El 85º episodio de Los Soprano, perteneciente a su sexta temporada, se titula Blue Comet porque uno de sus protagonistas, un mafioso aficionado a los trenes de juguete, se dispone a comprar uno con ese nombre cuando cae asesinado. El Blue Comet fue un ferrocarril de pasajeros -pintado de color azul, obviamente-que enlazó Nueva Jersey con Atlantic City entre 1929 y 1941 ofreciendo un servicio de lujo a precio de turista. Pues bien, uno de sus vagones de equipaje se llamaba Barnard en homenaje a un astrónomo que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, tiempo durante el que descubrió quince cometas, la quinta estrella más cercana a la Tierra, una nueva luna de Júpiter y muchas más cosas: se llamaba Edward Emerson Barnard y hoy se le recuerda como el astrónomo observacional con mejor vista de la historia.
De hecho, es posible que el nombre le suene a más de un aficionado a la astronomía porque se le recuerda con numerosos epónimos, desde un cráter lunar a otro de Marte, pasando por un asteroide, una región de Ganímedes (el satélite más grande del Sietema Solar, perteneciente a Júpiter), una estrella, una nebulosa de Orión e incluso una galaxia. También en nuestro planeta se han bautizado Barnard varias cosas, como un monte de California, una sociedad astronómica, una residencia universitaria o el mencionado ferrocarril.
Nació a finales de 1857 en Nashville, una ciudad del estado norteamericano de Tennessee, siendo sus padres Reuben Barnard y Elizabeth Jane Haywood. Era una familia modesta que no pudo proporcionarle a él y a su hermano una educación reglada, algo que quedó patente ya muy tempranamente porque el progenitor falleció a los tres meses del nacimiento y la viuda se vio sin apenas recursos. Como era frecuente en la época, Edward tuvo que empezar a trabajar desde niño para colaborar en la economía doméstica; lo hizo desde los nueve años, como ayudante de un fotógrafo.

Aquel primer empleo le hizo sentirse atraído por la fotografía y le orientó profesionalmente más de lo que imaginaría, como veremos. Fue a partir de esa afición, convertida en modo de vida, que empezó a desarrollar también interés por la astronomía. Siendo niño aún fabricó un telescopio aprovechando un viejo catalejo estropeado con el que hizo sus primeras observaciones, todavía sin saber qué veía. Esto empezó a lograrlo gracias a que un amigo le regaló un ejemplar de The practical astronomer, a partir del cual fue ampliando sus lecturas sobre el tema.
Hasta dedicó parte de su sueldo a contratar un profesor de matemáticas para cubrir su deficiente formación. En 1876 había adquirido conocimientos suficientes como para comprar un telescopio refractor (un modelo cuyo funcionamieno se basa en la refracción de la luz sobre un grupo de lentes, haciendo que los rayos paralelos, procedentes de un objeto muy alejado, converjan sobre un punto del plano focal) de 130 mm. con el que en 1881 realizó su primer descubrimiento: un cometa. En aquel momento, Barnard no hizo la correspondiente comunicación oficial de dicho hallazgo, por lo que no quedó acreditado.
Esa bisoñez le costó doscientos dólares, el dinero que el empresario y filántropo Hulbert Harrington Warner, patrocinador de un observatorio en Richmond, pagaba a cada astrónomo que encontraba un nuevo cuerpo celeste. Pero no tardó en compensarlo porque aquel mismo año descubrió otro cometa y al siguiente un tercero. Al final resultó una década fructífera para él en todos los sentidos, ya que avistaría hasta cinco cometas más que sí cobró, junto con los anteriores, reclamados ahora.

Con ese dinero adquirió una casa en Nashville –The Comet House, la apodaban en broma sus amistades- donde vivir junto a su esposa, pues había contraído matrimonio con una chica británica más joven que él llamada Rhoda Calvert. Su oficio seguía siendo el de fotógrafo, pero pudo permitirse abrir su propio estudio, dedicándose fundamentalmente a los retratos. No obstante, la astronomía se iba perfilando como su gran pasión; hasta tal punto que pronto pasó a ser una referencia en el mundillo aficionado. Sus colegas, percatándose de ello, lamentaban que no hubiera recibido formación académica y decidieron ayudarle.
Entre todos, llevaron a cabo una colecta con la que recaudaron dinero suficiente para pagarle los estudios universitarios, que él completó consiguiendo una beca que le permitió continuar la carrera de matemáticas. No pudo terminarla pero el centro donde la hizo, la Vanderbilt University (una universidad privada fundada en Nashville en 1873 y patrocinada por el magnate Cornelius Vanderbilt por la que pasaron cinco premios Nobel, dos Pulitzer y dos vicepresidentes de EEUU, uno de ellos Al Gore), le otorgaría el único título honorífico que ha concedido.
Unas fuentes dicen que nunca terminó la carrera y otras que se graduó, pasando a integrar la plantilla de profesores. En cualquier caso, pronto dejó la universidad para incorporarse al Lick Observatory, un observatorio astronómico que la Universidad de California tiene en la cima del monte Hamilton. Fundado por el millonario James Lick en 1888, las instalaciones estaban equipadas con un telescopio refractor, el más grande del mundo en ese momento gracias a los 91 cm. de diámetro de sus lentes. Era la herramienta perfecta para que Barnard reanudase sus avistamientos a mayor escala todavía y así fue, en efecto, ampliando su currículum de asteroides descubiertos a quince. Aunque, en realidad, nunca había dejado de hacerlo.

