Griegos y romanos llamaban Bósforo Cimerio al actual Estrecho de Kerch, el que conecta el mar Negro con el mar de Azov separando las penínsulas de Kerch y Tamán, en el entorno de Crimea. Hoy es una zona de guerra entre Rusia y Ucrania, pero en la Antigüedad era una región que, pese a que estaba considerada la frontera entre Europa y Asia por los geógrafos clásicos (Posidonio, Estrabón, Ptolomeo), estaba muy helenizada. Allí se sucedía un rosario de colonias jonias que en el año 438 a.C. fueron unificadas por Espártoco I, un caudillo local que fundó el Reino del Bósforo.
Durante los siglos VII y VI a.C. los griegos jonios, especialmente las polis de Mileto y Teos aunque también los dorios de Heraclea Póntica y posiblemente Atenas en menor medida, se expandieron desde la costa egea de Anatolia hacia las tierras que rodeaban el Ponto Euxino (mar Negro) y establecieron allí varias colonias, repartidas sobre todo entre el Quersoneso Táurico (o Táurica, nombres que daban a la península de Crimea por sus aborígenes, los tauros, considerados salvajes) y el Pantano Maeótico (las tierras bajas cercanas al citado Bósforo Cimerio).
En el primero estaban Teodosia, Eupatoria, Panticapeo, Ninfeo, Cimérico, Tiritaca, Neápolis, Mirmecio, Kalos Limen,Quersoneso y Cercinitis (estas dos últimas dorias); en el segundo, Fanagoria, Cépoe, Hermonasa, Sinda, Gorgipia, Bata y Torik. Más al oeste, entre las desembocaduras de los ríos Istras (Danubio), Tiras (Dniéster) y Borístenes (Dniéper), se encontraban Olbia, Tiras, Niconia y Borístenes; y en el extremo nororiental del lago Meocio (el mar de Azov), justo en el delta del Tanais (Don), Tanais.
Aquella región era un cruce de caminos, un punto de conexión entre el sudeste de Europa y las estepas euroasiáticas, lo que favorecía las relaciones comerciales tanto por tierra como por mar, aprovechando que había buenos puertos y las aguas eran tranquilas. De este modo, proporcionaban trigo, atún y pieles a Grecia a cambio de importar cerámica y metal. Como además, la estepa Póntico-Caspiana era una gran pradera de clima templado, ideal para el pastoreo nómada, las colonias prosperaron, como demuestra el hecho de que muchas incluso acuñaran moneda. Sin embargo, la economía no fue exclusivamente helena.
También se mantuvieron intercambios con los nómadas escitas del Dniéper meridional, que con el tiempo se volvieron sedentarios y pasaron a practicar la agricultura. De los habitantes originarios, los tauros, posiblemente una rama de los cimerios desplazada por los escitas, había un pésimo concepto porque solían sacrificar a golpes a los prisioneros y náufragos extranjeros en honor de su diosa virgen, de ahí que los mitos de Ifigenia y Orestes se situaran en esas latitudes. Heródoto los describe viviendo «completamente de la guerra y el saqueo», es decir la piratería, que practicaban desde su base en Símbolo (la actual Balaklava), al quedar postergados también en la mar por los griegos.
¿Quién gobernaba aquellas colonias? Al principio eran independientes, pero en el 480 a.C., según cuenta Diodoro de Sicilia, fueron reunidas por un estratego llamado Arqueánax con el fin de organizarse defensivamente ante la creciente presión escita. No se sabe prácticamente nada sobre él, salvo que se asentó en el poder (lo que provocó la marcha de algunas polis, como Teodosia y Ninfeo), que quizá tenía relación con Semandro de Mitilene, fundador de la ciudad de Hermonasa, y que fundó la dinastía Arquenáctida, en la que se sucedieron Perisades, Leucón y Sagauro, que habían sido arcontes hereditarios de la polis de Panticapeo, ignorándose su parentesco.
