¿Estamos solos en el universo o hay vida inteligente en otros mundos? ¿Y si la hubo pero ya no, debido a que fue destruida y por eso no contactamos con nadie? Y de ser así ¿de cuántas civilizaciones se trataba y a qué se debe que desaparecieran todas? Las dos preguntas subsiguientes serían quién las destruyó y cómo, más una tercera que resulta un poco inquietante: ¿seremos los siguientes? Probablemente la respuesta sería afirmativa, si diéramos por buena la denominada hipótesis del Berserker, según la cual podría haber sondas autorreplicantes vagando por el espacio en busca de vida con la que interactuar, ya sea en sentido positivo, ya en negativo.
Berserker es una palabra que etimológicamente unos creen derivada de la antigua lengua nórdica y otros de la germánica, pero que en cualquier caso se usaba en la Antigüedad para designar a un guerrero que entraba en combate desnudo, envuelto a lo sumo en pieles de lobo u oso y, sobre todo, sumido en una especie de trance psicótico que le confería una furia ciega y una fuerza superior a la normal, volviéndole insensible al dolor. Julio César reseñó su existencia en su obra De bello Gallico («La guerra de las Galias») hablando del «furor teutonicus» que mostraban en batalla algunos enemigos germanos; también Lucano da fe de ello en su Farsalia.
Las hipótesis para explicar ese paroxístico comportamiento homicida de esos peculiares guerreros, que también se denominaban ulfhednar, suelen centrarse hoy en el consumo de alucinógenos, bien en forma de hongos, bien en la infección del pan o cerveza por el cornezuelo del centeno, pasando por la condimentación de la cerveza que antaño se solía hacer con beleño negro. Ello explicaría por qué al luchar bajo esas condiciones atacaban a todo el que se les ponía por delante, incluyendo sus propios compañeros.
El término berserker fue aprovechado en 1967 por Fred Saberhagen, un escritor estadounidense de ciencia ficción, para dar título general a una serie de relatos y novelas tipo opera space, un tipo de fantasía estelar de aventuras y acción, al estilo Star Wars. Se trata de varias antologías con historias diversas pero con un trasfondo temático común, un poco como ocurre con los mitos de Cthulhu lovecraftianos. En ellas hay una especie de ingenios mecánicos robóticos, salidos de una guerra interestelar que mantuvieron entre sí dos razas extraterrestres hace cincuenta mil años y que continúan realizando la misión para la que fueron creados -tienen la capacidad de autorreplicarse-, destruyendo toda vida inteligente que encuentren en sus viajes.
Así llegan a toparse con una Humanidad que ha iniciado su expansión desde la Tierra y ya tiene población en algunos planetas de la galaxia e incluso mantiene una alianza con una especie alienígena cuya principal característica es poder comunicarse por telepatía. Ambos se verán amenazados por la llegada de las mencionadas máquinas robóticas, los berserker, con las que entran en una contienda para defender su superviviencia frente al objetivo de éstas de exterminarlas (y que además obtienen la colaboración traidora de algunos humanos).
Saberhagen falleció en 2007, a los setenta y siete años de edad. Lo curioso es que su saga, aparte de entretener a muchos lectores, ha servido para dar nombre a una hipótesis más o menos científica sobre por qué todavía no hemos detectado vida extraterrestre inteligente en el universo. La llamada hipótesis del Berserker se basa en la idea de que esas posibles civilizaciones alienígenas han sido eliminadas por lo que se conoce como sondas von Neumann, es decir, naves espaciales no tripuladas que viajarían por el cosmos buscando vida en estado primitivo (o culturas insuficientemente desarrolladas) para observarla y, si lo considerasen necesario, intervenir, ya sea en sentido positivo o negativo.
El nombre alude a Neumann János Lajos, un matemático húngaro que emigró a EEUU -donde se rebautizó John von Neumann- y participó en el Proyecto Manhattan (la elaboración de la primera bomba atómica), realizando además importantes contribuciones a la ciencia en distintas áreas: física y mecánica cuánticas, armamento, estadística, economía, etc. También en cibernética computacional, campo en el que creó el concepto de autómatas autorreplicables: máquinas robotizadas autónomas capaces de fabricar réplicas de sí mismas y, por ejemplo, llevar a cabo trabajos en lugares lejanos que no permitan presencia humana.
