Hace más de dos milenios que nació la Ruta de la Seda, una red de itinerarios comerciales y culturales que interconectaban la mayor parte del Asia continental y se ramificaban hasta las islas del sudeste asiático, el África oriental y el Mediterráneo. La Ruta nació aproximadamente en el siglo I a.C. y no fue por razones económicas sino estratégicas, a iniciativa de una China que envió embajadas a los territorios colindantes con el objetivo de establecer alianzas militares contra sus enemigos Xiongnu. El encargado de realizar esas misiones fue un diplomático y explorador llamado Zhang Qian.

Qian no lo hizo de un día para otro, evidentemente. De hecho tardó décadas, en unos tiempos en los que cualquier viaje medianamente largo se contaba por años; es más, el primero superó ampliamente los trece porque cayó prisionero y fue esclavizado por los xiongnu. Se conocía con ese nombre a una confederación de pueblos nómadas procedentes de las estepas mongolas que, en su expansión, empezaban a constituir una amenaza para la parte septentrional del territorio chino.

La China de entonces estaba gobernada por la dinastía Han, la segunda de la época imperial, que había subido al poder en el 206 a.C. Los Han firmaron acuerdos con los xiongnu por los que ambos bandos se comprometían a dar consideración de frontera a la Gran Muralla, aquella colosal obra de arquitectura poliorcética cuya construcción había comenzado durante el período de las Primaveras y Otoños, continuando en el de los Reinos Combatientes y la dinastía Qin. Los Han también aportaron tramos, pero viendo la dificultad de defenderlos con eficacia, optaron por negociar con los intrusos.

Así, se intentaron reforzar las relaciones diplomáticas con un intercambio anual basado en el heqin (alianza matrimonial): los chinos les enviaban princesas y ellos remitían regalos, comprometiéndose ambos a no cruzar la muralla. El problema fue el modo de vida de los xiongnu, que basado en su nomadismo se oponía por naturaleza al sedentarismo de los otros y les impulsaba a hacer incursiones periódicas contra sus poblaciones, vulnerando así lo pactado. Ésa fue la tónica durante siete décadas, hasta que el emperador Wudi decidió cambiar de estrategia y forjar una coalición con otros pueblos enemigos de los xiongnu.

Wudi o Wu de Han, era el sexto mandatario de su dinastía. Subió al trono en el 141 a.C., cuando sólo tenía quince años de edad, y su etapa se caracterizó por tres cosas fundamentalmente: la centralización del Estado bajo postulados confucianistas, la política cultural (con él nació la prestigiosa Yuefu u Oficina Imperial de Música, de la que ya hablamos en otro artículo) y la expansión territorial (que le permitiría contactar culturalmente con Eurasia occidental). Los xiongnu eran un obstáculo para esto último, ya que controlaban el Xiyu, es decir, las regiones occidentales, como se denominaba a Asia Central.

El emperador eligió como primer aliado a los yuezhi o kushán, antiguo pueblo iranio nororiental de costumbres nómadas que vivía en los pastizales semiáridos del oeste de Gansú y que fue desplazado por los xiongnu en el 176 a.C. escindiéndose en dos grupos: uno se fusionó y diluyó con las poblaciones vecinas del Gansú y el otro emigró hacia el valle del río Ilí, donde, a su vez, desalojó a los naturales del lugar, los sakas (escitas). Luego llegaron otros, los wusun, y los yuezhi tuvieron que reemprender su éxodo, estableciéndose en Sogdiana y Bactriana (hoy Tayikistán).

Para contactar con ellos nombró a un oficial de la guardia imperial, un joven treintañero nacido en Hanzhong hacia el 150 a.C. que se había labrado fama de íntegro y eficaz. Zhang Qian, que tal era su nombre, se estableció en la capital de entonces, Chang’an (actual Xi’an) una década y media más tarde, aproximadamente, entrando al servicio del emperador Wudi como jinete. Al parecer, por su trabajo, Qian estaba familiarizado con el mundo fronterizo, de ahí que se le considerase el candidato idóneo para la misión proyectada.

Consecuentemente, fue puesto al frente de una comitiva de un centenar de hombres, de los que escogió como guía e intérprete a un arquero llamado Ganfu que tenía la particularidad de ser xiongnu. Había sido hecho prisionero de guerra muchos años atrás y desde entonces sirvió a una acaudalada familia de Shandong. Renegando de su origen -por haber sufrido expolio de sus bienes en su patria-, en cuanto obtuvo su libertad Ganfu se alistó en el ejército chino. La expedición se pueso en marcha en el 138 a.C.

