Ashoka Vardana, el tercer emperador maurya (el primer gran imperio unificado de la India), ha pasado a la historia por haberse convertido al budismo tras contemplar las masacres resultantes de la campaña que inició para conquistar el vecino reino de Kalinga. Su historia se cuenta en treinta y tres edictos que él mismo promulgó, mandando que se difundieran por todo el país (partes de las actuales India, Bangladesh, Pakistán, Nepal y Afganistán) inscritos en muros, cuevas, rocas y columnas. Son los denominados Edictos de Ashoka.

Las columnas reseñadas, conocidas como Pilares de Ashoka aunque antaño se llamaban Dhaṃma thaṃbhā (Pilares del Dharma), constituyen un elemento característico del arte maurya. Se conservan una veintena, aunque sólo siete están completas porque los mogoles -musulmanes y por tanto iconoclastas- destruyeron los capiteles que representaban animales.

Miden entre quince y veinte metros de altura, tienen un peso aproximado de cincuenta toneladas y están datados en el siglo III a.C., lo que los identifica como las piezas escultóricas indias más antiguas (con excepción del capitel de Paliputra, ligeramente anterior).

Los pilares fueron construidos con piedra arenisca en monasterios budistas, generalmente para conmemorar la visita de Ashoka a cada cenobio. Se pueden ver repartidos por la parte septentrional del país, en los estados de Uttar Pradesh, Bijar, Madhya Prades y Haryana más uno en Jaiber Pajtunjuá (Pakistán), si bien algunos fueron reubicados de su lugar original, caso de los dos que hay en Delhi.

La mayoría de sus inscripciones están en escritura brahmi (la más antigua de las bráhmicas), en idioma prácrito (el que se usó para difundir los preceptos budistas, menos culto y por ello más popular que el sánscrito que usaban los brahmanes o sacerdotes hinduistas).

Como decíamos, el texto de los pilares (siete en los pilares principales más catorce en otros menores y otros en rocas) correspondía a los citados Edictos de Ashoka, los documentos más antiguos de la India y los primeros en hacer referencia al budismo. Esta religión nació de las enseñanzas de Siddhārtha Gautama, el príncipe que abandonó su privilegiada vida mundana para abrazar otra ermitaña, asceta y espiritual, pasando a ser llamado Buda («el iluminado»), y fue extendiéndose muy lentamente por el subcontinente hasta que recibió el impulso definitivo de la mano de Ashoka, durante el Imperio Maurya.

Éste empezó en el año 320 a.C. y perduró hasta el 185 a.C. Tenía su origen en el reino de Magadha, en la cuenca Indo-Ganges, que abarcaba Bijar y Bengala con capital en Pataliputra (cerca de la actual Patna), siendo el fundador de la dinastía Chandragupta Maurya, quien derrocó a los Nanda y comenzó una imparable expansión hacia el norte y el este primero, y hacia el oeste después, coindiendo cronológicamente con la llegada de Alejandro Magno. Más tarde, su hijo Bindusara también hizo avanzar la frontera hacia el centro y sur, quedando como únicos rincones independientes el extremo meridional y el reino de Kalinga, en la zona nororoiental.

Fue Ashoka el que sucedió a su padre Bindusara, a pesar de que el rey prefería a otro hijo, Susima, por no gustarle su fealdad según cuenta la tradición. Sin embargo, los miembros del gobierno y un comité de sabios apoyaron su candidatura porque consideraban a su hermano demasiado arrogante y soberbio, así que Ashoka subió al trono en el 269 a.C. No carecía de experiencia, pues, pese al desagrado que provocaba en su progenitor, a éste no se le habían escapado sus buenas cualidades, confiándole importantes misiones políticas y militares.