Ese período duró hasta el 431 a.C., año en el que surgió la figura de Espártoco. Tampoco hay datos sobre él, al menos de su vida anterior, especulándose por su nombre que descendía de los monarcas odrisios (un reino de Tracia). El caso es que, de forma pacífica o por la fuerza -seguramente mediante el control del ejército-, se hizo con el poder y fundó el Basileía tou Kimmerikou Bospórou, es decir, el Reino del Bósforo, cuya capital se situó en Panticapea. Cabe señalar la peculiaridad de la forma de estado -única se podría decir en la historia de la Hélade-, ya que ante los bárbaros se presentaba como un reino, mientras que ante los ciudadanos los reyes pasaban por ser meros arcontes (en la práctica, tiranos; entendiendo por tales el concepto griego).
Se trataba de un estado mestizo, con mayoría de población griega pero también de pueblos autóctonos iranios que helenizaron sus costumbres, tal como muestra el arte, aunque hicieron aportaciones lingüísticas. En la nobleza predominaban los escitas, como demuestra la preponderancia de nombres iranios frente a los helenos. Algo similar pasaba en el ejército, que contaba con diez mil jinetes y más de veinte mil infantes, sumando apenas dos mil griegos y otros tantos mercenarios tracios. Y aunque se conservaron algunos cultos locales en el ámbito rural y se sincretizaron dioses (por ejemplo, Zeus-Helios-Gea, Afrodita Urania…), el panteón general era el clásico.
No obstante, había algunas diferencias respecto a Grecia. La mujer, por ejemplo, gozaba de mejor estatus y tenía algunos derechos impensables, como patrimonio, herencia e incluso participación en la política y la guerra, probablemente adoptados de las sociedades iranias de su entorno. Asimismo, al quedar todas las colonias bajo un mandato único, se impidió el desarollo independiente y la proverbial rivalidad entre polis. Más aún, el Reino del Bósforo emprendió una política exterior agresiva que le llevó a ampliar fronteras y aunque Espártoco sólo pudo gobernar siete años, sus sucesores continuaron esa expansión asentando la conocida como dinastía Espartócida.
Por otra parte, Espártoco I consideraba que los atenienses estaban por encima del resto de griegos, así que estableció con ellos una relación especialmente estrecha exportándoles pescado (sobre todo atún y esturión), miel, pieles y esclavos. También grano, en mayor cantidad que antes por la demanda que había tras la Guerra del Peloponeso y trayendo a cambio manufacturas y plata, lo que paradójicamente pudo ser un factor de declive para Atenas. Por el contrario, el nuevo Reino del Bósforo inició una etapa de esplendor que se plasmó en la construcción de nuevos templos y la replanificación del urbanismo.
De hecho, algunas de aquellas polis han pervivido hasta hoy: Teodosia es la actual Feodosia; Borístenes, Odesa; Quersoneso, Sebastopol; Gorgipia, Anapa; Hermonasa, Krasnodar; etc. Constituyeron parte del legado que recibió Sátiro I, que según Diodoro de Sicilia era hijo de Espártoco, cuando éste falleció en el 433 a.C. No todas esas ciudades estaba dominadas; Sátiro, por ejemplo, conquistó Ninfeo y asedió infructuosamente Teodosia, ésta última muy ambicionada porque su puerto no se helaba en invierno, lo que venía muy bien para las exportaciones de cereal.
En realidad, ese rey compartió trono con un tal Seleuco del Bósforo, que se cree que podría ser su hermano (Diodoro no dice nada al respecto), hasta la muerte de éste en el 393 a.C., continuando luego en solitario otros cuatro años para pasarle el testigo a su vástago Leucón I en el 387 a.C. Entremedias combatió a Hecateo, rey de Sindo (el antiguo nombre de la ciudad de Gorgipia), que incorporó a su reino. Exigió a Hecateo que se casara con su hija, para lo cual debía matar antes a su esposa Tirgataó. El monarca aceptó a la hija de Sátiro pero dejó huir a su mujer, que se refugió entre los ixomantes (un pueblo del mar de Azov), desde donde se vengó haciéndole la guerra al Bósforo.
