Hace tiempo dedicamos un par de artículos a contar las correrías de los piratas berberiscos por el Atlántico, reseñando sus ataques a las islas Canarias, el sur de Inglaterra, la ciudad irlandesa de Baltimore, los archipiélagos de las Shetland y Feroe, el litoral de Dinamarca e incluso la costa Este de los actuales EEUU. Hoy completamos esa relación con la narración de sus incursiones en Islandia, un episodio que ha pasado a la historia de ese país con el epígrafe de Tyrkjaránið, expresión islandesa que significa «secuestros turcos».
Pese a esa denominación, en realidad no se trataba de turcos exactamente sino de berberiscos que, como indica su nombre, tenían sus bases en Berbería (norte de África, abarcando Marruecos, Argelia, Túnez y Libia). Desde allí zarpaban sus flotas para realizar incursiones contra puertos cristianos con el objetivo de obtener esclavos para vender en los mercados. Tampoco eran piratas exactamente sino corsarios, ya que entraron al servicio del Imperio Otomano después de que la caída de Constantinopla en 1453 dejara en manos de éste los dominios bizantinos norteafricanos.
Curiosamente, algunos de los capitanes berberiscos más destacados eran de origen europeo, a menudo antiguos esclavos convertidos al islam (en esa cultura un esclavo podía llegar a prosperar y hasta desempeñar cargos importantes) que contaban con la ventaja de operar por su cuenta y poder llevar a cabo acciones que no obedecían a intereses estratégicos sino meramente económicos. Uno de ellos fue Murat Reis el Joven, nueva identidad adoptada por Jan Janszoon van Harlem, un pirata neerlandés capturado en Lanzarote que, tras renegar de su religión cristiana, trabajó para un experimentado marino llamado Solimán Reis.

Solimán también procedía de los Países Bajos, donde combatió en la Guerra de los Ochenta Años antes de ponerse a las órdenes del corsario holandés Zymen Danseker contra los españoles entre 1606 y 1609. Luego, tras una estancia en Argel, vio la oportunidad de medrar si profesaba el credo islámico, organizando una flota con marineros de su país aunque defendiendo los intereses de la Sublime Puerta. Cuando falleció en 1620 fue Janszoon el que le sucedió como reis (almirante) y presidente de la República de Salé, un pequeño estado marítimo fundado por moriscos españoles expulsados y situado cerca de la actual Rabat, aunque independiente del sultán marroquí.
En el siglo XVII, y a raíz del inicio de la decadencia del imperio Otomano por los problemas internos que empezó a sufrir tras la muertre de Solimán el Magnífico, Salé tomó el relevo de Argel como base corsaria. Pero al estar en la costa oeste africana, el área de operaciones ya no se centró en el Mediterráneo como hasta entonces sino que se amplió al océano Atlántico, lo que volvió a dejar las Canarias como objetivo recurrente (habían sido atacadas varias veces entre 1585 y 1587) pero también a otros puntos más septentrionales: Madeira fue conquistada en 1617 y ocho años más tarde una escuadra sembró el pánico en Inglaterra, con razias por ciudades como Sussex, Plymouth, Devon, Cornualles…
En 1627, Janszoon -o Murat Reis, si se prefiere- organizó otra flota de quince jabeques para volver a campear por la costa británica. En una de sus incursiones logró apoderarse de Lundy, una islita de trescientas cuarenta y cinco hectáreas de superficie situada en el Canal de Bristol que durante cinco años utilizó como base avanzada y punto de concentración de los esclavos que iba capturando por esas latitudes. Y es que no sólo los ingleses sufrieron aquellos embates de la media luna; también les tocó a irlandeses, daneses y escandinavos, unos continentales y otros insulares. Entre estos últimos estaban los habitantes de las mencionadas islas Shetland y Feröe; también los de Islandia.

