¿Un romano hispano que se llamaba Máximo? Está claro que todos los lectores han pensado inmediatamente en el protagonista de la película Gladiator, interpretado por Russell Crowe. Pero lo cierto es que hubo un personaje histórico con ese nombre que vivió casi tres siglos más tarde que el del filme y fue proclamado emperador en el turbulento contexto de la lucha por el poder entre Constantino III y Honorio. De hecho, pocos años después habría un segundo Máximo -o puede que el mismo, como veremos- que siguió sus pasos y tuvo un final parecido.
Si al Máximo cinematográfico le tocó vivir un período difícil, el final del siglo II d.C., con la muerte de Marco Aurelio, la sucesión de Cómodo y el subsiguiente Año de los cinco emperadores (Pértinax, Didio Juliano, Pescenio Níger, Clodio Albino y Septimio Severo, este último asentado firmemente y fundador de la dinastía Severa), el V d.C. empeoraron las cosas para Roma, hundida en una vorágine imparable de emperadores efímeros y usurpadores.
Como es sabido, Teodosio I el Grande repartió el imperio entre sus dos hijos, Arcadio y Honorio, dejando al primero la parte oriental y al segundo la occidental. Honorio, que era un niño al subir al trono, no pudo evitar la influencia de los bárbaros en su reinado; un romano de ascendencia vándala, Estilicón, fue su regente y consiguió resistir temporalmente la presión de los visigodos de Alarico. Finalmente, éste invadió Italia aprovechando que la debilidad del imperio estaba fatalmente aguzada por la lucha intestina entre tres rebeldes alzados entre el 406 y el 407 d.C.
El primero fue Marco (o Marcos), proclamado en julio del 406 d.C. por el ejército de Britania ante la retirada de efectivos que el gobierno hacía de las provincias más lejanas para redestinarlas a atender otros frentes cercanos y perentorios, como las propias fronteras de Roma. Muchos de los seis mil legionarios destinados allí habían echado raíces, asentándose y formado familias, por lo que irse suponía un problema y es posible que ello les incitara a la insurrección junto con el miedo a quedar indefensos ante la amenaza de escotos, sajones y pictos. Del citado Marco no sabemos gran cosa; se especula con que pudo ser un comes Britanniarum -o un dux-, lo que llevaría a deducir que fueron sus tropas las que le proclamaron.
Tampoco tuvo tiempo para dejar un recuerdo más amplio; por alguna razón, los soldados no quedaron contentos con su gestión y lo derrocaron con la misma rapidez con que antes lo habían nombrado. Así, Marco murió asesinado tras apenas un trimestre y en su lugar colocaron a Graciano, un romano nacido en Britania y miembro de la aristocracia urbana: un municipes o curial; no era militar, pues, algo que ha inducido a los historiadores a suponer que se esperaba de él una gestión mejor, el cobro de salarios atrasados y el mantenimiento de una relación armónica con los notables locales.
El ascenso de Graciano coincidió con las invasiones de la Galia que llevaron a cabo vándalos, alanos y suevos, sembrando temor en las islas Británicas ante un posible salto allí de los invasores. Algunos incluso piensan que fue Estilicón quien azuzaba a los bárbaros como respuesta a la usurpación, teniendo en cuenta que él no podía ocuparse personalmente porque se hallaba enfrascado en rechazar a Alarico y Radagaiso, los caudillos godos. El caso es que el ejército de Britania se mostró partidario de cruzar el canal de la Mancha para frenar a los bárbaros en el continente, pero Graciano no quiso y tuvo el mismo trágico final que su predecesor.
Había durado cuatro meses y para sustituirle fue proclamado, en febrero del 407 d.C., Constantino III. Tras la frustrante experiencia civil se retornaba a un militar que, como en los casos anteriores, era prácticamente desconocido hasta entonces. De hecho, en lo personal apenas sabemos de él que tuvo dos hijos y que, según algunas fuentes coetáneas, era tan glotón como mal administrador. Hay quien apunta que quizá fue él quien incitó las proclamaciones y destituciones anteriores, esperando astutamente que le llegara su turno cuando los otros fracasaran.
El caso es que se llamaba Constantino, como el Grande, y dado que éste también había subido al trono en Britania, todo ello pudo influir para su ascenso; meteórico, teniendo en cuenta que no se trataba de un mando sino de un simple soldado, según Paulo Orosio (cosa bastante improbable, por cierto).
Lo primero que hizo fue adoptar el nombre de Flavio Claudio Constantino para compararse con el Grande una vez más, en su caso con el ordinal III. A continuación, nombró generales a dos oficiales de la Galia, Justiniano y Nebiogastes, para que tomaran Arlés mientras él desembarcaba en Bononia (hoy Boulogne) con los seis millares de hombres de Geroncio, un general de origen bretón.
Britania quedaba parcialmente desprotegida, pero es que Constantino tenía planes ambiciosos y hasta empezó a acuñar moneda con su efigie, todo un símbolo. La demora de Roma en responder, centrada en el peligro visigodo, provocó que los ejércitos de la Galia e Hispania se le unieran, en tanto él negociaba alianzas con francos, alamanes y borgoñones. Estilicón hizo lo mismo con el visigodo Saro, que se enfrentó a Justiniano y Nebiogastes derrotándolos para después sitiar a Constantino en Valence. La oportuna llegada de Geroncio rompió el sitio y permitió que la Galia quedase bajo control del usurpador.
Durante el año siguiente, se fueron constituyendo estructuras estatales y Constantino asoció al trono a su hijo, Constante II, como augusto. Luego contrajo matrimonio para fundar una dinastía que le legitimara definitivamente y envió al vástago a Hispania, con Geroncio como magister militum, para asegurar la lealtad de esa provincia (o diócesis, para ser exactos, desde las reformas de Diocleciano); dicho territorio se hallaba tan vinculado a la familia del emperador de Roma que los llamados Honoriaci (dos primos de Honorio), Dídimo y Veriniano, se habían levantado en armas contra Constante II.
