Confié el cuidado de las armas a mi Belisario y tan favorable se le mostró la divina diestra que fue la seguridad que tuve para vivir reposadamente.

Estas palabras que Dante Allighieri pone en boca de Justiniano I, emperador del Imperio Romano de Oriente, en el canto VI de la Divina comedia, hacen referencia al que fue el general más famoso de su tiempo, el hombre que resultó decisivo para reconquistar buena parte de los territorios perdidos por el imperio occidental, cuyo trono le ofrecieron pero rechazó. Según una leyenda, dudosa pero que ha repercutido en la iconografía artística, la desconfianza de Justiniano fue continua y llegó al punto de que mandó que fuera arrestado y cegado, obligándolo a vivir de la mendicidad callejera. Nos referimos, como dice el texto, a Flavio Belisario.

Los historiadores creen que Belisario nació hacia el 505 d.C. en una aldea llamada Germania, cuyas ruinas arqueológicas se hallan hoy junto a la ciudad búlgara de Sapareva Banya, o quizá en Germen, urbe griega cercana a Ormenio. Eso significa que podría haber sido de familia tracia, iliria o helena, aunque romanizada, lo que le permitió servir desde muy joven en la guardia de corps del emperador Justino I, en una época en la que las fronteras del Imperio Romano de Oriente sufrían una presión considerable por parte de ostrogodos y sasánidas.

Justino murió en el año 527 y fue sucedido por su sobrino Flavio Petro Sabacio, al que adoptó como hijo y rebautizó con el nombre de Justiniano. Fue éste quien se fijó en Belisario y le entregó el mando del ejército, encargándole la formación de un cuerpo de escolta a partir de los antiguos Bucellarii (Bucelarios). Estaba integrado inicialmente por caballería pesada noble, pero llegaría a tener siete mil hombres, formando la columna vertebral de sus tropas por su armamento y polivalencia; también por el estrecho vínculo que sus miembros mantenían con su comandante, primer síntoma del futuro feudalismo medieval.

El imperio que recibió Justiniano (naranja oscuro) y el que dejó a su muerte con territorios añadidos (naranja claro)
El imperio que recibió Justiniano (naranja oscuro) y el que dejó a su muerte con territorios añadidos (naranja claro). Crédito: Neuceu / Wikimedia Commons

Irónicamente, las primeras participaciones de Belisario en acciones bélicas, en el contexto de la Guerra Ibérica contra los persas (se llama Ibérica porque las operaciones se desarrollaron en el Reino de Iberia, que no estaba en Hispania sino en la actual Georgia, formando parte del Imperio Sasánida), resultaron más bien desafortunadas, con derrotas en Tanurin y Mindouos en el 528. Sin embargo, no sólo no se le consideró responsable sino que fue ascendido a magister militum per Orientem y, compartiendo el mando con el general Sittas, dio la vuelta a la situación arrasando buena parte de Persia y obteniendo la victoria en Dara en el 530 pese a estar en desventaja numérica.

Aunque al año siguiente volvió a sufrir un revés en Calinico, su actuación fue lo suficientemente disuasoria como para forzar a Cosroes I, recién proclamado sucesor del fallecido rey Cavades I, a negociar; algo que necesitaban ambos, pues Justiniano necesitaba los servicios de Belisario en otros frentes. La conocida como Paz Eterna, por la que ambos monarcas se reconocían como iguales y se devolvían las plazas conquistadas, prometiéndose ayuda mutua, duraría ocho años. Sin embargo, en Constantinopla se consideró que el acuerdo beneficiaba al enemigo y la aceptación de pagarle algunos tributos no gustó.

Belisario tuvo que regresar a la capital para dar explicaciones de ello, a pesar de que las conversaciones habían sido llevadas por el embajador Rufino y el magister officiorum Hermógenes. La correspondiente investigación, que se hizo extensiva a su papel en la batalla de Calinico (Juan Malala dice que huyó abandonando a la infantería, mientras que Procopio de Cesarea asegura que permaneció combatiendo hasta el final), puso las cosas en su sitio y el general salió exonerado. Había perdido el mando oriental, pero su estancia en la ciudad iba a resultar providencial.