Demóstenes cuenta en su Contra Leptines que Leucón consiguió finalmente apoderarse de Teodosia, pudiendo así enviar a Atenas cuatrocientos mil medimnos anuales de trigo (unos dos millones y cuarto de hectólitros), lo que le permitió a la ciudad afrontar la escasez resultante de la Guerra Social del 357 a.C. y a él le valió ganarse la ciudadanía ateniense. Parece ser que correinó con su hermano Gorgipo, al que entregó el gobierno de la parte asiática del reino y que fue quien tuvo que solicitar la paz,-con envió de regalos y todo- a la vengativa Tirgataó.
Espártoco II, primogénito de Leucón, sucedió a su progenitor en el 349 a.C. y gobernó un lustro junto a su hermano Perisades I, según muestra una estela encontrada en El Pireo y datada en el año 346 a.C. Espártoco murió sin descendencia y Perisades continuó gobernando, en palabras de Estrabón, con mucha dulzura y moderación y habría merecido incluso que se le rindieran honores divinos. Los atenienses hasta le concedieron el privilegio de poder enrolar marineros en El Pireo; fue poco antes de que se produjera un ligero decaimiento de las relaciones a causa de la aparición de un imprevisto.
Ese imprevisto se llamaba Alejandro Magno, bajo cuyo período el Reino del Bósforo sustituyó el trato preferencial otorgado a Atenas en comercio por otros como los dispensados a la isla cicládica de Delos o Egipto. Pero, como sabemos, la vida del héroe macedonio resultó corta y las aguas volvieron a su cauce. Perisades I contrajo matrimonio con su prima Camasaria (hija de Gorgipo) y tuvieron varios hijos, tres de los cuales, al faltar el padre en el 310 a.C., se enzarzaron en una guerra de sucesión.
Se llamaban Sátiro, Prítanis y Eumelo. Parecía que el primero inclinaba la balanza a su favor al ganar la batalla del río Tates, pero cayó en la lucha y por tanto únicamente estuvo nueve meses al mando. En su lugar se nombró a Prítanis, que rechazó la oferta de Eumelo de reinar juntos y optó por las armas; no le fue bien, resultó vencido dos veces y al final le mataron en su huida. Así fue cómo Eumelo quedó con la corona, iniciando un sanguinario reinado de cinco años y cinco meses de asesinatos de sobrinos, familiares y amigos, de los que el único superviviente fue Perisades II, presunto hijo de Sátiro II, que se refugió entre los escitas.
Para congraciarse con sus ciudadanos, a quienes aquella oleada de crímenes había desagradado profundamente, Eumelo cambió completamente de política: restableció las leyes, concedió exenciones de impuestos, ayudó a poblaciones vecinas en crisis, limpió el mar de piratas y expandió las fronteras hasta poner bajo su autoridad a casi todos los pueblos del Ponto. Gracias a todo ello logró cambiar la imagen que se tenía de él, que hubiera incluso sido mejor si un estrambótico accidente no le hubiera supuesto el fin.
En efecto, retornaba a casa desde Sindo cuando los caballos de su carro se encabritaron y emprendieron un alocado galope que el auriga fue incapaz de dominar. El rey, temiendo caer por un barranco, saltó del vehículo en marcha pero su espada se enganchó entre los radios de una rueda y acabó arrastrado hasta morir, cumpliéndose así el vaticinio que le había hecho un oráculo tiempo atrás de que perecería en una casa en movimiento; las revisiones de cimientos y dinteles que había hecho desde entonces resultaron inútiles.
Su hijo Espártoco III tomó el relevo en el 304 a.C. Fue el primero en utilizar el título de basileus, seguramente por imitar a los diádocos que se habían repartido el imperio alejandrino. A la muerte de uno de ellos, Demetrio, reanudó la relación comercial con Atenas -a la que aprovisionaba de trigo-, lo que hizo que la Asamblea aprobase erigirle una estatua. Reinó una veintena de años, hasta el 284 a.C. siendo sucedido por el reseñado Perisades II; como se ha perdido la parte de la Biblioteca histórica de Diodoro a partir de esa fecha, ignoramos si fue hijo de Sátiro II o del propio Espártoco III.
