En 1928 el arqueólogo francés Maurice Dunand comenzó a excavar la antigua ciudad costera de Biblos, ubicada en lo que hoy es Líbano. Biblos fue una importante ciudad fenicia cuyo origen se remonta a alrededor del año 5000 a.C. y tuvo una larga historia de comercio e intercambios culturales con civilizaciones vecinas como Egipto y Mesopotamia.
A lo largo de cuatro temporadas de excavación entre 1928 y 1932, Dunand desenterró un tesoro de objetos que brindaron nuevas perspectivas sobre el pasado de Biblos, y entre sus hallazgos más intrigantes se encuentran una serie de inscripciones grabadas en varios artefactos de bronce y piedra que presentaban un sistema de escritura hasta entonces desconocido.
En total descubrió 14 inscripciones: diez textos principales que se etiquetaron con letras de la “a” hasta la “j” según el orden en que se encontraron, junto con cuatro inscripciones adicionales de la “k” hasta la “n”, que publicó más tarde en 1978.

Las inscripciones usaban distintos signos dispuestos de derecha a izquierda sin divisores de palabras. Dunand documentó cuidadosamente cada inscripción, tomando fotos y realizando ilustraciones de los textos. Dos sobresalen por su longitud, las tablas etiquetadas como c y d, que presentan más de 225 y 459 caracteres respectivamente, escritos por ambos lados de las placas de bronce.
Otras inscripciones adornaban “espátulas” de bronce triangulares y fragmentos de estelas de piedra. La datación por carbono de la cerámica y artefactos asociados ubicó la edad de las inscripciones entre los siglos XVIII-XV a.C. durante la Edad del Bronce.
En 1945, Dunand publicó su monumental obra Byblia Grammata, presentando al mundo estas misteriosas inscripciones en un escritura desconocida. Denominó al sistema de escritura «silabario de Biblos» debido a sus similitudes con otros de la Edad del Bronce conocidos por representar sílabas en lugar de letras individuales.

El silabario incluía entre 90 y 114 signos únicos, con variantes que mostraban que la escritura se usaba tanto en un estilo monumental formal como en un estilo lineal más descuidado. Dunand hipotetizó que las inscripciones representaban etiquetas adjuntas a ofrendas votivas o registros que enumeraban donaciones al templo y detalles de construcción, aunque no pudo descifrar su significado.
En las siguientes décadas, a medida que comenzaron a aparecer otras inscripciones realizadas con el silabario de Biblos en lugares como Egipto y Megido, diversos eruditos asumieron el desafío de descifrarlo. En 1946, apenas un año después de la publicación de Dunand, Edouard Dhorme identificó posibles letras fenicias y símbolos numéricos en el reverso de una de las placas, que interpretó como una fecha.
Otros investigadores tempranos como Harvey Sobelman se centraron en estudiar patrones sintácticos sin asumir valores fonéticos, con la esperanza de aprender más sobre la estructura subyacente del idioma.
Un avance importante ocurrió en la década de 1960 gracias al minucioso análisis del sacerdote y criptólogo Malachi Martin, quien descubrió nuevos signos, apenas visibles, en artefactos donde inscripciones fenicias posteriores habían sido talladas, proporcionando valiosas pistas. Publicó correcciones a las lecturas de Dunand, así como una categorización sistemática de los 90 signos en 27 clases según similitudes. Aunque Martin se abstuvo de traducciones directas, insinuó que la escritura podría haber sido alfabética en lugar de puramente silábica.

En la década de 1980, el renombrado académico George Mendenhall construyó sobre los cimientos de Martin asignando valores fonéticos fenicios probables a signos recurrentes según similitudes con letras fenicias posteriores.
Mendenhall fechó los textos en el 2400 a.C., identificando el idioma como un dialecto semítico noroccidental muy antiguo previo a la divergencia lingüística en fenicio/hebreo y semítico meridional. No obstante, sus traducciones resultan crípticas, como por ejemplo Adze que Yipuyu y Hagara hacen vinculante. Verdaderamente, de acuerdo con lo que Sara y Tipu establecieron seremos fiadores. Además: con Miku es la prenda.
El historiador neerlandés Jan Best publicó una interpretación de las inscripciones de Biblos en 2008, asignando valores de Lineal A a los signos según paralelos con ese temprano sistema minoico de Creta influenciado por los griegos.

Al identificar secuencias que posiblemente representaban palabras, Best encontró patrones recurrentes en las extensas tablas c y d. Combinando esto con pistas contextuales, propuso que las tablas documentaban la construcción de templos en Biblos para la deidad solar Suria, el equivalente indo-ario del dios egipcio Amón-Ra.
Más recientemente, en 2017 Ihor Rassokha propuso el punto de vista opuesto, que la escritura se deriva de una primitiva fuente indoeuropea. Interpretó los signos como representaciones del alfabeto Brahmi, cuyas inscripciones más conocidas son los Edictos de Ashoka, excavados en la roca en el centro-norte de India y datados en el siglo III a.C., y propuso que los textos debían leerse en sánscrito, como parte de la teorizada influencia indoaria en la región.
Después de casi un siglo de investigación no se ha logrado un desciframiento de consenso, por lo que las inscripciones de Biblos continúan inspirando nuevas hipótesis y fascinantes preguntas sin resolver. ¿Quién las realizó? ¿En que idioma están escritas, y de dónde procede el sistema de escritura empleado?
Fuentes
Jan Best, How to Decipher the Byblos Script | Jean Leclant, Le déchiffrement des écritures et des langues: Essai | Steven Roger Fischer, A History of Writing | George E. Mendenhall, The Syllabic Inscriptions from Byblos | Martin, M. (1961). A Preliminary Report after Re-Examination of the Byblian Inscriptions. Orientalia, 30(1), 46–78. jstor.org/stable/43073578 | Wikipedia
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