Y es que coincidió con un grave problema de orden interno que surgió precisamente por el descontento popular que generaron, entre otras causas, los elevados impuestos, a los que se sumaron la violencia de los recaudadores y cierto descrédito del emperador por haber elegido como esposa a una mujer sin alcurnia como Teodora, una actriz con fama de indecente (su matrimonio sólo fue posible gracias a que Justino derogó la ley que prohibía esos enlaces entre clases sociales diferentes). El detonante de lo que ha pasado a la Historia como los Disturbios de Niká fue una pelea entre aficionados de las carreras de carros.

Desarrollo general de la llamada Guerra Vándala
Desarrollo general de la llamada Guerra Vándala. Crédito: Cplakidas / Wikimedia Commons

Las carreras constituían la gran pasión de los romanos, un espectáculo popular mucho más seguido y motivador que las peleas de gladiadores (que, por otra parte, llevaban ya dos siglos prohibidas). Dos de las facciones rivales, los azules y los verdes, se enzarzaron en una pelea en el Hipódromo que luego se extendió a las calles y, mezclada con los factores reseñados, derivó en un motín abierto que se prolongó durante seis días, con los responsables proclamando emperador a Hipatio, sobrino de Anastasio I (el hombre que había precedido a Justino en el trono).

Justiniano, que estuvo a punto de abdicar, cambió de opinión convencido por su mujer («Quien nace en este mundo ha de morir; pero un soberano no puede ir al exilio», pone en su boca Procopio) y encargó la represión de la revuelta a tres de sus hombres de mayor confianza. Uno era Narsés, eunuco y mano derecha del emperador; otro, el magister militum per Illyricum Mundo; y el tercero, Belisario. Ante su llegada, los azules desistieron de su actitud pero los verdes, con Hipatio a la cabeza, se atrincheraron en el Hipódromo negándose a rendirse. Belisario entró por la fuerza secundado por Mundo, mientras Narsés bloqueaba las salidas. El resultado fue una masacre en la que perdieron la vida decenas de miles de personas. Hipatio fue ejecutado al día siguiente.

La efectividad demostrada le supuso a Belisario ser puesto al frente de la gran expedición que se preparó en el 533 contra los vándalos, que habían creado un reino en el norte de África tras ocupar la antigua diócesis romana (que abarcaba las actuales Túnez y Argelia). El casus belli fue el derrocamiento del rey Hilderico, simpatizante de Roma, por el usurpador Gelimer, que además dio marcha atrás a la tolerancia con los católicos en favor de un arrianismo duro en unos momentos en los que parecía comenzar una reunificación entre cristianos procalcedonios y anticalcedonios, así como un acercamiento entre las iglesias occidental y oriental.

Pero, en el fondo, estaba el plan de Justiniano conocido como Recuperatio (o Renovatio) Imperii, o sea, la recuperación de los antiguos territorios del Imperio Romano de Occidente caídos en poder de los bárbaros. A los problemas internos de los vándalos, que supusieron varias insurrecciones -azuzadas por los bizantinos- por la impopularidad que pronto se ganó Gelimer, se sumaron otros externos, caso de los enfrentamientos con bereberes y ostrogodos, que Justiniano consideró una ocasión de oro para iniciar su campaña.

La batalla de Ad Decimum; fase 3
La batalla de Ad Decimum; fase 3. Crédito: Cplakidas / Wikimedia Commons

Probablemente eligió a Belisario porque no era natural de Grecia y hablaba latín, lo que le quitaba de encima cualquier pátina de recelo entre la población que iba a liberar. Nombrado otra vez magister militum per Orientem (Procopio dice que también strategos autokrator, algo así como imperator), se puso a su disposición un ejército de diez mil infantes y cinco mil jinetes, a los que se sumaban la guardia personal del general, contingentes de mercenarios (cuatrocientos hérulos y seiscientos hunos) y las tropas foederati de Doroteo, magister militum per Armeniam, y Salomón, el domesticus de Belisario.

En total, diecisiete mil hombres más una flota de un centenar de buques de guerra y medio millar de barcos, con sus correspondientes tripulaciones (otros cinco mil efectivos extra). Enfrente Gelimer disponía de veinte mil, con buena caballería, como era tradición entre los vándalos, pero sin arqueros a caballo y con pocos oficiales experimentados. La fuerza bizantina zarpó de Constantinopla e hizo una escala en Sicilia, donde la reina Amalasunta, enemiga de Gelimer, la reaprovisonó e informó de que la flota vándala estaba en Cerdeña.

