El 24 de mayo de 1626 se llevó a cabo una de las operaciones inmobiliarias más famosas de la Historia: el director general de Nuevos Países Bajos, una colonia de la República de las Siete Provincias Unidas, situada en el noreste de América, compró a los indios lenni-lenape la isla que éstos llamaban Manhattan por sesenta florines. El lugar sirvió para fundar la ciudad de Nueva Ámsterdam, que en 1664 pasó a manos inglesas y fue rebautizada Nueva York. Aquel avispado comerciante se llamaba Peter Minuit.

Nació en torno al año 1580 en Wesel, urbe que por entonces pertenecía al Ducado de Cleves (en el actual estado alemán de Renania del Norte-Westfalia) y formaba parte del Sacro Imperio Romano Germánico. En realidad, su familia procedía de Tournai, en lo que hoy es Valonia, una región de Bélgica que de aquella estaba integrada en los Países Bajos del Sur. Como éstos estaban bajo gobierno español, por tanto católico, y los Minuit eran calvinistas, tuvieron que emigrar a un territorio más seguro y lo encontraron en esa ciudad germana.

Johann Minuit, el cabeza de familia, falleció en 1609 y su hijo tuvo que hacerse cargo del negocio que regentaba. Al parecer se dedicaba al comercio, probablemente de diamantes porque el testamento de Peter, firmado en 1613 (el mismo año en que contrajo matrimonio con la acaudalada Gertrude Reads), le identifica como tallador de esas piedras preciosas. En cualquier caso, fue la actividad mercantil la que determinó su futuro porque en 1624, ante el declive económico que vivía Wesel, decidió dejar en Cleve a su esposa y trasladarse a trabajar en la recién nacida República de las Siete Provincias Unidas de los Países Bajos.

Como indica su nombre, se trataba de un estado formado por las siete provincias septentrionales (Frisia, Groninga, Holanda, Güeldres, Utrecht, Overijssel y Zelanda), fundado en 1581 a partir de la Unión de Utrecht y reconocido extraoficialmente por el monarca español Felipe III en virtud de la Tregua de los Doce Años. Peter Minuit encajó bien allí, ya que durante los cinco años de dominio español, entre 1614 y 1619, había destacado ayudando a los desfavorecidos; al fin y al cabo era muy religioso y más tarde llegaría a diácono de la iglesia valona.

Su reputación venía avalada también por el hecho de haber ejercido de tutor en Wesel, ocupación que implicaba su consideración de hombre de confianza. Por eso no tardó en ser admitido en la WIC o Geoctroyeerde West-Indische Compagnie, es decir, la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, una macroempresa de la marina mercante creada poco antes, en 1621, para operar en África y América (incluyendo en ésta el Pacífico, aunque el monopolio en Asia lo tenía la VOC, Vereenigde Oostindische Compagnie o Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, más poderosa porque no necesitaba autorización gubernamental para realizar operaciones bélicas).

Esas dos compañías sentarían la base de la prosperidad económica de las Provincias Unidas, de forma similar a lo que iban a hacer para Inglaterra la Honourable East India Company y la Virginia Company (surgida de la fusión de la London Company y la Plymouth Company). Las Indias Occidentales, como se llamaba a América, estaban repartidas entre España y Portugal por el Tratado de Tordesillas. Pero el resto de países europeos no querían renunciar a su parte del pastel y desde el principio trataron de hacerse con un territorio, sin demasiada suerte.

Tras repetidos fracasos, los ingleses no consiguieron una colonia estable (Jamestown, en Virginia) hasta 1607, mientras que los franceses tendrían que esperar a 1608 a que Samuel Champlain fundase Quebec (a partir del fuerte construido por Jacques Cartier en 1541). En ambos casos, la zona elegida fue la mitad norte de la costa este de los actuales EEUU, donde hispanos y lusos mostraron menos interés por ser menos rica y desarrollada. Los neerlandeses también probaron y en 1581 establecieron una primera colonia en el río Pomeroon, en la Guyana (actual Surinam).