Por ejemplo, en 1882, siendo todavía un mero aficionado puesto que trabajaba en un despacho de abogados mientras se terminaban de poner a punto las instalaciones, observó el gegenschein (la luz antisolar, una tenue luminosidad del cielo nocturno en la región de la eclíptica visible en la dirección opuesta al Sol), un fenómeno que había sido descubierto por el danés Theodor Brorsen veintiocho años antes, sólo que él no lo sabía. De lo que sí sabía era de fotografía y empezó a aplicar esos conocimientos en la mejora de las lentes del telescopio, mejorando las prestaciones de éste, y en el tratamiento posterior de las imágenes.
Su dedicación era absoluta y entusiasta (ni siquiera se daba cuenta del tiempo que hacía y posteriormente protagonizaría una curiosa anécdota: una mañana se presentó a trabajar con la nariz en carne viva porque se le había quedado pegada al congelado ocular). El caso es que el telescopio del Lick le permitió ver en 1889 una sombra sobre Jápeto (una luna de Saturno) cuando éste pasaba tras los anillos del planeta. Él no lo sabía entonces, pero acaba de observar los radios de Saturno, unas sombras que discurren de forma perpendicular a las trayectorias circulares de los anillos y cuya existencia no pudo confirmarse hasta un siglo después, gracias a las imágenes enviadas por el Voyager I.
En 1892, Barnard estaba observando una nova (un súbito destello de radiación electromagnética provocado por dos estrellas que antaño se consideraba el nacimiento de una nueva, de ahí el nombre) y se fijó en las emisiones gaseosas que producía, para él una prueba de que se trataba de una explosión estelar. Pero apenas tenía tiempo para analizar cada descubrimiento porque venían casi seguidos y poco después se anotó otro, Amaltea, la quinta luna de Júpiter; era el primer satélite de ese planeta avistado desde que Galileo Galilei registrara cuatro en 1610 y fue el último en general detectado por simple observación visual.

De todos modos, su estancia en California no se prolongó mucho más porque tuvo un enfrentamiento con el director del centro, Edward Singleton Holden, un prestigioso astrónomo y matemático procedente del ámbito militar que también podía presumir de un buen número de descubrimientos (veintidós, para ser exactos). Ambos chocaron por ver quién pasaba más tiempo en el telescopio y por la fea costumbre de Holden de atribuirse los méritos ajenos. Consecuentemente, Barnard optó por marcharse y en 1895 aceptó una plaza de profesor de astronomía en la Universidad de Chicago.
Allí pudo utilizar el cercano telescopio del Yerkes Observatory, instalado en Williams Bay (Wisconsin). En 1897, el telescopio refractor de este observatorio -fundado por el magnate Charles Tyson Yerkes- fue equipado con una lente de 101 cm., superando así al de Lick y constituyendo todo un caramelo para sus usuarios. A la noche siguiente de estrenar la instalación, antes incluso de que se inaugurase oficialmente, Barnard descubrió una estrella compañera de Vega (que, ubicada en la constelación de Lira, es la quinta estrella más brillante del cielo nocturno).
El potente aparato también permitiría a Barnard ver cráteres sobre la superficie de Marte; algo tan insólito entonces que prefirió mantenerlo en secreto temiendo que se rieran de él. Ese miedo al ridículo no deja de resultar chocante si tenemos en cuenta el currículum de premios y honores que acumulaba ya: aquel mismo año la británica Royal Astronomic Society le concedió la Medalla de Oro, que se unía al premio Lalande que le había otorgado la Académie des Sciences francesa en 1892, el mismo año en que ingresó en la American Academy of Arts and Sciences.