Belisario, que ya estaba solo en el mando al fallecer Doroteo durante el viaje, no quiso desaprovechar la oportunidad y desembarcó en Caput Vada, asegurando una cabeza de puente desde la que emprendió la marcha hacia Cartago. La ruta se hizo procurando no molestar a las gentes locales con la finalidad de atraerlas y evitar así dificultades, cosa que se consiguió, reservando fuerzas para la batalla que se avecinaba. Ésta tuvo lugar en septiembre del 533 en Ad Decimum, muy cerca ya de la capital. Los vándalos estuvieron a punto de vencer a los bizantinos, pero la muerte en combate del general de una de sus alas, Ammatas, hermano del rey, los desorganizó y permitió el contrataque de Belisario, que finalmente se impuso y logró tomar Cartago.

Tres meses después, Gelimer resultó derrotado definitivamente en Tricamerón y tuvo que huir. No podía hacerlo a Cerdeña, que también había caído, por lo que eligió Hispania; pero nunca llegó, pues fue interceptado y se refugió en las montañas tunecinas, entregándose un año más tarde al carecer de víveres. Aquel éxito le resultó agridulce a Belisario, al que algunos soldados acusaron ante el emperador de aspirar a autoproclamarse rey de la región. Astutamente, Justiniano le ofreció quedarse como gobernador o regresar para que recibiera su merecido triunfo.

Detalle del mosaico de la iglesia de San Vitale (Rávena) con el retrato de Belisario
Detalle del mosaico de la iglesia de San Vitale (Rávena) con el retrato de Belisario. Crédito: Petar Milošević / Wikimedia Commons

El general, sospechando que le estaban poniendo a prueba, eligió lo segundo y, de ese modo igualmente astuto, alejó las sospechas que habían caído sobre él y obtuvo su triunfo -durante el cual se exhibieron las piezas saqueadas en el Templo de Salomón, arrebatadas a los vándalos-, siendo además nombrado cónsul y haciéndose medallas en su honor con la inscripción Gloria Romanorum («Gloria de los romanos»). Irónicamente, tras dejar África estalló un motín por los atrasos en las pagas y las imposiciones religiosas que obligó al propio Belisario a volver y reprimir, sometiendo a su cabecilla, Stostzas.

Apenas había terminado esta misión y recibió otra: atacar al Reino Ostrogodo de Teodato, que dominaba la península italiana. Sicilia no resistió mucho y tras la batalla de Panormo (Palermo) quedó bajo control bizantino, sirviendo de base para avanzar hacia el norte peninsular mientras por el camino Belisario se apoderaba de Nápoles y Roma a finales del 536. Otra vez aplicó con la población la política de mano izquierda que tan buenos réditos le había dado, lo que le permitió tomar la Toscana sin esfuerzo. Sin embargo, Vitiges, el sucesor de Teodato, consiguió cercarle en Roma en el 537.

Fue en ese contexto cuando Belisario recibió la orden de la emperatriz Teodora de deponer al papa Silverio, un simple subdiácono nombrado por los ostrogodos, hijo del papa Hormisdas, y reemplazarlo por el diácono Vigilio, al que conocía porque había sido apocrisiario (nuncio) en Constantinopla del papa Bonifacio II, quien había pensado en él como sucesor. Silverio acabó desterrado y nunca pudo regresar, pese a la polémica que hubo al respecto porque, al fin y al cabo, ni Belisario ni Teodora eran católicos (él practicaba el rito griego y ella el monofisismo).

Aunque el asedio de Roma duró un año, los sitiadores lo pasaron peor que los sitiados porque, carentes de experiencia, fueron sorprendidos una y otra vez por las salidas periódicas que ordenaba Belisario. Al final tuvieron que desistir y retirarse, máxime al saber que Ariminum (Rímini) había caído en manos enemigas. Eso dio libertad a Belisario para enviar ayuda a Mediolanum (Milán), y esa tropa tomó el control de varias ciudades por el camino -entre ellas Urbinum (Urbino)-, quedando en su poder la mayor parte de Liguria.

