Todos sabemos de cuál se dice que es el oficio más viejo del mundo, pero probablemente haya uno anterior, el de militar, ya que el recurso a la violencia para solventar conflictos existe desde la prehistoria y se da incluso en el mundo animal. Eso nos lleva a preguntarnos qué batalla podría considerarse la más antigua, algo para lo que no hay respuesta posible a no ser que acotemos el campo de búsqueda hacia, por ejemplo, aquélla sobre la que tenemos datos concretos sobre su desarrollo y elementos característicos. En tal caso, hay que seleccionar la de Megido, que enfrentó a egipcios y una coalición cananea en el siglo XV a.C.

La razón para tal elección se halla en lo que en la Antigüedad se conocía de varias formas similares, desde Nesut-Tawy («Trono de las Dos Tierras») a Ipet-Iset («El Mejor de los Asientos»), pasando por Ipt-Swt («El Lugar Escogido») o Ipet Sut («El lugar más venerado»). Hoy lo llamamos Karnak (para algunos derivado del árabe Khurnaq, «Pueblo Fortificado») y es una pequeña localidad situada al norte de Luxor, en el margen oriental del Nilo, donde hay un complejo de templos que forma parte del conjunto monumental de Tebas, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1979.

El más importante de esos recintos sagrados era el de Amón-Ra, centro principal del culto dedicado a ese dios y actual visita ineludible para los turistas que visitan Egipto, gracias a su colosal sala hipóstila y su larguísima (dos kilómetros) avenida de esfinges, que lo conectaba con el templo de Luxor.

Pues bien, en una de sus dependencias, el sancta-sanctórum, los muros interiores están recubiertos de inscripciones jeroglíficas relatando la batalla de Megido con todo lujo de detalles. Son doscientas veinticinco líneas, cada una de ellas de veinticinco metros de longitud, que han sido bautizadas como Anales de Tutmosis III porque narran las campañas de dicho faraón en Siria y Palestina.

El autor fue el escriba militar Tjaneni, quien acompañó a su señor a esa guerra en el año veintidós de su reinado, recibiendo el encargo de anotar el desarrollo de la campaña, incluyendo detalles como el uso del arco compuesto o el primer recuento de bajas de la Historia, y destacando especialmente, como era costumbre, la actuación del faraón.

Y Tjaneni cumplió su misión al pie de la letra, loando no sólo la victoria sino también el valor y la sapiencia táctico-estratégica de Tutmosis, esta última ensalzada mediante el recurso de mostrarle obteniendo el triunfo incluso llevando la contraria a sus generales cuando no estaba de acuerdo con sus llamadas a la prudencia.

Lo cierto es que Tutmosis III, el rey guerrero de Egipto por excelencia, quedó encantado con el relato de su escriba, cuyo original se guardaba en el citado templo de Amón, seleccionando algunos pasajes para plasmarlos a gran escala en las paredes de dicho edificio. Eso ocurrió ya unos años después de terminar la guerra. Antes, el faraón tuvo que acometer hasta catorce campañas a lo largo de dos décadas; todas fueron victoriosas, sentando las bases del Imperio Egipcio y la extensión de su zona de influencia al Levante, de modo que se cerró el paso a otras potencias que aspiraban expandirse por la región y se puso fin a las rebeliones que habían brotado.

Esa inestabilidad brotó a la muerte de la reina Hatshepsut, la quinta de la dinastía XVIII, segunda soberana que ocupaba el trono egipcio (la primera fue Neferusobek, de la dinastía XII, durante el Imperio Medio) y la mujer que más tiempo se mantuvo en el poder.

Única hija que aún vivía del matrimonio formado por Tutmosis I y su esposa principal, Ahmose, estaba casada con su hermanastro Tutmosis II, hijo del anterior (que lo tuvo con una esposa secundaria, Mutnefert), al que dio una única heredera, Neferura.

Tutmosis II engendró al que sería su sucesor con otra de sus esposas. Dado que éste era todavía un niño cuando falleció su progenitor, Hatshepsut lo casó con Neferura autolegitimándose así, en una maquiavélica jugada, para hacerse con el control del gobierno asumiendo la regencia.

Apoyada por Hapuseneb, que aunaba los cargos de chaty (primer ministro) y sumo sacerdote de Amón, quien declaró que la reina no era hija de Tutmosis I sino del mismísimo dios de la creación (lo que se denomina teogamia), Hatshepsut reinó durante unos veintitrés años, durante los cuales destacan el viaje a Punt y seis campañas militares.

