Como hemos podido comprobar en otros artículos publicados aquí, los eunucos siempre han gozado de la confianza de reyes y emperadores debido a que su incapacidad para tener descencencia les vetaba el acceso al poder directo, lo que limitaba su ambición. O eso se pensaba, pues en la práctica podían ejercer autoridad de forma indirecta y/o en esferas menores, y ahí tenemos casos como los del persa Bagoas, el romano Eutropio, el bizantino Narsés o el chino Zheng-He, entre otros. En la Antigua Grecia hubo uno que sí llegó a mandatario y hasta fundó una dinastía, como vamos a ver: Filetero, que fue señor de Pérgamo en el contexto de las Guerras de los Diádocos.

Como es sabido, se denominan Guerras de los Diádocos a las cuatro contiendas principales en las que se enzarzaron los generales de Alejandro Magno tras la muerte de éste para intentar acaparar los territorios del imperio que dejó sin heredero.

Duraron casi medio siglo, a caballo entre el IV y el III a.C., y terminaron con una serie de conflictos menores que finalizaron con el desmembramiento total de aquellos vastos dominios. Filetero estuvo al servicio de unos o de otros, según le conviniera en cada momento para conservar Pérgamo en sus manos.

El imperio alejandrino repartido entre los diádocos: Seleuco (amarillo), Lisímaco (naranja), Casandro (verde) y Ptolomeo (verde)
El imperio alejandrino repartido entre los diádocos: Seleuco (amarillo), Lisímaco (naranja), Casandro (verde) y Ptolomeo (verde). Crédito: Luigi Chiesa / Rowanwindwhistler / Wikimedia Commons

Había nacido hacia el año 343 a.C. en Tieo, una pequeña aldea de Paflagonia (una región del norte de Anatolia asomada al mar Negro, entre Bitinia y el Ponto, que hoy pertenecen a Turquía). En aquella época se trataba de un área de cultura griega y, de hecho, Atalo, el padre de Filetero, era un heleno -probablemente de ascendencia macedonia- casado con una mujer paflagonia llamada Boa, al parecer música. El hijo que tuvieron no nació eunuco, obviamente, pero tampoco fue destinado a esa condición de forma intencionada; según Estrabón, se debió a un accidente ocurrido en su niñez, al resultar semiaplastado por una multitud.

Algunos autores consideran que esta historia resulta poco creíble, quizá difundida cuando ya era adulto para mejorar su reputación. En ese sentido, los hay que incluso opinan que ni siquiera era eunuco y que sus progenitores lo hicieron creer falsamente, conscientes de que ello podría facilitar el acercamiento de su vástago a las altas esferas políticas, mejorando así el estatus social de la familia; recordemos que los eunucos eran bien vistos por los monarcas, que solían incoporarlos a su administración.

¿Cómo se involucró en las guerras de los diádocos? Cuenta Pausanias que en su juventud era amigo de Dókimo, uno de los oficiales de Antígono, un noble y general macedonio que estuvo primero al servicio de Filipo II y luego de su hijo Alejandro. Antígono Monóftalmos (el Tuerto), como también se le conocía para distinguirlo de otros personajes homónimos , había acompañado a Alejandro en su expedición contra Persia, aunque más tarde quedó en la retaguardia, como gobernador de Frigia, debido a su avanzada edad.

Busto de Filetero de Pérgamo
Busto de Filetero de Pérgamo. Crédito: Mark Landon / Wikimedia Commons

Antígono gobernó allí una década y al fallecer su comandante se apoderó del tesoro real e intentó sucederle en el mando, sembrando la cizaña entre los demás generales. Pero lo que consiguió fue que todos se unieran contra él y le derrotaran en Ipso en el 301 a.C., en una batalla en la que perdió la vida. Su hijo, Demetrio Poliorcetes, llegaría a reinar en Macedonia, pero ésa es otra historia. Lo que nos ocupa aquí es que en aquel intento de sobreponerse a los otros diádocos tuvo a Dókimo a su lado y, con él, a Filetero.

Tras dura lucha contra Lisímaco, otro de los mandos macedonios -que lograría coronarse rey de Asia Menor y Tracia-, Dókimo terminó rindiéndose. De ese modo Filetero cayó también prisionero, si bien se las arregló para entablar buena relación con su captor y cambiar de bando; hasta tal punto -seguramente influyó su fama de eunuco- que Lisímaco le confió la gestión del tesoro de Pérgamo, cuya cuantía calculó Estrabón en nueve mil talentos de plata. Su buen hacer como administrador le permitió conservar el cargo durante mucho tiempo.

