No quiso [Claudio] soportar la conducta de Agripinila sino que se preparó para poner fin a su poder, haciendo que su hijo se pusiera la toga virilis y declarándolo heredero del trono. Al enterarse de esto, Agripinila se alarmó y se apresuró a poner remedio con el envenenamiento de Claudio, pero como debido a la gran cantidad de vino que bebía, y a su hábitos generales de vida, que todos los emperadores en general adoptaban para su protección, no podía ser dañado fácilmente, mandó a buscar a una famosa traficante en venenos, una mujer llamada Locusta, que recientemente había sido condenada por esa misma acusación. Y preparó con su ayuda un veneno cuyo efecto era seguro, que colocó en una de las hortalizas llamadas setas.
Así narra Dion Casio, en su obra Historia romana, el envenamiento del emperador Claudio por parte de su esposa Agripina (o Agripinila), la cual, como vemos, recurrió a los conocimientos sobre ponzoñas que tenía una tal Locusta. También hacen referencias a ésta historiadores como Tácito (Anales) y Suetonio (Vida de los doce césares), al igual que escritores como Juvenal (Sátiras) y, muy posteriormente, Alejandro Dumas (El conde de Montecristo). Pero hacen poco más que nombrarla (Dumas se limita a compararla con la envenenadora de su novela, Madame de Villefort) y, si acaso, aportar el dato de que se trataba de una esclava gala.
En la Antigüedad y en las edades sucesivas hasta hace relativamente poco, la historia se centraba en reyes, militares y notables; alguien de tan baja condición como era una esclava no merecía más atención que la contextual, por lo que no sabemos gran cosa de aquella mujer ni si la nefasta imagen que ha dejado para la posteridad se corresponde con la realidad. Juvenal informa de que procedía de la Galia, que llegó a Roma en su adolescencia y que se las había arreglado para montar un negocio de herboristería en el monte Palatino.
Se deduce, pues, que tendría razonables conocimientos de farmacología y, por tanto, de toxicología y elixires varios. Tantos como para labrarse fama de experta envenenadora y que sus servicios en ese sentido fuera demandados por todos aquellos que desearan deshacerse de alguien de forma aparentemente natural, ya fueran enemigos políticos, amantes, familiares heredables, etc. Pese a la discreción que implicaba su método de matar, parece ser que fue encarcelada por esa causa en alguna ocasión.

Sin embargo, si atendemos al relato clásico, Agripina recurrió a ella cuando decidió quitar de en medio a su marido, Claudio. Éste se había hartado de sus manejos en la sombra y amenazaba con alejarla de la corte, lo que supondría que la sucesión al trono no recaería en su hijo Nerón sino en Británico, el vástago que había tenido con Valeria Mesalina, su esposa anterior. Agripina, a la que se conoce como la Menor para distinguirla de su madre, era hija de Germánico y hermana de Calígula; es decir, Claudio no sólo era su esposo sino también su tío.
Pero a Nerón no lo tuvo con él sino con su cónyuge anterior, Cneo Domicio Enobarbo, quien ya había advertido que de la unión de Agripina y yo sólo puede salir un monstruo, como si quisiera confirmar la definición de «despreciable y deshonesto» (Tiberio le condenó por adulterio y traición, librándose del cadalso sólo gracias a la muerte del emperador) que Suetonio le dedicaría décadas después. Agripina se había casado con él en el 28 d.C., con tan sólo trece años, y enviudó doce más tarde cuando le mató un edema, quién sabe si provocado.
Pese a estar implicada en un complot contra Calígula, Agripina sobrevivió a su turbulento mandato, pues se limitó a desterrarla. Luego contrajo segundas nupcias con su cuñado, Cayo Salustio Pasieno Crispo, cuyo repentino fallecimiento en el 47 d.C. desató rumores de que había sido envenenado. Entonces su tío Claudio, que estaba viudo porque había ordenado la ejecución de Mesalina por adúltera, la eligió como nueva esposa, seguramente debido a que necesitaba un heredero adulto que disuadiera de intentos de golpes como el que había sufrido a manos de Cayo Silio, el amante de su ya ajusticiada mujer; Británico todavía era un niño, frente a Nerón un par de años mayor.

