Entre el patrimonio arqueológico escandinavo figuran las llamadas piedras rúnicas, estelas cuyo contenido epigráfico esta escrito -obviamente- en runas, siendo su cronología bastante amplia, desde el siglo IV hasta el XII. Hay unas seis mil, la mayoría de las cuales -tres millares y medio- están en el sureste de Suecia y una treintena de ellas reciben el nombre de Greklandsstenarna, es decir, piedras rúnicas de Grecia, porque fueron erigidas en memoria de unos guerreros vikingos que trabajaron para el Imperio Bizantino (por entonces llamado allí Grikkland, Grecia) y formaron un cuerpo de guardia personal del emperador: la Guardia Varega.

Esas piedras rúnicas, escritas en alfabeto futhark joven (de sólo dieciséis runas, que evolucionó en paralelo a la lengua nórdica antigua), se concentran sobre todo en la provincia de Uppland, aunque también hay cuatro centenares en Södermanland. Las que nos interesan aquí son las que están relacionadas directamente con los varegos, mencionando sus viajes hacia el este, a las actuales Ucrania y Rusia, pero también a territorio bizantino y Langbarðaland (Tierra de los Lombardos, Italia). Sitios para ellos lejanos, de donde muchos no regresaron nunca porque terminaron estableciéndose allí.

Las Greklandsstenarna de mayor antigüedad (980-1015 d.C.) son seis de estilo RAK, el más sencillo, carente de la decoración artística que presentan otros como el Fp, el Pr o el KB. Sin embargo, un segundo grupo sí corresponde a éstos: incluso al último, el citado KB, en el que queda patente la influencia cristiana -esa fe se implantó en Escandinavia a partir del siglo XI- porque las inscripciones adoptan forma de cruz bizantina (la patriarcal, con dos brazos transversales al vertical, aunque también hay otras derivadas del modelo griego, como la florenzada, etc).

Esta ilustración de la crónica de Juan Skylitzes es la única representación coetánea de la Guardia Varega, mostrada con armadura de estilo bizantino
Esta ilustración de la crónica de Juan Skylitzes es la única representación coetánea de la Guardia Varega, mostrada con armadura de estilo bizantino. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Evidentemente, las Greklandsstenarna constituyen una interesante fuente documental para conocer mejor el lado más humano de los varegos, pero su carácter epigráfico resulta demasiado limitado para disponer de datos más amplios sobre su historia. Por eso es necesario recurrir a las sagas, esa combinación medieval de crónica y literatura que nos informan de cómo fue la Era Vikinga. La mayoría fueron escritas en Islandia, si bien en tiempos posteriores.

Así, la anónima Saga de Laxdœla, compuesta alrededor del año 1245, es la primera en mencionar la presencia de un nórdico en el Imperio Bizantino. Cuenta cómo Bolli Bollanson, un descendiente de los primeros colonizadores de Breiðafjörður (un fiordo del noroeste islandés), huye de las venganzas de sangre entre clanes y, a través de Dinamarca, llega a Constantinopla para ingresar en la Guardia Varega, de la que terminará siendo uno de sus más destacados miembros.

Por su parte la Saga de Nial (o Njál), también anónima y del siglo XIII, está considerada la mejor de su género. Cuenta la cristianización de Islandia y aquí nos interesa la parte dedicada a Kolskegg, el primer vikingo que alcanzó Holmgard (Nóvgorod). Desde esa ciudad se dirigió a Constantinopla para ponerse al servicio del emperador, permaneciendo allí el resto de su vida y llegando a ser capitán de la Guardia Varega.

Rutas comerciales de los varegos hacia el este (en rojo) , hacia el Imperio Bizantino (en púrpura) y resto (en naranja)
Rutas comerciales de los varegos hacia el este (en rojo) , hacia el Imperio Bizantino (en púrpura) y resto (en naranja). Crédito: Briangotts / Wikimedia Commons

Aclarado de dónde obtienen los historiadores el grueso de la información, es momento de contar cómo nació ese cuerpo. Para ello hay que remontarse a la expansión que llevaron a cabo los pueblos de lo que hoy es Suecia (gotlandeses, sobre todo, aunque también había anglos, daneses y fineses) hacia el otro lado del Báltico, bien en incursiones de saqueo, bien en itinerarios comerciales en busca de ámbar, pieles, esclavos y tributos en general. Los nativos de las estepas rusa y ucraniana los llamaban varyagui (o varyahy), término derivado del nórdico vaeringjar y adaptado al griego como varangoi (o variagoi).

