«Princesa rodia, ¿cómo entraste? / Es una antigua costumbre aquí expulsar a las mujeres de aquí». / «Tengo un sobrino, Eucleo, / tres hermanos, hijo, padre, deportistas olímpicos;

debéis dejarme, helanódicas, / y para contemplar yo los bellos / cuerpos, ¿dónde está el campo de Heracles? / Son hombres luchadores, almas magníficas.

No soy igual que otras mujeres; / con el tiempo, mi sol será imaginado / con el privilegio inagotable de la virilidad.

Él lo glorifica en forma escrita / en un reluciente suelo de mármol» / «Himno de oro, del inmortal Píndaro.»

El autor de este soneto fue Lorentsos Mavilēs, un político griego -de Ítaca- que vivió entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera década del XX, alternando su participación en varias guerras con la creación de problemas ajedrecísticos y la poesía.

En este caso, los versos están dedicados a una mujer que se coló disfrazada de hombre entre los entrenadores de la palestra de Olimpia para ver competir a su hijo en el pancracio y que, cuando éste ganó, corrió a felicitarlo tan entusiasmada que perdió su ropa en la carrera revelando su sexo, lo que llevaría a implantar la norma de que los entrenadores deberían asistir desnudos, como los atletas. Ella se llamaba Calipatira, también conocida como Ferenice de Rodas.

No se trataba de una mujer cualquiera sino de sangre real, lo que sin duda influyó en que no fuera condenada a muerte por su impostura, tal como era preceptivo, junto con el hecho de ser madre, hermana e hija de campeones olímpicos. Había nacido en torno al 396 a.C. en Yáliso (actual Trianda o Ialisos), una de las tres ciudades de la isla de Rodas, siendo su padre el rey Diágoras y sus abuelos Damágenes y Aristómenes de Mesenia. Diágoras no sólo era el monarca sino también multicampeón en los cuatro grandes juegos deportivos panhelénicos de la Antigüedad, a saber, los Olímpicos, los Nemeos, los Ístmicos y los Píticos.

Ruinas de la palestra de Olimpia, recinto para disputar el pancracio donde se coló Calipatira
Ruinas de la palestra de Olimpia, recinto para disputar el pancracio donde se coló Calipatira. Crédito: Kosmas Karachles / Wikimedia Commons

La especialidad de Diágoras era el pugilato (boxeo antiguo), en la que ganó dos veces en Olimpia, otras dos en Nemea, cuatro en el Istmo de Corinto y al menos una en Delfos, sedes de los mencionados juegos, haciéndose acreedor del título de periodonikes; no es de extrañar que hoy exista un club de fútbol con su nombre (aparte del aeropuerto de Rodas) y que el famoso poeta Píndaro le dedicara la séptima de sus Odas Olímpicas:

Cubre Señor, de gloria / al que la gran victoria / en Olimpia ganó, púgil valiente.
Estima y reverencia / entre la propia y extranjera gente / le de tu omnipotencia;
Que el rumbo sigue a la arrogancia opuesto, / Enérgico y modesto, / y los ejemplos raros / siempre sus normas son, ¡Musa! No olvides / que del buen Calianate, / célebre en el combate, / es nieto, y de los nobles eratides. / Rodas está de fiesta. Su contento / no venga a perturbar mudable viento.

A Diágoras de Rodas ya le dedicamos un artículo en el que explicábamos que engendró una familia de atletas campeones. Además de enseñarles el mismo comportamiento deportivo y virtuoso que él había demostrado en competición, entrenaba personalmente a su tres hijos varones, a los que llamó Damageto, Acusilao y Dorieo. Todos fueron campeones olímpicos en distintas especialidades (pancracio y pugilato), y varias veces, por lo que se los inmortalizó en escultura junto a su progenitor.

En una de sus victorias olímpicas, rindieron homenaje a su progenitor llevándolo a hombros ante los vítores de los espectadores, uno de los cuales gritó: ¡Ya puedes morir, Diágoras, pues no esperes subir al Olimpo!. Y, en efecto, el anciano Diágoras falleció en ese momento, satisfecho.

Pero Diágoras también tuvo una hija, Calipatira (o Ferenice), a la que entrenó desde niña igual que a sus hermanos. Esto no era usual en la Antigua Grecia salvo en Esparta… y en Rodas, que se había acercado a la anterior políticamente tras desvincularse de la Liga Ático-Délica y donde la tradición deportiva había generado grandes campeones; incluso hubo varias dinastías -acomodadas, por supuesto- especialmente sobresalientes en ese sentido.

Sin embargo, una cosa era practicar y otra poder participar, algo prohibido excepto en los Juegos Hereos, específicamente femeninos, aunque sí se les permitía hacerlo como entrenadoras, como vimos en el artículo dedicado a la espartana Cinisca.

Moderna estatua de Diágoras en Rodas
Moderna estatua de Diágoras en Rodas. Crédito: Notafly2 / Wikimedia Commons

Por tanto, Calipatira debió de llevar la vida acostumbrada de cualquier otra mujer de su época. Aunque desconozcamos los detalles de su biografía, sabemos que contrajo matrimonio con otro victorioso atleta, Calianacte, y que tuvieron dos hijos, Pisídoro y Eucles, que continuaron la tradición familiar.