El nuevo monarca amplió el imperio hacia Pakistán y Nepal, pero la campaña más decisiva de su reinado fue la que empezó para conquistar Kalinga (hoy Odisha) y unificar así el subcontinente. La guerra se inició en el 260 a.C., a los ocho años de que Askoka se coronase, y resultó tan dura -más de cien mil muertos y ciento cincuenta mil deportados, según testimonio del propio monarca- que el vencedor no pudo evitar un nudo en la garganta al contemplar aquella desolación mientras caminaba en medio de ella. El duque de Wellington lo expresaría muy acertadamente dos milenios más tarde, ante un Waterloo sembrado de cadáveres y heridos: Excepto una batalla perdida, no hay nada tan deprimente como una batalla ganada.

Tal como indica uno de sus edictos, Ashoka sintió fuertes remordimientos de haber acometido la conquista de Kalinga. Aunque debió de ser un proceso más gradual de lo que se cuenta, abrumado por los lamentos de las familias de los caídos decidió adoptar como conducta personal y línea de gobierno la ley del dharma que preconizaba un budismo en crecimiento, aunque el concepto también estaba presente en el hinduismo. No tiene una traducción única y aglutina ideas como orden cósmico, rectitud, piedad, deber moral, virtud, etc. Consecuentemente, a partir de entonces, su política se basó en la no-violencia y la tolerancia religiosa.

No está claro si se llegó a convertir personalmente al budismo, aunque la tradición de éste así lo afirma (otra dice que ya lo era antes), pero sí que lo fomentó en todo el territorio de su imperio facilitando así su expansión. Para ello promulgó treinta y tres edictos destinados a informar al pueblo, de ahí que se expusieran en lugares públicos, sobre rocas y en los reseñados pilares, siguiendo el modelo la inscripción Kinéas de Alejandría del Oxo (posiblemente la actual Ai Janum). En ellos exponía los fundamentos de la nueva política, desde la historia personal del emperador -que culminaba con su conversión- hasta los preceptos éticos y religiosos que servirían de referencia, pasando por un programa social basado en la retribución: la vida futura dependerá de lo que se haya hecho en ésta.

Adoptando el apodo de Devanaṃpriya, que significa «el amado de los dioses», él mismo realizó una peregrinación por sus dominios para predicar. El primer edicto fue colocado a la entrada de Kandahar, curiosamente en lenguas griega y aramea (quizá por la cercanía del reino Greco-bactriano). Los siguientes ya se hicieron en lenguas indias (prácrito magadhi en la zona oriental, kharoshthi en la occidental), aunque no todos a la vez: fueron saliendo a lo largo de veintisiete años, siendo los de los siete pilares principales los últimos. El estilo es bastante plúmbeo y repetitivo, lo que hace suponer a los lingüistas que quizá lo redactó Ashoka en persona.

Temáticamente, los edictos de las rocas y pilares menores, los más tempranos, son fundamentalmente religiosos, con continuas menciones a Buda y las escrituras teológicas, mientras que el contenido de los de las rocas y pilares mayores es moral y político, civil en una palabra, si bien bajo la doctrina budista del Dharma, la no-violencia y la rectitud. Los segundos resultan los más interesantes para los historiadores porque, asimismo, hablan de la administración y las relaciones con otros estados, además de narrar el reinado de Ashoka -especialmente los de los pilares mayores-.

Entre las cuestiones que tratan encontramos preceptos morales (comportamiento correcto, respeto a los mayores, benevolencia, buen trato a los prisioneros, equidad en la justicia), religiosos (la palabra de Buda, creencia en una vida futura, tolerancia hacia otras creencias) y bienestar social (tratamientos médicos, equipamientos públicos, creación de una casta sacerdotal). Es muy curiosa la deferencia que muestra hacia la vida animal, renunciando a las cacerías de la corte, limitando los sacrificios, proponiendo reducir el consumo de carne y proscribiendo la castración so pena de multa.