A continuación trataron de seguir por Araya (Venezuela), pero una flota española los expulsó, como también pasó en Chiloé (Chile) y varias localidades brasileñas (Salvador, Olinda, Recife, Fortaleza…). Por eso terminarían asentándose sólo en algunas islas caribeñas que España consideraba inútiles, como Aruba y las denominadas Antillas Holandesas (Curazao, Bonaire, Saba y Sint Eustatius). Ahora bien, entremedias decidieron enviar una expedición al extremo nororiental del Nuevo Mundo y encargaron la misión a la WIC.

La idea era establecer una factoría dedicada al comercio de pieles y contrataron al capitán inglés Henry Hudson, que conocía aquellas latitudes por haber navegado por allí con anterioridad para la Muscovy Company (Compañía de Moscovia, de capital británico pero creada originalmente en 1551 para comerciar con Rusia). A bordo del Halve Maen y siguiendo las notas dejadas por John Smith (sí, el de Pocahontas), alcanzó la bahía que el marino florentino Giovanni da Verrazzano había descubierto en 1524 y que en realidad era la gran desembocadura de un río al que Hudson bautizó como Noort Rivier, aunque ha pasado a la historia con su apellido.

Fue él también quien registró por primera vez, en su cuaderno de bitácora, el nombre Manna-hata con que los indios se referían a una isla que ocupaba el centro de dicho lugar. Aquello animó a los neerlandeses, de los que cuatro compañías se animaron a competir entre sí por hacerse con ese terreno de operaciones para el comercio peletero con los nativos, levantando dos factorías, una en la isla de Castle y otra en el estuario del Versche Rivier (el río Connecticut). Temiendo que la rivalidad diera al traste con todo, las cuatro se fusionaron en 1614, recibiendo la concesión del monopolio comercial por tres años.

Lamentablemente para ellas, la cámara de comercio de Ámsterdam irrumpió desde 1623 a través de la poderosa WIC, enviando las primeras familias de colonos. En los años subsiguientes siguieron llegando emigrantes bajo la dirección de Willem Verhulst, asentándose en Manhattan para trabajar fundamentalmente agricultura y ganadería, y construyendo un fortín para prevenir posibles ataques de otras potencias. Entre ellos, en 1625 y a bordo del Orangenboom, había viajado Peter Minuit con su familia, encargado de ampliar el abanico de posibles bienes para comerciar, más allá de las pieles; concretamente, se esperaba que encontrase minerales y metales preciosos.

Minuit regresó ese mismo año y al siguiente fue nombrado director de Nieuw-Nederland (Nueva Holanda o Nuevos Países Bajos), como ya se había denominado a la colonia, en sustitución de Verhulst, que era temporal y además no había conseguido ganarse la simpatía de los colonos. Así pues, volvió a cruzar el Atlántico en el Meeuwken y la primera medida que adoptó en su nuevo cargo fue la que le iba a abrir las puertas de la historia, la adquisición de Manhattan, aunque algunos historiadores han planteado dudas al respecto: Verhulst retornó a Europa y dio la noticia de que se había comprado la isla y Nieuw-Nederland prosperaba, lo que les lleva a suponer que quizá fue él quien realizó o, al menos, supervisó la transacción.

Sea como fuere, la tradición atribuye a Minuit la entrevista con los indios lenni-lenape, como se llamaba el grupo oriental de la nación Delaware, que incluía a los metoac, manhatta, reckgawawanc, canarsie, wappinger, rockaway, wiechquaesgeek, nipnichsen y raritan, por citar sólo a los que vivían entre los ríos Hudson y Delaware (es decir, en partes de los actuales estados de Nueva Jersey, Pensilvania y Nueva York). Eran ellos los que comerciaban con los neerlandeses pieles de castor y nutria, una dećada antes de que las cosas se torcieran y estallara una guerra. De momento la relación resultaba amistosa, pero las enormes diferencias culturales dificultaban la comprensión mutua.