El que iba a ser primero de tres viajes empezó con mal pie. El plan era cruzar el río Amarillo y entrar en la región de Gansu, pero un error de orientación les llevó directamente hacia los xiongnu, una de cuyas patrullas los apresó. Fue el inicio de un larguísimo período de cautiverio en el que Qian fue esclavizado y tuvo que trabajar como pastor de ovejas para una familia noble xiongnu. Once años sufrió aquella situación, aunque con el tiempo el trato fue relajándose y finalmente no sólo se ganó la confianza de sus amos sino que hasta contrajo matrimonio con una esclava de aquella etnia; tuvieron un hijo.

La nueva situación resultaba más cómoda y propició una evasión. Se ignoran las circunstancias y cuántos de sus hombres pudo llevarse, pero Qian logró huir acompañado por su familia y Ganfu. En lugar de regresar, optaron por seguir con la ruta inicial prevista, orientándose sólo por el sol y las estrellas. Desfallecidos por el cansancio, las privaciones y el miedo a sus perseguidores, anduvieron inacabables jornadas en dirección oeste, atravesaron varios oasis y por fin alcanzaron el valle de Ferganá (entre Tayikistán, Uzbekistán y Kirguistán), donde se ubicaba el reino de Dayuan.

Era un pueblo sedentario, agricultor (“La gente está asentada en la tierra, arando los campos y cultivando arroz y trigo. También elaboran vino con uvas” dejó escrito Qian), de costumbres similares a las griegas porque descendía de los helenos asentados allí a la fuerza por los persas y del aporte posterior macedonio.

Los dayuan gozaban de cierta prosperidad y se mostraron muy acogedores con los recién llegados, permitiéndoles recuperarse de sus desventuras y facilitándoles un grupo de guías y traductores para poder continuar hasta el territorio de los yuezhi. Cumplieron ese objetivo poco después, tras dejar atrás el vecino reino Kangju, habitado por indoeuropeos seminómadas, y entrar en la región de Daxia (Bactriana).

Irónicamente, los yuezhi tenían un estilo de vida similar al de los xiongnu y quizá por eso se mostraron reticentes a unirse a los chinos contra ellos, pese a que Qian permaneció allí un año entero intentando convencerlos. Pero ese fracaso en el ámbito estratégico lo compensó con un éxito inesperado: habiendo descubierto que hasta allí habían llegado indirectamente productos chinos, se le ocurrió que también podía ser a la inversa, si se abría una ruta comercial. Entre otras cosas, los yuezhi cultivaban alfalfa, forraje para el ganado equino que era desconocido en China.

Qian y Gafu emprendieron el retorno, esta vez por un itinerario distinto para evitar a los xiongnu. No tuvieron suerte y de nuevo fueron capturados, retomando su condición de esclavos durante un año; al parecer se libraron de la muerte gracias a la gallardía que mostraron al ser amenazados. Al término de ese tiempo, el caos de una guerra civil, provocado por una crisis sucesoria en el 126 a.C., les permitió volver a escapar y entraron en la capital china al año siguiente, trece después de su partida, envueltos en expectación por los nuevos alimentos que traían: uvas, sandías, pepinos, ajos, apio y nueces; también el caballo de Ferganá (una raza pequeña pero dura y resistente) y las citadas semillas de alfalfa.

El emperador Wudi quedó fascinado con el relato de aquella odisea y con la información de que había otros grandes estados lejanos que cultivaban la tierra, vivían en ciudades y eran susceptibles de ser aliados. Por eso concedió a Qian grandes honores, entre los que se contaba el puesto de consejero de palacio. Y por eso también se empezó a planear una segunda misión diplomática para cuya dirección se le designó a él otra vez; al fin y al cabo, nadie podía acreditar tan larga e intensa experiencia.

Para no caer de nuevo en el error, Qian acometió su nuevo viaje por una ruta diferente: en lugar de la norteña, donde los xiongnu continuaban siendo una amenaza, prefirió una por el sur, hasta lo que hoy son el norte de la India y Afganistán, que además podía suponer un establecimiento de relaciones comerciales para intercambiar productos chinos como el bambú o la seda por otros nuevos y desconocidos. Ese potencial era conocido gracias al rosario de factorías mercantiles fundadas en la zona en el 135 a.C. por un predecesor, Tang Meng, aunque la actividad estaba suspendida en ellas debido a problemas locales.

