En las profundidades del cielo austral, donde las estrellas parecen más brillantes y numerosas, una vez existió una constelación tan vasta y majestuosa que los astrónomos modernos se vieron obligados a dividirla.
En la Antigüedad los marineros alzaban la vista hacia un cielo tachonado de estrellas, identificando patrones que les ayudaban a navegar tanto por el mar como por sus propias mitologías. Entre estas figuras celestes, una destacaba por su tamaño y esplendor: Argo Navis, la representación estelar de la legendaria nave en la que Jasón y los Argonautas emprendieron su búsqueda del Vellocino de Oro.
Esta constelación colosal, que ocupaba casi un 28% más de espacio en el firmamento que Hidra, la siguiente constelación más grande, no era una creación puramente griega. Sus orígenes se remontan aún más en el tiempo, hasta el antiguo Egipto, donde era conocida como la Barca de Osiris. Algunos eruditos incluso han sugerido conexiones con la epopeya sumeria de Gilgamesh, aunque esta teoría carece de evidencias sólidas.
Ptolomeo, el astrónomo alejandrino del siglo II, la describió en su obra Almagesto, detallando cómo la constelación ocupaba una vasta región de la Vía Láctea entre Canis Maior y Centaurus. Con una precisión asombrosa, Ptolomeo identificó estrellas que marcaban detalles específicos de la nave, como el «pequeño escudo», el «timón», el «mástil» y los «ornamentos de popa».
Arato, el famoso poeta-astrónomo griego del siglo III a.C., señaló que la constelación parecía girar hacia popa, náuticamente al revés: Argo por la cola del Gran Perro Canis Maior es arrastrada; porque el suyo no es un rumbo habitual, sino que viene girada hacia atrás….
La magnitud de Argo Navis no solo era impresionante visualmente, sino que también presentaba desafíos prácticos para los astrónomos. Con más de 160 estrellas fácilmente visibles a simple vista, la constelación se volvió difícil de manejar en términos de catalogación y referencia. Este problema persistió durante siglos, hasta que en 1763, el astrónomo francés Nicolas Louis de Lacaille tomó una decisión que cambiaría para siempre la cartografía celestial.
Lacaille, reconociendo la complejidad de trabajar con una constelación tan extensa, propuso dividir Argo Navis en tres partes: Carina (la quilla), Puppis (la popa) y Vela (las velas). La proa no estaba representada en la constelación porque, según la leyenda, fue la que causó al pudrirse y caerle encima, la muerte del propio Jasón.
Esta división de la constelación no fue inmediatamente adoptada por toda la comunidad astronómica, y durante casi dos siglos, Argo Navis continuó existiendo en paralelo con sus partes constituyentes.
No fue hasta 1930 cuando la Unión Astronómica Internacional formalizó oficialmente la división, marcando el fin de Argo Navis como una constelación unificada. Este acto de «desmantelamiento celestial» tuvo consecuencias fascinantes.
Por ejemplo, la estrella más brillante de Argo Navis, Canopus, se convirtió en alfa Carinae, la joya de la constelación de Carina. Canopus, la segunda estrella más brillante del cielo nocturno después de Sirio, toma su nombre del navegante que pilotaba la nave del rey Menelao de Esparta durante la Guerra de Troya.
La fragmentación de Argo Navis también dejó curiosidades en el sistema de nomenclatura estelar. La división respetó el sistema de designación de Bayer, lo que resultó en una distribución poco convencional de letras griegas entre las nuevas constelaciones. Así, Carina tiene alfa, beta y épsilon; Vela tiene gamma y delta; mientras que Puppis tiene zeta. Es un recordatorio constante de la unidad original de estas estrellas.
Pero la historia de Argo Navis no termina con su división. En las décadas siguientes, los astrónomos han continuado estudiando esta región del cielo con un interés renovado. Los avances tecnológicos, como los telescopios espaciales y los radiotelescopios, han permitido descubrimientos sorprendentes en las áreas que una vez ocupó la gran nave celestial.
Por ejemplo, en la región de Carina, los astrónomos han identificado la Nebulosa de Carina, uno de los viveros estelares más activos y espectaculares de nuestra galaxia. Esta vasta nube de gas y polvo, que se extiende por más de 300 años luz, es el hogar de algunas de las estrellas más masivas y luminosas conocidas, incluyendo la volátil Eta Carinae, una hipergigante que podría convertirse en supernova en cualquier momento.
En Vela, los investigadores han descubierto los restos de una supernova que explotó hace unos 11.000 años. Estos restos, conocidos como el Remanente de Vela, son una fuente invaluable de información sobre la evolución estelar y los procesos que dan forma a nuestro universo.
Puppis, por su parte, alberga numerosos cúmulos estelares y nebulosas, ofreciendo a los astrónomos ventanas únicas para estudiar la formación y evolución de las estrellas en diferentes etapas de sus ciclos de vida.
Para los aficionados y observadores del cielo en el hemisferio sur, las constelaciones que una vez formaron la gran nave siguen siendo un espectáculo impresionante. En noches claras y oscuras, lejos de la contaminación lumínica de las ciudades, aún es posible imaginar el contorno de Argo Navis navegando majestuosamente por el río celestial de la Vía Láctea.
La precesión de los equinoccios, un lento bamboleo del eje de la Tierra que ocurre a lo largo de miles de años, ha causado que la posición aparente de estas estrellas se desplace hacia el sur. Como resultado, gran parte de lo que una vez fue Argo Navis ya no es fácilmente visible desde el hemisferio norte, añadiendo un toque de misterio y exclusividad para aquellos que viven en latitudes más meridionales.
Esta es la única constelación descrita por Claudio Ptolomeo que no se reconoce en la actualidad como una constelación singular. Pero, por supuesto, eso no significa que no podamos seguir contemplándola.
FUENTES
Ian Ridpath, Argo Navis, the ship Argo
Pam Eastlick, Argo Navis
John C. Barentine, The Lost Constellations: A History of Obsolete, Extinct, or Forgotten Star Lore
Morton Wagman, Lost Stars
Wikipedia, Argo Navis
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