Donji Brčeli es un monasterio ortodoxo fundado por la noble serbia Jelena Balšić Kosača entre los siglos XIV y XV. Restaurado en 1861 para devolverle el aspecto que le quitó un incendio provocado por los otomanos, forma parte del patrimonio monumental del pueblo de Virpazar (Montenegro) y todavía alberga una comunidad religiosa. El 22 de septiembre de 1773 una gran conmoción sacudió a los monjes, pues al amanecer descubrieron el cadáver degollado de su huésped de honor, cuyos restos descansan hoy allí: Šcepan Malí (Esteban el Pequeño), primer y único zar del país, del que se decía que en realidad era el depuesto emperador de Rusia, Pedro III.
Como indica su nombre, Carlos Pedro Ulrico de Schleswig-Holstein-Gottorp era alemán de nacimiento, natural de Kiel. Pero, como vástago de la gran duquesa Ana Petrovna Románova (hija mayor del zar Pedro I el Grande), de la que quedó huérfano a los once años, terminó convertido en heredero del trono ruso cuando su tía Isabel I le hizo acudir a su lado con ese fin, ya que no tenía descendencia. Ella falleció en 1762 y él, efectivamente, cogió el testigo como Pedro III, si bien no llegó a ser coronado porque sólo reinó ciento ochenta y seis días.
En ese tiempo desarrolló una torpe política, tanto exterior, firmando la paz con Prusia (Pedro admiraba a Federico el Grande) y planeando una campaña contra el Reino de Dinamarca-Noruega que era ajena a los intereses rusos, como interior, granjeándose la oposición de la nobleza y el ejército por marginarlas en el reparto de puestos y mandos en favor de sus amigos germanos, así como la del clero por obligarles a afeitarse la barba (un símbolo tradicional de sabiduría). Dado que corría el ruimor de que además pensaba casarse con su amante previo repudio de su esposa, la también alemana Catalina, ésta se puso al frente de una conspiración que le derrocó.
Ella se hizo con el poder con el nombre de Catalina II la Grande y él fue confinado en el palacio de Ropsha (San Petersburgo), donde pocos días más tarde apareció muerto, desangrado por hemorroides según la causa oficial pero en realidad probablemente estrangulado. Sin embargo, la memoria del depuesto zar pervivió gracias a su hijo y herdero, el gran duque Pablo (futuro Pablo I), que asumió las costumbres prusianas de su padre, ya que pronto se difundió una versión rusa del sebastianismo que aprovecharía el citado Šcepan Malí para autoproclamarse zar en Montenegro.
El sebastanismo era un movimiento místico-secular surgido en Portugal en la segunda mitad del siglo XVI y basado en la creencia de que el rey Sebastián I no había fallecido en 1578 en la batalla de Alcazarquivir, sino que de alguna forma logró sobrevivir y regresaría a su reino para reclamar su trono y poner orden, expulsando a sus sucesores, el cardenal Enrique I y el rey de España Felipe II. Ese mesianismo ya se había producido también en territorio español durante las Germanías (levantamiento contra Carlos I) en la figura de El Encubierto (un hipotético nieto de los Reyes Católicos) y antes incluso, con los varios impostores que trataron de hacerse pasar por Nerón tras la muerte de éste.
Algo similar ocurrió en Rusia y no una vez sino muchas, especialmente cuando el zar no procedía de una dinastía plenamente asentada o cuando un gobernante fundaba la suya. Es lo que pasó, por ejemplo, con los no pocos «Dimitris» que le surgieron a Boris Godunov, quien ocupó la regencia tras morir Iván IV el Terrible y terminó autoproclamándose zar (lo de «Dimitris» aludía al zarévich Dimitri Ivánovich, hijo pequeño de Iván, que sólo tenía tres años a la muerte de su progenitor y fue desterrado tras reprimirse una revuelta en su nombre).
Asimismo, la cosa se repitió en Montenegro a costa del difundidísimo rumor de que Pedro III seguía vivo y ahora volvía del exilio, algo reforzado por el hecho de que surgieran numerosos impostores; uno fue el atamán cosaco Yemelyan Pugachev, al que ya dedicamos un artículo anteriormente, incluso encabezó una insurrección contra Catalina la Grande en 1773. Para entonces, ella ya tenía experiencia en la forma de afrontar esas situaciones porque cinco años antes había sucedido el episodio de Šcepan Malí.
