En las montañas Gheralta de la región de Tigray, en el norte de Etiopía, en el interior de una pared de roca vertical a 2.580 metros de altitud, se encuentra la más inaccesible de todas las iglesias del mundo.

Lleva el nombre de Abuna Yemata Guh, uno de los nueve santos que, según la tradición, llegaron al norte de Etiopía entre finales del siglo V y comienzos del siglo VI procedentes de Roma, Constantinopla y Siria.

Los nueve santos se dedicaron a la expansión del cristianismo, a la creación de monasterios y a la traducción al geez, la antigua lengua etíope, de las Sagradas Escrituras.

La iglesia rupestre está excavada en la ladera de una de las agujas de arenisca más altas de la zona y fue labrada, una vez más según la leyenda, por el propio Abuna Yemata Guh en el siglo VI, lo que la convierte en una de las más antiguas del país.

La datación por radiocarbono de un manuscrito atribuido a otro de los Nueve Santos confirma la presencia del cristianismo en el país durante este periodo.

En su interior hay pinturas murales, excepcionalmente bien conservadas gracias al clima seco de la región, que se han datado entre los siglos XV y XVI por su composición temática, estilística e iconográfica, aunque la tradición local insiste en que son más antiguas.

Prácticamente todas las paredes, cúpulas y columnas están recubiertas con escenas de los Apóstoles, los Nueve Santos, María y Jesús, y numerosos personajes bíblicos del Antiguo Testamento, e incluso monjes etíopes. También hay decoraciones geométricas y tracerías.

Los análisis técnicos recientes han identificado los materiales y técnicas empleados en su realización. Se detectó la presencia de tierras como la hematita y goethita como principales pigmentos, junto a minerales como el cinabrio o el blanco de plomo. La capa preparatoria estaba compuesta de barro rojo y paja aplicada sobre la roca. El aglutinante a base de huevo indica el empleo de la técnica del temple.

Pero lo verdaderamente asombroso es que todavía hoy sigue recibiendo fieles y peregrinos que desafían la dificultad y el peligro que supone llegar hasta ella. Tras una subida empinada y fatigosa por la ladera, los visitantes deben cruzar un puente de piedra natural asomado al vacío por ambos lados.

Luego hay que escalar, literalmente, por una pared de roca vertical, confiando tan solo en los agarres de manos y pies, para a continuación caminar por un estrecho saliente de apenas 50 centímetros de ancho asomado a un acantilado de 300 metros de caída libre.

Muchas madres cargan con sus hijos recién nacidos en el ascenso, para que sean bautizados en la iglesia. La ascensión suele durar unas tres horas, y el riesgo es total, pues un simple resbalón puede dar al traste con las vidas de ambos.

La recompensa para el creyente es la cercanía con el santo, y para el visitante la contemplación de las magníficas pinturas dentro dentro de la iglesia, uno de los conjuntos de frescos más significativos de Etiopía, antes de acometer el terrible descenso de vuelta. Abuna Yemata Guh es uno de esos lugares que jamás se olvidan.


Fuentes

Gebremariam, K.F., Kvittingen, L. & Nicholson, D.G. Multi-analytical investigation into painting materials and techniques: the wall paintings of Abuna Yemata Guh church. Herit Sci 4, 32 (2016). doi.org/10.1186/s40494-016-0101-6 | Frances M. Williams, Understanding Ethiopia: Geology and Scenery | Jonathan J. Mize, Modernity and the Rise of the Pocket God | Wikipedia


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