En el Bajo Imperio Romano, a mediados del siglo IV d.C., hubo un delegado imperial con un carácter tan despótico, cruel y represor que no sólo se ganó el apodo ad hoc con que ha pasado a la Historia sino que, además, enviado a Britania para acabar con los opositores, llevó a cabo esa misión con tal brutalidad que desestabilizó la autoridad en la provincia facilitando, a decir de algunos historiadores, que pictos y escotos la invadieran y saquearan precipitando el fin de la dominación romana. Hablamos de Paulo Catena.

No hace falta saber mucho latín para deducir que Catena significa «cadena» o «grillete» -aunque por extensión, en una adaptación más libre, podría traducirse como «el que hace cautivos»-, como tampoco hay que ser demasiado imaginativo si buscamos el porqué de ese cognomen, ya que es bien denotativo del celo con que ejercía su trabajo. Según cuenta en su obra Res gestae (generalmente retitulada «Historia») el historiador romano Amiano Marcelino, que fue coetáneo suyo, se le dio porque «era un gran trabajador en enredar asuntos» y porque «tenía una ira indisoluble generando calumnias».

La de Amiano Marcelino es la única fuente que hace referencia al origen del mote y cabe puntualizar que no traza un retrato precisamente positivo de Paulo Catena. Claro que otros autores tampoco proporcionan buena imagen de él; especialmente crítico fue también el maestro de retórica de Marcelino, un sofista griego llamado Libanio, que en sus Oraciones dejó escrito que «en Europa y Asia mereció morir miles de veces, de modo que quienes conocían a este tipo se sintieron agraviados por no poder ejecutarlo una y otra vez».

Libanio, por cierto, mantuvo una intensa correspondencia con Juliano el Apóstata, con quien tenía buena amistad porque ambos eran paganos y, como sabemos, ese emperador filósofo rechazó el cristianismo para restaurar brevemente la religión romana tradicional teñida de helenismo neoplatónico. De hecho, se conservan cartas de Juliano en las que, asimismo, habla de Paulo Catena criticándolo por sus intrigas y afirmando que era «detestado incluso cuando florecía». Se entiende, pues, que su subida al trono supusiera la caída de Catena.

Eso lo veremos más adelante. De momento habría que contar cómo fueron los comienzos del personaje, cosa nada fácil debido a la escasez de fuentes. Ni siquiera se sabe a ciencia cierta de dónde procedía, aunque Filostorgio (un historiador arriano), dice en su perdida Historia eclesiástica que era hispano, algo que corrobora Amiano Marcelino (quien en otro pasaje se inclina por la Dacia, aunque los autores de Prosopography of the Later Roman Empire, una especie de diccionario biográfico del mundo romano tardío publicado en 1971, opinan que se trataría de una corrupción textual).

Si damos por buena Hispania como cuna de Catena, el caso es que en algún momento -ignoramos su fecha de nacimiento- dejó esa provincia para ir a Roma y entrar como mayordomo de mesa al servicio del emperador Constancio II. Era el sucesor de Constantino el Grande, el mayor de los tres hijos que éste tuvo con su segunda esposa, Fausta (los otros fueron Constantino II y Constante, que también reinaron, más dos niñas, Constantina y Helena; esta última se casó con Juliano el Apóstata).

Constancio II empezó su mandato en el 337 d.C., compartiendo el poder con sus dos hermanos, él en Oriente y ellos en Occidente. Tres años más tarde, los otros dos se enzarzaron en una guerra en la que falleció Constante II y, al cabo de una década, el vencedor cayó asesinado por un usurpador, Magno Magnencio, que se hizo con el control de la Galia, Britania e Hispania, además de colocar hombres de confianza en Italia y África, aplicando una política de tolerancia religiosa. Pero, evidentemente, Constancio no estaba dispuesto a tenerlo como corregente e inició una campaña militar contra él.

