Auguste Dupin, Sherlock Holmes, Hércules Poirot, Sam Spade, Philip Marlowe, Nero Wolfe… Todos estos nombres tienen en común el de pertenecer a detectives ficticios, salidos de la fértil imaginación de escritores de los siglos XIX y XX. Se les podrían añadir otros personajes que resolvieron crímenes sin dedicarse a ello profesionalmente, como la señorita Marple, el padre Brown o Guillermo de Baskerville. Pero hoy vamos a hablar de alguien que existió realmente y que forma parte de la Historia con mayúsculas, aunque también investigó y resolvió un asesinato: Tiberio. Sí, el emperador de Roma.

Tiberio Julio César fue el sucesor de Augusto en el trono. No era hijo natural de éste, aunque sí de su esposa Livia Drusila, que lo tuvo con un marido anterior -un fervoroso partidario de Marco Antonio- y que fue adoptado como heredero tras las muertes de Cayo César y Lucio Julio César, más el destierro de Agripa Póstumo, los nietos del emperador. Tiberio correinó con su padrastro un año, hasta que el fallecimiento de éste en el 14 d.C. le permitió vestir la púrpura en solitario. Parecía buena elección, ya que era un hombre austero y tradicionalista que también se distinguía en artes militares, como demostró en las Guerras Cántabras, Germania, Iliria, Macedonia y Dalmacia.

Su timidez no le impidió ser un buen orador -él pronunció el discurso fúnebre de su progenitor en el Foro, pese a tener sólo nueve años de edad- ni adquirir una gran cultura que le permitía hablar griego además de latín, escribir versos y apadrinar a varios poetas. Asimismo, montaba bien a caballo. Todas esas cualidades contrastaban con algunos defectos físicos, pues si bien tenía gran altura y complexión atlética, sufría miopía y una avanzada calvicie que le avergonzaba -igual que Julio César, se peinaba hacia delante-, sin contar los conocidos problemas dermatológicos que le estropeaban el rostro.

Por otra parte, a medida que pasó el tiempo su carácter se fue volviendo cínico y amargado, mostrándose cansado de gobernar; los historiadores suelen recordar que nunca superó del todo la forzosa separación de su amada Vipsania, la hija de Marco Vipsanio Agripa (amigo íntimo y mano derecha de Augusto). El remate fue la prematura muerte de su hijo Druso a los nueve años, que le decidió a abandonar Roma y encerrarse en su villa de Capri, dejando las tareas políticas en manos de Lucio Elio Sejano («mi compañero», lo llamaba, sin imaginar que había sido él quien envenenó al joven) y alejándose completamente de la vida pública para abrazar otra más bien depravada, si atendemos a los cuestionados testimonios de Suetonio.

Pero dos años antes del retiro, que inició plenamente en el 26 d.C., protagonizó un curioso episodio detectivesco cuando investigó personalmente la muerte de la esposa de un senador recién elegido pretor. Él se llamaba Marco Plaucio Silvano y su desventurada cónyuge era Apronia, la hija de Lucio Apronio, otro distinguido senador que había servido a Augusto, primero en la Revuelta Iliria del 7 d.C. como legado del general Cayo Vibio Póstumo y ocho años después, reinando ya Tiberio, en la campaña de Germania a las órdenes de Aulo Cecina Severo y Cayo Silio, siendo incluso premiado con un triunfo al regresar.

Lucio Apronio tuvo un hijo varón, Lucio Apronio Cesiano, que desarrollaría su carrera política durante los mandatos de Tiberio, Calígula y Claudio distinguiéndose militarmente en la guerra contra el númida Tacfarinas y siendo uno de los mejores amigos de Sejano, lo que le permitió sobrevivir a sus maquiavélicas acciones aunque cuenta Dion Casio que un exceso de confianza con Tiberio, al hacer una broma sobre su calvicie durante las fiestas Floralias -en las que se vivía un ambiente licencioso y frívolo-, le costó una condena.

Aparte de ese hijo, Lucio Apronio tuvo dos hijas. La primera, Apronia Cesia, se casó con Cneo Cornelio Léntulo Getúlico, quien además de político y militar era poeta -inspiró a Marcial-y escritor -Tácito y Suetonio lo citan entre sus fuentes-, pero terminó ejecutado por Calígula al implicarse en la conspiración del año 39 d.C. contra él. La otra, Apronia (en esa época todavía no se ponía nombre diferenciado a las niñas, que llevaban el nomen de su padre feminizado y si había varias en la familia se distinguían por cardinales o por apodos), contrajo matrimonio con el mencionado Marco Plaucio Silvano en el 24 d.C.

El padre de éste, que se llamaba igual y había sido cónsul y procónsul de Asia en tiempos de Augusto (combatiendo en Iliria junto a Tiberio y obteniendo un triunfo), lo había tenido con su esposa Larcia (que también le dio una hija, Plaucia Urgulanila, famosa por ser la primera mujer del emperador Claudio). Es poco lo que se sabe de Marco Plaucio Silvano hijo, como que pertenecía a una gens de origen plebeyo cuyos miembros aseguraban descender de Leucón -el vástago nacido de la unión entre el dios Neptuno y la princesa tesalia Temisto- y de la que el representante más ilustre hasta la fecha había sido Aulo Plaucio, el general que dirigió la conquista de Britania y su primer gobernador.