Píndaro dice que Eucles (al que llama Euclón) no era hijo sino sobrino, aunque, en todo caso, fue un púgil tan bueno que en Olimpia le erigieron una estatua encargada a dos de los escultores más importantes del momento, Naicides y el famoso Policleto. En cuanto a Pisídoro, todavía no era adulto cuando su madre lo presentó a los Juegos Olímpicos en una modalidad infantil de pancracio hacia el 404 a.C.

Para entonces, Calipatira ya era viuda y, no queriendo perderse la participación de su vástago, acudió a la palestra (el recinto para las competiciones de lucha) disfrazada con túnica masculina y tomó asiento en la zona destinada a los entrenadores. Eso constituía un auténtico delito, al menos para las casadas, penado con la muerte; la sentencia se aplicaba despeñando a las culpables desde el mismo sitio en que eran ejecutados los delincuentes en general: los farallones del Tipeo, una colina rocosa situada cerca de Makrisia y Escilunte (donde también había un manantial sagrado alimentado por el río Alfeo), ciudades de la región de la Élide, en la parte noroeste del Peloponeso.

Esa elevación orográfica se identifica hoy con un cerro al que los locales llaman Arnokataracho, aunque Calipatira esperaba no tener que sufrir la nefasta experiencia de caer desde allí. Ahora bien, Pisídoro resultó vencedor en el pancracio y su madre se entusiasmó tanto que saltó de la grada para correr en su dirección y abrazarle, como estaban haciendo otros enfervorizados espectadores. Lamentablemente para ella, al saltar la valla de separación se le enganchó la túnica y la perdió, quedando sin disfraz y revelando de esa manera cuál era su verdadero sexo.

Plano de Olimpia. El templo de Zeus es el edificio naranja del centro y había decenas de estatuas de campeones en torno suyo. La palestra, el edificio cuadrado amarillo de la izquierda, con el número 21
Plano de Olimpia. El templo de Zeus es el edificio naranja del centro y había decenas de estatuas de campeones en torno suyo. La palestra, el edificio cuadrado amarillo de la izquierda, con el número 21. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Cabe imaginar el revuelo que se montó entre la concurrencia, toda masculina, al comprobar el engaño. Un escándalo mayúsculo que, sin embargo y de forma excepcional iba a quedar sin castigo. Y es que debió de pesar su doble condición de miembro de la realeza y miembro de la familia de Diágoras, tan popular y querida; era, recordemos, hija, hermana, esposa, madre e incluso tía de campeones. Consecuentemente, se le conmutó el fatal destino que le esperaba.

Eso sí, los legisladores no estaban dispuestos a que se repititera algo así y para evitarlo en el futuro dispusieron que, en lo sucesivo, los entrenadores deberían asistir a las competiciones igual que sus pupilos: sin ropa. De aquel episodio dan cuenta autores como Filóstrato y Claudio Eliano, pero sobre todo el geógrafo e historiador Pausanias, ya en el siglo II d.C:

Es ley de Elis despeñar desde [el monte Typaion] a cualquier mujer que sea sorprendida presente en los Juegos Olímpicos, o incluso al otro lado del Alfeo, en los días prohibidos a las mujeres. Sin embargo, dicen que no han capturado a ninguna, excepto Calipatira únicamente; algunos, sin embargo, le dan a la dama el nombre de Ferenice y no Calipatira. Ella, siendo viuda, se disfrazó exactamente igual que una entrenadora de gimnasia y llevó a su hijo a competir en Olimpia. Pisídoro, como se llamaba su hijo, salió victorioso, y Calipatira, mientras saltaba el recinto en el que encerraban a los entrenadores, descubrió su persona. Entonces se descubrió su sexo, pero la dejaron impune por respeto a su padre, a sus hermanos y a su hijo, todos los cuales habían salido victoriosos en Olimpia. Pero se aprobó una ley que obligaba a los futuros entrenadores a desnudarse antes de entrar a la arena.

Cabe añadir, como epílogo, que Pisídoro también recibió su estatua en Olimpia y el propio Pausanias dijo haberla visto. Estaba en el Altis (que originariamente era una arboleda consagrada a Zeus pero que a partir del siglo V a.C. fue el lugar donde se construyeron el fabuloso Templo de Zeus Olímpico, el de Hera, el Metroo, el Pelopio, el Filipeo y el complejo olímpico); al lado de su madre.


FUENTES

Pausanias, Descripción de Grecia

Lorentsos Mavilēs, Poems

Filóstrato, Gimnástico

Claudio Eliano, Historias curiosas

Píndaro, Odas: Olímpicas, Píticas, Nemeas, Ístmicas

Fernando García Romero, El deporte femenino en la Antigua Grecia

Wikipedia, Ferenice de Rodas


  • Comparte este artículo:

Descubre más desde La Brújula Verde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.