Todo eso estuvo a punto de terminar en un obituario tres días más tarde, el 28 de mayo de ese año, si un desgraciado episodio hubiera terminado tan trágicamente como podía haber sido. Pasada la medianoche, Barnard que había estado fotografiando la nebulosa M17 junto a su asistente, decidió irse, dejando la plataforma de observación (una estructura circular que formaba el falso suelo del observatorio y era capaz de elevarse) en su máxima altura, a once metros y medio, para que al día siguiente los técnicos la encontrasen ya lista para trabajar. Pero uno de los cables de acero que la sostenían cedió y todo se derrumbó. Al estar vacío tampoco hubo heridos, aunque fueron necesarios siete meses de reparaciones antes de poder hacer una ceremonia de inauguración.
Como se puede deducir, el trabajo de Barnard allí consistía en fotografiar la Vía Láctea y a ello se dedicó junto a su compañero Max Wolf, un astrónomo que descubriría nada menos que doscientos cuarenta y ocho asteroides y que fue pionero en la aplicación de la fotografía astronómica para automatizar el descubrimiento de asteroides, en oposición al clásico método visual (usaba fotos de exposición larga en las que los asteroides aparecen como unas cortas líneas, debido a su movimiento respecto del fondo fijo de las estrellas, facilitando su detección). Entre los dos descubrieron que ciertas regiones oscuras de la galaxia eran, en realidad, nubes de gas y polvo que oscurecían las estrellas más distantes del fondo.
Como vimos, Barnard ya había probado la tećnica astrofotográfica cuando estaba en el Observatorio de Lick y, de hecho, con ella encontró el cometa D/1892 T1, el primero avistado por fotografía, aunque tuvo consideración de cometa perdido (aquel que no se detecta durante su último paso por el perihelio, el punto más cercano de la órbita de un cuerpo celeste alrededor del Sol), al igual que pasó con el 177P/Barnard, no redescubriéndose hasta 2014 y 2008 respectivamente. Pero la labor de aquel científico no se limitó a los asteroides.

Las nebulosas descubiertas con sus astrofotografías quedaron recopiladas en el Barnard Catalogue of Dark Markings in the Sky («Catálogo Barnard de marcas oscuras en el cielo» o, para abreviar, «Catálogo Barnard»); la primera edición, de 1919, recogía ciento ochenta y dos; la póstuma, editada en 1927, trescientas sesenta y nueve. La mayoría eran nebulosas oscuras; pero también las había brillantes y gaseosas, como la nube de Rho Ophiuchi (una nube molecular gigante iluminada por la estrella Antares).
Durante década y media, entre 1900 y 1915, también aplicó colorimetría (un método químico para medir la longitud de onda en la que puede ser percibido un color en específico al ojo humano) a las imágenes de las estrellas que hay en los cúmulos estelares, lo que le permitió descubrir que M13 (Messier 13, el cúmulo globular de la constelación de Hércules) tenía dos tipos de astros: gigantes rojas y enanas blancas. Igualmente, pudo hallar estrellas variables en cúmulos globulares y medir el período de algunas de ellas.
En 1916, las mismas técnicas le sirvieron para encontrar, en la constelación de Ofiuco y poco más grande que Júpiter, una estrella enana roja de tipo espectral que presenta un elevado movimiento propio anual y un brillo demasiado tenue para ser observada a simple vista. Es la quinta más próxima a la Tierra (por detrás del Sol y de las tres que forman el sistema de Alfa Centauri) y una de las más viejas de nuestra galaxia, siendo conocida hoy con el nombre de estrella de Barnard (o V2500 Ophiuchi, en cuanto a variable), habiendo polémica científica sobre si tiene algún planeta orbitando a su alrededor.
Edward Emerson Barbard, que en 1905 había sido admitido en la American Philosophical Society, recibió más distinciones, entre ellas el Prix Jules Janssen de la Societé Astronomique de France (en 1906) y la prestigiosa medalla Bruce de la Astronomical Society of Pacific (en 1917). Falleció en 1923 en Williams Bay, a donde había viajado de nuevo para usar el telescopio del Observatorio Yerkes por invitación del que era su nuevo director desde 1905, Edwin Brant Frost. Le enterraron en su Nashville natal, siendo su trabajo póstumo el mencionado Catálogo, en cuya edición colaboraron su sobrina Mary R. Calvert (que era astrofotógrafa y le ayudaba en el trabajo desde 1905) y el citado Frost.
Fuentes
William Sheehan, The immortal fire within. The life and work of Edward Emerson Barnard | Timothy Ferris, Seeing in the dark. How amateur astronomers are discovering the wonder | Dean Miller, Astronomers and cosmologists | Florence M. Kelleher, Edward Emerson Barnard 1857-1923 | Wikipedia
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