De todas las cosas que un turista puede ver en la localidad francesa de Soissons (catedral de San Gervasio y San Protasio, siete abadías medievales, el ayuntamiento dieciochesco, el arsenal que sirve de sede al museo municipal…) la más curiosa sin duda es un monumento a los caídos que hay en la plaza Fernand-Marquigny y es obra del artista Guy Lartigue. Una de las escenas en relieve que decoran su base muestra un jarrón a punto de ser partido por la mitad que alude a uno de los mitos fundacionales de Francia, materia de estudio obligatoria para los niños de Primaria hasta no hace mucho: la leyenda del Jarrón de Soissons.
Se incorporó a los planes académicos durante la Tercera República y se mantuvo hasta la década de los sesenta del siglo XX, inmortalizando una de esas dudosas frases que antaño aprendían de memoria los escolares galos junto con la del general Cambronne en Waterloo (su respuesta a la oferta de rendirse que le hicieron los británicos gritándoles «¡La Guardia muere pero no se rinde!», que en realidad parece que fue menos poética: «¡Merde!»). La expresión en cuestión es «¡Souviens-toi du vase de Soissons!» (¡Recuerda el jarrón de Soissons!).
En este caso también se trataría de una frase retocada, ya que la fuente principal sobre el tema, que es Historia Francorum (Historia de los francos) no la recoge así. La que pone en esa obra su autor, el obispo e historiador galorromano Gregorio de Tours, es «¡Ainsi as-tu fait au vase à Soissons!» (¡Así hiciste tú con el jarrón de Soissons!), exclamada por el rey franco Clodoveo I mientras mata a un soldado que había roto el jarrón de marras. ¿Qué jarrón? Veámoslo contando las cosas desde el principio.
Hay que situarse en el año 486 d.C., una década después de que el caudillo hérulo Odoacro depusiera al último emperador romano, Rómulo Augústulo, y se convirtiera en el gobernante de Italia con la aquiescencia del Imperio Romano de Oriente. Hasta entonces, la Galia romana estaba dividida en tres reinos germánicos que contaban con el estatus de foederati: el visigodo, el burgundio y el franco, entre los cuales se extendía un territorio bajo control de Roma y a cuyo mando estaba el magister militum Afranio Siagrio.
Siagrio era hijo del general Egidio y por eso los germanos le llamaban Rex Romanorum (Rey de Romanos, título que más tarde se usaría para designar al heredero del Sacro Imperio), aunque en realidad no tenía sangre real y había que considerarlo simplemente un dux . Eso sí, en la práctica dominaba lo que suele llamarse el Reino de Soissons, que abarcaba desde el Loira hasta el Somme con capital y sede episcopal en Reims, cuyo obispo era Remigio, precursor del cristianismo en Francia y por tanto canonizado y considerado hoy uno de los patronos católicos del país junto con San Martín de Tours, San Dionisio de París, Santa Teresa de Lisieux y la célebre Santa Juana de Arco.
Entretanto, el citado Clodoveo, hijo de Childerico I y la princesa Basina de Turingia, heredó el trono de su padre en el 481, con sólo quince años de edad, y asentó así la dinastía fundada por su progenitor, la merovingia (denominada así en referencia al abuelo Meroveo). Sus territorios abarcaban la antigua provincia romana de Bélgica Segunda: Ciuitas Remorum, Ciuitas Suessionum, Ciuitas Veromanduorum, Ciuitas Atrebatium, Ciuitas Silvanectum, Ciuitas Bellovacorum, Ciuitas Ambianensium, también conocida como Ambianorum, Ciuitas Morinorum, Ciuitas Camaracensium, antigua C. Nerviorum, Ciuitas Catalaunorum y Ciuitas Bononensium.
Aunque el ejército franco de Clodoveo no era muy numeroso, sí acreditaba gran experiencia gracias a sus servicios al Imperio Romano, por eso le bastaron un millar de hombres -y la alianza con los francos renanos- para enfrentarse a las fuerzas de Siagrio y derrotarlas en la batalla de Soissons, apoderándose de todo el norte de la Galia. Siagrio pudo escapar y buscó refugio entre los visigodos de Alarico II, pero éste lo apresó y se lo entregó a Clodoveo, que mandó decapitarlo. Se había acabado allí definitivamente la etapa romana.
Remigio entendió que, efectivamente, los tiempos habían cambiado y buscando protección para los católicos del reino conquistado, entabló relación amistosa con Clodoveo y hasta le propuso que contrajera matrimonio con la princesa Clotilde (hija del rey burgundio y católica). El monarca aceptó e incluso abrazó él mismo la fe de su esposa, pese a sus reticencias iniciales (marcadas por la muerte prematura de su primogénito), después de que, según cuenta otra leyenda, rezara desesperadamente a Dios cuando estaba a punto de perder la batalla de Tolbiac frente a los alamanes.