El estrecho grado de parentesco entre Claudio y Agripina les impedía casarse legalmente, pero obtuvieron un permiso especial del Senado y el enlace se oficializó en el 49 d.C. Él era ya anciano y Agripina le manejaba astutamente, consiguiendo que la nombrase Augusta (algo de lo que sólo había un precedente, cuando Octavio hizo otro tanto con Livia), que casara a su hija Octavia con Nerón y que adoptase a éste como co-sucesor junto a Británico (una tradición romana aplicable cuando el heredero natural era menor de edad).
Una vez conseguidos todos aquellos objetivos, Claudio únicamente contituía un estorbo y pasó a planear su muerte, si hacemos caso a las fuentes antes reseñadas. Fue entonces cuando acudió a Locusta. Así lo cuenta Tácito:
Entonces [Agripina] se decidió por algo de una naturaleza muy sutil «que le desordenase el cerebro [a Claudio] y exigiera tiempo para matar». Se eligió a una experimentada artista en tales preparaciones llamada Locusta, últimamente condenada por envenenamientos y reservada desde hacía mucho tiempo como uno de los instrumentos de la ambición. Gracias a la destreza de esta mujer se preparó el veneno; para administrarlo se designó a Haloto, un eunuco, cuyo oficio consistía en servir las comidas del emperador y probar las viandas.

Haloto era el catador del emperador y la función principal de su trabajo no era tanto detectar venenos como percatarse de que la comida estaba en buenas condiciones. En cualquier caso, siempre acompañaba a su señor y por eso podía administrar la ponzoña con facilidad. Es posible que Haloto hubiera sido sobornado por Agripina o que incluso formase parte de su círculo de adeptos. También lo es que no tuviera nada que ver y constituyera a posteriori un elemento más para enriquecer el relato del complot. El propio Tácito viene a reconocer algo así:
En rigor, todos los aspectos de esa transacción se conocieron después tan en detalle que los escritores de estos tiempos están en condiciones de relatar «cómo el veneno fue vertido en una fuente de setas que le gustaban sobremanera [a Claudio]; pero no se percibió de inmediato su efecto, ya fuera porque sus sentidos quedaron anulados o por efecto del vino que acababa de beber».
Ahora bien ¿hubo realmente un veneno? Una hipótesis sugiere que el plato de setas que le prepararon al emperador para cenar aquel 13 de octubre incluía oronja verde (Amanita phalloides), un hongo micorrizógeno cuyo aspecto es muy similar al de los comestibles -la especie que Claudio solía comer es la oronja común (Amanita caesarea), lo que a veces produce accidentes porque en realidad contienene unas toxinas que al ingerirlo, actúan sobre los riñones y el hígado en el llamado síndrome faloidano, resultando letales (la tasa de mortalidad actual ha bajado al 15%, pero a mediados del siglo XX todavía estaba en un 60-70% y antaño era casi del 100%).
De ese potencial mortal podrían dar fe personajes que se cree que murieron por su causa, como el archiduque Carlos de Austria (al pretendiente Habsburgo al trono español que desencadenó la Guerra de Sucesión contra el candidato Borbón) o la zarina Natalia Naríshkina (la madre de Pedro I el Grande), con la particularidad de que resulta muy difícil establecer la causa del óbito si no se sabe que hubo una ingestión previa. De acuerdo con esto, la muerte de Claudio pudo ser accidental… salvo que la oronja verde se añadiera deliberadamente a la cena.