Que éste tuviera lugar en Montenegro en vez de en Rusia no era ajeno a los intereses de la zarina, puesto que se trataba del último estado europeo de fe ortodoxa que estaba libre del dominio del Imperio Otomano, aunque tributario suyo; lo montañoso de su territorio y la progresiva pérdida de poder de la vecina República de Venecia le ayudaban a mantener esa precaria independencia. Su forma de estado era curiosa, una mezcla de principado y obispado hereditario gobernado por la dinastía Petrović-Njegoš desde 1697.
El mandatario recibía la denominación de vladika (príncipe y obispo al mismo tiempo) y esa función recaía desde 1735 en Sava II Petrović, un erudito desinteresado de las labores de gobierno bajo cuyo mandato se extendió el descontento popular: los haiduques (bandoleros) campaban a sus anchas y los otomanos realizaban razias periódicas que, viendo la debilidad de Sava, decidieron ampliar a una campaña de conquista. Eso obligó a Montenegro a pedir ayuda a Rusia, pero la zarina Isabel no se comprometió a nada y Sava terminó recurriendo a Prusia.
Esa iniciativa fue muy mal vista y en 1744 tuvo que abdicar en favor de su compañero Vasilije III, quien finalmente obtuvo la colaboración rusa para enfrentarse al sultán. Su muerte en 1766 provocó el retorno de Sava y la vuelta al desorden, con el país dividido en clanes enfrentados y el gobierno echado en brazos de los venecianos a la desesperada. Era el caldo de cultivo perfecto para el sebastianismo a la eslava y sólo hacía falta la aparición de un personaje dispuesto a encarnarlo. Y surgió la figura de Šcepan Malí.
No se sabe dónde ni cuándo nació, ya que su entrada en la Historia se produjo precisamente ese año. Fue en una aldea llamada Maine, ubicada al norte de la ciudad de Buvda, que al hallarse en la costa se encontraba bajo control veneciano. Šcepan era médico y eso le hizo ganar popularidad entre la gente, que no tardó en difundir el rumor de que se trataba de Pedro III de Rusia. El misterio que rodeaba su origen no hizo sino reforzar la creencia, que él nunca admitió pero tampoco desmintió y comenzaron a circular anécdotas apócrifas: que si guardaba sospechoso parecido con el zar desaparecido, que si había llorado al oir mencionar al zarévich Pablo…
En un momento dado, Šcepan dio el paso adelante y lanzó una proclama al pueblo exhortándolo a unirse en la fe ortodoxa, poniendo fin a las divisiones internas y a liberar los Balcanes del islam. Los clanes remolonearon, pero él se mantuvo firme, insistió y al final consiguió que firmaran la paz. La gente se entusiasmó y le reconoció como Pedro III de forma oficial, incluyendo a Sava, pese a que éste sabía que se trataba de una impostura porque él había estado en Rusia y conocido personalmente al zar depuesto. Cuando intentó revelar la verdad, a instancias de los rusos, nadie le hizo caso y acabó destituido y encerrado en un monasterio.
Era febrero de 1768. En poco más de un año Šcepan había logrado hacerse con el gobierno absoluto de Montenegro, autoproclamándose zar; era la primera vez que se usaba ese título en el país y sería la última. Tuvo el buen tino de respetar a las autoridades locales y separar los poderes civil y religioso, de manera que sacerdotes y monjes no obstruyeran sus programas. El entusiasmo que levantaba era tal que las zonas fronterizas dejaron de pagar tributos a Venecia y Constantinopla; algunas unidades militares incluso ocuparon territorios arrebatados antes enarbolando el nuevo estandarte.
Aquello levantó curiosidad y expectación en Europa. Todos sabía que Šcepan era un impostor, pero estaba resultando útil frente al Imperio Otomano y para mermar la influencia de Rusia en la región. Por supuesto, las cosas se veían distintas en Moscú. El embajador ruso en Cosntantinopla, que al principio no concedió la más mínima importancia a aquello, cambió de opinión al recibir una carta de Sava en la que le preguntaba si Pedro III había muerto realmente o no y le recomendó expulsarlo de Montenegro cuanto antes si quería conservar su favor. Como vimos, Sava fue superado por las circunstancias y fue él quien acabó apartado.