Para ello reconoció como augusto a Vetranión, comandante de las legiones de Panonia, y juntos se enfrentaron a Magnencio y su césar Magno Decencio (probablemente hermano suyo), derrotándolos en dos batallas: la de Mursa Major (en la actual Croacia) en el 351 d.C. y la de Mons Seleucus (en el sureste de Francia) en el 353 d.C. Tras el desastre sufrido en la segunda, Magnencio se suicidó y Vetranión devolvió su dignidad al emperador, que lo sustituyó por un césar en la persona de su primo Constancio Galo, y Constancio II quedó como gobernante único del Imperio Romano.

Ese 353 d.C. fue el año en que entró en escena Paulo Catena. Ya no era un simple empleado de palacio sino que había ascendido, aunque no se sabe qué cargo ocupaba exactamente: Amiano Marcelino le llama notarius, o sea, notario, el que se ocupaba de escriturar y autentificar los documentos emitidos por la cancillería imperial; según el Codex Teodosiano, había un escalafón encabezado por el Primicerius Notariorum, seguido del Secundicerius Notariorum, para a continuación dar paso a los tribuni et notarii y los domestici et notarii (también estaban los Notarii Praetoriam que, como indica su nombre, servían al prefecto pretoriano).

En la práctica, el notario ejercía labores de secretario y, de hecho, así es descrito por el mencionado Filostorgio. En cualquier caso, debió de alcanzar bastante confianza con Constancio II porque éste lo utilizó como hombre para todo, enviándolo en calidad de delegado de su autoridad allá donde lo necesitaba para que la ejerciera con contundencia. Y Catena se tomó esa indicación al pie de la letra, pues su nombre pasó a ser sinónimo de dura represión cada vez que llegaba a un sitio en misión encomendada por el emperador.

El primero fue Britania, donde se habían refugiado los últimos partidarios de Magnencio. Catena no se conformó con perseguirlos sino que amplió su radio de acción a todos aquellos que les hubieran dado cobijo o se hubieran mostrado ambiguos a la hora de rechazarlos. Una tras otra, empezaron a rodar cabezas y a llenarse los calabozos, de tal manera que la estructura política de la provincia se debilitó. Como vimos, eso pudo incitar a pictos y escotos, los pueblos célticos que habitaban lo que hoy son el norte y centro de Escocia, que en parte eran procedentes de Irlanda, a atreverse a redoblar sus incursiones contra los britano-romanos.

Aquella desmedida inquisición terminó por irritar a todos, por eso el vicario Flavio Martín (el vicarius era el alto cargo de la administración civil imperial encargado de supervisar el funcionamiento de una diócesis, con competencias de gobernador) solicitó relajar los interrogatorios y exonerar a los detenidos contra los que no hubiera pruebas. Como el ruego cayó en saco roto, el vicario amenazó con dimitir y Catena le acusó de traición, pese a que Martín siempre había sido leal a Constancio II. La discusión entre ambos fue pública y subió tanto de tono que acabó en tragedia.

En efecto, en un momento dado Martín se sintió insultado y desenvainando su espada se lanzó contra Catena. No sabemos cómo pasó todo, pero Amiano Marcelino cuenta que no tuvo éxito en ese ataque; quizá los guardias protegieron con sus escudos al delegado o puede que el propio vicario se contuviera en el último momento. El caso es que, ya fuera por estar avergonzado por su impulsiva acción o por sufrir coacción, Flavio Martín se quitó la vida y Catena se cobró así su primera víctima de renombre, entre todas las que acumuló en Britania.

El siguiente de la lista fue todavía más importante porque, según Libanio, al año siguiente estuvo implicado en la caída de Constancio Galo, contra el que, añade Filostorgio, Catena había mostrado a menudo una hostilidad particular. No hay detalles sobre la forma en que intervino en ese episodio, si lo hizo; simplemente podemos explicar cómo ocurrió: todo empezó porque Galo, que estaba casado con la hermana mayor del emperador, Constantina, gobernaba en las provincias orientales con torpeza, generando disturbios en un momento en el que Constancio II necesitaba tranquilidad mientras combatía a los alamanes.

