La veloz conquista de la Península Ibérica por el califato Omeya aprovechando la guerra civil sucesoria del reino visigodo no puede explicarse tanto por la fuerza de aquellas tropas, escasas numéricamente, como por la aplicación de una estrategia de pactos que siguieron a las primeras resistencias presentadas -especialmente en el sur- tras la batalla de Guadalete. De esos pactos, uno de los más antiguos, firmado en el año 713, es el conocido como Tratado de Orihuela o Pacto de Teodomiro, que vamos a ver a continuación.

Como es sabido, los omeyas desembarcaron en lo que llamaban Al-Ándalus en el año 711 y se apoderaron de la mayor parte del territorio en un tiempo asombrosamente corto; tanto que en apenas catorce años, en el 726, pudieron dar por concluida la conquista dejando libre solamente una parte de la irreductible franja cantábrica. Esa rapidez suele explicarse porque, a menudo, sustituyeron la fuerza de las armas por la capitulación pactada con las autoridades locales mediante un tipo de acuerdo denominado sulh.

Dicho término puede traducirse como «arreglo» o «resolución» y, de hecho, aparece en el Corán para definir un pacto que pone fin a la disputa por una propiedad. En realidad el concepto era anterior y procedía de las negociaciones que emprendían las tribus beduinas en sus frecuentes enfrentamientos, para lo cual acordaban una hudna (tregua) y designaban uno o varios mediadores. La decisión final de éstos, refrendada por los cadíes, era aceptada públicamente y sin reservas por razón de honor, lo cual servía para evitar caer en un ciclo de venganzas.

División del reino visigodo por la guerra sucesoria, antes de la conquista musulmana
División del reino visigodo por la guerra sucesoria, antes de la conquista musulmana. Crédito: Chabacano / Wikimedia Commons

Con la expansión del islam se empezó a aplicar a las campañas bélicas para negociar la rendición de ciudades o regiones. Así, la expresión Dār aṣ-Ṣulḥ se usaba para referirse a un territorio no musulmán que firmaba un armisticio y se declaraba tributario a cambio de protección, pasando entonces a denominarse dhimmī. Su estatus dependía de la fe que practicase, teniendo la llamada Gente del Libro (aquellos que profesaban las religiones escritas, especialmente las abrahámicas, como el cristianismo y el judaísmo), más consideración que los politeístas y paganos.

No se sabe si Muza ibn Nusayr, a la sazón gobernador de Ifriquía (la parte occidental del norte de África, desde Túnez hasta Libia pasando por Argelia) encargó a su lugarteniente, un liberto beréber llamado Tarik ibn Ziyad, la conquista de lo que en el mundo musulmán se denominaba Al-Ándalus, o éste la inició por su cuenta. En cualquier caso, desembarcó en la actual Algeciras con unos siete mil hombres y logró asentar una cabeza de playa en Gibraltar (al que dio nombre) para ir recibiendo refuerzos y lanzar incursiones.

Tuvo la suerte de que el conde de la Bética estuviera ausente combatiendo a los vascones junto al rey Rodrigo, lo que, junto con el hecho de que las razias norteafricanas fueran tan comunes como efímeras, permitió a Tarik avanzar sin demasiada oposición. Cuando ésta llegó al fin, en la batalla de Guadalete, habían pasado varios meses y los musulmanes ya disponían de más efectivos. La derrota y muerte del monarca visigodo acrecentó el problema sucesorio entre los partidarios de Agila II y Oppas; éste incluso pidió ayuda a un Tarik que se la dio, consciente de que así debilitaba más al enemigo.

Tarik ibn Ziyad en una ilustración decimonónica de Theodor Hosemann
Tarik ibn Ziyad en una ilustración decimonónica de Theodor Hosemann. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

La llegada de nuevos refuerzos permitió continuar la expansión. Unas ciudades fueron sometidas manu militari, como Sevilla, Córdoba o Zaragoza, que vivieron episodios de extrema brutalidad (incendios, crucifixión de los prisioneros, esclavización de mujeres y niños); otras, caso de Málaga, Granada o Toledo, apenas presentaron resistencia; la mayoría, no obstante, evitaron el choque pactando un sulh, como Gijón. Las condiciones dependían de cada caso; en Mérida, por ejemplo, se acordó la sumisión y la entrega de bienes eclesiásticos a cambio de que los habitantes pudieran conservar los suyos y permitírseles mantener su fe.

