Uno de los campos de batalla más insólitos de las guerras napoleónicas se situó en el Caribe, al suroeste de la isla de Martinica. Se trata de un peñón basáltico ubicado en el canal de Sainte-Lucie, a unos tres kilómetros de Pointe Diamant, que británicos y franceses se disputaron, arrebatándoselo mutuamente varias veces entre 1803 y 1815. Hoy está deshabitado, salvo por varias colonias de aves y una especie endémica que se creía extinta, una variedad de serpiente denominada Erythrolamprus cursor. Hablamos de Rocher du Diamant.

No hace falta saber francés para entender el significado de ese nombre. Se llama Roca del Diamante por los reflejos que proyectan sus paredes de piedra cuando les da la luz solar a determinadas horas del día, asemejándolo a esa piedra preciosa. En realidad es un cuello o tapón volcánico, es decir, un tipo de relieve originado por el endurecimiento de la lava dentro de una colada, un filón (veta) o incluso el cráter de un volcán activo. En este caso, se calcula que nació hace un millón de años.

Como pasó con el otro medio centenar de islotes que rodean Martinica, Roca del Diamante evolucionó de forma aislada, cubriéndose de setos y cactus, recibiendo más horas de sol que la isla principal y menos precipitaciones, lo que le otorga una estación seca más prolongada. Todo ello, unido a la ausencia de ocupación humana, ha permitido que se establezcan allí colonias de aves marinas como charranes y alcatraces, además de favorecer la superviviencia -al menos hasta 1968, año en que se avistó el último ejemplar- de la mencionada serpiente.

Ahora bien, a todas estas características naturales hay que sumarle otras de carácter más mundano: las estratégicas, ya que el peñón ocupa una privilegiada posición al norte del canal de Sainte-Lucie que le otorga unas condiciones perfectas para controlar la navegación entre la isla de Martinica y su vecina meridional, Santa Lucía. En el contexto del conflicto napoleónico de la primera década del siglo XIX, eso suponía un interés evidente para los contendientes, enzarzados en disputarse el control del arco insular caribeño.

Consecuentemente, los británicos ocuparon el islote. Fue a iniciativa del contraalmirante Sir Samuel Hood, un veterano de varias contiendas al que se había encomendado la misión de bloquear las bahías de Saint Pierre y Fort Royal (futura Fort-de-France, capital insular) y Saint Pierre, en Martinica. Fondeado ante esta última a bordo del HMS Centaur, los vigías avistaron una goleta que escoltaba a una balandra y Hood envió a capturar a la segunda mientras el Centaur se encargaba de la primera. Tras una larga persecución, la goleta fue apresada y resultó ser una nave corsaria llamada Ma Sophie.

Pese a que su tripulación había arrojado sus ocho cañones por la borda para evitar que se los quedase el enemigo, el barco pasó al servicio de la Royal Navy como auxiliar bajo el mando del teniente William Donnett. A éste se le encomendó vigilar el canal entre Martinica y Rocher du Diamant, desembarcando periódicamente en el islote para recolectar callaloo (una planta que se consumía hervida para combatir el escorbuto) y una espesa hierba que usaban los marineros para fabricarse sombreros tejiéndola.

En enero de 1804, aprovechando el buen tiempo y la mar en calma, Hood decidió establecer una posición fortificada en la cima de Rocher du Diamant, construyendo unos parapetos de piedra tras los cuales colocó dos cañones de 18 libras y dejando una guarnición de más de un centenar de hombres a las órdenes del teniente James Wilkes Maurice. El peñón adquirió la condición de stone frigate («fragata de piedra»), es decir, como si de un buque de Su Graciosa Majestad se tratase, hasta el punto de que se puso nombre ad hoc y todo: HMS Diamond Rock.