Para los lenape, la propiedad de la tierra era colectiva; practicaban la agricultura intensiva, sobre todo de maíz y frijoles, en parcelas grandes (en las que también cazaban y pescaban) asignadas a cada clan. No entendían el concepto de propiedad privada porque únicamente permanecían sedentarios hasta que agotaban los recursos de un lugar, trasladándose entonces a otro; lo más parecido para su mentalidad era el usufructo temporal de dichas parcelas y eso fue lo que interpretaron al firmar la venta.

Se entiende, pues, que cuando Minuit les ofreció sesenta guilders (florines neerlandeses) por Manhattan ellos aceptasen sin darle mayor trascendencia; no les cabía en la cabeza que nadie estuviera dispuesto a pagar por tierra, agua o aire y, de todas formas, al llegar el verano ellos ya no esperaban estar allí. De hecho, posteriormente se difundió una leyenda sobre que Minuit se equivocó al comprar la isla no a los lenape sino a otra tribu, los carnesie de Long Island (en realidad, carnesie es la adaptación fonética de la palabra algonquina que los lenape usaban para referirse a un fortín).

La compraventa se cerró sin problemas. Por supuesto, Minuit no hizo el pago en moneda, que a los indios no les servía para nada, sino en baratijas diversas; otro contrato de la época, firmado también por él, reseña qué tipo de cosas pudieron haberse entregado: hachas, teteras de hierro, azadas, cuentas de collar, cuchillos, etc. O sea, cosas que los lenape sí podían aprovechar y apreciar, probablemente haciéndoles pensar que habían hecho un buen negocio. No lo era, claro, ya que incluso para su tiempo resultaba patente la descompensación.

El gulden o florín neerlandés fue la moneda que se empleó en los Países Bajos desde la Edad Media hasta sus sustitución por el euro en 2002 (todavía es de curso legal en Aruba y las Antillas Neerlandesas). Se calcula que esos sesenta florines entregados a los lenape equivaldrían a un millar de dólares actuales, cantidad apreciable para la época al margen del valor verdadero en que habría que tasar los casi sesenta kilómetros cuadrados que ocupa Manhattan. La isla ya tenía un gran valor para los comerciantes porque disponía de fácil acceso al mar y aseguraba una línea de suministro libre de heladas para la factoría comercial de pieles establecida en Albany.

Con la llegada de colonos, unas treinta familias judías neerlandesas procedentes de Brasil (de donde habían tenido que irse cuando Portugal recuperó los enclaves perdidos), se apreció todavía más, especialmente por la posición estratégica que proporcionaba el fuerte construido en su extremo sur, cerca del actual Battery Park, en Upper Bay, germen de lo que se bautizó como Nueva Ámsterdam. De ese modo, los Nuevos Países Bajos se extendían por un eje de doscientos kilómetros entre esa seminal ciudad y la mencionada Albany, si bien las reclamaciones territoriales eran más amplias, abarcando desde la península Delmarva hasta el extremo suroeste de Cap Cod.

Peter Minuit dirigió la colonia con mano izquierda. Como juez supremo gozaba de considerable poder, pero tanto en asuntos civiles como penales era asistido por un consejo asesor de cinco miembros que se encargó de desarrollar un código legal y su aplicación. También se nombraron un fiscal general, un sheriff, un fiscal general y un funcionario de aduanas. La colonia creció, su población aumentó a trescientos vecinos y se erigieron varios molinos. Sin embargo, era cuestión de tiempo que surgieran conflictos y el primero llegó en 1631, suponiendo el relevo de Minuit.

No se sabe con exactitud la razón. Al parecer discutió con algunos colonos importantes, como su propio secretario, el pastor religioso y varios terratenientes que practicaban el tráfico peletero ilegal en perjuicio de la WIC, sobre el alcance de los derechos que se les habían concedido. Tuvo que regresar a Europa en 1632 para rendir cuentas y la cuestión jurídica no debió de resultar muy convincente, ya que fue despedido y sustituido en el cargo por Wouter van Twiller, quien durante su travesía atlántica ganó prestigio capturando una carabela española con la que hizo una flamante entrada en Nueva Ámsterdam.

