Para la mayoría de la gente, Tasmania sólo es el complemento del nombre de un marsupial carnívoro que inspiró el personaje de los Looney Tunes llamado Taz; asimismo, los cinéfilos puede que sepan que el famoso actor Errol Flynn era tasmano de nacimiento. Pero Tasmania también es una isla australiana que tiene una triste historia, ya que su población aborigen fue prácticamente exterminada por el Imperio Británico durante la llamada Guerra Negra. Ese conflicto dejó, como protagonista más curiosa, a una mujer indígena que lideró una guerrilla contra los colonos: Tarenorerer.

Tasmania, decíamos, es una isla de 68.401 metros cuadrados situada en el extremo sur de Australia. Los nativos la llamaban Iutruwita, ya que el nombre que conocemos se le puso en honor al primer europeo en avistarla en 1642, el navegante neerlandés Abel Tasman, aunque eso tuvo lugar más tarde porque él la bautizó Anthoonij van Diemenslandt en honor del gobernador homónimo de las Indias Orientales Neerlandesas que había patrocinado su viaje, Anthony van Diemen.

Los británicos llegaron en 1777 de la mano de James Cook y se establecieron en 1803, anglicanizando ese nombre como Van Diemen’s Land, que conservarían hasta 1856. Inicialmente, el asentamiento era una colonia penitenciaria y pronto se fundaron otras del mismo tipo a despecho de sus habitantes naturales, cuya población se estima que estaba entre cinco mil y siete mil personas -los cálculos varían-. Los ancestros de éstas procedían originalmente de Australia, a la que Tasmania estuvo unida once mil setecientos años antes, hasta que las separó la subida del nivel del mar, causada por el final de la última glaciación.

Obviamente, los nativos constituían un obstáculo para una colonización que, hasta entonces, no formaba parte de otro plan que impedir que Napoleón reclamase esa tierra como suya, habida cuenta que entre finales del siglo XVIII y principios del XIX varios barcos franceses exploraron sus costas. Al principio no hubo problemas, ya que los intrusos eran pocos y no podían alejarse de sus poblados -recordemos que eran presos y sus guardianes-. Pero hacia 1819 ya eran prácticamente tantos como los aborígenes y la cosa se agravó un par de años más tarde, cuando empezaron a llegar colonos libres.

Éstos acudían en grandes cantidades, atraídos por las promesas de tierras y mano de obra gratis -los presos-, apoyados por la Van Diemen’s Land Company, una de esas chartered companies (compañías privilegiadas) que trabajaban en monopolio y consiguieron que un tercio de la población australiana no indígena se concentrase en Tasmania, así como que la isla acumulara la mitad del total de tierra cultivada. Una oscura sombra comenzó a cernirse sobre los aborígenes, cuyo descontento crecía cada vez más.

Siempre habían mirado con recelo al luta tawin (hombre blanco) porque tuvieron que sufrir el despojo de recursos naturales que los balleneros y cazadores de focas realizaban de vez en cuando desde hacía más de dos siglos. Pero, al fin y al cabo, se trataba de algo eventual; ahora era continuo y agravado por las matanzas de canguros que se llevaban a cabo con el fin de liberar pastos para el ganado, sin contar con los expolios y parcelaciones del terreno. Los nativos fueron empujados progresivamente hacia la costa y brotaron los primeros enfrentamientos.

En realidad los hubo desde 1804, sólo que la Guerra Negra nunca fue una contienda declarada oficialmente; por tanto, se suele situar la fecha de inicio cuando la situación ya estaba completamente degradada, en 1828, poco después de que los ataques esporádicos a colonos llevasen al gobernador, Sir George Arthur, a autorizar a éstos a defenderse a tiros. Eso abrió la veda y la cifra de quince colonos muertos se equilibró con la matanza de doscientos aborígenes, números que continuaron incrementándose por ambas partes.

Fue entonces cuando surgió la carismática figura de Tarenorerer. Conocida también como Walloa, Walyer o Tuculillo, nació en torno a 1800 cerca de Emu Bay, donde tres dećadas despueś se fundaría Burnie, una pequeña localidad portuaria que toma su nombre del director de la reseñada Van Diemen’s Land Company. Pertenecía al pueblo tommeginne, que se había unido a otros siete clanes para formar la Nación del Noroeste. En general obtenían sus recursos del mar y por ello se movían a lo largo del litoral, aunque los tommeginne pasaban casi todo el tiempo en la península de Table Cape.