Pero Tarik había operado con demasiada iniciativa, desobedeciendo incluso la orden que le remitió su superior Muza para que regresara a África o le esperase. Cuando Muza llegó, su subordinado ya había sometido todo el Levante y llegado hasta Guadalajara. Se encontraron en Toledo, donde saltaron chispas entre ambos por el exceso de iniciativa de uno y la exigencia del otro de que se le entregase el botín obtenido. Esa rivalidad debió llegar a oídos de Walid I, el califa de Damasco, de quien dependían, que reclamó la presencia de ambos.

Muza fue sometido a un juicio por actuar sin permiso del valí de Egipto, su superior; el propio Tarik ejerció la acusación. Sin embargo, la muerte de Walid I interrumpió el proceso y el nuevo califa, Soleimán, no mostró interés en reanudarlo. Tarik pasó el resto de su vida en Damasco y falleció en el 720, cuatro años después de Muza, quien se vio obligado a abdicar de su cargo en favor de su hijo Abdelaziz. Éste regresó en el 714 a Al-Ándalus, donde ya había estado durante la conquista; su experiencia iba a ser la que impulsase el Tratado de Orihuela.

La conquista musulmana
La conquista musulmana. Crédito: NACLE / Wikimedia Commons

Y es que él fue el responsable de conseguir el reseñado pacto de sumisión de Mérida, todo un modelo de eficacia porque logró someter el sur peninsular mientras su padre y Tarik se ocupaban del norte. Parte de ese éxito se debió a su talante negociador, que le llevó a contraer matrimonio en el 713 con Egilona, la viuda del rey Rodrigo, intentando atraerse a la nobleza visigoda; otra parte hay que apuntársela al buen hacer de Habib ibn Abi ‘Ubayda, un consejero y general que su padre le asignó y que gozaba de gran prestigio entre el yund (las colonias musulmanas) .

Establecida su corte en Ishbiliya (Sevilla), Abdelaziz se marcó el objetivo de asegurar lo conquistado e incorporar las localidades aún no sometidas. Pero estaba escaso de efectivos militares, así que, en la medida de lo posible, optó por la vía diplomática. Actuó en dos direcciones, una hacia el oeste, con Huelva como objetivo, y otra hacia el este con la región de Murcia (que abarcaba más que la actual, pues incluía también lo que hoy es, aproximadamente, la provincia de Alicante) como campo de operaciones. El dueño de aquellas tierras se llamaba Teodomiro, Tudmir para los musulmanes.

Teodomiro era un noble que probablemente ejercía como gobernador. Se sabe que alguien llamado así -probablemente él mismo- había rechazado un intento de invasión bizantino, quizá en el contexto de la flota que envió el emperador Leoncio entre los años 697 y 698 para intentar reconquistar Cartago, si bien pudo ser otra ya al final del reinado de Witiza, para tratar de recuperar antiguos enclaves imperiales, como Tánger y Ceuta. Los hechos y las fechas no están claros, pero Teodomiro seguía allí cuando llegaron los musulmanes.

Ruinas del castillo visigodo de Orihuela
Ruinas del castillo visigodo de Orihuela. Crédito: Zarateman / Wikimedia Commons

Ante el desplome del reino visigodo, los nobles que residían lejos de la corte se vieron solos ante el nuevo peligro y sin capacidad para resistir. Por tanto, no tuvieron más remedio que negociar con los invasores un estatus que les permitiera salvaguardar sus propiedades, posición social y modo de vida, en la medida de lo posible, ofreciendo a cambio vasallaje y tributación. Claro que para ello había que convencer al enemigo de que no iba a resultarle fácil someterlos, de ahí la leyenda que dice que Teodomiro le engañó ordenando a todas las mujeres que subieran a las almenas vestidas con cotas y armaduras, de modo que el número de defensores pareciera mayor del que realmente era.

Hablamos de la defensa de Orcelis, ciudad alicantina que el rey Suintila había arrebatado a los bizantinos en el 625 renombrándola Auriola y que actualmente conocemos como Orihuela. La población hispanorromana nunca aceptó de buen grado el dominio visigodo, echando de menos la administración imperial y con ella el latín (frente a la lengua germánica) y la religión católica (faltaban cuatro siglos para que el Cisma de Occidente instaurase la fe ortodoxa en el Imperio Bizantino, mientras que a los visigodos se les seguía viendo como herejes arrianos pese a la conversión decretada por Leovigildo unas décadas antes).