El asedio de Roma por los ostrogodos. Se aprecian las murallas defensivas, así como los campamentos de los sitiadores
El asedio de Roma por los ostrogodos. Se aprecian las murallas defensivas, así como los campamentos de los sitiadores. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

La campaña empezó a inclinarse del lado bizantino gracias a esos triunfos y a la llegada de refuerzos dirigidos personalmente por el eunuco Narsés, enviado por un Justiniano que volvía a desconfiar de su general al considerar que debía haberse impuesto a los bárbaros con mayor claridad; como cabía esperar, los dos militares se llevaron mal. No obstante, al final alcanzaron la victoria y Narsés regresó a la corte, dejando que su rival se ocupara de tomar Rávena, la capital ostrogoda. Ésta se rindió con unas condiciones que originaron nuevas suspicacias en Constantinopla.

Y es que le ofrecieron a Belisario el trono del Imperio Romano de Occidente y él fingió que lo aceptaba. Decimos «fingió» porque una vez que sus soldados controlaron la ciudad, redujo a cautividad a Vitiges e incautó su tesoro, proclamó que lo hacía en nombre de Justiniano I. Quizá con ello se disiparon las dudas sobre él. O quizá no y por eso se le apartó de Italia, designándole para dirigir la nueva campaña contra los persas, que habían roto la paz y en un movimiento sorpresivo habían atacado el Reino de Lázica, al oeste de la actual Georgia; la antigua Cólquida.

Partió hacia Nísibis, por primera vez si ir acompañado de su esposa Antonina, una exbailarina hija de un auriga y una actriz, madre de Focio, un vástago que tuvo en un matrimonio anterior. La baja extracción social de Antonina fue objeto de escarnio entre los bizantinos, tal cual pasaba con Justiniano y Teodora, y seguramente por eso la mujer del general y la emperatriz hicieron buenas migas, aunque se conocían de antes. Parece ser que fue Antonina la que transmitió a su marido la orden de sustituir al papa Silverio, lo que incrementó su impopularidad, ya de por sí acentuada debido al escandaloso comportamiento extraconyugal que llevaba.

Es Procopio quien da cuenta de ello en su Historia secreta, asegurando que era de vida disoluta y tenía un amante llamado Teodosio, que encima era ahijado de Belisario. Se cuenta que éste lo llevó consigo a la campaña contra los vándalos y un día le sorprendió con su esposa, ambos sin ropa, en una cámara subterránea, aduciendo ellos que estaban escondiendo parte del tesoro para no tener que dárselo al emperador. El general prefirió no creer lo que acaba de ver, pero pronto iba a tener nuevas evidencias de que algo pasaba.

Lámina decimonónica anónima que muestra a Belisario rechazando la corona imperial que le ofrecen los ostrogodos
Lámina decimonónica anónima que muestra a Belisario rechazando la corona imperial que le ofrecen los ostrogodos. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Fue en Siracusa, cuando una criada llamada Macedonia le advirtió de la traición conyugal. Enfurecido, mandó ejecutar a Teodosio, quien pudo escapar a Asia; pero de nuevo aceptó autoengañarse y hacer caso a las súplicas de inocencia de Antonina, que incluso logró que retornara su amante. Eso sí, mandó que a Macedonia se la cortara la lengua y luego muriera despedazada. Teodosio fingió retirarse a un monasterio de Éfeso para consternación del matrimonio, pero en cuanto Belisario partió hacia Persia dejó el cenobio para reunirse con su madrastra y continuar el idilio.

Entretanto, Belisario estableció su campamento en Nísibis, rechazó con habilidad un ataque de los persas y conquistó Sisauranon. Tenía a tiro Ctesifonte, pero las fiebres habían mermado considerablemente sus efectivos y prefirió retirarse por prudencia. La campaña había durado un año, de 541 a 542, y se dio por terminada para retroceder a territorio bizantino ante la amenaza que suponía el avance de Cosroes. Belisario salió a su encuentro y logró detenerlo haciéndole creer que tenía más hombres de los que realmente llevaba y que éstos estaban contagiados de la llamada Plaga de Justiniano (probablemente peste bubónica), que había comenzado a azotar el imperio.

Esa epidemia, combinada con el descontento que generó la corrupción del gobernador de Italia, Alejandro, incitó a los ostrogodos a recuperar lo perdido y se adueñaron del norte de la península primero bajo el liderazgo del rey Hildibaldo y, al fallecer éste en el 541, de su sobrino Totila. Los ejércitos bizantinos perdieron una batalla tras otra y se temía un desastre total, así que se recurrió al que acababa de ser aclamado como un héroe por frenar a los persas, a los que se había arrancado luego el compromiso de mantener la paz durante un lustro y pagar cinco mil libras de oro como indemnización.

