«Tôi kratistôi». Cuenta Diodoro de Sicilia en su Biblioteca histórica que ésa fue la lacónica respuesta que dio Alejandro Magno en su lecho de muerte a su amigo Pérdicas cuando le preguntó a quién dejaba como heredero. La expresión significa «al más fuerte», pero resultaba ambigua -o muy explícita, según se mire- porque sus generales no se ordenaban por una jerarquía entre sí, siendo todos iguales y, de hecho, los futuros diádocos terminaron repartiéndose el imperio. Ahora bien, ¿Y si la frase fue malinterpretada? Una hipótesis sugiere que no dijo eso sino algo, fonéticamente parecido pero muy diferente, que señalaba en concreto a uno sobre los demás: «Tôi Kraterôi», es decir, «a Crátero», comandante de la infantería.
Los dominios alejandrinos se extendían desde el reino macedonio hasta el norte de la India, pasando por Grecia, Anatolia, Capadocia, la franja sirio-palestina, Egipto, Mesopotamia, Persia, Armenia, Media, Corasmia, Bactriana, Sogdiana, Aracosia. Aquella imparable campaña se detuvo cerca del río Ganges, tras derrotar al ejército del rey Poros; al alcanzar el río Hífasis (actual Beas) y ante la perspectiva de tener que volver a combatir a una fuerza poderosa como la que previsiblemente les iba a oponer el Reino de Magadha, las tropas se negaron a seguir y exigieron regresar a unos hogares que no veían desde hacia años.
Dice Plutarco que Alejandro achacó aquello a «la cobardía de los macedonios ante los indios» y fue abucheado, pasando dos días metido en su tienda. Finalmente, tras consultarlo con Coeno, uno de sus mandos de confianza, decidió ceder y emprender el retorno, dejando a Peitón como śatrapa local (quien permanecería allí hasta el 321 a.C., año en que el recién fundado Imperio Maurya lo expulsó). Durante el viaje, Alejandro estuvo a punto de perecer de un flechazo en el pulmón combatiendo a los malios, pero sobrevivió, al contrario que Coeno y Hefestión, sus más allegados, fallecidos ambos por enfermedad.
Lo que no pudieron lograr los malios lo hicieron los microbios. No está claro si fueron los de la malaria o los de la fiebre del Nilo, pues la larga agonía de doce días y los terribles dolores también han inducido a suponer que sufrió una pancreatitis aguda, al igual que se aventuran espondilitis o meningitis. Los autores clásicos incluso mencionan los rumores sobre un envenenamiento ordenado por Antípatro, regente de Grecia, aprovechando que su hijo Yollas era el copero del rey. El caso es que Alejandro murió entre la tarde del 10 de junio y la del 11 de junio de 323 a.C. El óbito tuvo lugar en el palacio de Nabucodonosor II, en Babilonia, haciendo buenas las profecías de los astrólogos caldeos, que le habían advertido del destino que le esperaba si entraba en la ciudad.
No se fue solo. Se calculan por cientos de miles las vidas que Alejandro sacrificó en esa ambición que Irene Vallejo equipara al póthos (deseo obsesivo, inalcanzable y fatal), entre caídos en batalla, por enfermedad, ejecutados (como los dos mil defensores de Tiro crucificados) y asesinados (toda la población maliana -incluyendo mujeres, niños y ancianos- fue exterminada por los soldados macedonios al creer que aquella flecha había matado a su líder), sumándose ahora Sisigambis (la madre del rey persa Darío III), que se dejó morir de inanición al enterarse de la funesta noticia porque él siempre se había mostrado generoso con ella y su familia.
A esa hecatombe vital habría que añadir la catarata de crímenes que sufrieron luego su madre (Olimpia), hermanastro (Filipo III Arrideo), esposa (Roxana), hijos (Alejandro y Heracles), amante (Barsine) y otros parientes del macedonio. Aquí retomamos el hilo principal del tema porque esos dos vástagos mencionados, uno de ellos engendrado con Roxana y otro con Barsine, no tenían capacidad para ser declarados sucesores: el primero, por tratarse de un niño pequeño (nació ya huérfano) y el segundo por ilegítimo. Casandro, cuyo padre era Antípatro, el oscuro general de Filipo II, acabó con ellos y se hizo con el trono macedonio fundando la dinastía antipátrida.
