Aunque también sea ferroviaria, no es precisamente la Estación Términi ni sale en ninguna película; de hecho, la Stazione di Campiglia Marittima es un lugar modesto del municipio italiano homónimo, en la pedanía de Venturina Terme (Livorno, Toscana), más bien alejado del turismo de masas. Eso sí, quien vaya a tomar un tren allí encontrará el andén decorado con la estatua de un perro. Es un monumento en recuerdo de un can que alcanzó la fama por viajar en ferrocarril durante años desde esa estación,encontrando siempre la forma de volver. Se llamaba Lampo y ésta es su historia.
La Stazione di Campiglia Marittima se inauguró en 1863 con motivo de la apertura de la línea Livorno-Follonica, que tres décadas más tarde se extendió a Piombino. Inicialmente sólo tenía tres vías conectadas mediante pasarelas de madera y que no contaron con andenes individuales hasta mucho después, cuando se añadieron acompañados de una cuarta vía. En 2017 fue sometida a una reforma modernizadora que elevó los andenes, los cubrió con marquesinas y añadió la quinta vía.
Todo esto no le quita el aire rural ni el hecho de que se trate de un equipamiento regional que, a bordo de trenes InterCity y Frecciabianca, permite viajar a Grosseto, Pisa, Roma, Florencia, Milán, Génova, Turín y Nápoles. Y a la inversa, pues Campiglia Marítima está incluido en la lista de I borghi più belli d’Italia («Los pueblos más bellos de Italia «, una asociación privada que promueve las localidades italianas pequeñas con interés histórico y artístico) y ofrece algunos atractivos al visitante: Museo de Arte Sacro, Palacio Pretoriano, un complejo fortificado, un parque arqueológico-minero, varias iglesias….

De todos ellos, probablemente el más original sea la mencionada estatua canina. Se ubica dentro de la estación, en un parterre al lado del andén principal, y se costeó mediante suscripción popular a instancias de la revista estadounidense This Week, que, tras el éxito de un artículo que publicó sobre el tema -trece millones de lectores-, le hizo el encargo a Andrea Spadani, un escultor romano que gozaba de cierta fama en EEUU, especialmente entre artistas de Hollywood (y, por extensión, del cine italiano), desde que hizo su primera exposición en ese país en 1956.
Para entonces Lampo vivía su momento álgido de popularidad. Era un perro mestizo, callejero, sin dueño, del que nadie sabía dónde nació ni cuando, calculándose su año de nacimiento en torno a 1950. Simplemente llegó a Campiglia Marittima a bordo de un tren de mercancías en agosto de 1953; se cuenta que alguien lo metió en un vagón en Livorno para librarlo de los laceros, aunque no ha podido comprobarse.
El caso es que, cuando lo encontraron enterneció tanto a Mina y Virna Barlettani, la esposa e hija respectivas del jefe de estación, Elvio, que le convencieron para que lo adoptase. Al principio iba a ser por una única noche, dado que el reglamento prohibía la presencia de animales allí; sin embargo, la familia adoptiva ya tenía otro can, un pastor alemán llamado Tigre, y se encariñó con el nuevo.

Fueron ellos los que le adjudicaron el nombre de Lampo, que significa «destello» en italiano, en alusión a la velocidad con que viajaba de un lugar a otro como un viajero más. Y es que el perro acompañaba a la niña al colegio todas las mañanas, un recorrido que debían hacer en tren -él escondido bajo los asientos para esquivar al revisor por la prohibición de animales a bordo- hasta Piombino para después regresar él solo a Campiglia Marittima en otro. Mejor aún, no tardó en aprender los horarios ferroviarios -o a intuirlos de alguna manera- y hacía uso de diversas líneas a otros destinos para retornar al final de cada jornada; si cometía algún error, se apeaba y esperaba al correcto.
Pasado un tiempo, el chucho se aprendió las líneas y entonces empezó a correrse la voz. La dirección de ferrocarriles de Florencia, de la que dependía Elvio Barlettani, vetó la presencia del perro en las instalaciones, obligando a su dueño a mantenerlo en casa o deshacerse de él. Dada la independencia de que hacía gala, optaron por lo segundo y lo subieron a un mercancías que partió para Nápoles, pero al cabo de unos días se las arregló para volver; demacrado y agotado, pero ahí estaba de nuevo. El jefe de estación optó entonces por confiárselo a un granjero vecino… y cinco meses más tarde Lampo reapareció en la estación, como si rechazase la vida campestre.
Estaba visto que el perro prefería el ambiente ferroviario, así que no hubo más remedio que ceder y nombrarlo mascota oficial de la Stazione di Campiglia Marittima; le pusieron un collar con una chapa que le autorizaba a viajar y hasta se hizo amigo de los encargados del vagón-cafetería, que le arrojaban comida. Fue la rampa de lanzamiento a la fama, con periodistas de todo el mundo visitando el pueblo para dedicarle reportajes y artículos, tanto escritos como de televisión; incluso la prestigiosa RAI (Radiotelevisione Italiana) le dedicó su atención en el programa documental infantil Giramondo -Cinegiornale dei Bambini.

El repentino estrellato de Lampo sirvió para esclarecer, inesperadamente, algo de su pasado: un vagabundo lo vio en televisión y aseguró que era el mismo can que había tenido con él años atrás en el puerto de Livorno, después de verlo bajar a tierra desde un buque procedente de EEUU que había atracado en 1951. Eso significaba que Lampo vivió una década, pues en el verano de 1961 falleció; no de forma natural sino atropellado por un tren. Enterraron su cuerpo en un floreado parterre de la estación, al pie de una acacia; el mismo lugar donde, decíamos, se ubicó la estatua que recuerda su historia.
Dicha historia también la glosan varios libros -uno de ellos firmado por el propio Barlettani- y alguna canción. Elvio, que se reunió con él -allá donde estén- en 2006, dejó escritas estas palabras en su obra, a manera de presentación:
Esta es la vida de Lampo, un perro callejero oscuro que vino de quién sabe dónde. Durante los años que pasé en su compañía quise escribir esta historia sencilla y real. Quisiera empezar diciendo que en esta historia mía no hay hazañas heroicas realizadas por Lampo; ni el perro salvó a su ama de las llamas, ni rescató a su amo de la furia del río, ni esperó coronar su existencia con una muerte retórica sobre la tumba de su ama. Lampo simplemente quería vivir de una manera diferente a todos sus compañeros, viajando para aprender no sólo un poco sobre nuestro mundo, sino también la vida y los sentimientos de los hombres.
Fuentes
Daniel Hornemann, Lampo – der Eisenbahn(er)hund | Jean Prieur, Gli animali hanno un’anima | Elvio Barlettani, Il cane viaggiatore | Wikipedia
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