También es posible que en vez de trozos de esa seta se aplicase su toxina previamente extraída, lo que una experta como Locusta podría haber realizado para luego dársela a Agripina y ésta a Haloto. O puede que las setas únicamente sirvieran de canal y que el veneno fuera diferente; los expertos ven una coincidencia entre los síntomas que sufrió Claudio -diarreas, vómitos- y los que provoca el arsénico, un metaloide que en dosis pequeñas se usaba con fines terapéuticos pero al aumentarlas podía matar, especialmente en forma de polvo blanquecino (anhídrido arsenioso), que es insípido e inodoro.
La lista de posibilidades es más amplia, pues otros expertos proponen la belladona (Atropa belladonna), un arbusto solonáceo cuyas bayas contienen atropina, un alcaloide que se utilizaba como analgésico y anestesiante (deprime el sistema nervioso parasimpático), afrodisíaco (en fiestas religiosas en honor de Atenea o en el culto dionisíaco, al provocar largas alucinaciones) y cosmético (blanqueaba el cutis, de ahí que fuera habitual en los tocadores de las damas romanas y quiza su nombre se deba a ello, bellas donnas).
Al final, como ocurre con muchas medicinas, su efecto positivo o negativo dependía de la dosificación y por eso la belladona tenía otro uso más siniestro: antes de hacer fortuna en la Edad Media, relacionado con la brujería, ya era el veneno más común en Roma; se decía que Livia, la mencionada esposa de Augusto, era usuaria habitual y parece lógico suponer que también Locusta conocería todos los secretos de su preparación y administración.

Y para rematar, algunos expertos apuntan a una sustancia más: la extraída de la coliquíntida o tuera (Citrullus colocynthis), un tipo de planta trepadora que usaban los médicos de la Antigüedad y el Medievo como purgante y abortivo. En este caso no se trata de un veneno sino del fármaco que Jenofonte, el médico personal del emperador (a quien no hay que confundir con el autor homónimo de la Anábasis), le habría administrado a éste para rematarle al ver que seguía vivo porque las setas no conseguían cumplir eficazmente su funesta función. De nuevo es Tácito quien lo explica:
Al mismo tiempo cierto relajamiento de los intestinos pareció hacerle algún bien [a Claudio]. Entonces Agripinila se sintió desconsolada, pero como su vida estaba en peligro, pensó muy poco en lo odioso del procedimiento y pidió ayuda a Jenofonte, el médico a quien ya había implicado en sus culpables propósitos. Se cree que entonces él, como si tratara de ayudar a Claudio en sus esfuerzos por vomitar, le introdujo en la garganta una pluma untada de mortal veneno…
Suetonio dice que Jenofonte envenenó directamente la comida. Sea como fuere, Claudio murió el 13 de octubre del año 54 d.C., no se sabe si durante la madrugada o al amanecer, tras una tensa agonía; tampoco está claro si ocurrió en Roma o en Sinuessa, una localidad de Campania que entre los siglos I y II d.C. vivió un momento de esplendor porque muchos senadores y nobles tenían villas allí debido a la fama de sus termas.

Tal como estaba previsto, Nerón fue proclamado emperador y, ante los rumores que circularon sobre las setas asesinas, las proclamó «alimento de los dioses», imposibilitando su identificación con algo malo pero, al mismo tiempo, dando pistas a los historiadores sobre el método empleado. De momento no importaba mucho porque estaba en la cresta de la ola de la popularidad, lo que permitió que pudiera imponerse a Británico en la sucesión sin demasiada complicación. Pero tratándose de un adolescente de dieciséis años, su madre le manejaba como gobernante títere.
Al menos al principio, pues poco a poco fue alejándose de ella hasta terminar enfrentado abiertamente: mandó ejecutar a su amante, Aulo Plaucio, y tomó como esposa a Popea Sabina, que le convenció para deshacerse de ella. El método elegido fue envenenarla y para ello contó con la inapreciable colaboración de Locusta, que de ese modo no sólo habría colaborado en el crimen de Claudio sino también en el de Británico, aunque su cifra de víctimas quedaría muy lejos de esas absurdas cuatrocientas que le adjudicaron.
Al fallecer el emperador, las autoridades realizaron una redada de sospechosos y ella dio con sus huesos en la cárcel. Allí acudió Nerón en el 55 d.C. para sacarla y recurrir a sus servicios eliminando a su hermanastro. Éste se había granjeado su enemistad al acusarle de afeminado, habiendo reunido en torno suyo a un grupo de opositores que evidenciaban la ruptura que había entre las dos ramas familiares, la Claudia y la Julia. Tácito añade que Nerón violó una vez a Británico, sobre el que difundió el rumor de que su verdadero padre no fue Claudio; encima, Agripina, despechada por su propio vástago, se acercaba a él.