La primera mención a ellos data del año 838, cuando un grupo contactó con los bizantinos en el mar de Azov. Pero ya llevaban tiempo creando asentamientos mercantiles cuyos habitantes, rechazando contundentemente los asaltos esporádicos de los nómadas esteparios, se fueron labrando fama de fieros guerreros. Efectivamente, esas dotes militares les sirvieron para tomar el poder en varias localidades y fundar principados que irían evolucionando a estados. Uno de ellos fue Kiev, situada en un punto medio entre el mar Negro y Constantinopla.

Cuenta la Crónica de Néstor, la historia del primer estado eslavo oriental, que un varego llamado Hrörekr, más conocido hoy por la traducción al eslavo de su nombre, Riúrik («Halcón»), fue elegido señor de Nóvgorod en torno al 860 y fundó una dinastía que se sacudió la presión de los jázaros, permitiendo que la ciudad fuera creciendo y dominando su entorno, el valle del Dniéper. Dos décadas después, tras federarse con otras localidades, nació la Rus de Kiev de la mano del príncipe Oleg, que trasladó la capital a esta última ciudad y en el 911 se permitió la osadía de atacar Constantinopla.

Riúrik y sus hermanos en el lago Ladoga, obra de Víktor Vasnetsov
Riúrik y sus hermanos en el lago Ladoga, obra de Víktor Vasnetsov Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Al final ambos bandos alcanzaron un acuerdo económico, plasmado en una ruta comercial que, como suele ocurrir, se extendió al ámbito cultural. Fue entonces cuando surgió el gentilicio rhos («ruso») que los primeros cronistas bizantinos identificaban con tauroescitas y que coexistió con el de «varego» hasta que terminó por separarse para referise exclusivamente a los procedentes de Kiev y sus dominios. Había suecos, noruegos, daneses e islandeses, todos nórdicoparlantes; más adelante se sumarían anglosajones, como veremos.

El honor de haber creado la Guardia Varega recae en el emperador Basilio II, allá por el año 988 y después de una alianza militar con Vladimir II de Kiev. Éste acababa de acceder al poder mediante un golpe de estado, instaurando la cristianización por decreto y formalizando así una tendencia que ya se había iniciado décadas atrás, en el 870, apoyada por el patriarca Focio de Constantinopla, si bien se manejaron otras opciones como el judaísmo porque lo que se quería era abrazar el monoteísmo; Vladimir, de hecho, se había bautizado ad hoc.

Ese proceso estrechó la relación entre Kiev y el Imperio Bizantino, facilitando la introducción del idioma griego en la Rus y la construcción de iglesias ortodoxas. El flujo de influencias fue en ambos sentidos y Basilio II solicitó a su nuevo amigo el envío de tropas porque las locales no resultaban de fiar, como habían demostrado a menudo apoyando los distintos candidatos y usurpadores al trono. Además, menos de un siglo antes ya se habían enrolado unos setecientos varegos en la expedición bizantina contra el emirato de Creta y el buen resultado animó a repetir experiencia en otras campañas.

Basilio II coronado por ángeles en una miniatura del Salterio de Venecia
Basilio II coronado por ángeles en una miniatura del Salterio de Venecia Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Más aún; muchos nórdicos engrosaron las filas de la Hetaireia, una unidad de la guardia imperial compuesta por extranjeros, posiblemente derivada de los antiguos foederati. Así que Vladimir, cumpliendo una promesa hecha por su padre en el 971, en el contexto del asedio de Dorostopol, envió a Basilio un contingente de seis mil hombres que sustituyeron a los poco fiables guardias bizantinos nativos o, al menos, buena parte de ellos. A cambio, cedió a su homólogo la mano de su hermana, Ana Porfirogéneta, para cuyo matrimonio Vladimir no dudó en abrazar la fe cristiana, como decíamos.

Tras el correspondiente juramento de fidelidad, los varegos ejercían de guardias de corps (tal cual pasaba con la Druzhina en la Rus de Kiev, los hird en Escandinavia o los huscarles en Inglaterra), aunque también participaban en ceremonias e incluso labores de seguridad policial (los llamados varegos de la Miklagarðr, es decir de la Gran Ciudad). Dirigidos por un akolouthos, un comandante que no tenía por qué ser varego y que sólo respondía ante el emperador (hasta le guardaba las llaves de Constantinopla cuando estaba ausente), contaban también con un megalodihermeneutes («gran intérprete») que tenía a sus órdenes varios traductores y oficiales subalternos.

El arma por excelencia de estos guerreros era un hacha de doble filo, que mantuvieron incluso después de adoptar también la espada. Se trataba de una infantería pesada que asimismo contaba con arqueros, una sección a caballo más otra naval que aprovechaba su afamada pericia marinera embarcándose en unas naves ligeras denominadas ousiai, especializadas en combatir la piratería. No siempre fueron seis mil, pues más adelante su número fue variando según la época y circunstancias, aunque nunca bajaron de millar y medio y la media solía rondar los tres mil, repartidos en una docena de allaghiao (compañías) de quinientos soldados cada una.

