Pese a que fue un gran éxito y hoy está considerada un clásico, la adaptación cinematográfica de Las minas del rey Salomón cosechó algún que otro «pero» por el hecho de que uno de los personajes, sir Henry Curtis, el hombre que contrata al cazador Alan Quatermain para buscar a su hermano desaparecido en África, fuera reconvertido en la pantalla en su esposa, Elizabeth Curtis.
Una mujer, en suma, en una época en la que no era común verlas en expediciones por esas latitudes. Sin embargo, hubo unas cuantas; y una de ellas guardaba cierto parecido con la protagonista de la película, no porque tuviera los rasgos de Deborah Kerr sino porque también recorrió regiones africanas en busca de un ser querido. Se llamaba Olive MacLeod, más conocida luego como Olive Temple.
Remontémonos al último cuarto del siglo XIX, al año 1877, cuando se casaron Reginald MacLeod of MacLeod y lady Agnes Mary Cecilia Northcote. Él, tesorero de la Corona, llegaría a ser nombrado caballero y alcanzaría la dirección de la compañía Shell, mientras que ella era hija del ministro de Hacienda, posteriormente distinguido como primer conde de Iddesleigh.
Cabe decir, como curiosidad, que el padre de Olive también ostentó la jefatura del clan MacLeod y creía firmemente en la leyenda de lo que en gaélico se llama Am Bratach Sìth, es decir, Bandera de las Hadas, un pendón que, según la leyenda, habría sido confeccionado por hadas y protegía a los miembros de dicho clan.
El matrimonio tuvo dos hijas. La mayor, Flora Louisa Cecilia, nació en 1878 y sucedería a su progenitor como vigésimo octava líder de los MacLeod, residiendo en el castillo de Dunvegan, en la isla escocesa de Skye, cuyo museo custodia la mencionada bandera. La hija pequeña se llamaba Olive Susan Miranda y llegó a este mundo en 1880.
Su infancia transcurrió sin mayor interés y su entrada en la Historia con mayúsculas no empieza hasta la tragedia que sufrió en 1910, cuando su prometido falleció accidentalmente en una escaramuza interna entre lugareños en el Sudán francés.
Se trataba de Boyd Alexander, un teniente del ejército británico cuya afición a la ornitología le había llevado a visitar la Gold Coast (Costa de Oro, una colonia británica situada en el golfo de Guinea que hoy es Ghana) y las islas Bonin (también llamadas Ogasawara, un archipiélago japonés), adquiriendo experiencia suficiente como para que en 1904 pasara a formar parte de una expedición científica que viajó desde el río Níger hasta el Nilo, recorriendo la cuenca del lago Chad acompañado de su hermano Claude y del capitán G. B. Gosling. Alexander fue el único superviviente del grupo, pues las enfermedades tropicales acabaron con sus compañeros.
Él sobrevivió y regresó en 1907, publicando al año siguiente una crónica de su aventura con el título Del Níger al Nilo y recibiendo la medalla de oro de la Royal Geographical Society. Con su bien ganada popularidad, Alexander se reunió con otro que salió vivo la vez anterior, el coleccionista portugués José Lopes, para embarcarse en otra expedición en 1909, pero en esta ocasión las cosas no iban a salir bien. Tras visitar la tumba de Claude en Maifoni, en el Sultanato de Borno, ambos se vieron envueltos en una confrontación a tiros entre nativos al norte de Abéché, capital de la región de Ouaddaï, en la actual República de Chad.
Una bala perdida mató a Alexander; su cadáver, recuperado por soldados franceses, fue enterrado junto a los de su hermano Claude y el capitán Gosling. Se ponía fin así a la promesa de boda que había hecho a Olive MacLeod para su vuelta, pero ella no se resignó sin más a aquel fatal destino y quiso rendirle un homenaje póstumo visitando su tumba.
Eso significaba atravesar seis mil kilómetros por un continente no muy conocido todavía y con el añadido de que se trataba de una mujer blanca; si pocos hombres occidentales se habían visto por aquellas regiones septentrionales del Chad y Camerún, menos aún del sexo opuesto. Sin embargo, nada pudo disuadir a Olive.