Astutamente, Šcepan envió emisarios a la embajada rusa en Viena con la intención de calmar los ánimos y, de paso, ser reconocido de facto como zar montenegrino si lograba entablar relaciones diplomáticas. Pero falló en el intento. Los embajadores rusos escribieron a Catalina la Grande refiriéndose a él con desprecio y ella respondió mandando una carta a los nobles montengrinos asegurándoles que Pedro III estaba muerto y amenazándoles con la retirada de ayudas económicas e incluso la invasión si no le deponían. Lamentablemente para ella, el encargado de llevar el documento no pudo alcanzar Montenegro al serle vetado el paso por territorio veneciano.
Lo mismo ocurrió con un colaborador de Šcepan al que sobornó. Y es que el zar montenegrino fue saliendo de todas las trampas que le tendían, ya fueran intentos de envenenamiento y bloqueos costeros por cortesía veneciana, ya una invasión preventiva otomana que fue rechazada a pesar de estar en inferioridad numérica gracias al espíritu nacional en ciernes, a que fuertes lluvias estropearon la pólvora de la artillería enemiga y a que el sultán decidió retirar a sus tropas para reenviarlas contra un nuevo adversario, Rusia, que acababa de declararle la guerra temiendo que se apoderara del último bastión cristiano balcánico.
El príncipe y general Yuri Vladimirovich Dolgorukov fue el enlace enviado en 1769 por Catalina para coordinar la fuerza expedicionaria rusa con las de Montenegro y el Peloponeso (donde los griegos cristianos resistían mediante guerrillas a la autoridad del Eyalato de Morea). Dolgorukov se encontró con Šcepan en el reseñado monasterio de Donji Brčeli, donde departieron durante ocho horas en una conversación que el ruso juzgó una pérdida de tiempo, considerando que la visita resultaría inútil, a pesar de que el motenegrino fue atemperando poco apoco su altivez inicial.
Los oficiales que acompañaban a Dolgorukov en su misión también asistieron y gracias a ellos ha trascendido la sucinta descripción de alguien que, según su punto de vista, era la antítesis de la imagen de un zar: joven, aparentemente treintañero; de mediana estatura, terso y pálido rostro, cabello largo, rizado y negro peinado hacia atrás, y una voz demasiado fina. Vestía al estilo heleno, con una túnica blanca, gorro rojo y una cadena en bandolera de la que colgaba un icono religioso. Además fumaba una pipa turca y hablaba con rapidez.
No obstante, la llegada de tropas rusas inyectó moral al pueblo, que en muchos puntos se lanzó a enfrentarse a los otomanos en escaramuzas fronterizas. Dolgorukov juzgó prematuras aquellas acciones y temiendo que se le escapase la situación de las manos, emitió una carta condenando los ataques. Porque, otomanos al margen, su misión oculta era acabar con Šcepan y por eso planeó el siguiente paso en la capital misma, Cetinje, donde acordó otra reunión con las élites montenegrinas.
Temiendo una celada, el zar no acudió e intentó una contrajugada: desacreditar a los rusos como enviados secretos de Venecia para dividir al pueblo. Lamentablemente para él, la gente estaba patrióticamente entusiasmada ante la idea de echar a los otomanos con ayuda rusa y no tuvo ningún problema en dar la espalda a su líder mesiánico jurando lealtad a Rusia y reconociendo como gobernante a Catalina la Grande. Satisfecho por el éxito conseguido tan inesperadamente rápido, Dolgorukov y lo suyos se retiraron a descansar al monasterio.
No esperaban despertarse de la forma que lo hicieron. Šcepan aún conservaba muchos partidarios y se presentó con ellos en el cenobio dispuesto a enfrentarse al ruso en un cara a cara dialéctico. Aquel peculiar duelo argumental duró varias horas, al término de las cuales, no habiendo acuerdo posible, Dolgorukov instó a los nobles a apresar al impostor. Como se mostraron dubitativos, pasó la orden a sus propios hombres con el aditamento de que lo mataran si ofrecía resistencia. Los montenegrinos, que no deseaban su muerte, se mantuvieron quietos y Šcepan fue recluido para su interrogatorio.
Las preguntas giraron, evidentemente, en torno a su origen. Él insistió en que nunca se había identificado como Pedro III, pero se mostró remiso a desvelar su procedencia, incluso ante la amenaza de tortura: ora decía que era un vagabundo, ora que nació en Ioánina (falso, puesto que no hablaba griego), ora que era un dálmata apellidado Rajčević. A los rusos pareció bastarles que reconociera no ser Pedro III y leyeron públicamente una retractación en ese sentido que le habían hecho firmar. También dijeron que los montenegrinos querían lincharlo y ellos lo impidieron.