El caso es que, el 5 de abril del 713, Teodomiro y Abdelaziz lllegaron al acuerdo sulh que ha pasado a la posteridad con el nombre del primero (o, recordemos, Tratado de Orihuela). En él, se reconocía al titular como dueño de aquella región (que los musulmanes pasaron a denominar cora -provincia- de Tudmir), respetándose sus bienes y los de sus súbditos, además de admitirse el culto cristiano, a cambio de someterse a la autoridad suprema del califato y pagar anualmente una yizia (impuesto per cápita) en metálico y un jarach (impuesto sobre la renta de la tierra) en especie.

Ciudades integrantes del Pacto de Teodomiro
Ciudades integrantes del Pacto de Teodomiro. Crédito: Enrique Íñiguez Rodríguez / Wikimedia Commons

Por supuesto, el pacto implicaba comprometerse a no colaborar con ningún enemigo del islam e incluso se subrayó su importancia con el hecho de que Teodomiro tuviera que viajar a Damasco para que el califa refrendase el acuerdo. No vuelven a encontrarse referencias escritas directas sobre él, por lo que los historiadores deben recurrir al contexto: probablemente falleció antes del 743 porque a partir de entonces fue designado señor de Tudmir otro noble visigodo, Atanagildo; se ignora si era vástago suyo, aunque algunos expertos opinan que no tuvo descendencia masculina porque sólo consta que casó a una hija con un notable musulmán.

Asimismo, fue ese año cuando Abu al-Jattar al-Husam ibn Darar al-Kalbi, nuevo valí omeya de Al-Ándalus, entró en Tudmir con sus tropas y las acantonó allí, imponiendo a Atanagildo un fuerte tributo de veintisiete mil sueldos (unos ciento veintidós kilos de oro) en concepto de pagos atrasados. Se deduce así que el Tratado de Orihuela se había dado por finalizado con la muerte del firmante. O de los firmantes, ya que Abdelaziz había fallecido mucho antes, en el 716, asesinado por dos primos suyos que obedecían órdenes del califa Suleimán al temer éste que fuera a convertirse al cristianismo y autoproclamarse rey influido por su esposa; al menos eso dice la Crónica del Pacense.

No se conserva el documento original del tratado, pero sí tres copias posteriores, una del siglo XI, otra del XII y la tercera del XIII, cada una de ellas realizada por un erudito andalusí: el geógrafo Al-Udri, el historiador Al-Dabbi y el viajero Al-Gharnati respectivamente. La única diferencia que presenta cada versión es la distinta forma de nombrar las ciudades incluidas, que en algunos casos dificulta su identificación, como pasa con Iyyih, Bqsra y Blntla, por ejemplo, aunque otras se sabe con seguridad cuáles son: Orihuela, Alicante, Lorca, Mula y La Alcudia ilicitana. Cartagena, la antigua capital de la Spania bizantina, no figura porque había sido destruida por Suintila un siglo antes.

Esta es la transcripción del texto:

En el Nombre de Alá, el Clemente, el Misericordioso. Edicto de ‘Abd al-‘Aziz ibn Musa ibn Nusair a Tudmir ibn Abdush (Teodomiro, hijo de los godos). Este último obtiene la paz y recibe la promesa, bajo la garantía de Dios y su profeta, de que su situación y la de su pueblo no se alterará; de que sus súbditos no serán muertos, ni hechos prisioneros, ni separados de sus esposas e hijos; de que no se les impedirá la práctica de su religión, y de que sus iglesias no serán quemadas ni desposeídas de los objetos de culto que hay en ellas; todo ello mientras satisfaga las obligaciones que le imponemos. Se le concede la paz con la entrega de las siguientes ciudades: Uryula [Orihuela], Baltana, Laqant [Alicante], Mula, Villena, Lurqa [Lorca] y Ello. Además, no debe dar asilo a nadie que huya de nosotros o sea nuestro enemigo; ni producir daño a nadie que huya de nosotros o sea nuestro enemigo; ni producir daño a nadie que goce de nuestra amnistía; ni ocultar ninguna información sobre nuestros enemigos que pueda llegar a su conocimiento. Él y sus súbditos pagarán un tributo anual, cada persona, de un dinar en metálico, cuatro medidas de trigo, cebada, zumo de uva y vinagre, dos de miel y dos de aceite de oliva; para los siervos, sólo una medida. Dado en el mes de Rayab, año 94 de la Hégira [713]. Como testigos, ‘Uthman ibn Abi ‘Abda, Habib ibn Abi ‘Ubaida, Idrís ibn Maisara y Abu l-Qasim al-Mazali.



  • Comparte este artículo:

Descubre más desde La Brújula Verde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.