En su obra Gesta Regum Anglorum («Hechos de los reyes ingleses»), el historiador medieval Guillermo de Malmesbury da el último y entrañable dato conocido de uno de los personajes más curiosos de la historia británica: Ahora envejece en el campo, con privacidad y tranquilidad. Se refiere al último representante en línea masculina de la Casa de Cerdic, también llamada Casa de Wessex, que suele ser apodado el monarca perdido de Inglaterra porque, pese a haber sido elegido para el trono, nunca fue coronado, y se desconocen tanto la fecha exacta de su muerte como el lugar donde fue enterrado: Edgar Atheling, el rey que nunca pudo reinar.
Lo cierto es que Atheling no era su apellido real, que como vimos es Cerdic o Wessex, sino otro mote, en este caso derivado de la expresión anglosajona Æþeling, que puede traducirse como «Noble» o «De alta cuna» y que era la que se daba a los príncipes herederos.
Y es que Edgar lo era: se trataba del único hijo varón de Eduardo el Exiliado y Edith de Northumbria. El abuelo fue el rey Edmundo II Ironside, quien había reinado en Inglaterra apenas siete meses del año 1016 y al que no pudo sucederle Eduardo debido a la invasión del país por el danés Canuto II el Grande.
Al morir Edmundo, Canuto envió a Eduardo -por entonces un bebé de pocos meses de edad- a Suecia, donde esperaba que el rey Olaf Skötkonung se deshiciera de él. Sin embargo, nunca llegó a la corte sueca; algunos leales lo pusieron a salvo, primero en Kiev y después en Hungría.
Fue en este último país donde creció, se casó con la princesa Ágata (a la que se supone hija del monarca Esteban I) y juntos tuvieron tres hijos: dos chicas, Margarita y Cristina, y un varón, Edgar, que por su sexo debía ser el heredero de los derechos sucesorios.
Mientras tanto Canuto había fallecido en 1035 dejándole el trono danés a su hijo, Canuto Hardeknut, que no reclamó el de Inglaterra y dos años más tarde se lo dejó a su hermanastro Haroldo Harefoot. Fue éste quien decidió restaurar a los Wessex, designando heredero al hermano de Edmundo II; coronado en 1047, se llamaba Eduardo y ha pasado a la historia con el sobrenombre de el Confesor por su carácter ingenuo y su devoción religiosa, que le llevó a mantenerse célibe.
Eso hizo que llamase a su sobrino, Eduardo Atheling, para entregarle la corona. Efectivamente, el Exiliado viajó desde Hungría hasta Inglaterra; pero falleció en 1057, por lo que el único que quedaba para recibir el testigo era su vástago menor, Edgar, que tenía cinco años. Había nacido en la corte húngara en torno al 1050, por lo que apenas había cumplido trece años cuando en 1066 murió el soberano. Todo un problema porque un niño no ofrecía garantías como gobernante, especialmente ante la amenaza de una invasión de los normandos, dispuestos a aprovechar el previsible caos sucesorio.
Y así, pese a que había sido educado en suelo inglés junto a sus hermanas, el Witenagemot (una asamblea de sabios y notables que ejercía de consejo real y de protoparlamento) consideró preferible un rey adulto y eligió a Haroldo Godwinson, conde de Wessex, que estaba casado con la hermana del difunto Eduardo el Confesor y era dueño del tercio meridional de Inglaterra. Parecía el hombre perfecto, de cuarenta y cuatro años, experto militar y reconocido prestigio. Pero las cosas no iban a salir como estaba previsto.
El paso del cometa Halley a los pocos días de su coronación ya fue considerado un mal augurio, que se confirmó cuando el país quedó envuelto en una guerra civil porque el rey noruego Harald Hardrada también presentó su candidatura, aliándose con Tostig, conde de Northumbria y hermano del nuevo soberano, para arrebatarle el trono y repartirse Inglaterra. Hardrada perdió el envite -y la vida- en la batalla de Stamford Bridge, pero eso no supuso tranquilidad para Haroldo porque apenas unos días después apareció otro pretendiente: el temido duque de Normandía.
Se trataba de Guillermo el Conquistador, quien, reclamando que Eduardo le había prometido designarle sucesor, cruzó el canal de La Mancha, desembarcó en suelo inglés y aplastó a Haroldo en la batalla de Hastings, matándole en combate y dejando así huérfano el reino. Los dos hijos del difunto, que eran gemelos, fueron enviados al exilio y, como no se sabe con exactitud qué suerte corrieron, a los anglosajones únicamente les quedó una persona en torno a la que agruparse: aquella a la que habían postergado antes, el joven Edgar Atheling.