La razón de tan extravagante iniciativa, que daría lugar a toda una tradición con el paso del tiempo hasta nuestros días, se debía a un tecnicismo: la Royal Navy no tenía competencias para mandar en tierra, así que se le dio a Rocher du Diamant la consideración de una sloop-of-war («balandra de guerra»), un tipo de embarcación con una sola cubierta de artillería y hasta dieciocho cañones de armamento (aunque en español se denomina balandra a otro modelo de barco).

Posteriormente, Hood reforzó el islote con tres piezas de 24 libras, dos en la cima y la tercera -una carronada- en el embarcadero, destinando además al HMS Fort Diamond, un cúter (pequeña embarcación de un único mástil con una treintena de tripulantes y seis cañones) mandado por el teniente Thomas Forest, como apoyo. Era conveniente porque una explosión causada por razones desconocidas envió a pique al Ma Sophie, sobreviviendo sólo un marinero.

Los trabajos se dieron por terminados el 7 de febrero y el Almirantazgo fue informado oficialmente, lo que implicaba que, en lo sucesivo, el personal de todo buque británico que pasase ante el peñón debía realizar el saludo protocolario en posición de firmes. La disciplina, de hecho, se llevaba como en cualquier otro sitio y en 1805 un teniente fue enviado a Plymouth para someterse a un consejo de guerra por haber comido con sus soldados en la cima, fuera de la gruta destinada a comedor.

En Rocher du Diamant, o, para ser exactos, el HMS Diamond Rock, ya ondeaba la Union Jack; las cuevas que horadaban la roca servían como barracones para la tropa -los oficiales vivían en tiendas- y una situada en la base se reservó para hospital de campaña, frecuentado a menudo debido a las enfermedades tropicales. El aprovisionamiento se hacía subiendo los víveres que traían los barcos en unas cestas que se izaban hasta lo alto mediante poleas, aunque para incrementar el abastecimiento se trasladó allí un rebaño de cabras y una bandada de pollos y pintadas.

Un peligro se perfiló en el horizonte al poco. Un grupo de esclavos fugados que había llegado al islote informó de que un teniente coronel de ingenieros francés estaba preparando la instalación de una batería de morteros en la costa para bombardear Rocher du Diamant. Hood ofreció a los esclavos alistarse –Inglaterra ya combatía decididamente el tráfico negrero– a cambio de que guiasen a una fuerza a ese lugar. Ellos aceptaron y una veintena de infantes de marina dirigidos por el teniente Reynolds desembarcaron desde el HMS Centaur a medianoche, recorrieron cuatro kilómetros y apresaron al ingeniero y diecisiete soldados.

Al parecer los franceses no disponían de más ingenieros, con lo que se esfumó la posibilidad de bombardear el islote. Pero encontraron otras presas. En junio de 1804, mientras el HMS Fort Diamond estaba en Santa Lucía en una misión de aprovisionamiento, un par de lanchas procedentes de una goleta gala lo abordaron de noche. El teniente Benjamin Wescott, que estaba al mando interino del cúter perdido, fue sometido a un consejo de guerra celebrado en Antigua, a bordo de la fragata HMS Galatea, y expulsado de la Royal Navy; tres años después de hizo ciudadano estadounidense.

No obstante, Rocher du Diamant todavía constituía un problema para la navegación de toda embarcación francesa que intentase pasar por el canal, ya que o se exponían a su potente artillería -con hasta setenta kilómetros de visibilidad- o lo hacían a las peligrosas corrientes y vientos que había entre el islote y Martinica. Por eso uno de los objetivos del almirante Pierre-Charles Villeneuve en su viaje a América de 1805 fue recuperar Rocher du Diamant. Era secundario, claro, puesto que el principal consistía en alejar a la Royal Navy de Europa para despejar a Bonaparte el paso del Canal de la Mancha y la invasión de Gran Bretaña.