Tarenorerer fue secuestrada de adolescente por otros indígenas que la vendieron como esclava a los cazadores de focas de las vecinas islas del Estrecho de Bass (el que separa Tasmania de Australia); de hecho, el archipiélago es un resto del antiguo istmo e, irónicamente, allí viven ahora los últimos aborígenes. Ni la esclavitud era rara en aquel tiempo (Reino Unido la aboliría en sus colonias en 1834) ni había tapujos en mantener relaciones comerciales con ese tipo de colonos que, al igual que los marinos, sólo estaban de paso y no tenían interés en apoderarse de sus tierras. Aquella forzosa sumisión a los blancos -que no se sabe cuánto tiempo duró- permitió a Tarenorerer aprender inglés y manejar armas de fuego (para cazar), si bien a costa del trato propio de su condición.

No obstante, Tarenorerer logró escapar de alguna forma en 1828, regresando a Tasmania y erigiéndose en líder del clan Plairhekehillerplue de Emu Bay, que probablemente estaba formado por supervivientes de otros, ya que para entonces la tensión había llevado a que los colonos, temerosos de los ataques, disparasen contra cualquier nativo que vieran. Gracias a que ahora sabía casi todos los secretos del hombre blanco, Tarenorerer reunió a una partida de combatientes para enfrentarse a él, emprendiendo una guerra de guerrillas que se basaba fundamentalmente en el asalto a granjas, tal cual pasaría en EEUU con los indios o en Kenia con la guerrilla Mau-Mau.

Los insurrectos no sólo atacaban a los colonos sino que también mataban su ganado -habían llenado Tasmania con miles de ovejas y vacas- sabedores de que las familias no podrían sobrevivir sin éste y se verían forzadas a irse. Además, Tarenorerer les enseñó a tumbarse cuerpo a tierra cuando los soldados les disparaban y a levantarse rápidamente para contraatacar sin darles tiempo a recargar sus mosquetes. Eso sorprendió a las tropas coloniales, habituadas a frenar a tiros la masa de enemigos y ponerlos en fuga, y durante un tiempo los guerrilleros tasmanos pudieron equilibrar un poco las desiguales escaramuzas.

Tanto que se temió que aquella insólita situación derivase en insurrección generalizada. Por eso el vicegobernador, George Arthur, un hombre imbuido de fe luterana y abolicionista, decidió probar la mediación extraoficial; para ello envió a George Augustus Robinson, un funcionario que llevaba en Tasmania desde 1824 y al que se consideró la persona adecuada por sus convicciones espirituales, pues era secretario de la Bhetel Union (una organización religiosa para marinos) y miembro del comité de la British and Foreign Bible Society (una sociedad benéfica para difundir la Biblia en todo el mundo).

Robinson dejó a su esposa e hijos en Hobart y partió para cumplir el encargo, siendo su primera iniciativa investigar la masacre de Cape Grim, ocurrida dos años antes y durante la cual trabajadores de la Van Diemen’s Land Company, vengando un ataque anterior, dispararon contra los aborígenes que recogían comida en una playa y mataron a una treintena de ellos. Robinson logró ganarse la confianza de Truganini, una mujer indígena que le sirvió de guía e intérprete en su labor negociadora. Gracias a ella, convenció a varias tribus para que se reasentaran en la isla Flinders, en el Estrecho de Bass, donde podrían conservar su modo de vida tradicional.

Era una medida similar a la que Estados Unidos aplicaba en esas fechas con el desplazamiento forzoso de las Cinco Tribus Civilizadas al recién creado Territorio Indio, el famoso Sendero de las Lágrimas. Las buenas intenciones de Robinson, cristalizadas en el nombramiento recibido de Protector jefe de los Aborígenes, se irían disolviendo irremisiblemente al chocar con la dura realidad de que sus protegidos eran un estorbo para el imperio. Hasta Truganini le abandonó, algo que no tuvo que hacer Tarenorerer porque nunca se fió de él ni de ningún blanco. Él mismo la comparó con una amazona y opinaba que era un peligro alarmante por creerla capaz de levantar a todas las tribus unidas.