Ante el vacío de poder, Dolgorukov tomó las riendas del gobierno como representante de Catalina la Grande; entonces de dio cuenta del avispero en que se había metido. El pueblo se le volvió en contra por ordenar cesar los ataques contra los otomanos en espera de los refuerzos rusos; la gente quería entrar en liza ya. Además, temía que intentaran asesinarle porque el Imperio Otomano puso precio a su cabeza. Y para culminar aquella precaria posición, supo que también los venecianos habían intentado envenenarle varias veces.
Cuando su cuartel general voló por los aires, y ante la falta de noticias sobre la esperada llegada de tropas rusas, abandonó Montenegro embarcando en un barco que le llevó al monasterio de Burčele, en la actual Serbia, para pasar allí el invierno. Sin embargo, al final se dirigió al de Stanojevici, en la actual Bosnia-Herzegovina por sugerencia de Sava, ya que iba con él y era su cenobio. El obispo seguía manteniendo contactos con sus amigos de Venecia, algo que de todos modos no ignoraba Dolgorukov y por ello le daba muy poca información sobre sus planes.
También Šcepan fue trasladado a Stanojevici, para poder vigilarlo de cerca; medida acertada, puesto que al poco de irse hubo un intento de liberarlo. Juzgando que ejecutarlo por su impostura supondría agitar de nuevo el avispero, Dolgorukov dio un insolito giro de guión perdonándolo, nombrándolo oficial del Imperio Ruso y cediéndole otra vez el gobierno de Montenegro. ¿Razones? Había demostrado ser políticamente competente y más fiable que Sava, claramente rendido a los venecianos. Como contrapartida, Šcepan facilitó la marcha de los rusos a través de las montañas.
Los montenegrinos no tuvieron mayor problema en aceptar de nuevo a su líder, aun cuando ya no estuviera investido del aura anterior, porque ahora estaba apoyado por Rusia. Ahora bien, ésta nunca envió las tropas prometidas y por eso fue imposible iniciar la ansiada guerra contra los otomanos por lo que las medidas adoptadas en primera instancia con ese objetivo se abandonaron. Una de ellas era la construcción de una carretera a través de las montañas que estuvo a punto de costarle la vida a Šcepan, al explotar una mina mientras era colocada que le hirió de gravedad.
Perdió un ojo y quedó paralítico, lo que obligó a que en lo sucesivo fuera transportado en una silla de manos que donó la vecina República de Ragusa. Pero todavía viviría un lustro, durante el cual elaboró el primer censo de la historia de Montenegro para repartir las armas dejadas por Dolgorukov. Seguía esperando la ayuda rusa; en vano, lo que reducía su prestigio, aunque en 1772 lo recuperó parcialmente al estallar otra guerra entre rusos y otomanos que, pese a todo, no iba a concretarse en nada. En cambio, restableció la paz con Venecia y para mantenerla no dudó en castigar con brutalidad a quien atentara contra intereses de la República Serenísima.
Entretanto, Šcepan centró su política en el interior y convocó múltiples asambleas con los clanes y nobles para reforzar la unión nacional, llegando incluso a instaurar la pena de muerte -inédita hasta entonces en el país- para quienes fomentasen los intereses privados en perjuicio de los generales y persistieran en sus tradicionales venganzas de sangre; también para poner fin al bandolerismo, que en su ausencia había rebrotado; una docena de elegidos entre los más respetados jefes tribales dictarían las sentencias a través del llamado Tribunal de los Doce.
Eso sí, en el Imperio Otomano no estaban tranquilos y desde el retorno de Šcepan se buscaba la forma de librarse de él. Fue el mutasarrif (gobernador) de Albania, Kara Mahmud Pashá, quien se encargó del asunto. De forma expeditiva, además, puesto que sobornó a un griego de Morea que acababa de entrar al servicio del zar montenegrino para que asesinara a su nuevo señor. Y lo hizo, como contábamos al principio, en el monasterio de Donji Brčeli. Šćepan Mali pasó de ser el primer zar de Montenegro al último; y el único.
FUENTES
Barbara Jelavich, History of the Balkans. Eighteenth and nineteenth centuries
Zdenko Zlatar, The Poetics of Slavdom: The Mythopoeic Foundations of Yugoslavia
Robert K. Massie, Catalina la Grande. Retrato de una mujer
Wikipedia, Šćepan Mali
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