Minuit permaneció varios años en Emmerik, una localidad del Ducado de Cleves, hasta que su amigo Willem Usselincx, uno de los fundadores de la WIC, le ofreció trabajar para Suecia. El país escandinavo estaba interesado en fundar una colonia en América y en 1635, a través de Samuel Blommaert, que estaba a punto de retomar la dirección de la WIC (puesto que ya había ocupado tiempo atrás), encargó la misión a Minuit. La zona elegida, reclamada por los neerlandeses, fue el curso bajo del río Delaware y la bahía donde desemboca, recibiendo el nombre de Nueva Suecia. Allí se asentarían los seiscientos colonos, que no eran sólo suecos sino también finlandeses (Finlandia formaba parte de Suecia, por entonces) y neerlandeses.

La expedición, formada por los barcos Fogel Gryp y Kalmar Nyckel, arribó a lo que se conoce como Swedes’ Landing, hoy en día una avenida de almacenes situada a lo largo de Minquas Kill, en la ciudad de Wilmington. Era el 29 de marzo de 1638 e inmediatamente se inició la construcción de un fuerte al que se puso por nombre Christina, en honor a la joven reina sueca (tenía doce años). Un mes más tarde, Minuit emprendió el regreso a Escandinavia con la idea de llevar una segunda remesa de colonos. Por el camino hizo un alto en la isla caribeña de Saint Kitts (San Cristóbal, en las Antillas Menores), donde vendió los productos reunidos en Delaware (sal, vino y licor) para adquirir a un compatriota el Het Vliegende Her.

Era un barco con las bodegas llenas de tabaco, cargamento que pensaba vender en Estocolmo para financiar el nuevo viaje. Sin embargo, un huracán hundió la nave antes incluso de salir al Atlántico y Minuit se ahogó; otro de los buques se perdería a la altura de las Azores y un tercero llegaría desarbolado. Aparte de la pérdida del jefe, aquello fue un desastre para Suecia porque ya no había financiación para aumentar la colonia; Michiel Symonssen, contramaestre del Kalmar Nyckel, tuvo que asumir el mando y navegó a los Países Bajos en busca de suministros mientras dejaba al capitán Måns Nilsson Kling a cargo de Nueva Suecia.

Finalmente, King fue nombrado nuevo gobernador y durante un tiempo se mantuvo la ilusión de conseguir sacar adelante la colonia, enviándose hasta nueve expediciones que fundaron más asentamientos al sudeste de Pensilvania y al sudoeste de Nueva Jersey. La característica cabaña de troncos del este americano fue introducida por ellos. Pero el sueño duró apenas diecisiete años; terminó en 1655, cuando los neerlandeses, dirigidos por el administrador colonial Peter Suyvesant, les echaron.

Tampoco éstos duraron mucho porque, en 1664, las fricciones con los vecinos ingleses por el comercio de pieles provocaron que el rey Carlos II enviase una flota de cuatro navíos y medio millar de hombres, forzando a la WIC a rendirse y entregar sus dominios en esa parte de Norteamérica para evitar el estallido de una contienda a gran escala (que, de hecho, se produjo al año siguiente: la Segunda Guerra Anglo-Neerlandesa). Así, Su Graciosa Majestad se quedó con Nueva Suecia y Nuevos Países Bajos, que pasaron a constituir Nueva Inglaterra, cediendo a cambio las Guayanas. A los lenape siguieron sin preguntarles.


Fuentes

Russell Shorto, The island at the center of the world. The epic story of Dutch Manhattan and the forgotten colony that shaped America | Jaap Jacobs, The Colony of New Netherland.A Dutch Settlement in Seventeenth-century America | Michelle Nevius y James Nevius, Inside the Apple. A streetwise history of New York City | Edwin G. Burrows y Mike Wallace, Gotham. A history of New York City to 1898 | Carlo A. Caranci, La fundación de Nueva York por los holandeses (en National Geographic) | F.J. Sypher, News from New Amsterdam (en New Amsterdam History Center) | Peter Minuit [1580-1638] Director of New Netherland (en New Netherland Institute. Exploring America’s Dutch Heritage) | Wikipedia


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