A ésta llegó gracias a la información que obtuvo de un esclavo, probablemente un marinero danés de un barco apresado previamente. En realidad, los berberiscos ya habían hecho incursiones en esa isla y en las Feroe con anterioridad; concretamente en 1607, en la expedición (la primera a gran escala más allá del Estrecho de Gibraltar) de otro renegado neerlandés llamado Zymen Danseker -alias Simón Reis, llevándose a cientos de cautivos para vender en los mercados norteafricanos.
Por tanto, dado que estaban actuando en ese área, volver allí parecía una buena idea y Janszoon consiguió de su esclavo los datos que le faltaban para optimizar la operación. El objetivo fue Grindavik, un pueblo pesquero del extremo suroeste fundado por los vikingos en el siglo X.
En 1397, la Unión de Kalmar supuso la fusión de las tres monarquías nórdicas (Dinamarca, Suecia y Noruega) para formar un único estado que perduraría hasta 1523, año en que se disgregó. Los tres formaron sus propios reinos, aunque en la práctica noruegos y daneses permanecían vinculados; Islandia formaba parte de sus posesiones, si bien estaba un tanto olvidada por Copenhague porque no necesitaba de sus productos (lana y pescado), lo que hacía que la balanza comercial insular fuera negativa y ello repercutiera en una población modesta de no más de sesenta mil habitantes.

De hecho, los corsarios no se llevaron grandes riquezas de Grindavik: salazones y pieles hubieran sido su magro botín de no ser por que también estaban interesados en mercancía humana. Una docena de personas fueron aprehendidas como esclavas, cantidad que poco después se multiplicó al asaltar tres barcos mercantes daneses recurriendo al viejo truco de ondear una bandera falsa.
Aquello ocurrió el 20 de junio de 1627 y pudo haber continuado si un intento de ataque a Bessastöðum (la residencia del gobernador) no hubiera sido rechazado por la acción conjunta de los cañones de las bessastaðaskans (fortines locales) y un contingente de piqueros reunido a toda prisa.
Janszoon puso proa a Salé, donde terminó vendiendo a sus esclavos. Pero pasado aquel primer susto, todavía les esperaba otra desagradable sorpresa a los islandeses: no había transcurrido todavía un mes cuando de nuevo aparecieron en el horizonte las velas de dos naves hostiles. Se trataba de un segundo grupo de corsarios, éstos procedentes de Argel, que costearon la isla con el norte como objetivo. Fueron ocho días de saqueos a los pueblos que tachonaban los fiordos de Berufjörður y Breiðdalur, de los que consiguieron plata, ganado y otros bienes; pero, sobre todo, esclavos: ciento diez personas, a las que se sumó la tripulación de un mercante danés.

Al llegar al norte de la villa de Fáskrúðsfjörður, en el este insular, se encontraron con fuertes vientos adversos que les obligaron a virar en redondo, hacia el litoral meridional, donde se les unió un tercer barco. Por el camino abordaron un pesquero inglés, pero no encontraron puertos ni playas para desembarcar, así que cuando el 16 de julio avistaron a pocos kilómetros de Islandia el archipiélago Vestmannaeyjar (las Vestman, dieciocho minúsculas islas -algunas sólo arrecifes), decidieron que podía ser una alternativa y se lanzaron contra Heimaey, la más grande (es un decir, pues no alcanza los catorce kilómetros cuadrados) y única habitada.
Tres días pasaron allí, al término de los cuales, el 19 de julio, se fueron llevándose a doscientos cuarenta y dos vecinos como esclavos y dejando un desolador panorama, después de matar a otra treintena que trataron de resistir o no les resultaban de interés (por viejos o enfermos) y habiendo indendiado las casas y la iglesia.
El destino de esos infortunados fue ser vendidos en Argel, engrosando la copiosa cifra de europeos que pasaron por su mercado y los de Trípoli y Túnez a lo largo del siglo XVII, que se estima en torno a treinta y cinco mil personas (algunos autores calculan más de un millón en trescientos años).