Sin embargo, el intento de Qian de abrir de nuevo esa ruta meridional no dio resultado porque no pudo pasar de Yibin (la actual Yunan, en la provincia de Sichuan), al no encontrar un camino y quedarse sin fondos para pagar a guías y porteadores. Eso sí, los Han mantuvieron su interés en la zona e insistirían tiempo más tarde. Entretanto, Qian regresó a palacio y para compensar aquel fracaso propuso un tercer viaje con el objetivo de firmar con los wusun otro acuerdo diplomático. La idea fue aprobada y se puso en marcha en el 115 a.C.

Esta vez, Qian llevaba consigo tres centenares de hombres que escoltaban un valioso cargamento de oro, seda y otras riquezas destinadas a servir de presentes para los wusun. Éstos, decíamos antes, fueron los que llegaron al valle del río Ilí y echaron de allí a la rama de los yuezhi empujada previamente por los xiongnu, ya que los wusun se habían hecho vasallos de éstos. Se cree que eran a los que Heródoto se refería como isedones, junto con masagetas y sakas. Según las crónicas chinas, tenían aspecto caucasoide, con ojos claros y pelo rojizo, aunque compartían rasgos culturales con los yuezhi.

La principal característica del pueblo wusun era la cantidad y calidad de caballos que poseían, que usaban tanto para moverse como para cazar y guerrear (arqueros montados). Esto interesó especialmente a los chinos, que por mediación de Qian alcanzaron un acuerdo comercial. Conseguir buenos caballos era una necesidad estratégica para los Han, razón por la que también intentaron comprárselos a los dayuan (el pueblo escita saka) y, al negarse éstos, lanzar dos campañas contra ellos para arrebatárselos; posteriormente, entre el 104 y el 102 a.C., conquistaron su territorio en la conocida como Guerra de los Caballos Celestiales.

La sintonía económica no se extendió al plano militar, pues al igual que los yuezhi, los wusun se negaron a combatir a los xiongnu pese a que tenían una población considerablemente grande -calculada por Qian en torno a seiscientas treinta mil personas- debido a que estaban sumidos en una guerra civil.

Cabe decir que finalmente sí aceptarían esa alianza; fue en el 106 a.C., cuando los Han consiguieron vencer a su enemigo. De hecho, China ya había derrotado a los xiongnu en el 121 a.C., lo que dejó expedito el camino hacia el oeste e impulsó, en parte, esa tercera expedición de Qian.

Éste regresó a Chang’an en el 115 a.C. llevando consigo caballos y embajadores wusun, y habiendo enviado a varios de sus hombres a otros reinos eurasiáticos para abrir relaciones diplomáticas con ellos: Daxia (Bactriana), Shendu (India), Anxi (la Partia arsácida), Tiaozhi (la Mesopotamia seleúcida), Kangju (noroeste de Sogdiana) y Yancai (la estepa); incluso llegarían enviados a la Roma de Augusto, según cuenta Lucio Anneo Floro cuando habla de gente venida desde Serica (la forma en que los romanos llamaban al Extremo Oriente).

¿Y qué pasó con Zhang Qian? Nos lo cuenta el Shǐjì, obra maestra de Sima Qian (el fundador de la historiografía china) que suele publicarse con títulos como Memorias históricas o Recuerdos del gran historiador. Escrita entre los años 109 a.C. y 91 a.C., consta de ciento treinta capítulos que se conservan casi enteros y reproducen buena parte de los informes que hizo Zhang Qian. De él dice: Fue honrado con el puesto de gran mensajero, lo que lo convirtió en uno de los nueve ministros más altos del gobierno. Aproximadamente un año después murió.

La fecha, el 113 a.C., puede no ser exacta, claro. En cualquier caso, su tumba está situada en Chang-chia ts’un, cerca de Chenggu. En 1945 se llevaron a cabo unas obras por los daños causados durante la Segunda Guerra Mundial y se encontró un molde de arcilla con la inscripción que decía “casa del Bowang” (marqués), indicativa del estatus que llegó a tener el personaje. Al fin y al cabo lo merecía: él tuvo bastante responsabilidad en la apertura de la Ruta de la Seda.


Fuentes

Sima Qian, Mémoires historiques | Floro, Epítome de la historia romana de Tito Livio | Franco Cardini & Alessandro Vanoli, La Ruta de la Seda. Una historia milenaria entre Oriente y Occidente | Gregorio Doval Huecas, Breve historia de la China milenaria | Scott Crawford, The Han-Xiongnu War, 133 BC–89 AD. The Struggle of China and a Steppe Empire Told Through Its Key Figures | Anthony François y Paulus Hulsewe, China in Central Asia: The Early Stage 125 BC – AD 23: an annotated translation of chapters 61 and 96 of the History of the Former Han Dynasty |Wikipedia


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