Reunido otra vez, el Witenagemot le proclamó rey de Inglaterra, si bien los principales apoyos con los que contaba eran de lealtad dudosa, más por necesidad que por convencimiento: Stigand, arzobispo de Canterbury; Ealdred, arzobispo de York; los hermanos Edwin y Morcar, condes de Mercia y Northumbria respectivamente…
Ellos tenían la misión de frenar el avance de Guillermo el Conquistador hacia Londres, pero fueron incapaces y en cuanto se acercaron los normandos se mostraron dispuestos a negociar.
Finalmente, el Witenagemot persuadió a Edgar para que se encontrara con el invasor en Berkhamstead y le rindiera vasallaje. Así lo hizo, aunque Guillermo, consciente de que aquella mano era suya, decidió alejarlo de Inglaterra llevándolo consigo a Normandía. Los años siguientes son oscuros; no está claro si Edgar se unió a una rebelión que lideraron Edwin y Morcar en 1068 o navegaba hacia Hungría cuando el mar le empujó hacia Inglaterra. En cualquier caso, la insurrección fracasó y él fue considerado cómplice, por lo que se refugió con su familia en Escocia; algo que iba a ser una constante en su vida.
El rey escocés, Malcolm III, se casó con su hermana Margaret y le proporcionó ayuda para una nueva revuelta en 1069. Conocida como el Harrying del Norte, también se saldó con derrota, lo que llevó a Edgar a buscar más aliados. Encontró uno en el rey Svend II de Dinamarca, que era sobrino de Canuto II el Grande y por ello también creía tener derecho al trono inglés. Svend envió una potente flota que permitió a los ingleses alzarse en varios puntos del país simultáneamente, lo que puso en apuros a los normandos.
No obstante, Guillermo volvió a hacer alarde de sus dotes políticas y guerreras, logrando darle la vuelta a la situación: compró a los daneses para que se fueran y reprimió a los locales, debilitados después de que una incursión de Edgar sobre el antiguo reino de Lindsey terminara mal, teniendo que huir otra vez a Escocia. Ese país dejó de ser un santuario en 1072, cuando Guillermo, harto, lo invadió y obligó a Malcolm III a jurarle vasallaje. Asimismo le exigió expulsar a Edgar, que tuvo que buscar amparo en Flandes, donde el conde Roberto I el Frisón también recelaba de los normandos.
Lo mismo le pasaba al rey de Francia, Felipe I el Amoroso, que ofreció a Edgar unas tierras fronterizas con Normandía desde las que podría atacar a su enemigo (y de paso, proteger el territorio galo). Edgar aceptó, pero el barco en el que viajaba desde Escocia naufragó frente a al costa normanda y los supervivientes fueron aniquilados. Sólo él pudo escapar con un puñado de fieles, retornando a la corte de Malcolm III, quien le recomendó firmar la paz con Guillermo y someterse a su autoridad.
Así lo hizo, sólo que el normando no le ofreció las dignidades que esperaba y, consecuentemente, en 1086 decidió establecerse en Apulia, por entonces territorio normando en Italia. Se suponía que era un viaje sin vuelta atrás, de ahí que se desprendiera de sus propiedades inglesas en Hertfordshire, aunque en un año terminó cansado del Mediterráneo y volvió para tomar parte en la guerra fraterna que envolvió a los hijos de Guillermo al morir éste, apoyando al primogénito Roberto, al que su progenitor había legado el ducado de Normandía, frente a su hermano Guillermo Rufo, heredero de Inglaterra como Guillermo II.
Una vez más, la suerte le fue adversa; se impuso el otro, que le confiscó todas sus propiedades. Edgar marchó a Escocia para colaborar con Malcolm III, que se preparaba para enfrentarse a Guillermo Rufo. Al final los dos monarcas decidieron negociar y Edgar se encargó de representar al escocés mientras que Roberto, que se había congraciado con su hermano, lo hizo por el otro bando. Eso facilitó la labor y posteriormente, ambos marcharon a Normandía. Tendría que regresar en 1093 porque Malcom III se puso de nuevo en pie de guerra al considerar que Guillermo Rufo no cumplió lo acordado.
El ejército escocés invadió Inglaterra, pero el soberano cayó en la batalla de Alnwick junto a su heredero, lo que trasladó los problemas sucesorios a Escocia. El nuevo rey, Donald III, hermano del fallecido, era hostil a los normandos y por eso Guillermo Rufo apoyó a Duncan, otro hijo de Malcolm…. que fue asesinado, lo que obligó a patrocinar a otro, Edgar, vástago que tuvo el difunto rey Malcolm con la hermana de Edgar Atheling. Éste defendió también la causa de su sobrino homónimo, esta vez con éxito porque pudieron derrocar a Donald III.