Ese desconocimiento impide saber también cómo fue su mandato y el de los siguientes, más allá de los datos sueltos que nos proporcionan algunas fuentes y la arqueología. De hecho, tampoco estamos seguros del orden en que gobernaron, ya que los nombres se repiten confusamente a lo largo de los siguientes cincuenta y nueve años: Sátiro III, Espártoco IV, Leucón II, Higienon, Espártoco V, Camasaria Filotecnos (como regente), Perisades III y Perisades IV. Hay que llegar al último de la dinastía, Perisades V, para tener algo más de información: asumió el poder en el 124 a.C. y lo mantuvo hasta el 108 a. C.
Le tocó vivir la cada vez más peligrosa amenaza escita del rey Saumaco, que a su vez se veía desplazado por la presión de los śarmatas roxolanos. Como ello estaba afectando gravemente a la situación econonómica -y por ende a la política- Perisades tomó una decisión que iba a cambiar un poco la historia del Bósforo: acudió a Mitrídates VI, rey del Ponto (otro estado helenístico, fundado en el 281 a.C. tras las Guerras de los Diádocos, a partir de Paflagonia, una región asomada al mar Negro en la costa norte de Anatolia), ofreciéndole vasallaje a cambio de ayuda militar.
Mitrídates aceptó y envió un ejército al mando del general Diofanto que en cuatro campañas logró derrotar y apresar a Saumaco, pero en el transcurso de las operaciones Perisades murió. Era el final de la dinastía Espartócida, quedando el Reino del Bósforo anexionado al del Ponto. El dominio póntico nunca fue aceptado y durante las dos primeras guerras mitridáticas, entre los años 86 y 83 a.C., se produjeron dos insurrecciones sucesivas; no triunfaron y Mitrídates sustituyó el gobierno, hasta entonces asignado a virreyes, por un monarca en la persona de su primogénito Macares.
En el 66 a.C. estalló la Tercera Guerra Mitridática contra la República Romana. Macares apoyó al enemigo contra su propio padre cuando supo que éste planeaba suplantarle en Crimea y terminó asesinado por él. Mitrídates se disponía a invadir Italia cuando otro hijo, Farnaces II, fue ayudado por Pompeyo para liderar un motín en Panticapea que le proclamó rey mientras su progenitor se quitaba la vida. Farnaces quedó confirmado por Roma como rey del Bósforo, aunque se rechazó su propuesta de casar a Dinamia, una de sus hijas, con Julio César.
El estallido de la guerra civil romana desvió la atención y permitió que Farnaces, saltándose los acuerdos, conquistara Fanagoria, invadiera Cólquida y continuara hacia Galacia. Cuando los romanos quisieron reaccionar ya era tarde y su precipitada expedición fue vencida, lo que permitió al otro seguir sumando territorios: lo que quedaba del Ponto y Capadocia. Allí, en Zela, le frenó César (su famoso «veni, vidi, vici»), haciéndole huir en una campaña que apenas duró cinco días. Farnaces falleció luego en combate contra un antiguo lugarteniente, Asandro, quien se casó con Dinamia para reinar juntos.
No pudieron. César los destronó nombrando en su lugar a uno de sus aliados, Mitrídates I del Bósforo (también llamado Mitrídates II). Lamentablemente para él, la muerte del romano le privó de «padrino» y Dinamia, que reivindicaba el trono apelando a su origen y a cierto providencialismo, consiguió su objetivo acompañada de su marido. Astutamente, pactaron una alianza con Roma y ésta no sólo les autorizó a acuñar moneda sino que envió ayuda cuando, ya en tiempos de Augusto, surgió un usurpador llamado Escribonio que trataba de aprovechar la muerte de Asandro.
Una vez eliminado, Agripa confirmó a Dinamia pero la obligó a contraer matrimonio con el hombre que había enviado a socorrerla, Polemón I. Ella se negó y organizó una rebelión que fracasó, obligándola a marchar al exilio; sería su hijo Aspurgo el que sucediera a Polemón, cambiando su nombre por el de Tiberio Julio Aspurgo al recibir la ciudadanía romana como muestra de lealtad, algo que harían todos en adelante. De ese modo, el Reino del Bósforo confirmaba su carácter clientelar aunque mantuviera la autonomía y experimentase un renacer cultural y económico.