Una vez sometidos, se desplazó a Mediolanum (Milán) y requirió la presencia de Galo, que se había ganado la animadversión de todos los altos funcionarios de Siria y Palestina por su carácter violento y vengativo, que le llevaba a asesinar a todo sospechoso de oposición -incluyendo al prefecto enviado por el emperador- y hacía temer al emperador que pudiera sublevarse contra él, aparte de su torpe gestión para poner fin a la especulación con los precios del grano, que provocó el efecto contrario y derivó en revuelta popular.

Galo tuvo la mala suerte de que, durante el viaje a Mediolanum, muriera su esposa, lo que rompía cualquier vinculación que tuviera con Constancio II. Encima, en Constantinopla cometió el error de coronar a los ganadores de las carreras de cuádrigas, competencia exclusiva del augusto. Constancio ordenó entonces su detención y, tras interrogarlo, la ejecución. En el último momento quiso concederle el perdón, pero el poderoso eunuco Eusebio, a la sazón praepositus cubiculi (una especie de gran chambelán de palacio) lo mandó decapitar antes.

Como decíamos, ignoramos qué papel jugó Catena en todo ello. Sin embargo, en el 355 d.C. volvió a adquirir protagonismo en la Galia, a donde se desplazó para ocuparse de los seguidores del magister militum Claudio Silvano, al que Constancio II había mandado matar por estar implicado en un complot. Según Amiano Marcelino, en realidad fue una trampa que le montaron Eusebio y el prefecto pretoriano Lampadio (con la colaboración del magister equitum de Galo, Ursicino, que aspiraba a sustituirle) manipulando una carta.

Algunos historiadores consideran que la posterior reacción de Silvano, autoproclamándose emperador en Colonia Agrippina (Colonia), no sería más que un invento posterior para justificar la iniciativa imperial. El caso es que tenía sus adeptos y Paulo Catena fue el designado para quitarlos de enmedio, cosa que realizó con su habitual contundencia, torturando y ejecutando a varios de ellos. Quizá por eso no hay datos sobre los dos años siguientes de su biografía; acaso se tomara un descanso o, como apunta una hipótesis, estuviera como espía en la corte de Juliano, al que Constancio II había nombrado césar de la pars occidentalis.

Es el propio Juliano el que, en una carta al Senado, informa de la presencia de Catena en su corte como agente de Constancio. También Libanio lo hace, al agradecerle que instara al césar a escribirle (recordemos que eran buenos amigos y tenían en común el profesar el paganismo). Y es que pese a su nombramiento, Juliano guardaba rencor contra el emperador por haber matado éste a su hermano Galo. De todos modos, todavía no había llegado su momento y en el año 359 d.C. Catena fue movilizado de nuevo para apagar un fuego: la presunta conspiración surgida en la diócesis de Oriente.

El territorio en cuestión, creado en tiempos de Diocleciano con capital en Antioquía, abarcaba desde Libia hasta Mesopotamia, pasando por Egipto, Fenicia, Chipre, Isauria, Cilicia, Siria y Palestina. Allí llegó Catena acompañado de Domicio Modesto, el recién designado come Orientis (conde de Oriente, dignidad que en ese lugar sustituía a la de vicario). Dice Amiano Marcelino que, además, tenía la misión especial de consultar los pergaminos que la gente dejaba en el santuario del oráculo de Bes, por si se podía obtener información útil de ellos. Probablemente carecían de interés, pero Catena tuvo una idea maquiavélica.

Falsificó varios pergaminos, de manera que aparecieran escritos varios notables locales opositores involucrados en una conjura contra el emperador. De ese modo dispuso de pruebas irrefutables para arrestarlos y condenarlos en el tribunal que estableció ex profeso en Escitópolis. También empleó como recurso acusatorio el delito fiscal, como hizo con Aristófanes de Corinto, un amigo de Libanio que no pudo salir de prisión en tres años, al término de los cuales éste solicitó su libertad a Juliano.