Cuatro de éstas tuvieron como misión pacificar Nubia, pero las otras dos fueron contra las tribus de Retenu (la franja sirio-palestina) que solían hostilizar la frontera egipcia. La primera debió tener lugar al poco de haber sido coronada; la segunda, al final del reinado, cuando Tutmosis III -ya adulto- había tomado las riendas y ella había visto decaer su poder. Ese cambio se produjo hacia el año quince o dicesiśeis, habiendo fallecido Hapuseneb y otros colaboradores, pero, sobre todo, su hija Neferura, a la que había declarado sucesora.

Cuando finalmente murió la reina -se ignora si de forma natural o violenta-, Tutmosis III pasó a ser el faraón y ordenó una damnatio memoriae parcial contra su madrastra, más para evitar posibles reclamaciones al trono de sus familiares que por venganza, pues los egiptólogos creen hoy que mientras ella se ocupaba del interior, él, aficionado a la vida militar, lo hacía del exterior. El caso es que, en ese contexto, fueron varios los pueblos de Retenu que vieron la oportunidad de sacudirse el yugo egipcio, uniéndose en una coalición liderada por Durusha, rey de Kadesh.

Kadesh era una ciudad de la región de Canaán. Ubicada a orillas del río Orontes, en la actual Siria, pasaría a la historia sobre todo por ser el escenario del enfrentamiento entre los hititas de Muwatalli II y los egipcios de Ramsés II en el año 1274 a.C.; es decir, 183 años después de los hechos que tratamos aquí, que sucedieron en el 1457 a.C., lo que demuestra su interés estratégico. Durusha firmó una alianza con el vecino reino de Mitani, que se extendía desde el margen oriental del Tigris hasta Alepo, estando habitado por dos tribus: los hurritas y los amorreos.

A ellos se unió Megido, otra ciudad importante porque su situación en el valle de Jezreel (en Israel) permitía controlar la Ruta de los Filisteos (posteriormente rebautizada Vía Maris o Camino del Mar en la Biblia Vulgata ), el paso a través de Filistea que, junto con el Camino de los Reyes, constituía uno de los grandes itinerarios comerciales de la Antigüedad enlazando Egipto con Mesopotamia y Anatolia. El tramo que comenzaba en la frontera, seguía hacia Pelusio y continuaba por la costa norte del Sinaí hasta Rafah se denominaba Camino de Horus y estaba guarnecido por una línea de fortines, pero luego, ya en Canaán, carecía de control efectivo.

Al llegar a Megido se escindía en dos ramas, una occidental (en dirección a Tiro y Sidón) y otra oriental (hacia Damasco). Conscientes, pues, de la importancia de la urbe, los aliados concentraron sus fuerzas precisamente allí, aprovechando que, al igual que Kadesh, estaba fuertemente fortificada. No sabemos cuántos hombres pudieron reunir, aunque es probable que fuera una cantidad similar a la del enemigo: las fuentes dicen que entre diez y veinte mil -más cerca de la primera cifra que de la segunda, según se cree hoy-, de los que un millar iban en carros de guerra.

El ejército egipcio, liderado por el faraón en persona, emprendió la marcha en marzo de 1457 a.C. siguiendo el Camino de Horus. Como la columna se extendía varios kilómetros, se marcó como punto de reunión la fortaleza de Tharu (la Sile griega) y desde allí alcanzaron Gaza en diez días, tomándose uno para descansar antes de reemprender la caminata otras once jornadas hasta Yehem.

Allí se planteaban tres posibilidades: tomar dirección norte, sur o por en medio. Esta tercera pasaba por Aruna (actual Wadi Ara) y era peligrosa al recorrer un estrecho cañón que obligaba a ir en fila y parecía el sitio perfecto para una encerrona, pero fue la que eligió Tutmosis III, haciendo oídos sordos a los consejos desesperados de sus mandos.

La razón fue que se trataba de la más corta para llegar a Megido, aparte de que Aruna no estaba bien protegida y podría tomarse con facilidad. Así ocurrió, en efecto, debido a que el enemigo pensó que los egipcios irían por alguna de las otras dos rutas y destinó allí al grueso de sus tropas.

Tutmosis envió exploradores que le confirmaron que el camino estaba despejado y le resultaría difícil enviar refuerzos a tiempo por las dificultades orográficas. Conseguido brillantemente aquel golpe de mano, avanzó sin oposición, acampó al final del día y se dispuso para atacar Megido a la mañana siguiente, 16 de abril.