La idea, plasmada en su obra Theory of self-reproducing atomata, estaba pensada para la extracción de minerales en lunas o asteroides; la mano de obra mecánica iría creciendo exponencialmente in situ, de manera similar a un virus, incrementando así el ritmo de trabajo. Él las llamaba universal assemblers, aunque caló más el nombre de máquinas von Neumann. Otros científicos emplearon dicho concepto para aplicarlo a la exploración espacial; por ejemplo el físico y matemático inglés Freeman Dyson, que sugirió el uso de un artefacto de ese tipo -al que bautizó Astrochicken– para investigar el Sistema Solar.
El filósofo sueco Nick Bostrom teorizó con la posibilidad de que en un futuro nuestra inteligencia alcance tal nivel que pueda fabricar sondas basadas en el principio de Von Neumann, cuya autorreplicación les permitirá difundirse en muchas direcciones y llegar más lejos. También los hay, como el físico y divulgador británico Paul Davies, que, a la inversa, sugieren la posibilidad de que alguna sonda alienígena haya llegado a la Luna en la prehistoria del Hombre y permanezca ahí, vigilante, interactuando con nosotros cuando lo considera necesario para nuestro desarrollo; sería lo que se conoce como sonda Bracewell (porque el primero en plantear algo así fue el matemático y físico australiano Ronald Newbold Bracewell).
Como ya se habrá percatado el lector cinéfilo, el concepto de sonda Bracewell fue recogido por Arthur C. Clarke para su cuento El centinela, que Stanley Kubrick adaptó a película en 2001, una odisea del espacio. Pero, aunque sean parecidas, una sonda Bracewell no tiene por qué equipararse a una máquina von Neumann necesariamente, ya que coinciden en tener superinteligencia pero la primera no se autorreplica. De hecho, tampoco las segundas tendrían por qué ser benignas, en caso de proceder del espacio exterior. Y es entonces, si sus intenciones resultan aviesas, cuando nos referimos a ellas como bersekers.
¿Cómo surgió la hipótesis del berserker? Saber si estamos solos o acompañados en el Universo es una pregunta que fascina a los científicos desde hace mucho. Hasta se han creado programas para buscar vida inteligente, como el SETI (Search for Extra Terrestrial Intelligence), que rastrea y analiza las señales electromagnéticas y envía mensajes del mismo tipo en espera de que puedan ser detectados. Pero, aunque SETI empezó a funcionar en los años setenta del siglo XX, todavía no ha habido suerte, lo que hace deducir a algunos expertos que ahí fuera no hay nadie. Existe una gran controversia hacia esa afirmación.
El paleontólogo y geobiólogo Peter Douglas Ward y el astrónomo y astrobiólogo Donald Brownlee siguieron la línea de la paradoja de Fermi («La creencia común de que el universo posee numerosas civilizaciones avanzadas tecnológicamente, combinada con nuestras observaciones que sugieren todo lo contrario, es paradójica, sugiriendo así que nuestro conocimiento o nuestras observaciones son defectuosas o incompletas«) y formularon la hipótesis de la Tierra especial (Rare Earth), según la cual nuestro planeta reúne tantas y tan anómalas condiciones especiales que la probabilidad de encontrar vida es prácticamente nula, ya que se daría demasiado lejos para llegar a verla.
En cambio, también comentamos en otro artículo que científicos como Carl Sagan opinaban que el cosmos rebosaría vida; simplemente estaría demasiado lejana para contactar porque, empleando sus propias palabras, sólo somos un minúsculo punto en la inmensidad del océano estelar. En ese sentido, el radioastrónomo Frank Drake creó una ecuación -que lleva su nombre- para calcular cuántas civilizaciones podría haber en la Vía Láctea, posteriormente retocada y mejorada por otros mediante muchas más variables que las que él manejó.
Sólo un cinco por ciento de los planetas de nuestra galaxia están en lo que se denomina zona habitable (lo suficientemente cerca de una estrella para recibir su calor y lo suficientemente lejos para tener una temperatura soportable), pero es que hay unos dos billones de galaxias en el universo observable, cada una con una media de 7×1022 estrellas. Así que vuelve a surgir la pregunta: ¿dónde están esos alienígenas? Y ahí aparece Michael H. Hart, un astrofísico neoyorquino especializado en el estudio de la posibilidad de existencia de civilizaciones extraterrestres, autor del capítulo An explanation for the absence of Extraterrestrials on Earth («Explicación de la ausencia de extraterrestres en la Tierra»), del libro Extraterrestrials. Where are they?