Antes, en aquel mismo 359 d.C., Catena extendió su actividad represora a Alejandría, donde había brotado un movimiento contrario a Jorge de Capadocia, un obispo que un trienio antes había ocupado la sede que dejó vacante su predecesor, Atanasio, al marchar forzado al exilio. Jorge de Capadocia era de credo homoiousiano, una posición que asumía muchos preceptos del arrianismo pero sin abrazarlo plenamente, ya que había sido declarado herético. Aun así, la persecución que desató contra los discrepantes desembocó en una revuelta de la que pudo escapar apuradamente.

El proceloso obispo fue repuesto militarmente y se tomó cumplida venganza ayudado por un Paulo Catena cuyo poder a esas alturas era tan considerable que probablemente no imaginaba que estaba llegando al final. Éste tomó forma en el año 361 d.C., cuando las legiones que Juliano mandaba en la Galia para afrontar una invasión de los alamanes se rebelaron contra la autoridad imperial, porque Constancio II ordenó trasladar un tercio de sus efectivos para emplearlos contra los sasánidas, proclamando emperador a su jefe.

Tras intentar convencer inútilmente a Juliano, y con el respiro de haber infligido algunas derrotas al rey persa Sapor II, Constancio reunió sus fuerzas y emprendió la marcha hacia occidente para enfrentarse al usurpador. Nunca llegó a hacerlo porque estaba gravemente enfermo y falleció en Mopsuestia (una ciudad de Cilicia); curiosamente, en su lecho de muerte declaró que Juliano era su legítimo sucesor o, al menos, así lo dejó escrito Amiano Marcelino, cuyo testimonio no es muy fiable porque también era amigo de Juliano.

El nuevo emperador obró con astucia, honrando la memoria de su predecesor y afianzando así su legitimidad incluso entre las legiones orientales leales a Constancio II. Eso evitó la guerra civil, pero no la previsible depuración de cargos que implicaba el establecimiento del nuevo gobierno. Para ello se nombró una comisión, formada mayoritariamente por militares, que en los llamados Juicios de Calcedonia procedieron a sustituir uno tras otro a los funcionarios de la etapa anterior, casi todos civiles.

El obispo Jorge de Capadocia fue uno de los damnificados, no sólo por haber perdido su puesto sino también porque una turba lo linchó y arrrojó su cadáver al mar apenas un par de meses después de morir Constancio. El nuevo emperador no tomó ninguna medida al respecto, ya que, como hemos dicho, renunció a la fe cristiana, recuperó el politeísmo pagano tradicional y proclamó la libertad de culto, ganándose el apodo de Apóstata. Por supuesto, tampoco a Paulo Catena podía augurársele un buen futuro.

Su falta de escrúpulos le había hecho ganarse muchos enemigos y resultaba imaginable que éstos no iban a contentarse con su mera destitución. A principios del año 362 d.C., Catena fue detenido, procesado y condenado a muerte por el tribunal de Calcedonia, aunque Filostorgio insinúa que Juliano presionó en ese sentido. El caso es que pereció en la hoguera y no debieron ser pocos los que se alegraron; entre ellos, acaso, pictos y escotos.


Fuentes

Amiano Marcelino, Historia | Libanio, Discursos. Autobiografía | Libanio, Cartas | Juliano, Cartas y fragmentos | A.H.M. Jones, J.R. Martindale & J. Morris, Prosopography of the Later Roman Empire | Sergei I. Kovaliov, Historia de Roma | Edward Gibbon, Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano | Adrian Goldsworthy, La caída del Imperio Romano. El ocaso de Occidente | Wikipedia


  • Compártelo en:

Descubre más desde La Brújula Verde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.