Dursuha había dispuesto a sus soldados en una posición elevada cercana a la ciudad. El faraón ordenó a los suyos formar en una línea semicircular que permitía asaltar ese alto por sus dos flancos, mientras dirigía el choque por el centro. La superioridad numérica, junto con una eficaz mezcla de velocidad y combinación, llevaron al ala izquierda a romper la defensa rival, haciendo que se desmoronase todo el sistema. Derrotados tan rápidamente, los cananeos huyeron a atrincherarse tras las murallas de Megido mientras los egipcios perdían el tiempo saqueando su campamento, perdiendo la oportunidad de aplastarlos de un único golpe.

Ese error, el mismo que cometerían las divisiones de Ramsés II en Kadesh, permitió a los fugados reunirse con sus aliados y disponerse a resistir un asedio. Así es como lo expresan los Anales del templo de Karnak:

Huyeron hacia Megido (…) Fueron izados y arrastrados de sus ropas sobre las murallas de la ciudad, porque el pueblo había cerrado las puertas de la ciudad [prematuramente] (…) ¡Ah! Si el ejército de Su Majestad no hubiera dado su corazón al saqueo habría tomado Megido inmediatamente.

Siete meses le costó a Tutmosis III enmendar aquello aislando totalmente la urbe mediante un foso y una empalizada. Al final, privada de socorro y suministros, Megido cayó; pero lo hizo a costa de pérdidas que hubieran podido evitarse y encima Dursuha logró escapar. Eso sí, la campaña fue un éxito y no sólo se sometió a las demás localidades rebeldes (Yenoam, Nuges, Herenkeru…) restableciendo el dominio de Egipto sobre la región sino que se obtuvo un rico botín. Los Anales del templo de Karnak dan cuenta de él:

340 prisioneros vivos y 83 manos. 2041 yeguas, 191 potros, 6 sementales. Un carro trabajado en oro, su vara de oro, de este vil enemigo; un hermoso carro trabajado en oro del príncipe de Megido, 892 carros de su miserable ejército; en total, 924 carros. Una hermosa armadura de bronce perteneciente al príncipe de Megido, 200 armaduras de su vil ejército, 502 arcos, 7 varas de madera del enemigo, trabajadas en plata. Además 1.929 cabezas de ganado grandes, 2.000 de ganado pequeño, 20.500 ovejas. A este enemigo cobarde [el rey de Kadesh] y a los Grandes que estaban con él se les permitió salir para venir a Mi Majestad, así como a todos sus hijos; estaban cargados de muchos obsequios de oro y plata, trajeron todos los caballos que tenían en su poder, sus carros de oro y plata… todas sus armas… Entonces Mi Majestad hizo que se les permitiera regresar y se fueron todos montados en asnos, porque yo les había quitado los caballos.

Como decíamos, los reyes pudieron regresar, aunque tuvieran que hacerlo montados en asnos, porque yo [Tutmosis III] les había quitado los caballos. En realidad no todos recibieron autorización para irse. Después de que los monarcas vencidos jurasen fidelidad , las mujeres que habían pertenecido a este vil enemigo, con los niños, así como a las esposas de los jefes que estaban con él y todos sus niños tuvieron que acompañar al faraón de vuelta a Egipto en calidad de rehenes, tal como era costumbre en la Antigüedad y siguió siéndolo a lo largo de la Historia. Allí recibían una educación desde el punto de vista de los intereses del país y luego eran devueltos, permitiéndoseles gobernar en el futuro como mandatarios títeres.

La noticia de tan rutilante triunfo (al parecer, la palabra Armagedón deriva de la hecatombre sufrida por la coalición en Megido) llegó a otras fronteras, de manera que incluso reinos que no estaban bajo la órbita faraónica enviaron presentes de felicitación, como Chipre, Hatti, Asiria y Babilonia.

De hecho, la obra del escriba Tjaneni no es la única fuente que se conserva de la batalla; también hay referencias -mucho menos detalladas, eso sí- en varias estelas: la de Gebel Barkal (montaña sagrada del reino sudanés de Napata), la del templo de Ptah (situado también en Karnak) y la de Armant (la antigua Per-Montu, popularmente conocida como la Heliópolis del Sur, una ciudad cercana a Luxor).


Fuentes

Carlos Díaz Sánchez, Breve historia de las batallas de la Antigüedad. Egipto-Grecia-Roma | Eric H. Cline, The battles of Armageddon. Megiddo and the Jezreel Valley from the Bronze Age to the Nuclear Age | Graciela N. Gestoso y Malva J. Feldman (trads.), La Estela de Gebel Barkal de Thutmosis III (en Revista de Estudios de Egiptología) | André Geraque Kiffer, Battle Of Megiddo, April 1479 Bc | Donald B. Redford, The Wars in Syria and Palestine of Thutmose III | Wikipedia


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