Defensor de la paradoja de Fermi y de la hipótesis de la Tierra especial, recogió la propuesta de un colega de Alabama, Frank Jennings Tipler, que en 1980 había publicado un artículo titulado Extraterrestrial intelligent beings do not exist («Los seres extraterrestres inteligentes no existen») y entre ambos dieron nombre a la denominada conjetura de Hart-Tipler, según la cual la no detección de sondas von Neumann es una evidencia contrapositiva de que no hay vida alienígena inteligente fuera del Sistema Solar. Cabe decir que Hart es un supremacista blanco y Tipler un defensor del diseño inteligente, cayendo ambos a menudo en fantasías pseudocientíficas.
Frente a ellos, el Quarterly Journal of the Royal Astronomical Society publicó en 1983 un curioso artículo titulado The Great Silence. The controversy concerning extraterrestrial intelligence life («El Gran Silencio. La controversia sobre la vida extraterrestre inteligente»), firmado por Glen David Brin. Quizá a algún lector le suene, pues se trata de un escritor californiano que ha ganado los premios más importantes de literatura de ciencia ficción, como el Hugo y el Nébula, entre otros. La obra más importante de Brin, que también es graduado en astronomía y filosofía, se titula Uplift`s Elevation («La elevación de los pupilos»), una saga de novelas cuyo argumento tiene que ver con todo esto.
En ellas cuenta cómo hay una civilización extraterrestre que, desde hace eones, se dedica a estimular el avance de otras más atrasadas a lo largo del universo, para que luego éstas hagan otro tanto con terceras en una cadena estelar. La Tierra es una excepción, carente de tutor y convencida de que su grado de evolución se debe a su propio esfuerzo, algo que los demás consideran absurdo. Literatura al margen, en el citado artículo Brin hablaba de la teoría de los berserkers -a la que presentaba como perfectamente compatible con la paradoja de Fermi- y sugería que la falta de contacto con alienígenas podría deberse a su destrucción.
En otras palabras, las sondas von Neumann habrían aniquilado a todo ser viviente fuera del Sistema Solar y a continuación quizá terminaron por autodestruirse ellas mismas, acaso al entrar en competencia las de una civilización con las de otra o por afrontar instrucciones contradictorias (lo que remite otra vez a 2001, una odisea del espacio, pero ahora al comportamiento de Hal). Así lo expone Brin en su cuento Lungfish y en cierto modo lo corrobora Carl Sagan -siempre en el campo hipotético, obviamente- con la respuesta que dio a la tesis de Tipler en The solipsist approach to Extraterrestrial intellingence.
Pese a que la escribió ex aequo con el astrónomo William I. Newman, se ha popularizado como la Respuesta de Sagan y dice que Tipler habría subestimado la tasa de autorreplicación de las sondas de von Neumann, que ya deberían estar presentes en la mayor parte de la masa de la galaxia… aunque una raza inteligente nunca crearía máquinas Neumann destructoras y se daría la paradoja de que acabarían unas con otras precisamente por eso. Claro que el debate estaría viciado de origen en opinión de otros científicos, que no ven tan claro que las sondas pudieran tener tantas capacidades.
Es el caso de Robert Edward Freitas Ortega, un físico que trabajó para NASA precisamente en ese campo, la creación de naves autorreplicantes, y que en 2004 publicó un artículo sobre el tema -junto al ingeniero Ralph Merkle- con el título Kinematic Self-Replicating Machines en el que dudaba que pudieran resultar tan perfectas como se pretende. Algo que también suscriben otros al suponer que cualquier pequeño fallo en la replicación tendría un efecto arrastre en todas las copias y daría al traste con el proyecto; salvo que tuvieran también capacidad para detectarlo, claro, pero eso sería devolver la cuestión al principio.
