Los tiburones han vagado por los océanos de la Tierra durante más de 400 millones de años, pero un tiburón megadentado destacó sobre los demás: Otodus megalodon. Comúnmente conocido como «Meg», O. megalodon fue el tiburón más grande que jamás haya existido, con más de 15 metros de largo.

Aunque sus dientes fosilizados se encuentran con frecuencia a lo largo de las costas de todo el mundo, se sabe menos sobre dónde vagaba Meg en aguas más profundas. Un reciente descubrimiento de exploradores de aguas profundas arroja nueva luz sobre el hábitat de este extinto depredador.

En otoño de 2022, los investigadores a bordo del buque de inmersión profunda E/V Nautilus estaban estudiando los montes submarinos en el Océano Pacífico central cuando su vehículo operado por control remoto (ROV) vio algo fuera de lo común en el fondo marino: un gran diente que sobresalía del sedimento.

Situado a más de 3.000 metros bajo la superficie, constituía la primera observación de un diente fósil de O. megalodon in situ antes de su recolección. De vuelta al barco, los científicos confirmaron que el diente de 68 mm pertenecía nada menos que al gigantesco tiburón megalodón por su distintiva forma triangular y sus dentelladas. Pero, ¿cómo acabó tan lejos de la costa?

El Meg habitó los océanos hace aproximadamente entre 5 y 3,6 millones de años, durante las épocas del Mioceno y el Plioceno. La mayoría de los fósiles encontrados proceden de sedimentos costeros, cerca de donde se cree que los tiburones gigantes cazaban presas como ballenas, delfines, tortugas marinas y otros animales marinos en las plataformas continentales.

Sin embargo, estudios realizados en aguas profundas desde hace más de un siglo han revelado dientes de Meg dispersos por fondos oceánicos remotos, lo que demuestra que en ocasiones se aventuraba lejos de la costa. Reconstruir su área de distribución es difícil sin observaciones directas de los fósiles existentes hasta ahora.

El análisis minucioso de las imágenes submarinas aportó nuevos datos. El diente sólo estaba parcialmente enterrado, lo que indica la escasa acumulación de sedimentos en las profundidades marinas a lo largo de millones de años. Sus afiladas sierras permanecían intactas, lo que sugiere que hubo poco transporte o abrasión.

Alrededor del fósil se fue formando gradualmente una costra negruzca de manganeso, un elemento común en las formaciones de nódulos y costras del fondo marino. Con el tiempo, el manganeso envolvería por completo restos como dientes de tiburón dejados en el fondo.

Otros indicios apuntan a que Meg exploraba el océano abierto. Los registros históricos describen huesos de orejas y dientes de cetáceos encontrados junto a fósiles de Meg a cientos de kilómetros de tierra, lo que demuestra que el tiburón gigante pudo haber seguido largas distancias a manadas de ballenas migratorias.

Al igual que los tiburones blancos actuales, el Meg era un depredador en la cima de la cadena alimentaria sin más enemigos naturales que los humanos. Su enorme tamaño le permitía desplazarse por los océanos en busca de presas en lugar de depender únicamente de los hábitats costeros.

La remota ubicación de este descubrimiento fortuito en aguas profundas plantea preguntas intrigantes. ¿Qué tan extendidos estaban los hábitos de buceo profundo de Meg? ¿Podrían las migraciones estacionales de sus presas o sus pautas de apareamiento haberla llevado más allá de tierra firme?

Gracias a los avances tecnológicos que permiten explorar el 99% del fondo marino que aún no ha sido visto por los ojos humanos, seguimos llenando lagunas en el hábitat de depredadores desaparecidos hace mucho tiempo como Otodus megalodon.


Fuentes

Jürgen Pollerspöck, Danielle Cares, David A. Ebert, Katherine A. Kelley, Robert Pockalny, Rebecca S. Robinson, Daniel Wagner & Nicolas Straube (2023) First in situ documentation of a fossil tooth of the megatooth shark Otodus (Megaselachus) megalodon from the deep sea in the Pacific Ocean, Historical Biology, DOI:10.1080/08912963.2023.2291771


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