No terminaron ahí las rocambolescas andanzas del personaje porque hacia el año 1098 encontró un nuevo y exótico escenario para ellas: Siria, a donde acudió siguiendo la llamada a la Primera Cruzada realizada por Pedro el Ermitaño y el papa Urbano II. No está claro el orden cronológico de los acontecimientos, ya que las diversas fuentes dan versiones diferentes. El mencionado Guillermo de Malmesbury dice que llegó a Jerusalén en peregrinación en 1102, lo que podrían haber mezclado otros con una campaña naval al mando de una flota inglesa.
Sin embargo, dicha flota partió cuando él todavía estaba en Escocia, por lo que, como mucho, se uniría a ella posteriormente. Es posible que hiciera ese viaje vía Constantinopla, algo habitual entonces, donde, pese a no haber pruebas que lo respalden, se especula con que podría haber formado parte de la Guardia Varega durante un tiempo, ya que para entonces ese cuerpo se nutría de voluntarios ingleses y escoceses, en detrimento de los varegos que le daban nombre. En tal caso, quizá la flota se la encomendó el emperador bizantino Alejo I Comneno, con el objetivo de enviar refuerzos a los cruzados que asediaban Antioquía.
Sea como fuere, Guillermo de Melmesbury cuenta que regresó de la Ciudad Santa enriquecido, gracias a las dádivas que recibió por el camino tanto del emperador bizantino como de varios príncipes alemanes; todos ellos, además, le ofrecieron un puesto en sus cortes, si bien él rechazó las ofertas porque deseaba retornar a su país. Eso sí, lo hizo a través de Normandía, donde otra vez volvió a intervenir en los problemas sucesorios que enfrentaban a su amigo, el duque Roberto, contra el hermano menor de éste, Enrique I de Inglaterra.
Esa disputa, que no era por el trono inglés sino por la propiedad de algunos territorios normandos, se solventó en la batalla de Tinchebray del año 1106, en la que el ejército de Enrique derrotó y capturó a Roberto. Entre los prisioneros estaba también Edgar, si bien su destino fue distinto al de su señor: si éste permaneció cautivo el resto de su vida, el inglés fue liberado después de que Enrique le perdonara y permitiera volver. Al fin y al cabo estaban emparentados, al haber entroncado la casa Cerdic con la dinastía normanda en su ausencia.
Efectivamente, Edith, la sobrina de Edgar (otra hija que su hermana Margaret tuvo con Malcom III), que ha pasado a la Historia con el nombre de Matilde (Maud, en original) la Buena o de Buena Memoria, había contraído matrimonio con Enrique en el 1100 y ahora, por tanto, no sólo era duquesa de Normandía sino también reina consorte de Inglaterra. Así pues, a ella le debió Edgar la tranquilidad de la etapa final de su vida, que transcurrió, cómo no, en Escocia.
Allí se estableció definitivamente en torno al 1120, año en el que sabemos que aún vivía porque se le dio la noticia del desastre del Blanche-Nef, barco que naufragó cuando trasladaba a Guillermo Adelin, hijo de Enrique I y Margarita, desde Normandía a Inglaterra. Fue una catástrofe porque el príncipe se ahogó con toda su corte; sólo hubo un superviviente y el propio rey se salvó gracias a que no embarcó porque varios asuntos pendientes le retuvieron en tierra. Asimismo, Guillermo de Malmesbury asegura que en 1125 Edgar todavía vivía, tal como decíamos al comienzo, entre Hampshire y Sussex.
Ésa es la última referencia de él en vida, pues no se sabe en qué fecha falleció, como tampoco dónde le enterraron. Sólo que, según la Crónica del Priorato de Huntingdon y sin certeza de que fuera suya puesto que no consta que se casara, dejó una hija llamada Margaret Lovel que tuvo dos maridos: el primero, Ralph Lovel II, señor de Castle Cary, y el segundo, Roberto de Londres, acaudalado dueño de numerosas tierras en las Tierras Bajas escocesas. En suma, un final incierto, misterioso, casi perfecto para un rey que nunca pudo llegar a reinar.
Fuentes
William of Malmesbury, Gesta Regum Anglorum. The history of the kings of England | David C. Douglas, William the Conqueror. The normand impact upon England | Sharon Bennett Connolly, Edgar-The boy who wouldn’t be king | Betty Hale, The last ćthleing. History of prince Edgar & his claim to the English throne | englishmonarchs.co.uk | Wikipedia
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