David Brin decía en su reseñado artículo The Great Silence que si las sondas berserker existieran probablemente ya habrían encontrado y destruido la Humanidad. En 2013, llegó a la misma conclusión un análisis realizado para Future of Humanity Institute (un centro de investigación adscrito a la Universidad de Oxford) con el título Eternity in six hours: intergalactic spreading of intelligent life and sharpening the Fermi paradox («La eternidad en seis horas: difusión intergaláctica de vida inteligente y agudización de la paradoja de Fermi»). Bien es cierto que sus autores, el neurocientífico computacional sueco Anders Sandberg y el experto en IA Stuart Armstrong son muy escépticos en cuanto a que haya vida no ya en nuestra galaxia sino en el universo observable.
Pero Brin sí cree que pueda haber alguien ahí fuera. En la que bautizó como hipótesis del bosque oscuro (expresión tomada de la novela de 2008 The dark forest, del escritor chino Liu Cixin) sugiere que habría muchas civilizaciones extraterrestres, pero se mantienen ocultas para evitar el riesgo de dar con alguna agresiva y ser exterminadas. Esa especie de paranoia estelar tendría como efecto que las sondas berserker sólo visitaran los lugares que emitan algún tipo de señal susceptible de ser interpretada como indicio de vida inteligente. O sea, guardar silencio y pasar desapercibido sería el mejor recurso para asegurarse la supervivencia, en una curiosa versión de la teoría de juegos.
¿Qué es la teoría de juegos? Se trata de un modelo de matemática aplicada en el que los jugadores actúan en secuencia, uno tras otro, sin que ninguno conozca toda la información disponible y la única manera de ganar es sobrevivir continuamente a cada jugada. Aplicado a la hipótesis del bosque oscuro, las acciones posibles de cada jugador, en este caso una civilización, serían destruir otra civilización conocida por el jugador, difundir y alertar a otras civilizaciones de la propia existencia, o no hacer nada. En su novela The forge of God, el escritor de ciencia ficción Greg Bear compara a la Humanidad con un niño abandonado en el bosque y cuyo llanto atrae a los lobos.
Dice uno de los personajes de The dark forest que cualquier vida inteligente en el universo se enfrentará a todas las demás formas de vida en la lucha por la supervivencia, que es la necesidad primaria de cualquier civilización. Ahora bien, para llegar a ser tal hay un largo y arduo camino que el economista Robin Hanson pautó en nueve etapas en su ensayo The great filter. Are we almost past it? («El gran filtro – ¿Casi lo hemos pasado?»), publicado en 1996. Serían, de forma análoga a la Escala de Kardashev: un sistema planetario adecuado y potencialmente habitable; moléculas reproductivas (ARN); vida unicelular simple (procariotas); vida unicelular compleja (eucariotas); reproducción sexual; vida pluricelular; animales con cerebro grande que usan herramientas; nivel actual; y expansión y colonización del espacio.
Según Hanson, al menos uno de esos pasos sería improbable y constituiría ese gran filtro del título, de ahí que no haya más civilización conocida que la nuestra, que pudo superarlos todos. O quizá es que somos los primeros en hacerlo. Entre las fases ocho y nueve (es decir, el trance de pasar de nuestra situación actual a la expansión espacial) el filtro sería la hipótesis Berserker, la destrucción de la civilización por una sonda von Neumann creada por alguien más avanzado. Por supuesto, hay más alternativas que explican no haber encontrado hasta ahora a ese alguien. A fin de cuentas, el propio Arthur C. Clarke dijo que la ingeniería verdaderamente avanzada nos parecería mágica o nos resultaría totalmente irreconocible.
Fuentes
John von Neumann, Theory of Self-Reproducing Automata | Matt Williams, Beyond “Fermi’s Paradox” VI: What is the Berserker Hypothesis? (en Universe Today. Space and Astronomy News) | Glen David Brin, The Great Silence: the controversy concerning extraterrestrial intelligence life | Robert A. Freitas Jr., A Self-Reproducing Interstellar Probe | Stuart Armstrong y Anders Sandberg, Eternity in six hours: intergalactic spreading of intelligent life and sharpening the Fermi paradox | Peter D. Ward y Donald Brownlee, Rare Earth: why complex life is uncommon in the universe | Michael H. Hart, An explanation for the absence of Extraterrestrials on Earth (en Extraterrestrials. Where are they?) | Carl Sagan y William I. Newman, The solipsist approach to Extraterrestrial intellingence | Robin Hanson, The great filter. Are we almost past it? | Fred Saberhagen, Berserker. The early thales | Cixin Liu, The dark forest | Greg Bear, The forge of God | Wikipedia
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