Más allá de esa típica explicación legendaria, que le hizo ser considerado un nuevo Constantino, se impuso la realidad práctica de que a Clodoveo le convenía ganarse el apoyo del clero católico galorromano por la influencia que éste ejercía sobre el pueblo, consiguiendo a su vez la Iglesia un poderoso amigo contra el arrianismo de visigodos y ostrogodos. El rey fue bautizado por el propio Remigio, junto a tres mil de sus guerreros, en una gran ceremonia celebrada en el 496 en Reims, de ahí la tradición de que todos los monarcas franceses se coronasen allí en lo sucesivo.
Ahora bien, una cosa era que las élites se convirtieran y otra que lo hiciera el pueblo; buena parte de los francos permanecieron fieles a su fe (que era pagana, aunque muy influida por elementos cristianos debido a tantos años de contacto) y eso explicaría el reseñado episodio del jarrón. En realidad habría ocurrido mucho antes, al poco de terminar la batalla contra Siagrio en el 486. Cuenta Gregorio de Tours que en aquella época, muchas iglesias fueron saqueadas por el ejército de Clodoveo porque todavía estaba inmerso en los errores del fanatismo y de una de las más afectadas se llevaron un valioso urceo, jarra romana con un asa de uso ritual.
Al parecer, las características de esa pieza tenían una extraordinaria belleza y tamaño, por eso Remigio envió un emisario para solicitar a Clodoveo que al menos le devolviera aquélla, ya que parecía difícil recuperar todo el tesoro litúrgico expoliado en Soissons. El monarca invitó al mensajero a que le acompañase hasta dicha ciudad, donde las tropas iban a realizar el reparto del botín según su costumbre (refrendada por el Código Teodosiano), en función del rango, antigüedad, etc. A la corona le correspondía una séptima parte del total.
Por consiguiente, una vez allí, Clodoveo pidió a sus hombres que dentro de lo que le correspondía incluyeran el urceo. Los más sensatos, continúa Gregorio de Tours, le respondieron: Todo lo que aquí vemos es tuyo, glorioso rey, y nosotros mismos estamos sujetos a tu autoridad. Haz ahora lo que quieras, nadie opondrá resistencia. Y entonces ocurrió el incidente. Uno de los guerreros, al que el cronista describe como ligero, envidioso e impulsivo, se mostró en desacuerdo y rompió la jarra con su francisca (el hacha de guerra típica de los francos, de hoja ligeramente curvada y que se blandía con una sola mano) mientras decía: Sólo recibirás lo que el destino te conceda realmente.
Clodoveo no tomó medidas contra él, quizá entendiendo que el hecho de que se fuera a devolver el jarrón a un vencido podía haber generado descontento; por tanto, dice Gregorio de Tours,mantuvo su herida escondida en su corazón. El urceo acabó en manos de Remigio, que lo restauró y todo pareció terminar. Pero, al año siguiente, el monarca convocó de nuevo el Campus Martius (Campo de Marte, nombre que se daba a las tradicionales asambleas judiciales y militares que hacían los pueblos germánicos, quizá originadas en los juramentos como foederati del Imperio Romano) y estaba pasando revista a las tropas cuando reconoció entre las filas al guerrero insolente.
Y no, Clodoveo no había olvidado la afrenta. Acercándose a él, le reprochó la suciedad y descuido que presentaba en atuendo y armas, arrebatándole la francisca y arrojándola al suelo. Cuando el guerrero se agachó para recogerla, el rey esgrimió su propia hacha y le rompió el cráneo exclamando, como decíamos al comienzo, la frase ¡Ainsi as-tu fait au vase à Soissons!. O sea, esa «¡Así hiciste tú con el jarrón de Soissons!» que luego los libros escolares transformarían en la más literaria «¡Souviens-toi du vase de Soissons!» (¡Recuerda el jarrón de Soissons!).
Cabe aclarar que Gregorio de Tours no fue testigo de los hechos. Ni siquiera vivió en la misma época, ya que nació cincuenta y dos años más tarde, por lo que probablemente se limitó a recoger una leyenda oral y darle forma, o puede que la leyera en alguna otra fuente hoy perdida. Otras son todavía más tardías y usan la citada como base de información, cambiando algún detalle. Por ejemplo, en la Chronique de Frédégaire (atribuida erróneamente al cronista franco Fredegario, desconociéndose su verdadero autor), no hay emisario; es el obispo en persona quien reclama el urceo.
Se conserva testamento de Remigio y en él lega a la iglesia de Laón un jarro de plata para fundir y hacer patenas y cálices, además de el otro jarro de plata que el señor rey Clodoveo de ilustre memoria se dignó regalarme. ¿Se trataría del mismo de la leyenda? ¿Cuánto tendría ésta de verdad y cuánto de imaginación? En cualquier caso, la justicia casi divina aplicada un año después no era un recurso nuevo ni único, y el relato gregoriano parece ir dirigiendo la trama hacia el momento culminante, la conversión de un Clodoveo que en ese momento aún era pagano.
FUENTES
Franz Georg Maier, Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III-VIII
Paul Halsall, Medieval Sourcebook: Gregory of Tours: On Clovis
Edward Gibbon, Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano
David Odalric de Caixal i Mata, Historia de los reyes de Francia y España (los borbones). Desde la dinastía merovingia a los Orleáns
Catholic Encyclopedia, St. Remigius
Wikipedia, Jarrón de Soissons
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