible reorganizarse para un segundo ataque si el primero no es decisivo, por lo que recomienda que haya otro escuadrón más preparado para ello.
Ahora bien, la iconografía bizantina no muestra a sus kataphraktoi tan recargados de metal como sus predecesores. La imposición del reclutamiento por themas hizo que sus filas ya no estuvieran nutridas sólo por nobles sino también por clases medias acomodadas, de ahí que gastasen menos en protecciones y sustituyeran las escamas de los caballos por cuero o acolchados. Algunos expertos opinan que esa diferencia es la que realmente habría que aplicar entre catafracto y clibanarius, pues este segundo término se recuperó entre los siglos X y XI -adaptado al griego klibanophoros-, al volver la caballería pesada como cabeza de martillo para abrir brecha en las formaciones y facilitar así la penetración de jinetes más ligeros.
No obstante, los días de los catafractos estaban contados. No hay noticias de ellos después del año 1001, salvo una posible alusión esporádica durante la restauración de Alejo I Comneno, cuando éste trató de reproducir el potente ejército bizantino, si bien no está claro si era ese tipo de caballería exactamente o una variante pesada. Se supone que el final de los catafractos bizantinos estuvo determinado por la derrota del emperador Romano IV Diógenes en la batalla de Mancicerta (1071), con la que los turcos selyúcidas le arrebataron Anatolia, de donde importaba caballos pesados.
Ahora bien, siguió habiendo jinetes con armadura porque algunos pueblos emergentes, como búlgaros, ávaros, serbios, alanos, lituanos o jázaros, copiaron el modelo bizantino; no sólo en concepto y armamento, sino incluso en detalles ornamentales, caso del célebre draco (estandarte de la caballería romana con forma de dragón ondeante al viento) o el tamga (un sello o logotipo de los sármatas). Además, el final de los catafractos occidentales no tuvo reflejo en Extremo Oriente, donde también existía un tipo de guerrero conceptualmente parecido y perduró algo más de tiempo.
Se conservan muchos ejemplos de arte chino, fundamentalmente láminas pintadas y figurillas de terracota, que muestran a jinetes y caballos protegidos con armaduras escamadas, aunque los expertos creen que dichas escamas no eran metálicas sino de cuero. Es posible que los chinos adoptaran ese tipo de caballería a imitación de la que empleaban las tribus mongolas xianbei, allá por el siglo IV d.C., creciendo progresivamente en número e importancia durante los períodos posteriores. Parece ser que era el estado el que proporcionaba el equipo acorazado para la montura, estando prohibido que los particulares lo encargasen.
De ese modo, los catafractos chinos adquirieron cada vez mayor relevancia en las guerras de las Cinco Dinastías y los Diez Reinos, así como en las disputas entre las dinastías Liao, Xin Oriental, Jin y Song. La escasez de caballos adecuados y la irrupción de los mongoles cambió el panorama, pues la dinastía Yuan, fundada por Kublai Kan, no pudo evitar la reminiscencia de sus tradiciones y se decantó por una caballería más ligera. Todo tiene su canto del cisne.
FUENTES
Amiano Marcelino, Historia
Otto Seeck (ed.), Notitia dignitatum
José J. Vicente Sánchez, Los regimientos de catafractos y clibanarios en la Tardo Antigüedad
Valerii P. Niconorov, Cataphracti, Catafractarii and Clibanarii: Another Look at the old problem of their Identifications
Erich B. Anderson, Cataphracts. Knights of the Ancient Eastern Empires
Fouad Sabry, Historia militar. Desde batallas antiguas hasta la guerra moderna
Wikipedia, Catafracto
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