En lo que respecta a Islandia, el total de secuestros aquel infausto verano rondó los cuatrocientos según fuentes islandesas, aunque Emanuel d’Aranda, un esclavo del pirata bereber Ali Bitchin que en 1666 escribió un libro sobre su experiencia titulado Relation de la captivité et la liberté du sieur, afirmó que un compañero de desventura de esa procedencia duplicaba el número. En cualquier caso, muchos murieron durante y después del viaje, y de los que sobrevivieron únicamente medio centenar pudieron recobrar la libertad. Unos cien, la mayoría jóvenes, se convirtieron al islam mientras que otros se negaron a renunciar al cristianismo.
Las cartas de varios de ellos permitieron reconstruir sucintamente cómo fue aquel período. Por ejemplo, Guttormur Hallsson remitió una en 1631 explicando cómo habían llamado la atención de los norteafricanos por la palidez de su piel, provocando en ellos cierta tristeza solidaria e incitándoles a darles comida a los niños prisioneros. Añadió que la suerte resultaba dispar para los cautivos comprados, pues si algunos amos eran buenos y amables, otros se comportaban con extrema dureza, manteniéndolos atados con grilletes todo el día y alimentándolos y vistiéndolos muy someramente.
Algunos de los islandeses consiguieron cierta fama. La más famosa, Guðríður Símonardóttir, era la sencilla esposa de un pescador llamado Eyjólfur Sölmundarson y madre de familia. Fue una de las mujeres secuestradas en la localidad de Stakkagerði, en las islas Vestman, y fue destinada a concubina durante una década. Logró enviar una carta a su marido, que había podido escapar durante el ataque, pidiéndole que gestionara su rescate. Éste se produjo gracias a la mediación del rey danés Cristián IV, aunque tuvo que dejar a su hijo pequeño, también raptado, en Argelia.

Guðríður y otros rescatados llegaron a Dinamarca y fueron sometidos a un proceso de reeducación en la fe luterana por Hallgrímur Pétrusson, un célebre poeta islandés que por entonces era estudiante de teología. Se enamoraron y, al quedar ella viuda, contrajeron matrimonio y tuvieron tres hijos de los que sólo uno llegó a adulto. Regresaron a Islandia, pero ella fue mal recibida, acusada de pagana y adúltera -la apodaban despectivamente Tyrkja Gudda-, con el agravante de tener dieciséis años más que su esposo, quien murió de lepra en 1674; ella le sobrevivió ocho años.
Otro esclavo de renombre fue Ólafur Egilsson, el pastor luterano de Vestmannaeyjar, secuestrado junto a su familia. Él fue liberado pronto con el objetivo de que reuniera dinero con que pagar el rescate y así llegó a Copenhague, donde esa tarea resultó mucho más lenta y frustrante de lo previsto; no pudo recuperar a su mujer hasta 1637 y jamás volvieron a ver a sus dos hijos. Conocemos la terrible experiencia porque él mismo la contó en unas memorias tituladas En kort Beretning om De tyrkiske Søerøveres onde medfart og omgang, da de kom til Island i året 1627 («Un breve relato de la mala conducta y las relaciones sexuales de los ladrones de mar turcos, cuando llegaron a Islandia en el año 1627»).
El primer gran pago de rescate de esclavos no se pudo hacer realidad hasta nueve años después de la razia, cuando treinta y cuatro islandeses fueron liberados (aunque seis murieron durante el regreso). En 1645 hubo una segunda entrega de dinero que permitió el retorno de otros ocho y algunos pocos más consiguieron escapar pero, en general, y restando los que no sobrevivieron, la mayoría pasó el resto de su vida en esclavitud. Como decíamos antes, sólo alrededor de cincuenta recobraron la libertad y de ellos hubo unos cuantos que optaron por quedarse a vivir en el norte de África.
Fuentes
Ólafur Egilsson, En kort Beretning om De tyrkiske Søerøveres onde medfart og omgang, da de kom til Island i året 1627 | Emanuel d’Aranda, Relation de la captivité et la liberté du sieur | Robert C. Davis, Christian slaves, Muslim masters : white slavery in the Mediterranean, the Barbary Coast, and Italy, 1500-1800 | Simon Webb, The forgotten slave trade. The white european slaves of islam | Peter Lamborn Wilson, Pirate utopias: Moorish corsairs & European renegadoesT | he story of the Barbary corsair raid on Iceland in 1627: The travels of reverend Ólafur Egilsson | Wikipedia
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