Todo ello debería reforzarse haciendo proselitismo no sólo dentro sino también fuera de la India, para lo cual se nombraron emisarios imperiales que cada cinco años viajarían llevando la palabra a los países del entorno y al mundo helenístico occidental; hay quien cree que la búsqueda de la ataraxia (ausencia de turbación, alejamiento del dolor) que dictaban corrientes filósoficas como el epicureísmo y el cirenaicismo proviene de ahí, al igual que el modelo de vida de comunidades como la esenia. Pese a todo, no consta que el budismo fuera elevado a religión oficial como pretenden las fuentes budistas.

El caso es que Ashoka no emprendió más guerras en el resto de su mandato, que se caracterizó más bien por esas misiones evangelizadoras y la construcción de templos y estupas. No obstante, algunas fuentes sí mencionan actos de violencia, como un pogromo contra los jainistas y otras persecuciones hacia sectas de distinta fe que, sin embargo, los historiadores ponen en duda y consideran propaganda en su contra. Por lo demás, tuvo una esposa y cinco consortes que le debieron dar muchos hijos, aunque sólo ha trascendido con plena seguridad el nombre de uno, Tivara, que no sería el heredero.

Ashoka enfermó de gravedad al final de su reinado y, envuelto en su obsesión ascética, trató de deshacerse de sus propiedades para escándalo y oposición de sus ministros, que veían peligrar el tesoro estatal. Finalmente falleció en el 232 a.C. y su cuerpo fue incinerado, ardiendo durante una semana y arrojándose sus cenizas al río Ganges. Para entonces, el Imperio Maurya era el más extenso del mundo y vivía la llamada Edad de Oro de la India, habiendo extendido el budismo a Sri Lanka, Bactria y Birmania, además de mantener relaciones diplómaticas con el Imperio Seléucida de Antíoco II Teos y el egipcio de Ptolomeo III Filadelfo.

Pero todo llega a su fin. Tras la muerte del mandatario, el imperio se dividió entre su hijo Kunala -al que sólo mencionan las fuentes norteñas- y sus nietos Dasaratha y Samprati, al mismo tiempo que los territorios meridionales aprovechaban para independizarse.

Sólo hubo tres gobernantes más, el último de los cuales, Brihadratha, murió asesinado por el general usurpador Pusiamitra; fue él quien fundó la dinastía Shunga, que sólo tenía bajo control la mitad noreste del subcontinente. A lo largo de los siglos siguientes, varias dinastías se fueron repartiendo todo el vasto territorio de los antiguos mauryas: Satavahana, Kushán, Gupta, Kamarupa, Pallava, Kadamba, Chaulukya, Rashtrakuta, Pala, Chola, Shahi…

En la Edad Media, el Sultanato de Delhi y el Imperio Vijayanagara estuvieron a punto de conseguir una nueva reunificación, algo que tampoco lograron plenamente los mogoles, descendientes de Tamerlán que ocuparon la mayor parte de la India en el siglo XVI. Fue en esa época cuando el viajero británico Thomas Coryat descubrió uno de los pilares con edictos entre las ruinas de la vieja Delhi.

Luego aparecieron otros que empezaron a ser descifrados en el segundo cuarto del XIX, de la mano del orientalista James Prinsep y los funcionarios coloniales George Turnour y Edward Smith, revelando que aparecía el nombre del rey Devanamapiya Piyadasi («el amado de los dioses»), que identificaron como un apodo de Ashoka.


Fuentes

Romila Thapar, Historia de la India | Ven. S.Dhammika, The Edicts of King Ashoka | Émil Sénart, Les inscriptions de Piyadasi (I) | Émil Sénart, Les inscriptions de Piyadas (II) | Anuradha Seneviratna (ed.), King Asoka and Buddhism | Burton Stein, A history of India | John S. Strong, The Legend of King Aśoka: A Study and Translation of the Aśokāvadāna | Upinder Singh, A History of Ancient and Early Medieval India: From the Stone Age to the 12th Century | Wikipedia


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