Pero antes de eso hay que retroceder en el tiempo y situarse en Malia, cuando Critodemo de Cos, el cirujano de Alejandro, consiguió curar a su paciente malherido y éste envió a la mayor parte de sus soldados -más de diez mil- a Carmania (una satrapía de la parte meridional del Imperio Persa) para construir una flota en la que se embarcarían bajo el mando de Nearco para efectuar el regreso al Mediterráneo, mientras el propio Alejandro lideraba la marcha por tierra con el resto. El designado para dirigir esa tropa hasta el Golfo Pérsico fue Crátero.
¿Quién era Crátero? Se trataba de un general hijo del aristócrata macedonio Alejandro de Orestis y hermano de Anfótero, el navarca (almirante) que dirigió la flota cuando cruzó el Helesponto en el 333 a.C. Nació en torno al 370 a.C., así que era unos quince años mayor que Alejandro Magno, con cuyo padre, Filipo II, se había iniciado en la vida militar. Empezó la campaña asiática como taxiarca, grado que se podría comparar con el de coronel porque mandaba un taxis, es decir, un batallón compuesto por diez lochos o compañías, cada una integrada por un centenar de hoplitas -aunque, en la práctica, el número dependía de la leva- y dirigida por un locharca o capitán.
En mayo del 334 a.C., Crátero participó en la batalla del Gránico, formando parte de la fuerza de Parmenión que ocupaba el flanco izquierdo. También lo hizo en Isos al año siguiente y en Gaugamela en el 331 a.C. Su buen hacer llevó a que Alejandro le confiara un cuerpo con permiso para operar por su cuenta, algo que se reveló como un acierto como quedó demostrado en las campañas por Bactriana, Sogdiana e India, en las que el grado de confianza llegó a ser tan alto que ora realizaba expediciones en solitario, ora se quedaba resguardando el campamento ofreciendo plena garantía.
Crátero se encargó de asegurar las zonas elevadas del noroeste de Persépolis y, consecuentemente, fue el segundo en el mando durante la batalla de la Puerta Persa. Asimismo, quedó al frente del grueso del ejército mientras Alejandro perseguía a Darío III y en el 329 a.C. resultó herido durante el sitio de Cirópolis, restableciéndose y ocupándose de aplastar la rebelión de la región meda de Paraitacene. Para entonces ya se había convertido en uno de los hombres de confianza de Alejandro, hasta tal punto que éste solía delegar en él cuando había que tratar con los soldados.
Dicha confianza se reforzó en el juicio abierto en el 330 a.C. contra Filotas, el hijo del general Parmenión, que era comandante de los Heitaroi (los Compañeros, la caballería que ejercía de guardia personal de Alejandro) y con el que tenía una mala relación que llegaba al enfrentamiento personal. Crátero le acusó de conspiración, ordenó arrestarlo y torturarlo para arrancarle una confesión. Es posible que todo fuera una purga para librarse de él por su carácter arrogante y contestatario, que desagradaba a Alejandro; si bien estaba en lo que hoy es Afganistán cuando se desencadenaron los hechos, pudo haberlo ordenado desde la distancia.
El caso es que a Filotas se le reprochaba estar enterado de un complot que Dimno, uno de los miembros de los Heitaroi, había organizado para asesinar a Alejandro y así poder volver a Grecia. La trama se desveló porque Dimno había confiado los nombres de los implicados a Nicómaco, su erómeno (pareja, generalmente adolescente, de un erastés o adulto) y el hermano de éste, Cebalino, se lo dijo a Filotas y a un paje real llamado Metro, que fue quien informó a sus superiores. Filotas quedó en mal lugar por su silencio y se vio así implicado. Pero aunque no lo estuviera no era la primera vez que se le consideraba sospechoso y su propio cuñado, Coeno, tomó partido contra él.
Una vez ejecutados los reos, Filotas incluido, su padre Parmenión no podía seguir al frente del ejército y fue destituido primero y asesinado después por dos sicarios que envió Alejandro. Es posible que Crátero le hubiera instado a acabar con su antiguo superior porque resultó el más beneficiado: en él recayó entonces el mando de la infantería, quedando la caballería a las órdenes de Hefestión… y ambos pasaron a ser rivales también. Por eso, según narra Plutarco, Alejandro dijo aquello de “¡Crátero ama al rey, pero Hefestión ama a Alejandro!».