El bautizo del príncipe Vladimir II, obra de Víktor Vanetsov
El bautizo del príncipe Vladimir II, obra de Víktor Vanetsov. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

La más destacada, denominada Manghlavítai, equivalía a los líctores romanos: desfilaban en eventos importantes enarbolando sus hachas («bárbaros con hachas», los describió la princesa Ana Comnena en su obra La Alexiada) mandados por el protospatharios, rango que ejercían algunos de los más famosos varegos de la historia. Entre ellos el noruego Harald Sigursson, más conocido como Harald Hardrada, al que ya dedicamos un artículo y que terminó coronándose rey de Noruega después de conseguir varias conquistas para el Imperio Bizantino (Bulgaria, Lombardía, Sicilia…).

No obstante, pese que la Guardia Varega escoltaba al emperador también en el frente, no solía entrar en liza si la situación no se volvía desesperada. En esos casos daban rienda suelta a su proverbial ferocidad y no faltan testimonios de cronistas alusivos al comportamiento de los bersekers. Al servicio de Basilio sofocaron la insurrección de Bardas Focas en el 988, derrotando a su ejército. Más tarde, en el 1018, fueron enviados a reprimir la revuelta lombarda de Melus de Bari, obteniendo una nueva victoria.

Asimismo, colaboraron en la reconquista de Sicilia a los musulmanes en el 1038; lucharon contra los normandos en el 1041; se apoderaron de Bríndisi y Tarento en 1047; fueron diezmados por los selyúcidas en Mancicerta defendiendo al emperador Romano IV Diógenes; tomaron parte en la Cuarta Cruzada que dirigió el monarca noruego Sigurd I Magnusson (sólo volvieron un centenar); aplastaron a los pechenegos en Beoia, en el 1122; sobresalieron en la defensa de Constantinopla en el 1204; pusieron a salvo al príncipe de Acaya en Pelagonia, en 1259…

Hacha rurídika de doble filo encontrada en Shekshovo (Rusia)
Hacha rurídika de doble filo encontrada en Shekshovo (Rusia). Crédito: Shakko / Wikimedia Commons

Por lo demás, si el emperador perecía tenían derecho a coger cuanto pudieran del tesoro imperial de Constantinopla, siguiendo la vieja tradición escandinava del polutasvarf («saqueo de palacio»). Gracias a ello y a los generosos salarios que recibían, muchos varegos pudieron regresar a su tierra natal enriquecidos… y animar a otros a alistarse. Hacerlo se consideraba un honor y desarrollaron un marcado sentimiento de cuerpo que rivalizaba con otros compuestos por tropas locales o extranjeras, acabando a la greña entre sí no pocas veces.

Sin embargo, no resultaba sencillo ingresar en la Guardia Varega, ya que además de demostrar la valía había que pagar una cuota de entrada. Una vez conseguido, mantener la lealtad se consideraba un motivo de orgullo y esa bien ganada reputación apenas se la saltaron un par de veces: en 1071 apoyaron el golpe de Juan Ducas contra su hermano Romano IV Diógenes (aprovechando que estaba ausente), deponiendo a la emperatriz Eudoxia y aupando al trono a Miguel VII; y en 1078 secundaron la fallida proclamación de Nicéforo Brienio en Adrianópolis contra Nicéforo III.

Salvo esas excepciones, la fidelidad al emperador les permitió mantenerse en activo tres siglos, hasta mediados del siglo XIV. Ahora bien, durante ese tiempo experimentaron algunos cambios. El más reseñable fue que el número de anglosajones (ingleses y escoceses) en sus filas comenzó a incrementarse tras la conquista normanda de Inglaterra en 1066; miles de ellos (y también daneses) llegaron a Constantinopla en el año 1098 liderados por Edgar Atheling, hijo de Eduardo el Confesor y pretendiente al trono inglés, poniéndose al servicio de Alejo I Conmeno tanto en Constantinopla como en la costa del mar Negro.

La Guardia Varega trocó entonces su nombre por el de Englinbarrangoi (Anglo-varegos), pero, aunque conservara la referencia, al final dejó de haber escandinavos y rusos.


Fuentes

Carlos Canales y Miguel del Rey, Demonios del Norte. Las expediciones vikingas | Manuel Velasco Laguna, Breve historia de los vikingos | G. Ostrogorsky, Historia del estado bizantino | Sigfús Blöndal, The Varangians of Byzantium | Raffaele D’Amato, The Varangian Guard, 988-1453 | Muriel Press (trad.), The Laxdaela Saga | Robert Cook (trad.), Njal’s Saga | Ana Comneno, La Alexiada | Wikipedia


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