Nada cambió con los sucesores, Claudio Mitrídates y Julio Cotis, salvo un proceso de romanización que incidió positivamente combinado -en menor medida quizá-con una sarmatización. El único momento crítico fue el plan de Claudio de unificar los reinos del Ponto y el Bósforo entregándole el trono a Polemón II, algo que indignó a Mitrídates II y a su pueblo hasta tal punto que el emperador tuvo que frenar la medida y compensar al primero con Cilicia. Aun así, Mitrídates se rebeló contra Roma y, al perder, se puso en su lugar a su hermano Cotis I. El derrocado regresó ayudado por los sármatas siraces, pero volvió a fracasar y acabó cautivo en Roma.
Cotis reforzó su relación con los romanos y en tiempos de Nerón consiguió que se destinase al mar Negro toda una escuadra, la Classis Pontica, que acabó con la piratería en la misma medida que definitivamente supeditó el Reino del Bósforo a Roma. Eso sí, fue una anexión efímera porque al fallecer el emperador en el 68 d.C. el hijo de Cotis, Rescuporis I, recobró la autonomía de su reino. Le sucedió su vástago Sauromates I, nombre que llevaron otros sucesores generando confusión y siendo la numismática la única fuente que arroja algo de luz; lamentablemente, no se conservan monedas posteriores al año 341 d.C. y hay que recurrir a la especulación en buena medida.
Con la diáspora judía se habían establecido en el Bósforo algunas comunidades hebreas, pero fueron las emigraciones de los bárbaros desde el este, que empezaron a abundar en los siglos III y IV, las que iniciaron un proceso de cambio en la región del mar Negro al exigir tributos y acceso a los puertos para practicar la piratería. Los primeros, los godos, sembraron el caos aprovechando una guerra sucesoria tras la muerte de Rescuporis IV y un posterior alejamiento de Roma. Sin embargo, los godos terminaron por integrarse y llegaron otros.
Por ejemplo una rama goda, la de los ostrogodos, que habían creado su propio estado en Crimea, conquistó el Reino del Bósforo en el 335, que desapareció como tal aunque continuara una precaria existencia bajo ese dominio. Para entonces ya habían reinado algunos monarcas que probablemente no tenían vinculación directa con la dinastía legítima sino que eran iranios, acaso sármatas, acaso alanos. Después vinieron los hunos, cuyo carácter nómada impedía cualquier intento de asimilación y así arrasaron Tanais y Panticapea para siempre en el último cuarto del siglo IV.
Desde finales del siglo V y principios del VI el Bosforo quedó en la órbita del Imperio Romano de Oriente, experimentando un renacer político, económico y cultural. Fanagoria se convirtió en la capital de la Antigua Gran Bulgaria en el primer cuarto del siglo VII y Tmutakaran (una ciudad de la parte oriental del estrecho) lo fue del principado homónimo, parte de la Rus de Kiev (lo más granado del patrimonio arqueológico bosforiano se conserva en el Museo del Hermitage).
Los bizantinos construyeron fortalezas en el Bósforo y le otorgaron un obispado, bien es cierto que ya no se puede hablar de un reino sino de un territorio que formaba parte de su imperio. Hasta entonces el Reino del Bósforo había sido el reino clientelar romano más longevo, y por tanto también el más longevo de la antigüedad griega.
FUENTES
Heródoto, Los nueve libros de la Historia
Diodoro de Sicilia, Biblioteca histórica
Dion Casio, Historia romana
Plutarco, Vidas paralelas
Suetonio, Vidas de los doce césares
Estrabón, Geografía
María José Hidalgo de la Vera (et al.), Historia de la Grecia Antigua
Fernando Patxot Ferrer, Los héroes y las grandezas de la tierra
Valeriya Kozlovskaya, The Northern Black Sea in Antiquity
Wikipedia, Reino del Bósforo
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