En este otro mosaico de San Vitale, algunos expertos identifican a la mujer del centro como Antonina. La de su derecha (izquierda para el lector) sería Juanina, la hija que tuvo con Belisario
En este otro mosaico de San Vitale, algunos expertos identifican a la mujer del centro como Antonina. La de su derecha (izquierda para el lector) sería Juanina, la hija que tuvo con Belisario. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Así fue cómo, en el 544, Belisario pisó otra vez el suelo italiano. Posiblemente no lo hiciera en las mejores condiciones anímicas, ya que Focio le había informado de la reanudación de la infidelidad de Antonina con Teodosio. Como no parecía decidido a hacer nada más que a prohibir salir de casa a su esposa, Focio aprovechó que ésta marchó a reunirse con su marido para apresar al amante y encerrarlo en Cilicia. Al acabar la campaña, Teodora les reclamó en la corte, presionó a Justiniano para que les obligara a reconciliarse y mandó torturar a Focio para que revelase dónde ocultaba a Teodosio.

Éste fue rescatado y pudo reencontrarse con Antonina, pero por poco tiempo; murió de disentería y ella se cargó de resentimiento contra Belisario, contra el que juró venganza pese a que habían tenido una hija en común, Juanina (el hijastro, Focio, que pasó tres años en prisión, pudo evadirse finalmente y esconderse en un monasterio). Todos los descréditos por los que había pasado su marido en África e Italia se le atribuían a ella: el derrocamiento del Papa, la reserva de agua sana para consumo personal mientras los soldados la bebían contaminada, la instigación a su marido para ordenar algunos asesinatos, etc.

Asimismo, se le atribuía complicidad en la muerte del prefecto pretoriano de Oriente, Juan el Capadocio, para ayudar a la emperatriz (que estaba celosa de la influencia que tenía sobre el emperador). Sin embargo, el gran golpe que se llevó Belisario a finales del 542 no fue cosa de su mujer sino de Teodora. Habiendo enfermado el emperador del mal que lleva su nombre, se le acusó de oponerse a la voluntad manifestada por su esposa de seguir reinando en solitario si quedaba viuda. Buzes, otro general encausado junto a él, fue encarcelado dos años y medio, al término de los cuales salió en libertad pero destruido físicamente. Contra Belisario no se probó ningún cargo, pero le destituyeron, quedando aislado socialmente y confiscándose sus riquezas.

La emperatriz terminó perdonándolo, según Procopio a instancias de Antonina, y recuperó sus bienes. Pero su esposa se aseguró de que le restituyeran el cargo de magister militum per Oriente porque no quería volver a Persia, donde había sido humillada con la prohibición de salir de casa, así que consiguió que le designaran come sacri stabuli para que fuera a enfrentarse a los ostrogodos otra vez. Él aceptó la decisión dócilmente; tenía unos sesenta años y seguía enamorado de su mujer pese a todo. Así pues, partió para Italia. Con exiguas fuerzas, pues únicamente pudo reclutar cuatro mil hombres.

Mosaico principal de San Vitale (Rávena) que muestra a Justiniano y su séquito, con Belisario y Narsés flanqueándole. Es posible que el que está al lado de Belisario sea Juan de Capadocia
Mosaico principal de San Vitale (Rávena) que muestra a Justiniano y su séquito, con Belisario y Narsés flanqueándole. Es posible que el que está al lado de Belisario sea Juan de Capadocia. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Eso repercutió en los resultados, evidentemente. Su carismática presencia no bastó para frenar las deserciones ni para conseguir refuerzos in situ. Tampoco los recibió de Constantinopla porque la plaga había provocado una sangría demográfica. Por tanto, procuró evitar las batallas directas, pero no pudo impedir caer en varias emboscadas ni que Roma cayera por segunda vez cuando él se fue tras haberla reconquistado brevemente. Ante el fracaso de la campaña, fue sustituido por Narsés, que la concluyó exitosamente gracias a que sí recibió apoyo del emperador.