Constantino corría el riesgo de ser atrapado en una pinza entre ellos y Estilicón, pero Geroncio, tras sobreponerse a dos derrotas, terminó venciendo a los primeros en Lusitania y los envió a Arlés, donde los ejecutaron; una victoria obtenida con la ayuda de mercenarios bárbaros. Geroncio se estableció en Cesaraugusta y, mientras tanto, Arcadio fallecía y era sucedido en el trono imperial de Oriente por su hijo Teodosio II.
También se agrió la relación entre Honorio y Estilicón, quien finalmente fue depuesto y ajusticiado, desapareciendo con ello el principal baluarte existente frente a Alarico, quien entró en Roma y logró que Honorio, desde Rávena, nombrase co-emperador a un títere, Prisco Átalo.
No duraría mucho, ya que el propio Alarico lo fulminó tras ser derrotado en el norte de África por el ejército romano y, entretanto, al ver que Honorio se tambaleaba, Constantino III también asoció el trono usurpante con su vástago, al que a continuación, en el 409, entregó el mando de Hispania. Eso suponía que Geroncio, que era quien gobernaba hasta entonces, quedaba relevado. Éste no lo encajó bien y reprodujo los pasos de quien hasta entonces había sido su señor, rebelándose y nombrando a un nuevo emperador.
En realidad no están claras las razones de Geroncio y es posible que no viera con buenos ojos las negociaciones que se habían abierto entre Honorio y Constantino III, con quien había empezado a tener roces, temiendo perder su posición. El caso es que viajó a la vecina Tarraco donde proclamó emperador a un colaborador suyo (o puede que hijo), Máximo (no confundir con Magno Máximo, otro britanorromano usurpador de unas décadas antes), a la par que entablaba conversaciones con los francos para que se enfrentaran a Constantino y le impidieran reforzar a Constante, como así fue. Eso permitió a Geroncio derrotar y apresar a éste en Vienne, en el 411, ejecutándolo.
Entonces se volvió directamente contra Constantino, al que cercó en Arlés. Para su sorpresa, Honorio mandó un ejército de socorro al mando del general Flavio Constancio, que rompió el sitio, provocó la desbandada del enemigo y obligó a su jefe a regresar a Hispania.
Pero, irónicamente, allí constituía un peligro para el hombre al que él mismo había encumbrado, Máximo, que le destituyó de todos sus cargos y le proscribió. Según Sozomeno, quedó acorralado en una casa contra la que se lanzaron flechas incendiarias y optó por quitarse la vida junto a su esposa y un sirviente alano.
Pese a todo, Constantino III no pudo respirar. Sus aliados germanos le traicionaron y apoyaron a otro usurpador más, el galorromano Jovino, por lo que no le quedó más remedio que rendirse ante Flavio Constancio, quien en el 411 mandó decapitarlo junto a su hijo superviviente, Juliano. Luego optó por una prudente retirada ante Jovino, quien sería aplastado en el 413 por los visigodos de Ataúlfo, ahora aliados de Honorio. Como premio, Constancio recibiría la mano de Gala Placidia, la hermana del emperador, en el 417 y él mismo sería asociado al trono como Constancio III, si bien murió siete meses después dejándole el testigo a su hijo Valentiniano III.
La Galia había quedado pacificada, aunque se perdió Britania. Pero ¿qué pasó con Hispania? Con la ausencia de Geroncio, Máximo gozó de poder en plenitud y acuñó monedas con su nombre en la ceca de Barcino (hoy Barcelona), a la que fortificó. Sin embargo, paradójicamente, la derrota de su mentor le dejó en una posición bastante debilitada militarmente porque Geroncio se había llevado a Arlés buena parte de las tropas disponibles y ahora se habían perdido. De modo que parecía evidente la inminencia de una campaña de Flavio Constancio para recuperar el territorio hispano.
Sabiendo que no podría resistir, Máximo renunció y, según Orosio, tras un tiempo refugiado «entre los bárbaros de Hispania» (había firmado un acuerdo con los suevos, vándalos y alanos peninsulares para que fueran foederati), terminó retirándose a un monasterio. En su obra Epitoma Chronicon, Próspero de Aquitania aporta el dato de que dicho retiro resultó posible gracias a que Máximo fue indultado tras abandonar el poder. O no, si atendemos otra fuente, el Chronicon del Conde Marcelino (Marcellinus Comes), donde se reseña un curioso epílogo.
Y es que habla de alguien llamado Máximo que se rebeló en Hispania entre julio de 419 y febrero de 421. Nadie parece saber si se trataba del mismo o de otro, pero su final fue definitivo: derrotado por el comes Hispanorum Asterio, fue enviado a Rávena, donde acabó ejecutado junto a su mano derecha, un tal Joviniano, durante la Tricennalia (fiestas por el trigésimo aniversario de reinado) de Honorio, en enero del 422. Esa victoria y la pacificación de los vándalos peninsulares le supusieron a Asterio ser premiado por Constancio III con el título de patricio y el nombramiento de magister millitum.
Fuentes
Orosio, Historias | Zósimo, Nueva Historia | Francisco Sanz-Huesma, Usurpaciones en Britania (406-407): hipótesis sobre sus causas y protagonistas | María Fernández B. Portaencasa, A fifth-century «Gallic Empire»: Hispania as part of Constantine III’s usurpation | José Soto Chica, El águila y los cuervos | Michael Kulikowski, Late Roman Spain and Its Cities | Adrian Goldsworthy, La caída del Imperio romano. El ocaso de Occidente | Wikipedia
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