Como sabemos, Valentia Edenatorum es el nombre que los romanos dieron a la colonia fundada en el 138 a.C. junto al río Turia, en el Levante hispano y significa Valor de los edetanos. Pero el término valentia era un recurso frecuente en las fundaciones coloniales porque aludía a las virtudes militares, de ahí que lo encontremos también otras latitudes.
Una de las últimas veces que se empleó fue en el 369 d.C., para bautizar una nueva provincia de Britania después de un año de caos provocado por una insurrección general que aunó a buena parte de los pueblos nativos contra el dominio de Roma; lo que se conoce como la Gran Conspiración.
La fuente principal para conocer los hechos, la obra Rerum gestarum libri XXXI (título generalmente sintetizado en Historias) de Amiano Marcelino, cuenta que todo empezó en el invierno del 367 d.C., siendo emperador Valentiniano I desde un trienio antes. Valentiniano era un oficial de la guardia, primero con Juliano el Apóstata y luego con Jovino, cuyas aptitudes militares le hicieron ir escalando puestos hasta que sus legionarios le auparon al trono. Él se quedó con el imperio occidental y su hermano Valente, al que él mismo nombró, con el oriental.

No fue un reinado fácil y tuvo que reprimir el pronunciamiento de Procopio, un pariente de Juliano, además de afrontar guerras contra varios pueblos bárbaros. Entre ellos estaban los alamanes, germanos que se habían ido desplazando hacia el oeste hasta instalarse entre lo que hoy son Austria, Suiza y la región de Alsacia.
En el 365, el emperador en persona marchó hacia allí para detenerlos y, aunque su campaña resultó victoriosa, las bajas sufridas le hicieron empezar a replantearse la estrategia en favor de una negociación. En ello estaba cuando, en el citado 367, la guarnición romana destinada a vigilar el Muro de Adriano se rebeló.
El motín seguramente se debió a un cúmulo de factores, pero existía un descontento generalizado entre las tropas y muchos ciudadanos romano-britanos debido a los atrasos en las pagas y las duras purgas que se habían sufrido, realizadas quince años antes por el delegado imperial Paulo Catena en obsesiva persecución de los últimos partidarios del fallido usurpador Magnencio, refugiados precisamente en Britania.

Tampoco ayudó que, poco después, una grave enfermedad pusiera a Valentiniano al borde de la muerte, desatando una pugna por la sucesión entre el comes domesticorum Severo y el magister memoriae Rústico Juliano (el emperador se recuperó y nombró a su hijo Graciano co-augusto).
El caso es que los soldados abandonaron sus puestos ante el más que probable asombro de los pictos, el pueblo céltico descendiente del caledonio que habitaba al otro lado de ese limes, quienes no desaprovecharon la oportunidad de recuperar sus tradicionales incursiones hacia el sur. Pero esta vez no era una simple razia, ya que su movimiento coincidió intencionadamente con el ataque de otros bárbaros, unos insulares y otros continentales, en el inicio de lo que ha pasado a la Historia como Barbarica conspiratio.
Se trataba de los escotos de Hibernia (Irlanda), los attacotti (también irlandeses) y los sajones de Germania. Todos ellos desembarcaron en Britania en sucesivas oleadas, coordinadas de tal forma que era evidente la existencia previa de un acuerdo entre ellos; algo que se hacía todavía más obvio por el hecho de que los francos, junto a otra parte de los sajones, hicieron otro tanto en el norte de la Galia. Las fronteras del medio oeste y sureste de la isla cayeron enseguida en su poder y, uno tras otro, fueron apoderándose de todos los fuertes y bastiones romanos.

Sin capacidad para reaccionar y, por tanto, para defenderse, las ciudades sufrieron saqueos y destrucción, siendo los romano-británicos asesinados o sometidos a esclavitud. En aquel pandemónium perdieron la vida incluso Nectárido, el comes litoris Saxonici per Britanniam (jefe del mando militar de la costa sajona del Imperio Romano, que incluía la diócesis de Britania), y Fullofaudes, el dux Britanniarum (jefe militar de Britania en una tríada que formaba junto al comes Britanniarum y al cargo antes reseñado), del que no se sabe si murió o fue hecho prisionero.
¿Por qué nadie fue capaz de prevenir aquel desastre? Porque los miles areani (o arcani), nativos que ejercían de espías para los romanos a cambio de dinero con el fin de mantener bajo control precisamente esos casos, habían sido sobornados con la promesa de obtener un gran botín, tal como explica Amiano Marcelino. El resultado fue una Britania en llamas, envuelta en el caos, con los legionarios desertando y, consecuentemente, los esclavos aprovechando para escapar; unos y otros, sin un lugar a donde ir, terminaban vagando sin rumbo, dedicados al bandidaje para sobrevivir.
Así pues, no había posibilidad de solucionar el problema con tropas in situ. Tampoco tenía mucho margen de maniobra el emperador, que, como hemos visto, estaba ocupado con los alamanes. Su primera medida fue enviar a Severo, su comes domesticorum (el jefe de los Protectores domestici, la guardia de corps), que consideró necesarios muchos efectivos y no tardó en ser relevado por Flavio Jovino, el magister equitum per Gallias (jefe de la caballería imperial en la Galia), un hombre de total confianza porque durante el reinado de Joviano él mismo había rechazado la proclamación de emperador que le hicieron sus legiones.