Belisario volvía a ser objeto de desconfianza por parte de Justiniano y empezó a plantearse el retiro, centrándose en anular el casamiento de su hija con Anastasio, un nieto de Teodora (quien quería hacerse con las riquezas de su posible consuegro). Quizá la emperatriz pensó en hacerle pagar la afrenta, pero no pudo, ya que falleció de cáncer en el 548. Tres años más tarde el general fue enviado a Roma como memoratus iudex (una especie de mediador), con la misión de que el papa Vigilio participase en el Quinto Concilio Ecuménico convocado por Justiniano para condenar los Tres capítulos, obra de Teodoreto. El pontífice se negó.

Pese a su retiro, Belisario todavía tendría que fajarse en el campo de batalla más veces, pues le dieron de nuevo el título de magister militum per Oriente y en el 559 tuvo que afrontar la invasión que Zabergán, caudillo de los cutriguros (jinetes nómadas turcos procedentes de la actual Bulgaria, pese a que las fuentes bizantinas los llaman hunos), había lanzado por el Danubio llegando a las puertas de Constantinopla con la intención de saltar a Asia Menor y saquearla. El general reunió una pequeña fuerza de trescientos veteranos y un millar de voluntarios que oponer a los siete mil invasores.

Aprovechando su conocimiento del terreno y fingiendo con antorchas que eran más, los bizantinos lograron rechazar el ataque enemigo, persiguiéndolo en su retirada hasta el otro lado del Danubio. No hubo contraataque, así que nueva victoria y nueva aclamación como héroe. Ahora bien, ésta acarreó paralelamente la envidia de altos funcionarios y militares que le acusaron de dejarse corromper por ese fervor popular para lograr otros objetivos. En otras palabras, sugerían que estaba conspirando contra Justiniano, según testimonio de dos criados suyos -bajo tortura- por lo que en el 562 dio con sus huesos en la cárcel.

Belisario, ciego y medigo, es reconocido por uno de sus soldados. Pintura de François-André Vincent
Belisario, ciego y medigo, es reconocido por uno de sus soldados. Pintura de François-André Vincent. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Procopio, el prefecto de Constantinopla encargado de juzgarle (quizá el mismo Procopio de Cesarea que hemos citado varias veces), le declaró culpable y condenó a arresto domiciliario. Es posible que, como decíamos, Teodora tuviera algo que ver. En cualquier caso, al final todo se solucionó positivamente: el emperador le perdonó y devolvió tanto la libertad como su posición en la corte. Por tanto, se considera falsa la leyenda de que fue cegado y convertido en simple mendigo; al parecer surgió en un manuscrito del siglo XII, Patria Constantinopolitana, y siguió en las Misionas o Quilíadas de Juan Tzetzes, quien dice:

Este Belisario, un gran comandante que vivió en tiempos de Justiniano, después de haber logrado victorias en todos los rincones de la Tierra, acabó después cegado por la envidia (¡o por el destino inconstante!) y, sosteniendo una copa de madera [en su mano], gritaban en el estadio: ‘¡Dále un óbolo al comandante Belisario, a quien el destino hizo famoso pero que ahora está cegado por la envidia!’. Otras crónicas dicen que no quedó cegado, sino que fue excluido de las filas de los hombres dignos de honor y logró recobrar la estima de la que antes gozaba.

Belisario y Justiniano, que ampliaron notablemente las fronteras del imperio fallecieron con ocho meses de diferencia: el primero en marzo y el segundo en noviembre, ambos del año 565. Algunos autores sitúan al general entre los grandes militares de la Historia, sólo por detrás de los clásicos Alejandro, César y Aníbal. Ya vimos que Procopio, en cambio, le muestra constante hostilidad; a él y a su esposa. Por cierto, no se sabe qué fue de Antonina, ya que al quedar viuda dejó de aparecer en las crónicas; según Patria Constantinopolitana se estableció con Vigilantia, hermana del difunto emperador, como zoste patrikia (principal dama de honor de la emperatriz).


FUENTES

Procopio de Cesarea, Historia secreta

Procopio de Cesarea, Historia de las guerras. Guerra Vándala

Procopio de Cesarea, Historia de las guerras. Guerra Gótica

G. Ostrogorsky, Historia del Estado Bizantino

Franz Georg Maier, Bizancio

Ian Hughes, Belisarius. The last Roman general

David Barreras y Cristina Durán, Breve historia del Imperio Bizantino

Warren Treadgold, Breve historia de Bizancio

Adrian Goldsworthy, La caída del Imperio Romano. El ocaso de Occidente

Wikipedia, Belisario


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