No obstante, el almirante Louis Thomas Villaret-Joyeuse, gobernador general de Martinica y Santa Lucía, vio en la llegada de la flota combinada franco-española de dieciséis navíos una gran oportunidad para acabar con aquel “símbolo de insolencia a las puertas de Martinica» y convenció a Villeneuve, quien de todos modos ya había sido aprestado a ello por Napoleón. Consecuentemente, envió una división compuesta por los buques Plutón y Berwick, la fragata Syrène y las corbetas Fine y Argus; la dirigía el capitán Julien Marie Cosmao-Kerjulien.

Tras asegurar un bloqueo que impidiera el socorro, cuatro chalupas y cuatro canoas, la mitad proporcionadas por la escuadra francesa y la otra mitad por la escuadra española, se aproximaron al islote durante la madrugada del 31 de mayo de 1805 y desembarcaron una fuerza de invasión. Los británicos consiguieron retener a los franceses en la zona baja del peñón, impidiéndoles avanzar, pero a cambio tuvieron que inutilizar sus cañones de abajo y vieron cómo sus rivales se apoderaban de los depósitos de agua -rotos en los combates, de todos modos- y los víveres, lo que significaba que no podrían resistir.

A la noche siguiente, tras una dura preparación del terreno a base de bombardeo naval y con la llegada de refuerzos provistos de escaleras de mano y cuerdas, los atacantes pudieron trepar por múltiples puntos y forzar la rendición del enemigo, que se hizo oficial el 3 de junio. Los ciento siete prisioneros fueron repatriados a Barbados y el teniente Maurice sometido a un consejo de guerra por la pérdida de su barco (el islote), si bien resultó exonerado y hasta consiguió el mando del bergantín HMS Savage.

Pese a que sufrió veinte muertos y cuarenta heridos por sólo dos muertos y un herido británicos, Villeneuve describió la toma del peñón como una «hermosa hazaña de armas, por las dificultades que presentaba y por la combinación de los medios de defensa que el enemigo había reunido», encumbrando a Cosmao-Kerjulien (quien poco después se distinguiría en las batallas del Cabo Finisterre y Trafalgar, siendo uno de los pocos marinos galos elogiados por los españoles, que hasta le nombraron Grande de España).

Siguiendo el plan, en cuanto Nelson llegó al Caribe el almirante galo regresó a Europa; el general Reille se quejó de que durante ese tiempo no se hubiera atacado ninguna isla grande (sólo se capturaron quince mercantes y fue el español Gravina quien lo hizo).

Por tanto, diecisiete meses más tarde, el peñón volvía a pertenecer a Francia y así se mantuvo hasta 1809, cuando los británicos invadieron Martinica y Guadalupe. El almirante Alexander Cochrane y el teniente general George Beckwith dirigieron una fuerza de veintinueve barcos y diez mil hombres que cuadruplicaban a los defensores de la isla y la ocuparon con relativa facilidad, en menos de un mes, antes de que Villaret-Joyeuse aceptara capitular el 24 de febrero. Por supuesto, la rendición implicaba también la entrega de Rocher du Diamant, que pasó otra vez a manos de Su Graciosa Majestad.

No fue hasta el fin de las Guerras Napoleónicas en 1815 que se restableciera el control francés, que todavía se mantiene hoy en día como un departamento de ultramar. Como decíamos al comienzo, está deshabitado; al fin y al cabo su minúscula superficie (trescientos veinticuatro metros de largo por doscientos noventa de ancho) y su abrupta orografía (ciento setenta y cinco metros de altitud) dificultan incluso su explotación turística, salvo las visitas de submarinistas a lo que consideran uno de los mejores fondos de Martinica para bucear. Aves y serpientes lo agradecerán.


Fuentes

Mark Adkins, The Trafalgar companion. A guide to history’s most famous sea battle and the life of Admiral Lord Nelson | James Henderson, Frigates-sloops & brigs | Mark Adkins, The war for all the oceans. From Nelson at the Nile to Napoleon at Waterloo | Auguste Thomazi, Les marins de Napoléon | Wikipedia


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