El primer hijo de Claudio resistió el bebedizo que le dieron, sufriendo únicamente una diarrea, razón por la que Nerón agredió a la envenenadora. Sin embargo, le concedió otra oportunidad y ella no la desaprovechó: durante un banquete organizado ex profeso por el emperador, Locusta ordenó que sirvieran a Británico un caldo muy caliente; tanto que era necesario enfriarlo con agua. Por supuesto, no fue eso lo que añadió al tazón; los síntomas permiten deducir que se trataba de sardonia (Ranunculus sceleratus).
El jugo de esa planta se usaba para tratar el reuma y los espasmos musculares, así como para regular la menstruación, pero de por sí es tan tóxico que hasta las abejas evitan libarlo. A Británico lo mató instantáneamente entre fuertes contracciones de los músculos faciales y espumarajos en la boca, lo que hizo que todos creyeran que había sido la epilepsia que padecía. Nadie sospechó de Nerón, quien premió a Locusta concediéndole varias propiedades rurales donde instruir a varios discípulos.
Decíamos que el emperador trató de envenenar a su madre sin éxito, como también falló en asesinarla por otras vías menos sutiles, así que terminó acusándola de conspiración para luego ejecutarla; Será rey, pero matará a su madre le había profetizado a ella un astrólogo caldeo, a lo que contestó Occidat, dum imperet! (¡Que me mate con tal de que reine!). Y así fue, pero tampoco él escaparía a un agitado destino. En el año 68 d.C., después de catorce años de un reinado cada vez peor -y con el terrible incendio de Roma de por medio- los generales Víndex y Galba se rebelaron.

El Senado apoyó un alzamiento de la Guardia Pretoriana y Nerón tuvo que huir apresuradamente de la ciudad. Llevaba consigo un veneno que había obtenido de Locusta, aunque no llegó a usarlo porque encargó a su secretario, un liberto griego llamado Epafrodito, que le clavara su pugio. Los senadores proclamaron emperador a Galba, quien desató una sangrienta persecución contra todos los que habían colaborado con su predecesor. Sólo se salvaron Ofonio Tigelino, prefecto de la Guardia Pretoriana, y Haloto, el catador, algo que causó tanta sopresa como indignación (aunque el primero no vivió mucho más: se quitó la vida unos meses más tarde, cuando Otón derrocó a Galba).
En cambio, a Locusta la arrestaron junto a Narciso, Helio y Patrobio, libertos leales a Nerón. Dión Casio dice que ella, acusada de haber causado cuatrocientas muertes, fue paseada por las calles cargada de cadenas y ejecutada sin piedad durante la Agonalia (una fiesta religiosa dedicada al dios Jano).
No se sabe exactamente qué método emplearon para quitarle la vida, pero la leyenda al respecto resulta tan curiosa como estrambótica, ya que cuenta que fue violada hasta la muerte por una jirafa y a continuación despedazada por varias fieras. Los historiadores opinan que debió ser algo menos tremendista: ahorcada y quemado su cuerpo.
Fuentes
Tácito, Anales | Dión Casio, Historia romana | Suetonio, Vidas de los doce césares | Juvenal, Sátiras | John Timbrell, The poison paradox. Chemicals as friends and foes | Dirk C. Gibson, Legends, monsters, or serial murderers? The real story behind an ancient crime | Wikipedia
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