Ambos dirigieron la campaña de la India por separado mientras Alejandro estaba con la flota fluvial. Posteriormente, como vimos, recibió la orden de encargarse de la retirada de los once mil quinientos veteranos, pacificando las regiones que debieran atravesarse por el camino, y luego se reunió con el rey en Harmozia, frente al Estrecho de Ormuz.
De allí pasaron a Susa, donde en el 324 a.C., tras su intervención en la resolución de otro motín en Opis, fue premiado con una esposa por sus servicios; no una cualquiera, claro, sino toda una princesa aqueménida: Amastris (o Amastrine), hija de Oxatres, el hermano de Darío III, y primera mujer en acuñar monedas con su nombre como gobernante que era de Heraclea.
Ese matrimonio se enmarcaba en la política de Alejandro de casar a sus hombres con mujeres persas para afianzar los cimientos del nuevo imperio y, de hecho, el mismo enlazó con Estatira, la hija de Darío. Sin embargo Crátero no tuvo hijos con ella y más adelante se divorciaría para tomar por nueva esposa a Fila, una de las hijas de Antípatro (recordemos, regente de Macedonia), que además de tener fama de virtuosa y sabia le acercaba más al poder, pues aspiraba a suceder a su suegro en el cargo. De momento, estaba enfrascado en reunir una flota en Cilicia para trasladar a Grecia a los veteranos cuando fue convocado por Alejandro a Babilonia para que le ayudara a afrontar algunos problemas que habían surgido.
Entre ellos figuraba la huida del tesorero Hárpalo para esquivar la previsible justicia que Alejandro haría recaer sobre él por su comportamiento frívolo y escandaloso. Hárpalo se llevó consigo parte de la flota, seis mil mercenarios y cinco mil talentos, recalando en Atenas donde alentó una insurrección que no se produjo; sólo convenció a Demóstenes, enemigo declarado del rey macedonio. Los atenienses lo encarcelaron, pero era escurridizo y consiguió evadirse a Creta antes de ser asesinado por uno de sus mercenarios.
Eso le ahorró un trabajo a Crátero, que no pudo estar presente en la muerte de Alejandro y por tanto no participó en el reparto del imperio, llevado a cabo, según Diodoro de Sicilia, a pesar de que el monarca le había dejado instrucciones de cómo habría que proceder en caso de faltar él. Aquellas disposiciones fueron consideradas extravagantes por los demás y se negaron a aplicarlas. Incluso hay quien piensa que Pérdicas (el quiliarca o ministro principal, un general que estaba al frente de los Heitaroi al haber fallecido Hefestión unos meses antes y que recibió el anillo del rey), con astuto maquiavelismo, las exageró precisamente para eso porque su escala alcanzaba dimensiones casi globales.
Un sucinto vistazo a esos últimos planes resulta asombroso, como mínimo: construir una flota de mil trirremes para invadir el Mediterráneo occidental, invertir mil quinientos talentos (una fortuna desorbitada) en la erección de templos en varias ciudades, levantar un mausoleo para Filipo II del tamaño de las pirámides egipcias, conquistar Arabia, circunnavegar África y trasladar grandes masas de población de Europa a Asia y viceversa para mestizar el imperio y fomentar su unión.
Pese al rechazo, Crátero obtuvo el cargo de prostatés (guardián) de los príncipes Filipo III Arrideo y Alejandro IV (como hemos visto, hermanastro e hijo en gestación). Queda para el terreno de la especulación si las últimas palabras del moribundo fueron «Tôi kratistôi» o «Tôi Kraterôi», que formalmente sólo se diferencian en la mayúscula y en una distinta acentuación al pronunciar, aunque cabe señalar que, según Plutarco y Arriano, había perdido el habla y seguramente se limitó a darle su anillo a Pérdicas de manera simbólica.