En el 23 d.C. fue nombrado duunviro (cargo público que ejercían simultáneamente dos hombres en las ciudades y colonias romanas) de Trebula Suffenas, la urbe sabina de la que procedía su familia (y que ya antes de ser anexionada por Roma se gobernaba mediante un sistema de doble autoridad, los dos meddiss). Al año siguiente pasó a ser elegido pretor y entremedias tomó por esposa a Fabia Numantina, una patricia hija de Paulo Fabio Máximo (un legado de Octavio en Hispania, donde fundó la ciudades de Lucus Augusti, hoy Lugo, y Bracara Augusta, la portuguesa Braga) que llegó a procónsul de Asia.

Paulo Fabio Máximo pertenecía a una de las gens más antiguas de Roma, la Fabia, y además estaba casado con Marcia Sempronia Atranina, que era prima hermana de Augusto por parte de madre. Por lo tanto, su hija Fabia Numantina era un buen partido para Marco Plaucio Silvano y se casó con él (en segundas nupcias, pues antes tuvo como marido a Sexto Apuleyo, medio sobrino nieto de Augusto). Sin embargo, fue un matrimonio efímero porque, al parecer, se divorciaron poco antes de que él accediera a la pretura. Las fechas siempre son confusas, pero Tácito dice que para cuando recibió el cargo se había vuelto a casar con la mencionada Apronia.

Tampoco este nuevo enlace estaba destinado a durar mucho; en el 24 d.C. Apronia falleció al caer desde una ventana. Al ser interrogado, el viudo declaró no saber nada por hallarse durmiendo en ese momento, sugiriendo que quizá se trataba de un suicidio.

Sin embargo, todo parecía sospechoso y, sorprendentemente, fue el mismísimo emperador el que tomó cartas en el asunto, decidiendo inspeccionar personalmente la alcoba. Tiberio se desplazó al lugar de los hechos, y se encontró con una estancia desordenada, revuelta, lo que consideró indicios evidentes de que se había producido una pelea. Consecuentemente, remitió el caso al Senado para que abriera un proceso.

Marco Plaucio Silvano cambió entonces su versión y culpó a su ex, Fabia Numantina, de haberles visitado e iniciado una violenta discusión que terminó degenerando en una agresión homicida de ella. Fuera cierto o no, eso complicaba las cosas porque Fabia, recordemos, estaba emparentada con Augusto. Era recomendable salir de aquella incómoda situación de forma rápida y discreta, antes de que empezara el juicio, para no provocar el previsible escándalo; y de eso se encargó Urgulanila, la abuela del acusado.

Urgulanila era amiga íntima de Livia Drusila (la esposa de Augusto), una mujer de gran astucia y poder a quien algunos historiadores consideran más que factible poder atribuirle la idea que se aplicó: hacerle llegar a Marco Plaucio Silvano una daga e instarle a quitarse la vida, en uno de esos ejemplos de llevar la virtus romana al extremo. Él cumplió inmediatamente y parecía que con su muerte terminaba todo, pero aún quedaba un amargo epílogo que afectó a otras dos mujeres.

La primera fue la mencionada Fabia Numantina, que, según cuenta Tácito, tuvo que sufrir una humillación: ser acusada de brujería por «haber causado a su ex-marido, mediante pociones mágicas y encantamientos, el ataque de locura que le llevó a empujar a su esposa por la ventana». Tiberio en persona presidió el proceso, aunque al final resultó absuelta de todos los cargos. La otra, consecuencia de la resolución del caso anterior, fue Plaucia Urgulanila, la citada hermana de Marco Plaucio Silvano, a la que los rumores implicaron también en el asesinato de su cuñada.

Al quedar Fabia Numantina exonerada, la posición de Plaucia Urgulanila en la familia imperial quedó comprometida y su marido, el futuro emperador Claudio, se divorció de ella. No había pruebas explícitas en su contra, así que se recurrió a una imputación de adulterio y conducta inmoral con un liberto suyo llamado Botero.

Claudio denunció que éste era el verdadero padre de su hijo y repudió al niño, ordenando que lo dejaran en el umbral de la casa de su madre; no se sabe si sobrevivió a esa orden.

Después de aquella iniciativa detectivesca Tiberio dejó Roma y se instaló en Capri, iniciando la última y más controvertida etapa de su mandato, la que, paradójicamente, pesó más en la mentalidad popular. Por eso pocos lloraron su muerte en el 37 d.C., pese a que dejó un imperio consolidado, económicamente boyante, con las arcas del Estado rebosantes y las fronteras seguras. Y un asesinato resuelto.


Fuentes

Tácito, Anales | Dion Casio, Historia romana | Suetonio, Vidas de los doce césares | Gregorio Marañón, Tiberio. Historia de un resentimiento | Ronald Syme, The Augustan aristocracy | Sergei Ivanovich Kovaliov, Historia de Roma | Wikipedia


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