La expedición le llevó seis meses y transcurrió de forma similar a las que realizaban los exploradores masculinos: frente a la tópica imagen de las películas, en las que son presentados en cabeza de una larga caravana, rifle en mano, en realidad solían ir en la cola, transportados en angarillas porque se pasaban la mayor parte del viaje enfermos, devorados por miasmas y enfermedades desconocidas en Europa.
Así, Olive iba unas veces a lomos de un burro, otras a pie y cuando el terreno resultaba especialmente difícil, como en las áreas pantanosas, lo hacía en una litera que cargaban a hombros sus porteadores.
Olive pudo rezar ante el sepulcro de Boyd Alexander y despertó admiración entre las autoridades coloniales francesas en Fort Lamy, que le relataron lo sucedido y hasta bautizaron con su nombre unas cascadas locales.
Por su parte, ella exploró la región, cruzó en un bote de remos el lago Chad (al que denominó «la estrella polar de los exploradores»), desembarcó en la isla Kika (donde descubrió y cazó gacelas) y hasta buscó las legendarias montañas Hajer-el-Hamis, en las que muchos musulmanes creían que había quedado varada el Arca de Noé después del Diluvio Universal.
Como se ve, Olive no se limitó a rendirle a su infortunado prometido el particular homenaje fúnebre previsto sino que además, a lo largo del viaje, reunió una interesante cantidad de especímenes y piezas de arte y folklore indígenas que hoy se exhiben en el Maidstone Museum: ubicado en Kent, Inglaterra, donde residía su familia, la columna vertebral de esa institución está formada por las antigüedades legadas en 1855 por su fundador, el médico y anticuario Thomas Charles, pero incluye secciones de naturaleza e historia engrosadas por la aportación de Olive.
Puesto que Olive protagonizó aquella aventura ya bien entrado el siglo XX, pudo permitirse hacer cosas impensables para los exploradores decimonónicos, como usar una cámara para tomar imágenes de aspectos etnográficos y naturales que encontraba por el camino.
Ese material gráfico fue incluido en el relato que publicó en 1912 contando su experiencia: Chiefs and Cities of Central Africa, título de por sí bastante informativo de su carácter documental y antropológico. Dado que en aquella época los usos y costumbres eran distintos, ese mismo año también puso fin a su soltería al casarse con Charles Lindsay Temple.
Temple, aristócrata, hijo del baronet sir Richard Temple, era más joven que ella, pues nació en 1871 y tenía una consistente carrera diplomática, habiendo sido cónsul en Pará y vicecónsul en Manaos entre 1898 y 1901. Trece años después, ya casado y condecorado con la Orden de San Miguel y San Jorge, le nombraron vicegobernador de Nigeria del Norte.
Gracias a ese puesto, tuvo acceso a importante documentación oficial que en 1919 le permitió publicar, mano a mano con su mujer y junto con abundantes fotos y acuarelas propias, un libro sobre su vida en África titulado Notes on the Tribes, Provinces, Emirates and States of the Northern Provinces of Nigeria.
Más tarde, Temple finalizó su servicio nigeriano y regresó con Olive a Europa. No se establecieron en Gran Bretaña sino en España; concretamente en Granada, en la calle Carmen de los Fosos, donde el murió en enero de 1929 a causa de una insuficiencia renal.
Entonces ella sí marchó a Inglaterra, instalándose un tiempo en Kent. Sin embargo, no olvidó la etapa española y volvió a la ciudad granadina, donde falleció en mayo de 1936, dos meses antes de que estallase la Guerra Civil. Ambos están enterrados en el cementerio local.
FUENTES
Jennifer Speake (ed.), Literature of travel and exploration. An encyclopedia
Vincent Hiribarren, A history of Borno. Trans-Saharan African Empire to Failing Nigerian State
Samantha Harris, An early 20th female traveller to Africa
Gerald Brennan, Al sur de Granada. Un inglés en La Alpujarra
The New York Times, Through darkest Africa to find slain lover’s grave
The Royal Green Jackets (Rifles)-Museum Winchester, Royal Geographical Society (RGS) Founder’s Gold Medal
Wikipedia, Olive Temple
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