El mismo Pérdicas, proclamado regente, propuso a Crátero, Leonato y Antípatro como guardianes del heredero que iba a alumbrar Roxana; como otros preferían coronar a Filipo III Arrideo, los nombrados deberían proteger a los dos, que reinarían conjuntamente. Pérdicas y Antípatro contaban con manejarlos como títeres, ya que Filipo tenía una dicapacidad intelectual y Alejandro sería un niño. A la larga, fue Olimpia, la madre de Alejandro, quien movió los hilos mandando asesinar a Filipo y protegiendo a Roxana, que a su vez ordenó matar a las otras esposas: Estatira (y con ella su hermana Dripetis, viuda de Hefestión) y Parisátide.
Cuando Olimpia, a su vez, perdió la vida a manos de Casandro (recordemos, el hijo de Antípatro), Roxana y su vástago quedaron también condenadas. De esa vorágine sanguinaria tampoco se libró Pérdicas, asesinado por dos de sus oficiales durante una campaña que había iniciado contra el Egipto de Ptolomeo. Pérdicas fue el primer diádoco en morir en aquella lucha fratricida que se desencadenó definitivamente de forma generalizada. Por el llamado Pacto de Triparadiso, los generales alejandrinos se habían repartido el imperio y ahora peleaban entre sí por acrecentar sus respectivos dominios.
También Atenas y sus aliadas quisieron aprovechar para sacudirse el yugo macedonio y se alzaron en armas contra Antípatro en lo que se conoce como Guerra Lamiaca porque el regente tuvo que refugiarse en Lamia, donde quedó sitiado. Leonato lo sacó de allí y luego Crátero llegó por mar al frente de su ejército, imponiéndose en la batalla de Cranón, Tesalia (322 a.C.). Macedonia mantenía así el control de Grecia y Crátero obtuvo como recompensa la mano de Fila, quedando vinculado a Antípatro. Todavía tendría que combatir más.
Y es que Pérdicas se había mostrado tan autoritario que su intención declarada de contraer matrimonio con Cleopatra, una de las hermanas de Alejandro, hizo sospechar a todos que planeaba suceder al difunto. Entonces se volvieron contra él a iniciativa de Antígono, en lo que se denomina la Guerra de los Diádocos, la primera de cuatro.
Dejando a su aliado Eumenes para que los frenase en Asia Menor, Pérdicas se dirigió personalmente contra Egipto, debido a que Ptolomeo, gobernador de esa provincia, se había apoderado de los restos mortales de Alejandro para impedirle que pudiera cumplir una antigua tradición: la de que los reyes macedonios afianzaban su legitimidad enterrando a sus predecesores.
La campaña de Pérdicas acabó en fracaso y supuso su muerte. De hecho, Ptolomeo iba a ser casi el único diádoco -junto con Antípatro- que murió de viejo en vez de violentamente, quizá porque únicamente él entendió desde el principio que nadie podía igualar a Alejandro ni lograr hacerse con todo el imperio, limitándose en consecuencia a defender lo que le había tocado. Los demás, Antígono, Eumenes, Leonato, Seleuco, Lisímaco, Neoptólemo… todos cayeron en batalla, ejecutados o asesinados. Tampoco Crátero escapó a ese fatal destino.
Mientras Pérdicas se estrellaba en su intento de tomar Pelusio, fue en auxilio de Neoptólemo y se enfrentó a Eumenes en la batalla del Helesponto (321 a.C.). Sorprendido por un ataque fulgurante de la superior caballería enemiga, antes de que pudiera formar a sus hombres, el prostatés cayó al poco de empezar, posiblemente aplastado por su montura. Su prestigio era tal que Eumenes, después de vencer y ejecutar a Neoptólemo, mandó enviar el cuerpo de Crátero a Macedonia para entregárselo a la viuda.
Fuentes
Plutarco, Vidas paralelas: Alejandro-César | Diodoro de Sicilia, Biblioteca histórica | Lucio Flavio Arriano, Anábasis de Alejandro Magno | Quinto Curcio Rufo, Historia de Alejandro Magno | Justino, Epítome de las «Historias Filípicas» de Pompeyo Trogo | Edward M. Anson, Alexander’s Heirs. The age of the sucessors | Irene Vallejo, El infinito en un junco | Pierre Grimal, El mundo mediterráneo en la Edad Antigua. El helenismo y el auge de Roma | Wikipedia
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