Jovino parecía una garantía también en el campo de batalla, pues había sido el encargado de dirigir la victoria contra los alamanes en Scarpona y Catelauni, obligándolos a regresar al margen derecho del Rin. Valentiniano le premió con el consulado en el 367, el mismo año en que le envió a resolver la Gran Conspiración. Lo primero era asegurar la zona continental y así lo hizo, recuperando el control de la costa; eso permitiría poder enviar refuerzos a Britania sin temor. Una vez conseguido, Valentiniano reclamó otra vez su presencia para continuar la campaña alamana.
La segunda parte del plan, que debía transcurrir ya en la isla, iba a correr a cargo de otro general: el hispano Flavio Teodosio. Descendiente quizá de la gens Julia y casado con Termancia, con la que tuvo un hijo que se convertiría en uno de los emperadores más famosos, Flavio Teodosio (más conocido como Teodosio I, el último que gobernó el imperio unido de forma permanente y al que se apoda el Grande para diferenciarlo de su padre, cuyo mote es el Viejo), su designación como comes podía considerarse algo arriesgada, ya que ejercía el mando por primera vez.
Teodosio embarcó en Bononia (Boulogne-sur-Mer) acompañado de su vástago homónimo, y probablemente, del posterior usurpador Magno Máximo. Llevaban cuatro legiones formadas por veteranos soldados germanos (bátavos, hérulos, jovios y victores) y arribaron a Rutupiae (o Portus Ritupis, cerca de Sandwich, en el condado de Kent), donde estaba el fuerte hoy conocido como Fort Richborough; era el mismo lugar donde había desembarcado la expedición de conquista de Claudio en el año 43 d.C. El ejército se desplazó desde allí a Londinium (Londres) y todo quedó listo para iniciar las operaciones.

Lo primero que hizo Teodosio fue amnistiar a los desertores, a los que destinó a sus antiguas guarniciones abandonadas, y disolver el cuerpo de areani, dado que no se podía confiar en ellos. Después, se dispuso a acometer la reconquista, aunque en realidad los bárbaros no controlaban Britania; no habían sabido aprovechar su éxito inicial, quizá porque no entrase en sus planes, y se limitaron a a ir de un sitio a otro saqueando. Por tanto, la campaña resultó razonablemente sencilla. Amiano Marcelino la resume así:
«Allí [en Londinium] dividió sus tropas en muchas partes y atacó a las bandas depredadoras enemigas, que estaban desplegadas y cargadas con pesados fardos; derrotando rápidamente a los que llevaban prisioneros y ganado, les arrebató el botín que habían perdido los miserables tributarios. Y cuando todo esto les fue devuelto, excepto una pequeña parte que fue asignada a los cansados soldados, entró en la ciudad, que antes había estado sumida en las mayores dificultades, pero que había sido restaurada más rápidamente de lo que se podía esperar, regocijándose y celebrando una ovación».
Antes de acabar el año los bárbaros habían sido expulsados y los soldados que no volvieron a filas, capturados y ejecutados. El líder de éstos era Valentín, un panonio cuñado del prefecto pretoriano Maximino que había sido destinado a Britania precisamente para alejarlo de Roma por haber protagonizado algún delito incierto. No consta que Valentín formara parte de la Gran Conspiración, pero sí que aprovechó la anárquica situación para intentar aglutinar a todos los descontentos y oponerse a Teodosio, lo que le llevó al cadalso; eso sí, de forma discreta para evitar posibles tumultos.

El Muro de Adriano retomó su carácter de limes con la colaboración, para su vigilancia y defensa, de tribus amigas como la de los votadini. Asimismo, Teodosio llevó a cabo una reorganización administrativa dividiendo el norte de Britania en dos provincias: una más septentrional, de nueva creación, llamada Valentia en honor del emperador, y otra meridional, Britania Secunda. También nombró un dux Britanniarum, Dulcidio, que seguramente era uno de sus ayudantes, mientras un tal Civilis recibía el cargo de vicario (una especie de gobernador civil).
El poeta Claudiano da a entender que se realizaron desembarcos navales punitivos contra los pictos, mientras que Notitia Dignitatum (un documento de la cancillería imperial) reseña que muchos attacotti entraron al servicio de Roma, constituyendo cuatro unidades que fueron destinadas al continente. En suma, la Barbarica conspiratio fue brillantemente sometida, lo que permitió a Teodosio regresar a Roma convertido en un héroe y sustituir a Jovino en la Galia como magister equitum praesentalis.
En su nueva y privilegiada posición fue el brazo armado de las brutales políticas de Valentiniano, pero la muerte de éste en el 375 d.C. por un derrame cerebral cambió las cosas. Por alguna oscura razón -probablemente su implicación en alguno de los bandos que luchaban por el poder- cayó en desgracia y acabó ajusticiado. Sin embargo, como decíamos antes, tras la muerte del emperador Valente en la batalla de Adrianópolis, su hijo fue elevado por el nuevo emperador, Graciano, a la categoría de augusto para Oriente y al morir éste se haría con el trono, rehabilitando la memoria de su padre. Era el 379 d.C. y la presencia romana en Britania iba a finalizar en menos de un siglo.
FUENTES
Amiano Marcelino, Historia
Adrian Goldsworthy, La caída del Imperio Romano. El ocaso de Occidente
Rupert Jackson, The Roman occupation of Britain and its legacy
Henry Freeman, Britannia. A history of Roman Britain
Ian Hughs, Imperial Brothers.Valentinian, Valens and the Disaster at Adrianople
Wikipedia, Gran Conspiración
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