Hablaba con conocimiento de causa, ya que la vio personalmente en batalla. Fue cuando, intentando parlamentar y fiándose de la invitación que ella le hizo para que avanzara con sus soldados hacia la colina en la que se atrincheraba con sus guerreros, fue recibido con una inesperada lluvia de lanzas. Robinson pudo escapar a ésa y otra emboscada, quedando patente que sólo quedaba el camino de las armas. La naturaleza de aquella guerra irregular dificultó las operaciones y se puso precio a la cabeza de Tarenorerer, aunque se las arregló para escapar una y otra vez de la persecución. Eso sí, su modesto ejército iba siendo arrinconado poco a poco, teniendo que malvivir penosamente con cada vez menos recursos.

Finalmente eso y las ancestrales rivalidades entre tribus hicieron que su autoridad fuera desafiada por otros aspirantes a jefe. Optó entonces por la huida, refugiándose en Panatana, que era como los nativos llamaban a Burgess (Port Sorell desde 1822). Actualmente es un popular lugar de vacaciones, pero entonces se trataba de un modesto puerto pesquero donde también recalaban los cazadores de focas y fueron éstos precisamente los que atraparon a Tarenorerer junto a sus hermanos Linnetower y Line-ne-like-kayver, más dos hermanas de las que no han trascendido sus nombres.

Fue trasladada a la isla Hunter, en el extremo noroeste de Tasmania, un pedazo de tierra de apenas veinticinco kilómetros de largo por seis y medio de ancho. Pero allí estuvo poco tiempo porque luego la llevaron a la isla Bird, todavía más pequeña, de menos de cuarenta y cuatro hectáreas. Aun hoy es una reserva de caza y en eso tuvo que trabajar allí aquella joven, siendo focas y pardelas sus presas, las primeras por sus pieles, las segundas por el plumón y los huevos. Unos meses más tarde, siguiendo una especie de circuito cinegético, hubo un nuevo traslado, esta vez a la isla Swan.

Swan es un poco más grande (doscientas treinta y nueve hectáreas), pero su uso era el mismo: un cazadero de focas y aves acuáticas. Dado que está razonablemente cerca de la costa tasmana, Tarenorerer esperaba encontrar un descuido de su vigilante para matarlo y tratar de huir a nado. Fue descubierta y con ello se reveló su verdadera identidad, hasta entonces ignorada porque se hacía llamar Mary Anne. Consecuentemente, la entregaron a las autoridades, que inmediatamente decretaron su encarcelamiento. Era diciembre de 1830.

Robinson definió esa detención como un asunto de considerable importancia para la paz y la tranquilidad de aquellos distritos donde ella y sus formidables acólitos se habían hecho famosos por sus desenfrenadas y bárbaras agresiones. El destino de Tarenorerer fue acorde a esas palabras: para separarla de los otros aborígenes cautivos, a los que incitaba a rebelarse diciéndoles que iban a traer soldados para matarlos a todos, se la llevó a la isla Gun Carriage, hoy más conocida como Vansittart, otro sitio frecuentado por los cazadores de focas hasta que Robinson los echó con la idea de emplearlo como reubicación de los indígenas.

Es un afloramiento granítico de unas ochocientas hectáreas de superficie que no iba a dar resultado en el uso al que se lo había destinado y por eso los cazadores terminaron volviendo. A Tarenorerer ya le daba igual porque falleció al poco, entre mayo y junio de 1831, víctima de la epidemia de gripe que había reducido a la mitad a la población autóctona tasmana, de los que quedaban apenas unos centenares de individuos; además, el óbito le llegó en triste soledad. Se ignora qué pasó con su cuerpo, aunque es improbable que lo enterraran según la tradición tasmana (que solía ser en la playa o incinerado).

La Guerra Negra todavía continuó un año más. Los diversos grupos de resistentes fueron rindiéndose poco a poco y no hay informes de violencia posteriores a 1832. Se calcula que la contienda costó casi un millar de vidas aborígenes, por doscientas veinticinco de colonos blancos.


Fuentes

Murray Johnson e Ian McFarlane, Van Diemen’s Land. An aboriginal history | Tom Lawson, The last man. A british genocide in Tasmania | James Boyce, Van Diemen’s Land | Valorie Castellanos Clark, Unruly figures. Twenty tales of rebels, rulebreakers and revolutionaries you’ve (probably) never heard of | Vicki Maikutena Matson-Green, Tarenorerer (en Australian Dictionary of Biography) | Wikipedia


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