En el 282 a.C. las cosas cambiaron a causa de los conflictos familiares de Lisímaco, que mandó ejecutar por traición a su hijo Agatocles influido por su tercera mujer, Arsínoe II (hija de Ptolomeo de Egipto). La viuda del vástago, Lisandra, huyó para refugiarse en la corte de Seleuco Nicátor, diádoco ya anciano, fundador de la dinastía seleúcida, que reinaba en Siria y Babilonia. Ese amparo a la evadida significó la guerra y en la batalla de Corupedio falleció Lisímaco. Filetero se consideró entonces liberado de su lealtad, rompió con Arsínoe y ofreció sus servicios a Seleuco.

Ruinas de la acrópolis de Pérgamo desde la actual Bergama
Ruinas de la acrópolis de Pérgamo desde la actual Bergama. Crédito: Adam Jones / Wikimedia Commons / Flickr

Éste le recibió encantado porque su nuevo amigo no llegó con las manos vacías, sino que le entregó Pérgamo con el tesoro incluido. La relación duró un año; el que tardó Seleuco en ser asesinado por Ptolomeo Ceraunos -el hermanastro de Arsínoe-durante una campaña contra Egipto. Su sucesor, Antíoco I, estaba dispuesto a mantener el vínculo, pero Filetero tenía otros planes; unos mucho más ambiciosos que pasaban por dejar aquel reino y fundar el suyo en Pérgamo.

En realidad nunca llegó a proclamarse rey porque no tenía poder suficiente para ello y sus dominios carecían de entidad suficiente, de manera que formalmente permaneció fiel a los seleúcidas. De hecho, mandó incinerar el cuerpo de Seleuco en un funeral con todos los honores y envió las cenizas a su hijo, que se mostró tan agradecido que le permitió gobernar como si fuera independiente de facto. Y es que, en la práctica, Filetero actuaba con casi total autonomía, lo que, unido a la riqueza de Pérgamo -que él se encargó de ampliar-, le permitiría permanecer en el poder otros veinte años.

Pérgamo incrementó su riqueza e influencia merced a la buena marcha de su economía; incluso obtuvo permiso de Antíoco para acuñar moneda propia, lo que le permitió sufragar la construcción de un palacio y dos templos en la acrópolis en honor de Démeter y Atenea. Por otra parte, en el ámbito político mantuvo buenas relaciones diplomáticas con sus vecinos, ayudándolos; por ejemplo, cuando se produjeron las invasiones gálatas, con la ciudad de Cícico como principal damnificada, le envió víveres y dinero. Para defenderse contrató un ejército mercenario y fortificó las defensas urbanas.

El reino de Pérgamo y otros estados griegos hacia el 200 a.C.
El reino de Pérgamo y otros estados griegos hacia el 200 a.C. Crédito: Marsias / Willyboy / Wikimedia Commons

En suma, Filetero cumplió aquella aspiración paterna de elevar a la familia, pues ésta alcanzó bastante prestigio; no sólo en Pérgamo sino también fuera. Ahora bien, decíamos al principio que fundó una dinastía; ¿cómo fue posible si no llegó a casarse ni a tener descencia directa conocida? Porque adoptó y nombró sucesor a su sobrino Eumenes, hijo de su hermano homónimo, que subió al trono cuando él murió finalmente en el 263 a.C., siendo octogenario.

Eumenes sería quien, quizá apoyado por Ptolomeo II, rompiera definitivamente con los seleúcidas, derrotando a Antíoco Sóter I y ampliando las fronteras de lo que en breve iba a ser un reino propiamente dicho. El primer monarca en proclamarse como tal fue su primo y sucesor, Átalo I (sus padres eran otro hermano de Filetero llamado también Átalo y Antióquida, sobrina de Antíoco I), hábil militar que derrotó a los gálatas poniendo fin al tributo que les había estado pagando Eumenes para mantenerlos alejados.

Su hijo Eumenes II tomó el relevo asentando así lo que ya era una dinastía, la llamada atálida en honor del padre de Filetero, que se sumó así a la antigónida, la seleúcida y la ptolemaica.



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